Julio Borges, dirigente del partido contrarrevolucionario Primero Justicia, en una entrevista en el programa de Ernesto Villegas en VTV, En Confianza, explicaba que el resultado tan apretado del referéndum era un “mensaje del pueblo” a la oposición y al Gobierno “para que nos entendamos, nos dediquemos a solucionar los problemas y abandonemos el clima de enfrentamiento”.

¿Cómo se solucionan los problemas y al mismo tiempo se supera el clima de enfrentamiento según el Sr. Borges? Muy fácil: En primer lugar “no politizando más el país”, es decir, nada de socialismo, control obrero, poder popular. Estas propuestas revolucionarias y los problemas de Venezuela no tienen absolutamente nada que ver. “El Gobierno lo que debe hacer es dejar de gastar el dinero en otros países como Cuba o Bolivia, o de politizar las instituciones con propuestas socialistas, y solucionar los problemas de la población”, ese es el discurso que Borges y su partido, aliado del PP español y del PAN mexicano, lanzan machaconamente desde hace meses. Eso sí, inmediatamente, tanto Borges como otros dirigentes contrarrevolucionarios nos avisan: “la reforma constitucional ya ha sido rechazada” por lo que “los cinco motores (para construir el socialismo) están fundidos” y el Estado socialista, la posibilidad de expropiar empresas y los Consejos de trabajadores no pueden ser planteados.

Es como si alguien te dijese: “tienes que construir una casa pero ¡ojo! no podrás utilizar ladrillos, tampoco cemento, ni por supuesto agua; eso sí, aquí tienes toda la arena que quieras. Ah, y se me olvidaba: te voy a atar una mano a la espalda”. El sentido de la llamada reconciliación está pues claro: no es más que una estratagema, un regalo envenenado de la oposición contrarrevolucionaria para que el Gobierno bolivariano o bien lo acepte (lo que supondría un suicidio político), o en caso de rechazarlo lanzar una nueva ofensiva en la calle y los medios de comunicación con la idea de que Chávez es el culpable del clima de enfrentamiento, que es autoritario, prepotente, etc.

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Julio Borges, dirigente del partido contrarrevolucionario Primero Justicia.

Hasta el momento, el presidente Chávez ha planteado que no hay negociación ni conciliación posible con la IV República, que bajo el capitalismo no hay salida para el pueblo venezolano y los demás pueblos de Latinoamérica y del mundo, y que el objetivo de construir el socialismo se mantiene. En la reunión con organizaciones sociales de Uruguay sostenida el martes 18 de diciembre Chávez volvía a ratificar estas ideas. Sin embargo, la presión de los sectores reformistas del movimiento bolivariano en el sentido de negociar con la oposición está siendo más insistente y organizada que en ningún otro momento a lo largo de los últimos años.

Estos sectores son conscientes de que incluso si por el momento no pudiesen lograr al 100% sus objetivos: esto es, abrir una mesa de negociación con la oposición y llegar a algún tipo de acuerdo explícito o implícito para frenar la revolución; la intensa presión que están ejerciendo sí les puede permitir ralentizar la marcha de la revolución e introducir algunas propuestas que venían planteando en petit comité desde hace tiempo: eliminar totalmente, o al menos flexibilizar, los controles sobre los capitalistas, particularmente el control de precios (y más pronto que tarde, inevitablemente, el control de cambios); frenar cualquier tentación de expropiación o nacionalización; impedir el desarrollo y extensión de los Consejos de Trabajadores…

No obstante, las conclusiones que extraen de la derrota electoral las bases revolucionarias van en un sentido diametralmente opuesto al de la burocracia. La idea más extendida es que la revolución tiene que intensificar su marcha en lugar de moderarse, resolver problemas largamente aplazados como la alta tasa de economía informal (casi 50% de la economía) y el desempleo, el déficit habitacional, el desabastecimiento, la inseguridad ciudadana, la corrupción... Una de las demandas más sentidas es precisamente la necesidad de una depuración interna de la dirigencia bolivariana que erradique a esa burocracia procapitalista que se ha ido consolidando en la gran mayoría de ministerios e instituciones y que cada vez tiende a fusionar de forma más clara sus objetivos e intereses con los de la burguesía.

De la lucha entre esta voluntad de las bases revolucionarias por avanzar hacia el socialismo y el intento de la quinta columna burocrática —apoyada por la burguesía— de frenar ese avance va a depender el destino de la revolución bolivariana. Es una lucha abierta, cuyo resultado no está definido todavía y en el que la propia actuación de los revolucionarios y particularmente de los activistas y dirigentes obreros, estudiantiles y populares (qué programa y planes de acción defendemos y qué táctica y métodos empleamos para luchar por ellos) será un factor determinante. 

¿A dónde llevó la negociación de 2002?

El llamado a negociar con la contrarrevolución y frenar la revolución no es nuevo en nuestro proceso revolucionario. Sectores de la dirección, en distintas ocasiones, lo han planteado y siempre que esta línea se ha impuesto su efecto práctico no ha sido precisamente el de reconciliar a los venezolanos sino el contrario: envalentonar a la reacción, desorientar y desarmar ideológicamente a las bases revolucionarias y permitir que los contrarrevolucionarios pasasen a la ofensiva.

El caso más evidente fue la negociación abierta después de que derrotásemos el golpe de abril de 2002. El “diálogo” permitió desaprovechar la correlación de fuerzas extraordinariamente favorable para acabar con el poder económico y político de los capitalistas que había creado la insurrección de masas del 12 y 13 de abril. La oposición utilizó las mesas de negociación como caja de resonancia con la que agitar y reagrupar a su base social y preparar el siguiente asalto: el paro patronal de diciembre de 2002 y enero de 2003, del que ahora mismo se cumplen cinco años.

Hay que recordarlo: solo la intervención audaz y decidida desde abajo de una vanguardia de trabajadores, tomando los centros petroleros y poniéndolos a producir, acompañados por las comunidades populares cercanas, infundió nuevos ánimos al conjunto del movimiento, arrastró a sectores decisivos de la FAN y dejó claro a las bases contrarrevolucionarias que no bastaba con tocar cacerolas y cerrar los negocios unas semanas para tumbar a Chávez. Esto sembró división y dudas en las filas contrarrevolucionarias y devolvió la iniciativa y el control de la situación al campo revolucionario.

¡Aquel que no aprende de la historia está condenado a repetirla! Este momento en el que, tras los resultados del 2 de diciembre, hay un ambiente general de reflexión y búsqueda de ideas en el seno del movimiento revolucionario puede ser una buena oportunidad para repasar los puntos de inflexión que ha tenido hasta ahora nuestro proceso revolucionario y hacer balance del mismo. ¿Cuál ha sido el motor de la revolución? ¿Qué nos ha hecho avanzar en cada momento y qué nos ha hecho retroceder? ¿Qué medidas han ayudado a organizar, movilizar y elevar el nivel de conciencia de las masas y cuáles han desmovilizado y desorientado a éstas y le han dado un chance [oportunidad] a la contrarrevolución?

¿Por qué es imposible un acuerdo con los capitalistas?

