Introducción
Después de la revolución rusa de 1917, la revolución china de 1949 fue el acontecimiento más importante del siglo XX. Llevó a la expropiación de los terratenientes y a la abolición del capitalismo, acabando con el dominio imperialista en una extensa zona del globo.
Sin embargo, mientras la Revolución rusa culminó en la formación de un Estado obrero relativamente sano, establecido por la clase obrera bajo la dirección del Partido Bolchevique —un partido revolucionario con una perspectiva internacionalista—, la Revolución china de 1949 dio lugar a un Estado obrero deformado, siguiendo el modelo estalinista.
Las condiciones más elementales de la democracia obrera estaban ausentes en China desde el principio. No hubo sóviets, ni control obrero, ni verdaderos sindicatos independientes del Estado, ni una auténtica dirección marxista. Este fue el producto peculiar de una revolución llevada a cabo bajo la dirección de los estalinistas al frente de un ejército campesino que en ningún caso se basó en la clase obrera de las ciudades.
Históricamente el ejército campesino ha sido el instrumento clásico del dominio bonapartista. Mao, basándose en este ejército campesino, maniobró entre las clases de una manera bonapartista, utilizando el Ejército Rojo como un ariete, primero contra los terratenientes y más tarde contra los capitalistas.
La victoria de la revolución china fue posible debido a una serie de condiciones objetivas peculiares. En primer lugar, por la incapacidad del imperialismo estadounidense para frenar el avance del ejército campesino. En segundo, porque el capitalismo chino fue incapaz de hacer progresar la sociedad como demostró el régimen burgués totalmente degenerado de Chiang Kai Shek. Por último, otro factor importante en la ecuación fue la existencia de un poderoso Estado obrero deformado estalinista en Rusia, al otro lado de las fronteras chinas.
Mao Tse-Tung y los estalinistas formaron en China un Estado a imagen de la Rusia estalinista —una caricatura burocrática monstruosa de un Estado obrero—, de tal manera que la revolución china de 1949 comenzó donde acabó la revolución rusa.
Tenemos que recordar que la revolución abolió el capitalismo en China a pesar de las perspectivas de la dirección del Partido Comunista Chino. La previsión original de Mao era que China debería atravesar por una larga etapa de desarrollo capitalista. Su programa y perspectiva se fundamentaban en la teoría estalinista de las dos etapas, que partía de que en un país atrasado y subdesarrollado como China no era posible una revolución. Por tanto, la primera etapa de la revolución debería ser “democrática”, es decir, burguesa y solo después de que se hubiera desarrollado el capitalismo sería posible la lucha por el socialismo. Esta teoría fue refutada por los propios hechos una vez que los comunistas chinos llegaron al poder.
En las etapas iniciales Mao formó un “Frente Popular” con una serie de partidos burgueses. Esto hizo que algunos pensaran que Mao “traicionaría” la revolución, como había hecho el Partido Comunista en España y otros países donde el Frente Popular fue utilizado para frenar el movimiento de la clase obrera. Sin embargo, en 1949 existía una diferencia fundamental en China. El poder estatal estaba en manos de Mao, los “cuerpos de hombres armados” no estaban controlados por la burguesía. La burguesía huyó junto con Chiang Kai Shek a Taiwán. No había una burguesía efectiva con la que formar una alianza real.
En estas condiciones, el Frente Popular se convirtió en un instrumento con el que frenar a los trabajadores en las ciudades, para que no fuesen más allá de los límites impuestos por el régimen estalinista. Pero como no existía ninguna “burguesía progresista” con la que se pudiera construir una China capitalista “democrática” para dirigir eficazmente la economía y el país, y como el verdadero poder estatal estaba en manos del Ejército Rojo, los estalinistas chinos tuvieron que hacerse cargo de los altos puestos de dirección de la economía. Este desarrollo singular fue, en cierto sentido, una confirmación distorsionada de la teoría de la revolución permanente.
A pesar de que la revolución china no adoptó la forma de una revolución proletaria, los marxistas revolucionarios apoyamos firmemente la supresión de las relaciones de producción capitalistas y las reminiscencias feudales, evidentes todavía en el campo, que sirvieron para establecer las bases para un desarrollo de la economía que de otra manera habría sido imposible. No obstante, los marxistas explicamos que aunque el Partido Comunista y la burocracia estatal serían capaces de jugar un papel relativamente progresista en el desarrollo de China, las deformaciones burocráticas existentes desde el comienzo requerirían que las masas llevasen a cabo una segunda revolución política para avanzar hacia el verdadero socialismo, hacia el auténtico poder obrero.
El crecimiento de la economía china tras la revolución de 1949 fue espectacular. Basta con comparar el desarrollo económico de China e India en el período de 1949-1979. Los dos países comenzaron más o menos al mismo nivel, pero el crecimiento en China fue mucho mayor durante todo este período. Esto solo se puede explicar por el hecho de que China tenía una economía centralizada y planificada, donde los medios de producción y el monopolio del comercio exterior estaban bajo control del Estado. Aunque bajo un régimen de genuina democracia obrera se podría haber conseguido mucho más, la economía planificada bajo Mao supuso un enorme paso adelante y permitió un crecimiento sobre el que descansa la China moderna actual.
Todos estos logros no pueden ocultar, si queremos entender los acontecimientos posteriores, las enormes deficiencias del régimen burocrático. Los dirigentes del PCCh tenían, como sus homólogos rusos, una estrecha perspectiva nacionalista, característica de todos los regímenes estalinistas. Si China y Rusia hubieran sido auténticos Estados obreros, habrían formado conjuntamente una federación socialista con los países de Europa del Este para desarrollar un plan de producción en común, utilizando de una manera racional y combinada los recursos materiales y humanos de todos estos países. En su lugar —como habían pronosticado los marxistas— la perspectiva nacional de las burocracias china y rusa llevó finalmente a un enfrentamiento entre ellas, incluso en el terreno militar1.
La escisión chino-soviética de 1960 fue un acontecimiento que produjo un tremendo impacto en las filas del movimiento obrero. La burocracia soviética había intentado situar a China dentro de su “esfera de influencia”, pero esta estrategia no podía ser tolerada por la burocracia china, cuyo poder era demasiado grande como para aceptar fácilmente el papel de dócil vasallo. Además, Mao no había triunfado gracias avance del ejército ruso (como ocurrió en la mayoría de los países de Europa del Este tras la Segunda Guerra Mundial) y tenía su propia base independiente similar a la de Tito. Los marxistas afirmaron, en el momento de producirse la llegada de Mao al poder, que Stalin tendría que enfrentarse a otro Tito. Cuando estalló el conflicto, los estalinistas rusos retiraron toda su ayuda, expertos, etc., asestando en aquel momento un duro golpe al desarrollo de la economía china.
Contestando a los que pensaron que en aquella fractura la dirección del PCCh jugaba un papel progresista, los hechos demostraron que la burocracia china no pretendía una vuelta a los principios del internacionalismo proletario y la revolución mundial, sino una profundización de sus rasgos más reaccionarios: se embarcaron en el camino de la autarquía, aislando a China del resto de la economía mundial y de la división internacional del trabajo, al tiempo que competían con la burocracia de la URSS en el mundo, lo que les llevo a dar su apoyo a toda una serie de regimenes antiobreros y contrarrevolucionarios.
Mao intentó enmascarar sus maniobras con denuncias sobre el “revisionismo” de la burocracia soviética, buscando una justificación ideológica y teórica para su ruptura con la Unión Soviética. Pero en esencia, la burocracia china no era diferente a su homóloga soviética. Intentaba construir su propia versión del “socialismo en un solo país”, algo que es imposible conseguir incluso en un país con dimensiones continentales.
De este modo, una China atrasada y aislada tuvo que desarrollar los medios de producción partiendo de un nivel muy bajo, sin la ayuda de la técnica más avanzada de la URSS. Esto significó que el desarrollo económico de China se logró con un coste enorme, tanto en términos de recursos humanos como materiales. Aún así, China dejó de ser un país colonial atrasado —en realidad un territorio para el saqueo y el pillaje de las potencias imperialistas— para transformarse en una fuerza poderosa.
A pesar de sus deficiencias, la burocracia china consiguió lo que la decadente burguesía china no había conseguido hacer ni de lejos, crear una verdadera unidad nacional y un Estado moderno por primera vez en la historia del país. La revolución agraria, que se impuso de un manotazo, y la nacionalización de los medios de producción establecieron las bases para el desarrollo a una escala sin precedentes.
Entre 1949 y 1957 la tasa de crecimiento medio anual de la economía china fue del 11%. En el período de 1957 a 1970 la producción industrial continuó creciendo un 9%, mucho más que en el mundo capitalista (en el mismo período la tasa de crecimiento de la India fue menos de la mitad que la china). En 1952 China todavía producía 1.000 tractores al año, una señal de que la agricultura todavía era muy primitiva. En 1976 China fabricaba 190.000 tractores al año.
Todo esto se consiguió a pesar del trastorno provocado por aventuras como el Gran Salto Adelante de 1958 y la Revolución Cultural de 1966. El Gran Salto Adelante fue responsable de una caída severa de la producción agrícola, desatando una hambruna que costó la vida a 15 millones de chinos. Entre 1967 y 1968 hubo una caída del 15% de la producción industrial, que incidió muy negativamente en los niveles de vida de las masas. Después de estos dos importantes contratiempos en el desarrollo económico, la economía se recuperó gracias al plan estatal.
Incluso en 1974, cuando el resto del mundo estaba en recesión —la primera recesión simultánea desde la Segunda Guerra Mundial—, China creció un 10%. Estos datos eran comparables a los de la URSS en los años treinta, revelando las ventajas de una economía planificada y nacionalizada.
La revolución de 1949 y sus consecuencias posteriores, cambiaron la sociedad china e introdujeron al país en el siglo XX. Antes de 1949 la tasa de analfabetismo en China era del 80%. En 1975, el 93% de los niños asistían a la escuela, al tiempo que se produjo un tremendo avance en sanidad, vivienda, etc. La pobreza terrible que existía antes de la revolución fue erradicada, con una mejora general de los niveles de vida. La esperanza de vida en 1945 era de 40 años, en 1970 había alcanzado los 70, muy similar a la de la mayoría de los países capitalistas desarrollados. La situación de la mujer también mejoró sustancialmente.