Aquellos que defienden negociar con la oposición deberían empezar por responder a una pregunta muy sencilla: ¿por qué razón cuando Chávez les llamó a negociar en 2002 el resultado no fue ninguna reconciliación sino que los empresarios contestaron a la mano tendida por el Gobierno con un cierre patronal que puso al país al borde del abismo? Y ello a pesar de que en aquel momento ningún dirigente bolivariano llamaba a construir el socialismo ni romper con el capitalismo, y que el Gobierno incluso se mostró dispuesto a conceder ayudas a los empresarios y les llamó a sumarse a la construcción de una Venezuela con justicia social y progreso.

¿Acaso fue responsabilidad de Chávez o de los revolucionarios —co-mo sostienen cínicamente los contrarrevolucionarios— por politizar el país? Evidentemente no. La causa fue que —como ahora— los capitalistas venezolanos no podían aceptar ninguna transformación decisiva de la economía o la sociedad, ni siquiera medidas reformistas en beneficio de las masas que cuestionasen mínimamente sus privilegios. Sobre todo, lo que la burguesía no puede aceptar (ni perdonará nunca a Chávez) es su discurso hablando de revolución, que ofreció el cauce que las masas obreras y populares estaban buscando desde hacía décadas para intentar cambiar de arriba a abajo el país y las ha seguido animando a avanzar hasta hoy.

Como ha explicado el propio Chávez correctamente en muchas ocasiones, la revolución bolivariana no obedece a un deseo individual suyo ni a la voluntad de un puñado de revolucionarios, sino que nace del hartazgo de millones de personas con las condiciones de vida que ofrece el capitalismo en Venezuela e internacionalmente. La oligarquía venezolana vendió los recursos del país durante décadas y se dedicó a vivir de rentas, el resultado lo conocemos todos: desempleo, extensión de la economía informal, ante la ausencia de empleo digno y estable y el cierre masivo de empresas (especialmente acusado tras el desastre del viernes negro), lumpenización de sectores populares e incluso de capas significativas de la clase media. A la decadencia económica se unía la política y moral: extensión de la corrupción en los círculos dirigentes (Gobierno, empresarios, burocracia sindical, etc.).

El caracazo, el 27 de febrero de 1989, fue una explosión de rabia del pueblo contra todo eso. El soberano dio un puñetazo en la mesa y exigió solución a esos problemas. Durante los años siguientes las masas buscaron insistentemente un cauce a través del cual cambiar sus condiciones de vida. Tras fracasar las direcciones de los principales partidos de izquierda en ofrecer ese cauce revolucionario se expresaron a través del único líder al que habían visto enfrentarse a la oligarquía y no doblegarse ni pactar con ella.

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La oposición utilizó las mesas de negociación como caja de resonancia con la que agitar y reagrupar a su base social y preparar el paro patronal de diciembre de 2002 y enero de 2003. 


A pesar de los llamados constantes de Chávez desde 1998 a los empresarios para que inviertan, del crecimiento económico impulsado por el ingreso petrolero durante los últimos años y de las cuantiosas ayudas ofrecidas por el Gobierno bolivariano a la empresa privada, los capitalistas siguen saboteando la economía, como hicieron desde la misma elección de Chávez en 1998, y se niegan sistemáticamente a desarrollar las fuerzas productivas.

Ciertamente, la huelga de inversiones de los capitalistas venezolanos, su carácter parásito, antinacional y especulador —que se han visto intensificados durante estos años de revolución— vienen de antiguo. Vinculados por miles de lazos al imperialismo, los empresarios venezolanos dejaron de desarrollar las fuerzas productivas seriamente hace décadas. Si en los años 60 la inversión privada representaba aproximadamente un 50% del PIB, desde 1983 no pasa del 10%. La Formación Bruta de Capital Fijo (la inversión de los capitalistas en nuevas plantas y maquinaria) ha venido cayendo en picado desde 1983. La construcción y mantenimiento de obras públicas e infraestructuras fue abandonada también a partir de ese año. Fue precisamente esta renuncia de los capitalistas venezolanos a desarrollar el país la principal causa de la revolución. Esa es también hoy la causa fundamental que impide cualquier posibilidad de acuerdo con ellos.

Los empresarios venezolanos basan sus beneficios no en la inversión en tecnología sino en la explotación brutal de la mano de obra junto (¡cómo no!) al saqueo del Estado, particularmente de la renta petrolera. El incremento de los gastos sociales, el freno a las privatizaciones, la reducción de la jornada laboral o la introducción de trabas al despido y a la explotación de los trabajadores chocan frontalmente con sus intereses.

Una de las primeras medidas que enfrentó a Chávez con la oligarquía fue frenar la privatización de PDVSA nada más llegar al Gobierno. Un acto de justicia tan simple como intentar ejercer un mayor control gubernamental sobre el ingreso petrolero con el fin de redistribuirlo en beneficio de los sectores más desfavorecidos, mediante la Ley de Hidrocarburos (2001), puso en pie de guerra al imperialismo, la burguesía y la burocracia petrolera. El discurso de Chávez hablando de revolución, en la medida en que anima la lucha revolucionaria de las masas y en particular la movilización y organización del movimiento obrero, es asimismo absolutamente intolerable para los capitalistas venezolanos y el imperialismo.

Además, la revolución en Venezuela se convierte cada vez más claramente en un punto de referencia para los trabajadores, campesinos y jóvenes de otros muchos países, en especial (aunque no solo) en América Latina. De ahí las constantes campañas intentando desprestigiar a Chávez y la revolución, los ataques, la injerencia del imperialismo, etc. Los imperialistas, como muchas veces hemos explicado —contestando a aquellos reformistas que dicen que expropiar a los capitalistas sería una provocación a la burguesía— no necesitan ninguna provocación ni excusa para atacarnos. El simple hecho de que haya una revolución en marcha y un Gobierno que no responde a sus dictados es una provocación inaceptable para ellos.

La conclusión de todo esto es clara: los objetivos más básicos de la revolución bolivariana (soberanía nacional y productiva, desarrollo endógeno...) así como las reivindicaciones más elementales de las masas (vivienda, empleo, seguridad, educación y salud dignas...) son imposibles de alcanzar bajo el capitalismo. Si alguien tiene alguna duda ahí están los problemas de desabastecimiento, la espiral inflacionaria, el incumplimiento de los planes de construcción de viviendas y desarrollo de nuevas infraestructuras por parte de los capitalistas privados a pesar de las enormes cantidades de dinero otorgadas por el Gobierno.

La revolución bolivariana solo se puede comprender partiendo de la teoría de la revolución permanente de León Trotsky. Las aspiraciones antiimperialistas y democráticas del pueblo venezolano solo pueden ser realizadas si la revolución rompe con el capitalismo y se transforma en socialista. Uno de los grandes méritos de Chávez es haber reconocido este hecho, haber roto públicamente con la llamada tercera vía (la idea de un capitalismo humano, de un camino intermedio entre el capitalismo y el socialismo) y haber planteado el socialismo. Pero el socialismo no se puede construir si se deja la propiedad y el control de los principales bancos, industrias y de la tierra en manos de los capitalistas y si no se destruye el viejo aparato estatal creado por la burguesía y se le sustituye por un genuino Estado revolucionario basado en los siguientes puntos: elegibilidad y revocabilidad de todos los cargos públicos, salario no superior al de un trabajador cualificado, rotación de todas las tareas burocráticas en que esto sea posible, armamento general del pueblo organizando milicias obreras y populares. Esta es la tarea pendiente de la revolución en estos momentos. De su resolución o no depende el futuro del proceso revolucionario.