Trotsky sobre la burocracia
A pesar de los enormes éxitos, la burocracia no era una capa social históricamente necesaria en el desarrollo de la economía china. La planificación no necesitaba de la burocracia para funcionar. Todo lo contrario, el plan funcionaba a pesar de la burocracia. En la recopilación de artículos y cartas de Trotsky publicada en su obra En defensa del marxismo, hay un texto escrito en octubre de 1939 en que señala lo siguiente: “Si la canalla bonapartista es una clase, esto significa que no es un aborto sino una criatura viable de la historia. Si su parasitismo merodeador es ‘explotación’ en el sentido científico del término, esto quiere decir que la burocracia posee un futuro histórico como clase dirigente indispensable de un sistema de economía dado”2.
Trotsky insistió en que la burocracia rusa no tenía futuro histórico: surgió de la degeneración de la Unión Soviética en unas condiciones de extremo atraso y aislamiento. Así mismo, el régimen chino se modeló de una manera similar a la Rusia estalinista y la burocracia china jugó el mismo papel que su hermana soviética.
La existencia de esta burocracia significaba que, a pesar de toda la retórica, los privilegios sociales y las desigualdades dentro de la sociedad china se mantenían. En 1976, por ejemplo, el salario de un trabajador industrial trabajando 48 horas semanales era de 12 dólares mensuales. Los profesionales ganaban 120 dólares o más. Existía un diferencial salarial de 10 a 1.
En la URSS, Lenin había aceptado un diferencial de 4 a 1, un “compromiso burgués” como él lo definió, como una forma de conseguir poner en movimiento la economía. Pero este diferencial en el camino de la igualdad era visto como una medida temporal por los bolcheviques, mientras llegara el triunfo de la revolución mundial. Los bolcheviques tenían un programa internacionalista y eran absolutamente conscientes de que la única solución real estribaba en la revolución mundial. Su perspectiva era que una vez el proletariado de los países más desarrollados hubiera derrocado al capitalismo, sería posible un desarrollo armonioso de la economía, porque la técnica más moderna de estos países estaría disponible para la Rusia atrasada. Desgraciadamente, la revolución fue derrotada en un país tras otro y Rusia permaneció incluso más aislada, lo que dio carta de naturaleza al proceso de degeneración burocrática.
La burocracia china no consideró jamás estos diferenciales de la misma forma que los bolcheviques. Los diferenciales salariales después de la revolución china no eran vistos como un compromiso “burgués” temporal impuesto por el aislamiento de la revolución y la naturaleza subdesarrollada de la economía, sino como la consolidación de la riqueza y privilegios de la burocracia. Los burócratas vivían bien por encima de las condiciones de los trabajadores comunes. Al igual que la URSS, en esta actitud estaba implícita la posible restauración del capitalismo en una etapa posterior.
Durante todo un periodo histórico, la economía planificada les garantizaba su poder, ingresos, privilegios y prestigio, así que no tenían ningún inconveniente en defenderla. Pero como Trotsky había señalado para la Unión Soviética, la burocracia no se contentaría simplemente con beneficiarse de los privilegios basados en su posición administrativa en la sociedad, querrían ser capaces de transmitírselos a sus hijos y para que esto fuera posible tendrían que cambiar las relaciones de propiedad. Trotsky explicaba lo siguiente en La revolución traicionada:
“Sin embargo, admitamos que ni el partido revolucionario ni el contrarrevolucionario se adueñen del poder. La burocracia continúa a la cabeza del Estado. La evolución de las relaciones sociales no cesa. Es evidente que no puede pensarse que la burocracia abdicará en favor de la igualdad socialista. Ya desde ahora se ha visto obligada, a pesar de los inconvenientes que esto presenta, a restablecer los grados y las condecoraciones; en el futuro, será inevitable que busque apoyo en las relaciones de propiedad. Probablemente se objetará que poco importan al funcionario elevado las formas de propiedad de las que obtiene sus ingresos. Esto es ignorar la inestabilidad de los derechos de la burocracia y el problema de su descendencia. El reciente culto a la familia soviética no ha caído del cielo. Los privilegios, que no se pueden legar a los hijos pierden la mitad de su valor; y el derecho de testar es inseparable del derecho de la propiedad. No basta ser director de trust, hay que ser accionista. La victoria de la burocracia en ese sector decisivo crearía una nueva clase poseedora”.
Y continúa:
“Calificar de transitorio o de intermediario al régimen soviético, es descartar las categorías sociales acabadas como el capitalismo (incluyendo al ‘capitalismo de Estado’), y el socialismo. Pero esta definición es en sí misma insuficiente y susceptible de sugerir la idea falsa de que la única transición posible del régimen soviético conduce al socialismo. Sin embargo, un retroceso hacia el capitalismo sigue siendo perfectamente posible. Una definición más completa sería, necesariamente, más larga y más pesada.
“La URSS es una sociedad intermedia entre el capitalismo y el socialismo, en la que: a) Las fuerzas productivas son aún insuficientes para dar a la propiedad del Estado un carácter socialista; b) La tendencia a la acumulación primitiva, nacida de la sociedad, se manifiesta a través de todos los poros de la economía planificada; c) Las normas del reparto, de naturaleza burguesa, están en la base de la diferenciación social; d) El desarrollo económico, al mismo tiempo que mejora lentamente la condición de los trabajadores, contribuye a formar rápidamente una capa de privilegiados; e) La burocracia, al explotar los antagonismos sociales, se ha convertido en una casta incontrolada, extraña al socialismo; f) La revolución social, traicionada por el partido gobernante, vive aún en las relaciones de propiedad y en la conciencia de los trabajadores; g) La evolución de las contradicciones acumuladas puede conducir al socialismo o lanzar a la sociedad hacia el capitalismo; h) La contrarrevolución en marcha hacia el capitalismo tendrá que romper la resistencia de los obreros; i) Los obreros, al marchar hacia el socialismo, tendrán que derrocar a la burocracia. El problema será resuelto definitivamente por la lucha de dos fuerzas vivas en el terreno nacional y el internacional.
“Naturalmente que los doctrinarios no quedarán satisfechos con una definición tan hipotética. Quisieran fórmulas categóricas; sí y sí, no y no. Los fenómenos sociológicos serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos precisos. Pero nada es más peligroso que eliminar, para alcanzar la precisión lógica, los elementos que desde ahora contrarían nuestros esquemas y que mañana pueden refutarlos. En nuestro análisis tememos, ante todo, violentar el dinamismo de una formación social sin precedentes y, que no tiene analogía. El fin científico y político que perseguimos no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino observar todas las fases del fenómeno y desprender de ellas las tendencias progresistas y, las reaccionarias, revelar su interacción, prever las diversas variantes del desarrollo ulterior y encontrar en esta previsión un punto de apoyo para actuar”3.
Como podemos ver, en las perspectivas de Trotsky el regreso al capitalismo en la URSS era una posibilidad concreta. Señaló que la economía nacionalizada y planificada no estaba a salvo en manos de la burocracia y esto implicaba, obviamente, la amenaza de la restauración capitalista en algún momento.
Un Estado obrero deformado burocráticamente por definición es una formación transicional entre el capitalismo y el socialismo que, o bien puede ser derrocado por la revolución política de los trabajadores para así instaurar un régimen de auténtica democracia obrera, o dar marcha atrás hacia el capitalismo. Históricamente, el Estado obrero deformado en la URSS empezó a existir sobre la base de la degeneración de la revolución rusa. Se trataba de una fase innecesaria en el desarrollo de las fuerzas productivas, no era una fase inevitable o una forma social necesaria. Si la revolución rusa se hubiera extendido a los países desarrollados en los años veinte el estalinismo nunca habría existido.
A pesar de sus limitaciones, sin embargo, estos regímenes desarrollaron los medios de producción a un nivel inaudito. En ese sentido tenían un contenido progresista que nacía de la propiedad estatal de los medios de producción y la economía planificada. Trotsky analizó este fenómeno novedoso en La revolución traicionada e hizo un pronóstico: en la medida que el régimen pudiera hacer avanzar la economía de un país atrasado como era la URSS de finales de los años veinte, podría alcanzar algún éxito. Pero cuanto más sofisticada se hiciera la economía, la burocracia se convertiría progresivamente en un freno para su desarrollo.
Cuando la economía creció, la burocracia comenzó a consumir una proporción cada vez mayor de riqueza. Con ello llegó el despilfarro, la corrupción y el saqueo a gran escala de la riqueza producida por la clase obrera y los campesinos. Más importante aún, cuando la economía avanzó y se hizo más compleja, más evidente era que el sistema de gestión burocrático de este régimen no podría conseguir dirigir cada detalle de la vida económica. La burocracia dejó de ser un freno relativo al desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en un obstáculo absoluto.
Trotsky también insistió en otra cuestión fundamental: la productividad del trabajo. Como veremos este aspecto se convertiría en un elemento clave para comprender cómo y por qué los regímenes estalinistas colapsaron en Europa del Este y la Unión Soviética. Trotsky en el primer capítulo de La revolución traicionada indicaba lo siguiente:
“Los coeficientes dinámicos de la industria soviética no tienen precedentes. Pero no bastarán para resolver el problema ni hoy ni mañana. La URSS sube partiendo de un nivel espantosamente bajo, mientras que los países capitalistas, por el contrario, descienden desde un nivel muy elevado. La relación de fuerzas actuales no está determinada por la dinámica del crecimiento, sino por la oposición de la potencia total de los dos adversarios, tal como se expresa con las reservas materiales, la técnica, la cultura, y ante todo con el rendimiento del trabajo humano. Tan pronto como abordamos el problema desde este ángulo estático, la situación cambia con gran desventaja para la URSS”.
“(…) Pero en sí misma, la pregunta ¿quién triunfará?, no solamente en el sentido militar de la palabra, sino ante todo, en el sentido económico, se le plantea a la URSS a escala mundial. La intervención armada es peligrosa. La introducción de mercancías a bajo precio, viniendo tras los ejércitos capitalistas, sería infinitamente más peligrosa”4.
Los análisis de Trotsky partían de toda la experiencia precedente. En agosto de 1925 escribió un análisis esclarecedor sobre los problemas a los que se enfrentaba el joven Estado soviético Con el título de ¿Adónde va Rusia? (más tarde conocido como ¿Hacia el capitalismo o hacia el socialismo?), Trotsky planteó la cuestión de modo terminante: “¿Qué significa el ritmo de nuestro desarrollo desde el punto de vista de la economía mundial? Precisamente gracias a nuestros éxitos hemos entrado en el mercado mundial, es decir en el sistema mundial de división del trabajo. Y con ello nos encontramos siempre en el cerco capitalista. En estas condiciones, el ritmo de nuestro desarrollo económico determinará la fuerza de nuestra resistencia respecto a la presión económica del capitalismo mundial y a la presión militar y política del imperialismo mundial”5.