El motor de la revolución

La característica esencial que define a cualquier revolución es la entrada de las masas en escena. Esta entrada suele darse siempre de un modo confuso y contradictorio, las masas (y a veces incluso los dirigentes naturales que las encabezan cuando estalla la revolución) saben lo que no quieren: la pobreza, la corrupción, la barbarie y degradación propias del capitalismo, pero no saben todavía lo que quieren. O mejor dicho, saben lo que quieren (empleo, vivienda, etc.) pero no le han puesto todavía nombre, carecen de un plan de lucha y un programa concreto capaces de convertir esos anhelos en realidad. Esto deben descubrirlo sobre la marcha, en base a su propia experiencia. La tarea de los cuadros revolucionarios no es otra que la de acompañar esa experiencia y acelerarla, saber luchar codo a codo con las masas y ayudar a que este proceso inconsciente se haga consciente: que el deseo de un cambio radical en las condiciones de vida se convierta en un programa y un plan de acción concreto para llevar a la práctica ese deseo.

Los que intentan oponer la revolución bolivariana a todas las demás diciendo que no es una revolución “clásica”, que es una revolución inédita o peculiar, olvidan (y quieren hacernos olvidar a los demás) que todas las revoluciones —como todos los seres humanos y todos los procesos— somos peculiares, esto es: estamos dotados de especificidades que nos hacen únicos pero al mismo tiempo tenemos rasgos comunes que permiten comparar y aprender de otras experiencias. Si no fuese así cualquier tipo de estudio, análisis científico o diagnóstico serían imposibles.

De hecho, la Revolución Rusa fue bastante peculiar e inédita. La clase obrera, vanguardia de la revolución socialista, representaba un porcentaje mínimo de la población (mucho menor al que representa el proletariado hoy en Venezuela, por cierto). Las masas no entraron en revolución siguiendo a un partido revolucionario sino a un cura, el pope Gapón, y no se proclamaban en absoluto socialistas sino que pedían al zar (al que llamaban padrecito) que solucionase sus problemas. Solo a través de una dura experiencia (y de un programa y una actuación correctos por parte de la vanguardia revolucionaria) llegaron al socialismo. Del mismo modo, en Portugal en 1974, las masas entraron en escena no respondiendo al llamado de un partido revolucionario, sino animados por un golpe de los militares de izquierda. En Venezuela, Chávez y su propuesta de acabar con la IV República y transformar el país fueron el cauce a través del cual se expresaron las masas.

El éxito o fracaso de cualquier revolución depende de si es capaz de transformar radicalmente las condiciones de vida de las masas que la apoyan y darles una vida mejor. Esto, en la Venezuela de hoy, significa cosas muy concretas: acabar con los problemas de desabastecimiento, sustituir los ranchos por viviendas de calidad y a un coste accesible, sustituir el empleo en la economía informal por puestos de trabajo estables con salarios dignos, derechos sociales y beneficios, etc.

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La revolución bolivariana solo se puede comprender partiendo de la teoría de la revolución permanente de León Trotsky. 


Este es un primer punto que no debemos olvidar nunca. Las revoluciones tienen fecha de caducidad, si no se aprovecha el momento en el que cuentan con el apoyo masivo y entusiasta de las masas para resolver sus problemas, antes o después el escepticismo (que para la revolución actúa como una especie de virus que va minando todas sus defensas) se apoderará de sectores de las masas que apoyan la revolución, empezando por sus capas más desesperadas y menos ideologizadas. Como explica a menudo Alan Woods, es imposible hacer una revolución a medias: “Se puede pelar una cebolla capa por capa, pero no puedes cazar un tigre pata por pata”. Y, desde luego, el capitalismo se parece mucho más a un tigre que a una cebolla.

De dónde viene la revolución bolivariana

El enorme apoyo que llevó a Chávez al Gobierno en diciembre de 1998 a pesar de la campaña nacional e internacional satanizándolo (“populista, golpista, dictador…”) orquestada por el imperialismo, respondía al deseo del pueblo venezolano de un cambio radical. El apoyo en las elecciones a la Constituyente del año siguiente, la aprobación de la constitución en diciembre de 1999 y la nueva victoria en la elección presidencial de diciembre de 2000 fueron resultado de ese mismo deseo de cambio.

Como todos los procesos revolucionarios anteriores, el nuestro se caracteriza por una creciente polarización social: una unidad y lucha de contrarios, revolución y contrarrevolución, en pugna constante entre sí. En las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998 Chávez obtuvo 3.590.557 votos por 2.633.667 de Salas Romer, principal candidato en torno al que se agrupaban las fuerzas burguesas. En el referéndum aprobatorio de la constitución bolivariana, esta es apoyada por 3.630.666 personas (40.000 más de las que votaran a Chávez un año antes). Participan en el referéndum 4.137.509 y la abstención representa alrededor de 6 millones de personas, algo más del 60%. En las presidenciales de diciembre de 2000 Chávez incrementa su apoyo en 700.000 votos (4.258.228) y la oposición en unos 600.000 (2.554.283).

La primera táctica del imperialismo y la burguesía venezolana ante el avance imparable del huracán bolivariano fue —como el mismo Chávez ha explicado— llevarle de gira por todo el mundo e intentar comprarle. Cuando comprendieron que Chávez no estaba en venta, que era un hombre honesto y dispuesto a mantenerse fiel al pueblo que le había apoyado, organizaron la campaña que todos conocemos con el objetivo de tumbarle. Una campaña muy similar a la que han reeditado durante estos últimos meses se puso en marcha y lograron que sectores importantes de la clase media, incluso muchos que habían votado por Chávez en 1998, engrosasen las filas de la contrarrevolución. Un aspecto clave que les permitió que esa campaña pudiese tener el efecto buscado fue que la revolución, que se había centrado en la tarea de intentar demoler al menos una parte del edificio político cuarto-republicano, no había avanzado al mismo ritmo ni mucho menos en el terreno económico.

Algunos datos son elocuentes de hasta qué punto la revolución bolivariana había dejado el flanco socioeconómico descubierto y el saboteo de los capitalistas pudo golpear las condiciones de vida de las masas: el desempleo pasó de 11% en 1998 a 15% en 2002, el desempleo disfrazado bajo la calificación de economía informal de 45% a 52%, el alza de precios de 1998 a 2002 fue de un 80% mientras el salario mínimo pasó de 90.000 Bs. mensuales a 174.000 Bs. mensuales (menos de un 50%). La depreciación del bolívar fue constante (el tipo de cambio nominal con el dólar pasó de 607 Bs. como promedio en el año 1999 a 1.400 Bs. de promedio en 2002 —hoy el cambio oficial está en 2.175 y en el mercado negro se llega a pagar a 4.000—). Algunos efectos prácticos de estas medidas fueron la caída del poder adquisitivo de los salarios y de los pequeños ahorradores, la subida meteórica de los alquileres y del precio de los productos básicos. Además de a los sectores populares y a la clase obrera, esta situación golpeó muy especialmente a los estratos medios y bajos de la clase media, que fueron el blanco preferido de la propaganda y agitación contrarrevolucionarias.

Las victorias revolucionarias de 2002 y la nueva correlación de fuerzas

Como ya dijimos antes, la apertura de la negociación con la oposición tras la derrota del golpe contrarrevolucionario de abril de 2002 y los llamados a los empresarios a incorporarse a la construcción de una nueva Venezuela fueron interpretados por la burguesía como un síntoma de debilidad. Apoyándose en ese deterioro económico que ellos mismos habían generado, utilizaron la nueva oportunidad concedida por la revolución para preparar su nuevo ataque.

Las derrotas del golpe y del paro patronal de 2002 fueron resultado de la movilización y la conciencia e instinto revolucionario de las masas. Los que hablan de baja conciencia de la clase obrera y los sectores populares deberían recordar que, cuando muchos dirigentes daban todo por perdido, se escondían y, en algunos casos, incluso se rendían y avalaban el golpe, fueron las masas obreras y populares las que con un certero instinto de clase se echaron a la calle, rodearon cuarteles e instituciones, cercaron el Palacio de Miraflores e impusieron la vuelta del Gobierno bolivariano al poder.

Baduel y otros que fueron convertidos en héroes por su actuación durante esos momentos no hicieron otra cosa que responder a la presión de un pueblo que estaba dispuesto a todo para impedir el derrocamiento del Gobierno y el presidente que habían elegido. El heroísmo y voluntad de las masas de llegar hasta el final fue el factor sorpresa que los contrarrevolucionarios no podían prever ni comprender, y lo que a la final les derrotó.

Engels explicaba que si la revolución desaprovecha una oportunidad favorable para tomar el poder, esta puede tardar años en volver a presentarse. Esta ley histórica, que ha mostrado su validez con tantas revoluciones a lo largo de la historia, es aplicable también a la contrarrevolución. Lo que muchos consideran una especie de misterio casi sobrenatural de la revolución bolivariana (las repetidas victorias electorales) tiene su explicación en la correlación de fuerzas entre las clases extremadamente favorable a la revolución que creó en la sociedad venezolana, primero, la larga descomposición y decadencia del capitalismo durante décadas y, posteriormente, las victorias alcanzadas por el movimiento revolucionario contra el imperialismo y la contrarrevolución burguesa.

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Engels explicaba que si la revolución desaprovecha una oportunidad favorable para tomar el poder, esta puede tardar años en volver a presentarse. 


Las victorias de abril y diciembre de 2002 dieron un “segundo aire” —como dirían los maratonianos— a la revolución, y generaron una correlación de fuerzas entre las clases absolutamente favorable al proletariado y los demás explotados. Si en abril o diciembre de 2002 el Gobierno revolucionario hubiese decretado la estatización de la banca, las grandes empresas y la tierra bajo control obrero como primer paso para planificar democráticamente la economía y de ese modo resolver los problemas de las masas, la burguesía no habría podido ofrecer resistencia alguna. El que la revolución se haya prolongado tantos años es un reflejo de lo enormemente favorable que sigue siendo esta correlación de fuerzas pero también de que no se ha aprovechado hasta el momento esa situación favorable para dar el golpe decisivo al capitalismo y hacer irreversible la revolución. No basta una correlación de fuerzas favorable, es imprescindible aprovechar esa situación tan favorable para llevar la revolución hasta el final.

¿Cómo ganamos el referéndum de 2004? Una lección que no debemos olvidar

La victoria en el referéndum de agosto de 2004 encierra varias lecciones que pueden resultar muy útiles para el actual momento. Entonces, también vimos como la ineficiencia e incluso la traición de la burocracia reformista ayudaron a que la contrarrevolución lograse forzar la convocatoria del referéndum. Tras los golpes decisivos que habían infligido a la economía durante 2002 y 2003, y la virulenta campaña anticomunista desarrollada entre la clase media desde 1999, los contrarrevolucionarios esperaban poder imponerse en el terreno electoral.

Ciertamente, la contrarrevolución logró movilizar en el referéndum al grueso de su base social. Aquellos sectores de la pequeña burguesía que tomaron las calles durante el 2002 y las abandonaron desencantados tras la derrota del paro patronal (como evidenció el fracaso de la guarimba organizada por la contrarrevolución en febrero-marzo de 2004) sí se expresaron masivamente en el terreno electoral en el referéndum. La contrarrevolución engrosó su apoyo electoral con respecto al año 2000 en 1.500.000 personas, de 2.554.283 en diciembre de 2000 a prácticamente cuatro millones (3.989.008) el 15 de agosto de 2004. En torno a esos cuatro millones se ha mantenido su techo electoral desde entonces, con una ligerísima tendencia a incrementarse (en el reciente referéndum llegaron a cuatro millones y medio, su pico más alto).

Pero una de las grandes lecciones del referéndum fue que esa movilización masiva no les sirvió de nada. Este es un buen ejemplo de por qué decimos que la correlación de fuerzas desde 2002 es enormemente favorable a la revolución. Cuando la dirección revolucionaria es capaz de ilusionar y movilizar a las masas obreras y populares los contrarrevolucionarios no tienen chance alguno. El factor clave que decide el referéndum de 2004 es que el chavismo pasa de los 4.258.228 que habían reelegido presidente a Chávez en diciembre de 2000 a 5.800.629 (1.600.000 votos más). Aunque buena parte de la clase media que había apoyado a Chávez en 1998 se pasa a la reacción, mucha gente de los barrios que nunca había votado, o ni siquiera estaba inscrita en el REP, se moviliza para ratificar a Chávez y dar su apoyo a la revolución. Los inscritos en el Registro Electoral pasan de 11.720.660 en diciembre de 2000 a 14.037.900 en agosto de 2004.

Un elemento decisivo para movilizar a una parte importante de esas capas que en el terreno electoral siempre se habían caracterizado por no participar fueron las medidas concretas mejorando sus condiciones de vida que tomó el Gobierno durante la segunda mitad de 2003 y la primera de 2004. Las Misiones Barrio Adentro y Robinson significaron que millones de personas que nunca habían tenido acceso a la educación y a atención médica en sus barrios por fin la tuviesen. Estas Misiones y otras que las siguieron (Ribas, Sucre, Vuelvan Caras, Mercal...) despertaron ilusión y esperanza, y movilizaron a millones de personas. La Misión Identidad también hizo que —por primera vez en su vida— centenares de miles de inmigrantes, sino millones, tuvieran derechos civiles y sociales y dejasen de ser ciudadanos de segunda.

Además de lo que implicaban las Misiones desde el punto de vista socioeconómico (muchas familias humildes recibían becas, ayudas, servicios a los que antes no tenían acceso; lo que les permitía mejorar algo su situación económica) estas iniciativas revolucionarias estimularon la movilización y participación política de las masas.

También los estratos bajos y medios de la clase media y los estratos superiores de la clase obrera vieron medidas como los controles de precios, la congelación de los precios de los alquileres o las medidas impidiendo que las hipotecas subiesen al mismo nivel que lo hacía la inflación.

El entusiasmo creado por todas estas medidas se amplió con el llamado del presidente Chávez a organizar la campaña para ganar el referéndum desde la base. La organización y movilización de las bases desde abajo (la Batalla de Santa Inés, el desarrollo de las UBES, etc.) fue determinante para la victoria. En muchos casos las bases revolucionarias pasaron por encima de los dirigentes locales y regionales, eligiendo sus propios Comandos Maisanta, revocando a miembros del comando oficial de cada zona, etc. Una vez lograda la victoria, el llamado de Chávez a no detenerse, su promesa de no frenar ni negociar con la contrarrevolución y su llamado a hacer “la revolución dentro de la revolución” electrizó al movimiento.