Haciendo un gran énfasis en la cuestión de la tasa de crecimiento de la economía soviética en 1925, Trotsky insistía: “¡Es precisamente la velocidad de marcha lo decisivo! (…) Es evidente que nuestro ingreso en el mercado mundial supone que no solo aumentan nuestras buenas perspectivas sino también los peligros. La razón profunda de este fenómeno es siempre la misma: la forma atomizada de nuestra agricultura, nuestra inferioridad técnica y la enorme superioridad de producción actual del capitalismo mundial respecto a nosotros”.
“La superioridad económica fundamental de los Estados burgueses consiste en que el capitalismo produce, todavía, mercancías más baratas y al mismo tiempo mejores que el socialismo. En otras palabras: la productividad del trabajo se encuentra, todavía, a un nivel mucho más elevado en los países que viven según la ley de la inercia de la vieja cultura capitalista que en el país que no hace más que comenzar a aplicar los métodos socialistas en condiciones de barbarie heredadas.
“Nosotros conocemos la ley fundamental de la historia: la victoria pertenece en última instancia al sistema que asegure a la sociedad humana un nivel económico más elevado.
“La disputa histórica será decidida —aunque no sea de un solo golpe— por el coeficiente de comparación de la productividad del trabajo”6.
Trotsky resalta el aspecto crucial que explica lo ocurrido décadas después en los antiguos países estalinistas. Aunque la economía planificada permitió a la Unión Soviética hacer un enorme progreso en el desarrollo de los medios de producción, aún iba por detrás de los países capitalistas desarrollados. En la medida que la burocracia desarrollaba las fuerzas productivas el régimen estalinista tenía garantizada una relativa estabilidad. En realidad, en los años treinta no solo se desarrollaron las fuerzas productivas, sino que se desarrollaron a un ritmo más rápido que en el mundo capitalista. Esto explica la resistencia del régimen estalinista en aquel período y también por qué las tendencias procapitalistas dentro de la burocracia no podían cristalizar aún como una fuerza viable.
Sin embargo, Trotsky también señaló que en determinada etapa de su desarrollo, la burocracia de ser un freno relativo se convertiría en un freno absoluto para el desarrollo de las fuerzas productivas. La tasa de crecimiento se ralentizaría y esto reabriría la posibilidad de la restauración capitalista. Exactamente lo que ocurrió en los años sesenta y setenta. El crecimiento económico en la Unión Soviética primero se desaceleró hasta alcanzar un nivel comparable con el Occidente capitalista y después se estancó.
Una vez que se llegó a ese punto, según Trotsky había dos posibilidades: o los trabajadores derrocaban a la burocracia, mientas preservaban la economía planificada bajo el control obrero y la administración democrática de la sociedad, o se produciría el regreso contrarrevolucionario al capitalismo.
La historia ha demostrado que lo último fue el destino de estos regímenes. En Rusia y Europa del Este, que habían estado en crisis desde los años setenta, asistimos al colapso del sistema cuando quedó claro que ya no podía desarrollar más la economía. En Rusia, el sistema colapsó repentinamente y pasaron varios años antes de que la economía finalmente se estabilizara y comenzara a desarrollarse una vez más sobre bases capitalistas.
La burocracia china extrae las lecciones oportunas
En China los acontecimientos se han desarrollado de una forma algo diferente. La burocracia china observó cuidadosamente lo que estaba ocurriendo en Rusia y el ala representada por Deng Xiaoping sacó lecciones de la experiencia rusa y de su propio pasado reciente. China tiene unas dimensiones continentales con una enorme población, pero incluso este inmenso país no podía desarrollarse aislado del resto de la economía mundial. El “socialismo en un solo país” ha demostrado ser un fracaso. El régimen autárquico que intentó construir la burocracia bajo el liderazgo de Mao reveló finalmente todas sus limitaciones.
El ala de Deng observó el proceso en Rusia y Europa del Este, el desarrollo de su crisis y los tumultuosos acontecimientos vividos en 1989-1991, cuando, uno tras otro, todos estos regímenes colapsaron y completaron la transición al capitalismo. Vieron cómo la todopoderosa burocracia rusa, en su momento monolítica, se derrumbaba como un castillo de naipes. En todos los antiguos países estalinistas de Europa del Este y la Unión Soviética —especialmente en la antigua Unión Soviética— la economía sufría una destrucción feroz de sus fuerzas productivas y la burocracia perdía el control del proceso. Costó algún tiempo antes de que la economía se estabilizara y comenzara a crecer de nuevo. En estos acontecimientos la burocracia china podía ver su posible futuro. Por lo tanto, sacaron la conclusión de que no podían permitir que en China ocurriera lo mismo, era necesario algún cambio político para evitar un colapso similar en su propio país.
En el mismo período los acontecimientos de Tiananmen (1989) revelaron que la burocracia china se podría enfrentar a un destino similar. Esto, junto con el colapso de la Unión Soviética, tuvo un impacto tremendo en el pensamiento de los sectores dirigentes de la burocracia. Su posición cambió, desde la utilización de los mecanismos del mercado para conseguir aumentar la productividad, mientras mantenían el principio de que el sector estatal debería ser el dominante, hasta llegar a la aceleración del proceso que finalmente llevaría a la situación actual donde el sector económico dominante es el privado.