Ese entusiasmo preparó una nueva victoria arrolladora en las elecciones a Gobernaciones y Alcaldías de ese mismo año cuando el mapa del poder político regional y local venezolano se tiñe casi totalmente de rojo. A pesar de que el descontento con muchos dirigentes locales y regionales era ya un hecho, las masas apoyaron decididamente a Chávez esperando que una vez que la revolución —además del poder ejecutivo y legislativo— tuviese el control de las gobernaciones y alcaldías, todo cambiaría.

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Las Misiones Barrio Adentro y Robinson significaron que millones de personas que nunca habían tenido acceso a la educación y a atención médica en sus barrios, por fin la tuviesen. 


2005-2006: La dirección de la UNT desaprovecha la oportunidad de poner a la clase obrera al frente de la revolución

2005 y 2006 serán años claves para la revolución bolivariana y, en particular, para la clase obrera. De enero a abril asistimos a las primeras expropiaciones de empresas del proceso revolucionario (Inveval e Invepal) y a la declaración por parte del presidente Chávez del carácter socialista de la revolución. Poco después denuncia por primera vez al enemigo interno del burocratismo y la corrupción y llama a erradicar ambas lacras.

Este giro a la izquierda en el discurso y propuestas de Chávez genera enormes expectativas en las masas y especialmente entre los trabajadores. La entonces ministra de Trabajo, María Cristina Iglesias, en una reunión con dirigentes de la UNT, llama a los trabajadores a ocupar las fábricas cerradas y ponerlas a producir. Chávez presenta una lista con más de mil empresas abandonadas o infrautilizadas y llama al movimiento obrero a recuperarlas. El Primero de Mayo de 2005 se celebra la que probablemente ha sido la mayor marcha obrera de este proceso revolucionario bajo la bandera del control obrero y de la llamada cogestión revolucionaria (que en aquel momento para los trabajadores significa básicamente un primer paso hacia el control obrero). El propio Chávez cierra por primera vez la marcha del Primero de Mayo, define como obrerista su Gobierno y reitera el llamado a que la clase obrera juegue un papel central en una revolución, que vuelve a definir como socialista. Es el turno al bate para la clase obrera.

En ese momento los reformistas empiezan una intensa campaña para impedir que las expropiaciones se extendiesen e intentan sembrar la mayor confusión posible acerca del tipo de socialismo que debíamos construir. Sin embargo, el bloqueo de la burocracia solo pudo tener éxito a causa de que los dirigentes de las distintas corrientes de la UNT desaprovecharon una y otra vez las magníficas oportunidades de movilizar y organizar al movimiento obrero que tuvieron.

El momento más dramático de este proceso fue el II Congreso de la UNT, a fines de mayo de 2006. Más de 2.000 dirigentes sindicales de base acudían a este Congreso buscando un camino para poner a la clase obrera al frente de la revolución y llevar la misma hasta el final. Desde la CMR defendimos que solo había un modo de conseguir esto: los sectores más a la izquierda de la central —que además tenían la mayoría— debían centrar el Congreso en un punto: la propuesta de un plan de lucha que plantease organizar Asambleas, Consejos de Trabajadores y Comités en cada fábrica para acometer varias tareas que centraban en ese momento la atención de las masas.

Un objetivo clave para el movimiento era la lucha por reelegir a Chávez. La UNT debía ponerse al frente de “la batalla por los 10 millones” con un programa de clase. Al mismo tiempo, la UNT debía organizar la toma y puesta en funcionamiento bajo control de los trabajadores de todas las empresas cerradas, en crisis o que estaban siendo infrautilizadas y desarrollar Consejos de trabajadores en cada centro de trabajo con el objetivo de impulsar el control obrero, luchar contra el desabastecimiento y el saboteo económico de los capitalistas y la burocracia. La UNT debía proponer al propio Chávez y al conjunto del movimiento bolivariano este mismo plan y una propuesta programática de clase para llevar la revolución hasta el final.

Estas fueron nuestras propuestas. También explicamos que si los sectores más a la izquierda no planteaban como eje central del debate este plan de lucha sino que centraban todo el debate en la elección la dirección de la central sindical estarían dando la batalla en el terreno más favorable para los reformistas y menos comprensible para las masas. Así ocurrió: los reformistas pudieron desviar la atención de cuáles eran las tareas del movimiento obrero y tanto los sectores ultraizquierdistas como reformistas que querían escindir la UNT tuvieron más fácil su objetivo. La escisión del Congreso ha supuesto la paralización en la práctica de la UNT y ha impedido al movimiento obrero durante los dos últimos años desempeñar el papel que le corresponde en la revolución.

El papel de la clase obrera

Una de las mayores paradojas de la revolución bolivariana es que a pesar de que el presidente Chávez ha llamado en numerosas ocasiones a los dirigentes sindicales revolucionarios a ocupar las fábricas cerradas, formar milicias obreras o construir Consejos de Trabajadores, estos llamados han sido desoídos. Cuando se ha organizado la toma de empresas ha sido por grupos o asambleas de trabajadores o sindicatos de base sin orientaciones claras ni un plan de apoyo y extensión de la lucha por parte de los dirigentes de la UNT. Este fue el caso en Inveval, Fénix, Cristine Carol en 2002-2003, Invepal en 2004 o Sanitarios Maracay en 2006.

Esta ausencia de una política correcta al frente de la clase obrera está siendo una de las claves de que la revolución —a pesar de la situación tan favorable— no haya podido avanzar hacia la expropiación política y económica de la burguesía.

La expropiación de los capitalistas y la construcción de un Estado revolucionario que construya el socialismo es una tarea que, tal y como demuestra la experiencia de todas las revoluciones (la bolivariana incluida), solo puede realizar el proletariado a la cabeza de todos los oprimidos. De hecho, la experiencia tanto de los Círculos Bolivarianos en 2002 como de las UBEs en 2004 que —tras explotar como organismos embrionarios de poder popular no pudieron consolidarse y extenderse, y acabaron dispersos y desorganizados— es una confirmación más de este hecho. La burocracia reformista pudo desactivar paulatinamente las UBEs en la medida en que estaban dispersas y desorganizadas y que faltaba una organización revolucionaria de cuadros actuando en su seno que les diese un programa alternativo al de la burocracia para hacer realidad la ansiada “revolución en la revolución” que había proclamado el propio Chávez. En última instancia, la causa de estas fallas tiene una raíz objetiva: las UBEs no se habían organizado en las fábricas ni se basaban en la clase obrera. Este es un peligro que si no se corrige también amenaza el desarrollo de los Consejos Comunales como organismos revolucionarios e incluso el de los Batallones del PSUV como esqueleto de un genuino partido revolucionario.

Los sectores populares, el semiproletariado, etc., tienen un enorme potencial revolucionario y capacidad de lucha (como demostraron las jornadas del 12 y 13 de abril de 2002) pero a causa de sus condiciones de vida (marcadas precisamente por la economía informal y todo lo que la acompaña: dispersión, dificultad para luchar y organizarse colectivamente y desarrollar una conciencia colectiva) suelen trasladar esta dispersión a sus métodos. La forma de lucha esencial de estos sectores es la explosión social y sus métodos se caracterizan por la espontaneidad. Es muy difícil que estas capas por sí solas y al margen de la clase obrera puedan generar y sobre todo mantener estructuras revolucionarias estables. La clase obrera es la única que por sus condiciones de vida (agrupada colectivamente en un centro de trabajo, enfrentada de forma objetiva y evidente a su explotador: el patrón, etc.) puede generar estructuras colectivas estables capaces de sustituir a las del Estado burgués (asambleas, consejos de trabajadores...) sobre todo si tiene una dirección al frente con un plan de lucha y un programa en ese sentido.

las mismas al paralizar y dividir a la central con políticas ultraizquierdistas y oportunistas que en lugar de poner a la vanguardia obrera al frente del conjunto de las masas revolucionarias que integran el movimiento bolivariano han tendido a dividirla, separarla de las masas y paralizarla.

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La escisión del Congreso ha supuesto la paralización en la práctica de la UNT y ha impedido al movimiento obrero durante los dos últimos años desempeñar el papel que le corresponde en la revolución. 


De la victoria arrolladora de diciembre de 2006 a la derrota de diciembre de 2007

A pesar de la ausencia de una dirección revolucionaria al frente de la clase obrera que presentase al movimiento bolivariano y al propio Chávez un plan de lucha para construir el socialismo, y del descontento creciente entre las masas con la burocracia, la revolución obtuvo en las elecciones presidenciales de diciembre de 2006 el mayor apoyo de todo el proceso revolucionario.

Esto, al mismo tiempo que una nueva confirmación de lo favorable de la correlación de fuerzas para acabar con el dominio de los capitalistas y llevar la revolución hasta el final, era un mensaje. Chávez insistió durante la campaña en que el objetivo era acelerar la marcha de la revolución. Para sectores importantes de las masas —tras dos años oyendo hablar de “revolución en la revolución”, fin del capitalismo y construcción del socialismo, lucha contra el burocratismo y la corrupción— esta victoria debía significar un salto decisivo en el avance de la revolución, la solución definitiva a la gran mayoría de los problemas que crea el capitalismo.

El año 2007 empezaba con el lanzamiento del PSUV (que fue visto por las bases como un golpe a la burocracia, lo que desató un enorme entusiasmo reflejado en los 5.500.00 inscritos en dos meses) y las nacionalizaciones de CANTV, Electricidad de Caracas y la Faja del Orinoco. Sin embargo, poco a poco, la expectativa de que el 2007 iba a suponer el final de muchas de esas lacras que sufren las masas se fue viendo defraudada.

Las nacionalizaciones no representaron un cambio decisivo en la gestión o los servicios de estas empresas desde el punto de vista de las masas. Otras nacionalizaciones demandadas por el movimiento obrero como SIDOR o Sanitarios Maracay, que habrían ayudado a poner a la clase obrera en primera línea en apoyo al proceso revolucionario, fueron frenadas por la burocracia.

Los planes de construcción de viviendas, créditos y subsidios a las compras de éstas, etc., lejos de erradicar el problema del déficit habitacional se encuentran con un cuello de botella que impide satisfacer, no ya el déficit habitacional acumulado, sino incluso la demanda existente a corto plazo. La voluntad del Gobierno, y en particular de Chávez, por hacer frente a este problema es incuestionable, nunca se ha dedicado tanto dinero a ayudas a la construcción de viviendas, pero año tras año se incumplen los objetivos de casas construidas. ¿Por qué? Fundamentalmente porque los empresarios privados de la construcción y la banca privada solo buscan el máximo beneficio y sabotean directa e indirectamente estos planes sociales. Al ritmo actual de construcción de viviendas tardaremos varias décadas en solucionar el problema de la vivienda, y eso con suerte.

En el terreno del empleo, las cifras oficiales dicen que hemos vuelto al 11% de 1998 y a estar otra vez por debajo del 50% de economía informal. Pero, aparte de decisiones tan dudosas como sacar de las estadísticas de desempleo a los beneficiados por becas de las Misiones, lo cierto es que si tenemos en cuenta que el PIB y el consumo han tenido los mayores índices de crecimiento en décadas —impulsados por el incremento del ingreso petrolero y las políticas gubernamentales de redistribución de la riqueza y aumento del gasto social— la creación de empleo, especialmente en el sector privado de la economía, es más bien decepcionante. El poco empleo creado lo ha sido en obras fomentadas o financiadas por el Estado, pero generalmente a través de cooperativas o contratistas que en su mayoría pagan a los trabajadores salarios muy bajos, en condiciones precarias, etc. En el propio sector público, en lugar de incorporar masivamente a jóvenes de las contratistas o cooperativas a las plantillas de las empresas matriz (PDVSA, etc.), se mantiene la subcontratación y con ella la precariedad e inestabilidad en el empleo. El resultado es que la informalidad sigue afectando a casi la mitad de la economía y que la expectativa de cualquier trabajador: tener un empleo fijo y de calidad que permita ver con seguridad el presente y el futuro de su familia, sigue sin verse satisfecha.

El problema de fondo es que, a pesar de las cifras de crecimiento económico más altas de la historia reciente de Venezuela, los empresarios venezolanos siguen prefiriendo sacar el dinero del país y especular con él a invertirlo en la creación de empresas y puestos de trabajo. Esta enfermedad, que afecta al capitalismo en todo el mundo, en Venezuela alcanza unos niveles aún mayores a causa del carácter extremadamente parásito de la burguesía nacional y su odio a la revolución.

El sector manufacturero privado, que es el que más empleo genera, sigue sin recuperar los niveles de antes de 2002. Mientras los bancos del Estado dedican a inversiones alrededor de un 55% de su cartera, los privados dedican alrededor del 20%. El resultado es que en el último año los bancos privados incrementaron un 35% sus beneficios, aprovechando el aumento del consumo para centrarse en créditos a corto plazo y la venta de productos que les garantizan beneficios rápidos y sin complicaciones como las tarjetas de crédito y débito, etc. Mientras, los bancos públicos cargan con todo el peso de los créditos a cooperativas, compras de vivienda, ayudas a la producción, etc.

Como ya dijimos, las Misiones y otras medidas sociales fueron muy importantes en 2003 y 2004 porque supusieron un balón de oxígeno para muchas familias, especialmente si tenemos en cuenta que en 2002 y 2003 la economía se había desplomado más de un 18%. Pero tras cuatro años de crecimiento económico (que el propio Gobierno ha destacado) las naturales expectativas de mejorar que tiene cada persona —amplificadas además por el hecho de que estamos en medio de una revolución cuyo objetivo es acabar con las lacras del capitalismo, y animadas por el propio discurso revolucionario del presidente— chocan cada vez más claramente con lo que es posible lograr en una economía que sigue bajo el dominio de los capitalistas. Cosas que en el 2004 eran pasos adelante para sectores significativos de las masas hoy ya no son suficiente.

Muchos jóvenes que salen de las Misiones buscan un trabajo estable y con un salario que les permita vivir dignamente y no lo encuentran. El 66% de las cooperativas creadas durante el proceso revolucionario permanecen inactivas. Cuanto más complejo es el problema que la revolución debe afrontar más imposible resulta resolverlo sin tocar la propiedad privada de los medios de producción y con ello los intereses de los capitalistas y de la propia burocracia. La política de crear Misiones que actúen de forma paralela a las empresas privadas o al Estado burgués encuentra cada vez más obstáculos. Las Misiones Rivas y Sucre han tendido a encontrar más problemas que la Robinson y Barrio Adentro. Muchos de los módulos sanitarios que se debían construir no se han hecho porque las empresas privadas no los construyen. En Mercal, que al principio ayudó a ofrecer algunos productos básicos a buen precio, crecen las denuncias de corrupción. Ni siquiera algo tan estratégico como el comercio exterior (la importación y exportación de productos con la que se intenta paliar la escasez de algunos rubros básicos) está en manos del Estado sino de empresas privadas que hacen negocio con ellas. El resultado es que el desabastecimiento se agrava.