De manera similar a lo que ha ocurrido en la Unión Soviética, según crecía la economía con Mao también lo hacía el apetito de los burócratas, y la ausencia de coordinación entre los diferentes sectores de la economía se magnificaba. Eso explica fenómenos como el Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural. Mao estaba intentando impulsar la economía con estos métodos mientras al mismo tiempo intentaba frenar los excesos de la burocracia que ponían en peligro la estabilidad del sistema.
En este sentido era similar a lo que Stalin hizo en los años treinta, atacando a elementos dentro de la burocracia, pero siempre con el objetivo de preservar la
estabilidad del régimen. Stalin incluso tuvo que ejecutar a burócratas, golpeando al ala más corrupta para salvar al conjunto de la burocracia. En la Revolución Cultural existía un elemento de esto cuando se atacó a una capa de la burocracia china. Demagógicamente Mao denunció a los “elementos capitalistas” para consolidar su propia posición, mientras al mismo tiempo limitaba las formas más extremas de corrupción que estaban minando todo el régimen.
En esencia, la Revolución Cultural no fue, como se pretendía en Occidente, un movimiento de los trabajadores y los jóvenes imponiendo su voluntad sobre los burócratas. Algunos autodenominados trotskistas como Mandel y compañía, compararon la Revolución Cultural con la Comuna de París, demostrando así su total incapacidad de entender lo que realmente estaba ocurriendo. Confundieron el movimiento desatado por un ala de la burocracia china dirigido contra otra ala de la burocracia, con la genuina insurrección de los trabajadores de París en 1871. No entendían que la Revolución Cultural siempre estuvo controlada desde arriba, por Mao, como árbitro supremo. Como ya hemos explicado, Mao con sus métodos, lejos de impulsar la economía hacia adelante, solo consiguió un mayor desbaratamiento y caos. Durante tres años hubo un colapso completo tanto de la producción agrícola como industrial, mientras muchas escuelas y universidades fueron clausuradas. El ala dirigida por Deng Xiaoping estaba horrorizada y comenzó a sacar conclusiones de esta experiencia.
Debemos entender que una economía planificada solo puede funcionar eficazmente si existe un control de la clase obrera a todos los niveles. El plan debe ser discutido en cada uno de esos niveles por los trabajadores. Por eso la democracia obrera, el control y gestión obrera, son elementos esenciales en el funcionamiento de un plan. Los trabajadores, que también son los consumidores, tienen un interés material en garantizar que el plan funcione eficazmente en todos los terrenos. El burócrata solo está interesado en cumplir su cuota, independientemente de la calidad o la coordinación con el resto de la producción, porque así obtendrá sus primas. Además, una burocracia centralizada no puede decidir todos los aspectos de la producción. Cuando todo depende de un mando central burocrático se producen terribles distorsiones e ineficacias. El plan global debe ser controlado a todos los niveles por los trabajadores. Esto explica por qué el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural fracasaron. No puedes luchar contra la burocracia con medios burocráticos. Así que estos dos episodios simplemente acabaron intensificando los trastornos provocados por la burocracia.
Lo que ocurrió en la Revolución Cultural es significativo para entender los últimos acontecimientos con Deng. La burocracia maoísta se había basado en las masas para golpear a un sector excesivamente corrompido, provocando un riesgo implícito en la situación. Permitir que las masas fueran más allá implicaba la posibilidad de perder el control por parte del conjunto de la burocracia. Una vez que frenaron los excesos de éste ala, Mao y sus seguidores reforzaron la lucha contra el movimiento que habían desatado, y en 1969 dieron marcha atrás. Así, la principal consigna: “las masas tienen razón, que el pueblo diga lo que es correcto”, se convirtió en: “lo que es correcto es lo que está en la mente del presidente Mao”.
Reforzando la lucha contra las masas, la correlación de fuerzas giró, inevitablemente, hacia el ala procapitalista. Mao tenía buenas razones para preocuparse por la actividad de los trabajadores y los campesinos, que protagonizaron distintas oleadas huelguistas y movimientos desde abajo en el período precedente, las últimas en 1966-1967 y en 1976 cuando hubo un resurgir de las organizaciones obreras para reparar los agravios sufridos en materia de salarios y condiciones de vida. Asistimos a un fenómeno bastante común en este tipo de regímenes: la tendencia de la clase obrera a ir más allá de los límites establecidos por la burocracia. Lo que estaba descartado era que la burocracia maoísta al defender el plan estatal llegara tan lejos como para entregar el poder a los trabajadores. Esto hubiera significado la pérdida de sus privilegios.
En el contexto de estancamiento económico que vivió China a mediados de los setenta, desde un punto de vista genuinamente marxista la única solución habría sido introducir una verdadera democracia obrera. Por supuesto esto sería lo último que haría la burocracia. No debemos olvidar que el ala de la burocracia que aún defendía el plan lo hacía para luchar sus propios intereses, sus propios privilegios. Trotsky explicaba este mecanismo en su obra En defensa del marxismo: “La burocracia ante todo está preocupada por su poder, su prestigio y sus ingresos. Se defiende a sí misma mucho mejor que defiende a la URSS. Se defiende a sí misma a expensas de la URSS y a costa del proletariado mundial”. Esa es la esencia de la naturaleza de la burocracia.