¿Por qué tres millones de chavistas no acudieron a votar?

Todos estos factores son determinantes para que cierta sensación de cansancio y frustración empiece a desarrollarse entre sectores de las masas. En ese contexto, la campaña de la burguesía contra la reforma pudo tener un efecto entre los sectores menos ideologizados de las masas que apoyan a Chávez y la revolución. Las masas solo pueden sacrificar su hoy a cambio de su mañana hasta cierto punto, decía Lenin. Las masas tampoco son homogéneas, se componen de sectores diferentes que sacan conclusiones distintas en momentos distintos. Junto a la vanguardia, a los más resteados y concienciados políticamente, hay sectores que si no ven resultados concretos empiezan a dudar y pueden caer antes en la apatía.

Sectores crecientes de las masas están cansados de oír hablar de socialismo y seguir sufriendo las contradicciones y lacras del capitalismo. De ver como mientras ellos siguen haciendo sacrificios hay dirigentes que, disfrazados con la boina roja, se enriquecen, se compran carros de 200 millones de bolívares y se toman whiskys con los capitalistas. El propio presidente hace poco llamó la atención sobre este problema y dijo que esta no puede ser la revolución de las hummers (lujosa camioneta made in USA muy apreciada por algunos burócratas) y los whiskys pero en esto, como en otros puntos, tampoco ha habido medidas decisivas. Ese es el punto central.

El resultado del 2-D no significa que las masas hayan dejado de apoyar a Chávez, sino que quieren medidas decisivas y una parte de ellas está empezando a cansarse de esperar. Los tres millones de abstencionistas del 2-D e incluso muchos más son perfectamente recuperables y movilizables con una condición: que la revolución pase a la ofensiva y tome de forma urgente medidas que demuestren en la práctica y no en palabras que el socialismo significa una mejora drástica en sus vidas comparado con el capitalismo.

¡Ninguna concesión a la derecha!

Las primeras medidas anunciadas por varios ministros en el sentido de flexibilizar el control de precios para algunos productos, con el objetivo de que los capitalistas importen y produzcan más y así “se empiecen a corregir los problemas de abastecimiento” van precisamente en el sentido opuesto al que necesitamos. El resultado de estas acciones, si finalmente se llevan a cabo, será que el desabastecimiento continuará pero los productos serán aun más caros que ahora.

“No hay productos porque como el Gobierno nos pone controles no podemos obtener suficientes beneficios y entonces preferimos no producir o importar comida. El Gobierno debe abandonar estas políticas intervencionistas y darnos facilidades para que invirtamos”. Esto es lo que los parásitos contrarrevolucionarios de Fedecámaras han venido planteando desde hace meses a la revolución. Ahora, aprovechando la conmoción de la derrota, los llamados empresarios bolivarianos se han sumado al coro pidiendo liberalizar los precios y varios dirigentes bolivarianos han accedido a ello.

Si el Gobierno acepta esta lógica, en lugar de denunciarla como lo que es: un chantaje y un boicot por parte de la burguesía, y basarse en la movilización de las masas para arrebatar su poder a los capitalistas, estará poniéndose una soga al cuello. Ceder a la presión de los empresarios (bolivarianos incluidos) solo pude llevar a un empeoramiento de las condiciones de vida de las masas (nuevos aumentos de precios, más escasez, ataques a los derechos laborales y sociales...) lo que significa una grave amenaza para la revolución.

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Ni siquiera algo tan estratégico como el comercio exterior está en manos del Estado sino de empresas privadas que hacen negocio con los productos básicos. 


Debemos explicar que de mantenerse mucho tiempo y ampliarse esas concesiones podrían minar gravemente el apoyo social a la revolución. Así ocurrió en Nicaragua donde la aceptación por parte de los dirigentes sandinistas de la lógica del mercado, de que para que los capitalistas invirtieran era necesario hacerles concesiones, “crear un marco adecuado”, etc., llevó a que se disparasen los precios, aumentasen los despidos y cierres de empresas y se desmantelasen poco a poco muchas medidas de las que se quejaban los capitalistas pero que habían sido favorables para las masas. El resultado fue que sus planes para desgastar la revolución se vieron facilitados, las bases revolucionarias cayeron en la desmoralización y una parte de ellas incluso acabó votando a la contrarrevolución.

No estamos hoy en esa situación ni mucho menos, y el contexto nacional e internacional en el que se desarrolla la revolución bolivariana es mucho más favorable para seguir avanzando. La contrarrevolución tendrá incomparablemente más difícil su tarea en la patria de Zamora y Bolívar que en la de Sandino, pero la condición indispensable para derrotar los planes es que los activistas y militantes revolucionarios luchemos dentro del PSUV y del movimiento revolucionario por un programa que resuelva los problemas de las masas del único modo posible: quitando el control de los puntos estratégicos de cualquier economía moderna: la banca, las principales industrias y la tierra a la burguesía.

¿Qué hacer?

La debilidad invita a la agresión. Si el Gobierno cede y flexibiliza unos pocos productos, los empresarios no dirán “¡que tolerantes!, no son tan malos como creíamos, vamos a invertir”. Intensificarán al saboteo y volverán a la carga exigiendo más concesiones. El mismo argumento acerca de que flexibilizar el control de precios pude ayudar a revitalizar la inversión privada se podría aplicar a todas las demás medidas que ha tomado el Gobierno durante los últimos años para intentar impedir el saboteo económico de la burguesía.

El hecho de que no se atrevan (por el momento) a plantear de golpe todos sus objetivos —y que tengan que ir poco a poco y midiendo cada paso que dan— demuestra que la contrarrevolución es consciente de que la correlación de fuerzas les es todavía desfavorable y que la derecha bolivariana no tiene raíces sólidas entre las bases del movimiento. Pero, para que esta correlación de fuerzas favorable se mantenga y no sea desaprovechada, es fundamental que los revolucionarios pasemos a la ofensiva. Actuar lo más rápido posible y con la mayor audacia.

Entre las bases del PSUV y del movimiento bolivariano predomina una idea absolutamente correcta y muy positiva: la de que la reforma constitucional fue saboteada por la propia burocracia y que debemos luchar para llevarla a la práctica desde abajo. Algunos sectores proponen presentar una nueva reforma recogiendo las firmas necesarias: el 15% del REP. Otros proponen combinar eso con la utilización de un instrumento como las leyes Habilitantes para llevar a la práctica, antes de proponer una nueva reforma, toda una serie de medidas que ayuden a resolver los problemas más acuciantes de las masas.

Propuestas como el Estado socialista, los Consejos de Trabajadores, la expropiación de los capitalistas y por supuesto todas las medidas sociales (reducción de jornada, etc.) son imprescindibles para que la revolución pueda seguir avanzando. Es imprescindible construir un frente único de los militantes y colectivos revolucionarios que coincidimos en estos planteamientos (Batallones del PSUV, Consejos Comunales, CTUs, sindicatos clasistas, Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora, Frente Revolucionario de Trabajadores de Empresas en Cogestión y Ocupadas —FRETECO—, etc.) para organizar asambleas en cada centro de trabajo y barrio y aprobar un programa de lucha que incluya estos puntos y otros más que respondan a las necesidades y demandas de las masas obreras y populares.