Un amplio sector de la dirección del PCCh respiró aliviado cuando la Revolución Cultural terminó. Su afán era regresar a la estabilidad y disfrutar de sus privilegios dentro del sistema.
Fin de la era Mao
Cuando Mao murió el ala procapitalista de la burocracia china pasó a la ofensiva y planteó la cuestión del mercado, es decir, del mercado mundial. En realidad, Deng Xiaoping y los demás tenían un propósito, puesto que era imposible separar China de la economía mundial, deberían participar en el mercado mundial. Esa era la idea original. Pero en ausencia de democracia obrera, la participación en el mercado mundial puede servir como una prueba brutal de la mala administración y la ineficacia.
En las condiciones que prevalecían en China en los años setenta, incluso un partido marxista revolucionario no habría excluido una especie de NEP, como hicieron los bolcheviques a principios de los años veinte. En la medida que las palancas principales de la economía seguían bajo el control del Estado, guiadas por el plan, estos métodos se pueden utilizar para estimular y desarrollar la economía en un Estado obrero aislado.
Lenin consideró esta alternativa cuando ofreció a los capitalistas occidentales concesiones en Siberia donde había muchas materias primas pero la economía estaba subdesarrollada. El débil y joven Estado obrero no tenía los medios para explotar las riquezas de Siberia. Lenin insistía que, en tal situación, la única forma de conseguir la inversión y la tecnología necesarias para desarrollar las fuerzas productivas sería otorgando concesiones al capital extranjero. La idea consistía en que ofreciendo la posibilidad a los capitalistas de obtener un beneficio razonable, éstos desarrollarían la región impulsando nuevos medios de producción, técnica, etc., lo que redundaría a su vez en beneficio de la revolución.
En 1918 en su libro Acerca del infantilismo “izquierdista” y del espíritu pequeñoburgués, Lenin afirma lo siguiente: “Nosotros, el partido del proletariado, no podemos sacar de ningún sitio la pericia para organizar la gran producción, como los trusts; no podemos sacarla de ningún sitio como no sea de los mejores especialistas del capitalismo”7. Al año siguiente, el 4 de febrero, presentó una resolución en el Consejo de Comisarios del Pueblo en la que decía: “El CCP... considera la concesión, en líneas generales, a los representantes del capital extranjero, por principio, permisible en interés de desarrollar las fuerzas productivas del país...” La diferencia por supuesto era que en 1918-1919 no existían dudas sobre la naturaleza de la Unión Soviética. Era un Estado obrero sano —o al menos un Estado obrero relativamente sano— donde estas concesiones serían utilizadas para fortalecer el Estado obrero y no debilitarlo.
Debemos recordar también que el retraso de la revolución mundial obligó a los bolcheviques a realizar estos compromisos, que eran aceptables en la medida que el poder estatal estaba en manos de la clase obrera y el Estado mantenía el control de los puestos de mando de la economía. El problema, sin embargo, fue que los capitalistas extranjeros, lejos de llegar a acuerdos económicos con la Rusia soviética en 1921, querían aplastarla.
Con la burocracia china la cuestión fue planteada de forma muy diferente. Los capitalistas extranjeros podían llegar a acuerdos con la burocracia, pues ésta no estaba interesada lo más mínimo en la revolución internacional, algo que quedó patente en las magníficas relaciones que se establecieron entre el aparato del PCCh y el archirreaccionario presidente de los EEUU Richard Nixon.
Después de la muerte de Mao la idea de abrir al país a la inversión extranjera cobró fuerza entre la burocracia y Deng Xiaoping la personificó. En última instancia, el grueso de la burocracia había llegado a la conclusión de que la autarquía había fracasado, que China no se podría desarrollar aislada.
Deng había sido secretario general del partido, vicepresidente del partido y jefe del Estado Supremo del Ejército, el segundo hombre de China después de Mao, pero fue destituido de la dirección durante la Revolución Cultural. A pesar del alto rango de sus cargos fue denunciado como un “monstruo”, líder de una conspiración contrarrevolucionaria que estaba siguiendo una “política capitalista”. Lo significativo fue, no obstante, que mantuvo su carné del partido. Normalmente cualquiera que cayera en desgracia ante el “gran timonel” habría sido expulsado o habría sufrido algo peor. Esto no ocurrió con Deng porque todavía conservaba un gran apoyo en el seno de la burocracia. Mirando en retrospectiva incluso podría haberse atrevido a dar una respuesta, porque la mayoría de los funcionarios del aparato del Estado —o al menos sus capas superiores— apoyaba a Deng, pero no pudo hacerlo debido a la posición dirigente de Mao. En cualquier caso, cuando lo peor de las purgas iniciadas con la revolución cultural pasó, Deng fue nombrado de nuevo, en enero de 1974, miembro del Politburó.
La importancia del apoyo de Deng dentro de la burocracia se confirmó tras la muerte de Mao. La “Banda de los cuatro”, que incluía a la viuda de Mao, jugaba con la idea de continuar la Revolución Cultural. Sin embargo, las verdaderas ideas del ala dominante de la burocracia estaban claras. La “Banda de los cuatro” fue arrestada el 6 de octubre de 1976 y jamás recuperaron sus puestos de poder. Mientras, Deng emergió como líder del partido en 1978.