Un primer punto debe ser luchar contra el desabastecimiento. Es preciso crear comités contra el desabastecimiento, el acaparamiento y la subida de precios en cada centro de de trabajo y cada barrio en los que participen sindicatos, Consejos Comunales, organizaciones campesinas, CTUs, etc. Al mismo tiempo, en cada fábrica debemos conformar consejos de trabajadores, como ya existen en las empresas que fueron recuperadas por los trabajadores, para desarrollar el control obrero y luchar contra las marramucias y el saboteo que ejercen los patronos, tanto contra los derechos de los trabajadores como contra los del conjunto del pueblo, acaparando productos, encareciendo precios, etc.

Allí donde se reduzca la producción, se cierren fábricas o los empresarios se nieguen a procesar las cosechas, sacar la producción, etc. debemos organizar la toma de esas empresas y ponerlas a funcionar a pleno rendimiento bajo control obrero y social. Junto a ello es imprescindible impulsar y organizar milicias obreras y populares para defender la revolución de los fascistas y responder a cualquier nueva ofensiva contrarrevolucionaria.

Debemos poner en marcha este plan y al mismo tiempo presentar al presidente Chávez y al Gobierno un plan de lucha de las bases revolucionarias para completar y hacer irreversible la revolución. La primera medida de ese plan debe ser la estatización bajo control obrero de la industria agroalimentaria (empezando por el Grupo Polar y demás empresas del sector). Esta es la única alternativa viable que permite afrontar el problema del desabastecimiento desde un punto de vista revolucionario, frente a las propuestas que están presentando los reformistas y que solo suponen concesiones a la derecha.

¡Estatización ya de la banca, los monopolios privados y la tierra bajo control obrero! ¡Por una economía socialista planificada democráticamente!

A estas medidas deberían unirse otras como: expropiación de las principales industrias de construcción y de los grandes propietarios que poseen bloques enteros de edificios (los llamados terratenientes del concreto) para ofrecer viviendas a bajo precio a los jóvenes, trabajadores y los sectores populares. De este modo sería posible emprender un plan para construir 400.000 viviendas anuales y resolver en cinco o seis años el problema del déficit habitacional. Los capitalistas han demostrado en las últimas cuatro décadas que ellos ni pueden ni quieren resolver este grave problema.

También es imprescindible elevar los salarios de los trabajadores (golpeados por una inflación que prevista inicialmente en 17% podría alcanzar este año hasta un 24%). El Gobierno debe decretar una escala móvil que permita subir los salarios automáticamente lo que suba la inflación. Junto a ello es imprescindible reducir la jornada laboral para repartir el tiempo de trabajo sin reducción salarial y que haya trabajo para todos. Es preciso acabar con la subcontratación en el sector público incorporando como trabajadores con los mismos derechos, condiciones laborales y salario a todos los trabajadores que hoy laboran para empresas e instituciones del Estado por fuera de la plantilla de las mismas (cooperativas, contratistas...). Junto a ello debemos instaurar el control obrero en el sector privado, así como ocupar y exigir la expropiación de todas las empresas cerradas, infrautilizadas o que vulneren gravemente los derechos de los trabajadores y sean empleadas para sabotear la revolución.

Un punto central es la necesidad de estatizar la banca, los principales monopolios industriales y la tierra bajo control obrero. Este es el único modo de garantizar que la riqueza que genera el pueblo trabajador venezolano con su esfuerzo cada día no es dilapidada, utilizada para especular o sacada fuera del país en su exclusivo beneficio por las multinacionales imperialistas y la burguesía criolla vendepatria (como viene ocurriendo desde hace siglos) sino que sirve para planificar democráticamente la economía en función de las necesidades sociales y no de la búsqueda del máximo beneficio privado por parte de una élite de parásitos. Esto permitiría disponer de los recursos necesarios para financiar planes masivos de obras públicas y construcción de viviendas, conceder créditos a los pequeños propietarios, productores y artesanos a bajos intereses y en condiciones imposibles de ofrecer por la banca privada, que solo busca llenar sus bolsillos explotando y sangrando a los pequeños comerciantes.

¡Por una Venezuela Socialista que abra el camino hacia la Federación Socialista de los Pueblos de América Latina y el Caribe!

La mejor defensa es un buen ataque. Aplicar estas medidas, basándose al mismo tiempo en la movilización y organización desde abajo de las bases revolucionarias obreras, populares y estudiantiles, es el mejor modo de adelantarse a cualquier campaña mediática y desestabilizadora contrarrevolucionaria y demostrar, tanto a los sectores más atrasados de las masas como a la clase media, que el único modo de garantizar la propiedad de su casa, su carro, su empleo y mejorar su nivel de vida es expropiando a esa pequeña minoría de oligarcas que se niega a crear nuevas industrias y empleos tan necesarios para el país, que prefiere especular en los mercados financieros a construir casas o dar créditos para la producción o la vivienda, que hipotecan a la clase obrera y la clase media y luego nos quitan lo que es nuestro si no podemos pagar los altos intereses que nos exigen, etc.

Los capitalistas y la burocracia enquistada dentro de la revolución pondrán el grito en el cielo ante estas propuestas. Dirán que esto es comunismo, autoritarismo, que es imposible. No es casualidad, estas medidas golpean directamente sus intereses. Pero si ponemos en práctica estas medidas las masas (incluidos los sectores menos concienciados políticamente) verán, no en palabras sino en hechos, que con el socialismo no tienen nada que perder y sí mucho que ganar.

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Un punto central es la necesidad de estatizar la banca, los principales monopolios industriales y la tierra bajo control obrero. 


La riqueza que el conjunto del pueblo trabajador ha producido durante décadas debe pertenecer al pueblo, a través de su nacionalización por parte de un Estado revolucionario que, basado en la unificación local, estatal y nacional de los Consejos de Trabajadores, Comunales y Estudiantiles esté controlado por los trabajadores, campesinos y demás explotados, no por la burocracia y los capitalistas. Solo de este modo podremos construir una auténtica democracia participativa y protagónica y forjar la Venezuela democrática y socialista por la que luchamos.

Una revolución socialista triunfante en Venezuela se extendería inevitablemente al resto de América Latina. Cuba, Bolivia, Ecuador, serían imantados con su ejemplo, pero no solo ellos: las masas en la hermana Colombia, en potencias como Argentina, Brasil o México, que están soportando las condiciones económicas brutales que genera la crisis y decadencia mundial del capitalismo, verían que el socialismo no son palabras sino una realidad concreta y al alcance de la mano. La clase obrera y la juventud de los países capitalistas avanzados, que también está siendo sometida al mayor ataque contra sus condiciones de vida en décadas, también se vería inspirada por nuestro ejemplo revolucionario y encontraría en una Venezuela socialista un punto de referencia para la lucha contra el capitalismo.

La revolución bolivariana ha entrado en su cuenta atrás. Ante nosotros solo hay dos caminos: o expropiar a los capitalistas, convertirnos en la primera revolución socialista victoriosa del siglo XXI y abrir la puerta a la revolución socialista mundial, o ceder a la presión de los capitalistas, lo que inevitablemente significa (y más pronto que tarde) —como dijo el Che— hacer una caricatura de revolución, defraudar a las masas y ser derrotados.

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Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 17. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista. 

 

 

 

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