Es en ese período cuando se establecen las bases de todo el desarrollo posterior. El debate dentro del Partido Comunista sobre la apertura de la economía a la inversión extranjera comenzó en 1977-1978. El ala de Deng recurrió al término “socialismo de mercado” para describir lo que estaba proponiendo. Afirmaban que la era Mao había dejado la economía en el caos, algo que no era del todo cierto porque, a pesar de los trastornos, durante aproximadamente veinticinco años la economía avanzó rápidamente.
Lo que sí es cierto es que cuando la economía se hizo más sofisticada, el sistema de mando burocrático comenzó a mostrar sus limitaciones. Como en la Unión Soviética, existía falta de coordinación entre los diferentes sectores productivos, desequilibrios en la inversión, sobreproducción de ciertos productos y baja producción de otros. La chapuza, la corrupción, el sabotaje, el despilfarro y el caos a gran escala se extendían con rapidez. La productividad en la industria estaba decayendo, mientras se fortalecía las tendencias inflacionarias, la escasez de bienes de consumo y el descontento social.
Esta situación comenzó a tener un impacto sobre las necesidades de los trabajadores y campesinos que cada vez estaban más inquietos. Este estado de cosas se podría haber superado mediante la introducción de una genuina administración y control obrero en la economía, pero para que eso ocurriera habría sido necesaria una revolución política que hubieses derrocado a la burocracia. El aparato burocrático, como la experiencia atestiguaba, no iba a renunciar a su poder tan fácilmente. La idea de Deng y la del ala de la burocracia a la que él representaba, era continuar la tarea de desarrollar las fuerzas productivas y mejorar la productividad con los estímulos de mercado, aplicando al mismo tiempo las técnicas más avanzadas. Algo que solo se podía conseguir abriendo el país a la inversión extranjera y participando en el mercado mundial.
Si el poder estatal hubiera estado en manos de los trabajadores podrían haber frenado las tendencias hacia la restauración capitalista. Pero el poder estatal estaba en manos de la burocracia y, en estas condiciones, la introducción de incentivos capitalistas suponía un peligro real de destrucción total de la economía planificada a lo largo de todo un período.
No obstante, no se debería abordar este proceso, que se ha prolongado a lo largo de treinta años, desde un punto de vista mecánico. Sería fácil, con la ventaja que da el tiempo transcurrido, afirmar que cuando Deng llegó al poder, en 1978, la burocracia tenía una estrategia clara para restaurara el capitalismo, pero tal afirmación sería un error. La burocracia se mueve empíricamente, dependiendo de sus necesidades en cada momento determinado. Incluso en la Rusia estalinista hubo períodos de mayor apertura a las fuerzas de mercado y a la descentralización, seguidos por períodos de recentralización. Estos zigzags representaban intentos de la burocracia para hacer avanzar la economía, porque era absolutamente consciente de que si no desarrollaba los medios de producción arriesgaba su propia posición privilegiada.
El giro de Deng en 1978
Fue esta consideración la que llevó al Partido Comunista Chino a finales de los años setenta a sacar la conclusión de que era necesario abrirse a la inversión extranjera. En diciembre de 1978 el Comité Central del Partido celebró un pleno histórico en el que se discutió el nuevo giro. Aunque en sus decisiones finales mantenía formalmente que la planificación centralizada seguiría siendo la forma dominante, introducía elementos de descentralización y estimulaba la creación de empresas privadas.
Finalmente la dinámica de los acontecimientos llevó a Deng a sugerir en 1979 la creación de cuatro zonas económicas especiales abiertas a la inversión extranjera: dos alrededor de Hong Kong y Macao, y otras dos en las provincias de Guangdong y Fujian, en la costa sureña. Inicialmente había bastantes restricciones a los niveles y tipos de inversión que podían hacer los capitalistas extranjeros. Esto indica lo que dijimos antes, que incluso el ala de Deng veía estas medidas como un medio de modernizar las fuerzas productivas, mientras mantenía el carácter centralizado de la planificación económica en manos del Estado.
Al principio eran muy cautos y solo hicieron concesiones limitadas y precisamente debido a las restricciones, las cuatro zonas especiales no tuvieron, de inmediato, tanto éxito como se esperaba. Estos resultados llevaron a que en 1983 se levantaran las restricciones y, por ejemplo, se permitiera funcionar a empresas de propiedad totalmente extranjera. A pesar de que no había una estrategia totalmente acabada, una vez que la burocracia se embarcó en este camino comenzó a desarrollar una lógica propia. La burocracia encontró cada vez más difícil reglamentar las fuerzas de mercado. Si querían que los capitalistas invirtieran, tenían que crear las condiciones favorables para ello.
Mientras se estaban creando estas zonas especiales, se desarrollaba al mismo tiempo un proceso semejante en la agricultura. El viejo sistema agrario colectivizado comenzó a ser desmantelado y se introdujeron las reglas de la producción privada, a través del “alquiler” de la tierra a las familias. Legalmente la tierra seguía siendo propiedad estatal —y lo es hasta el día de hoy— pero en la práctica se convertía en propiedad privada. Por ejemplo, la tierra alquilada se podía traspasar a la descendencia. Este cambio llevó a una situación en la que a finales de los años ochenta los que habían alquilado la tierra incluso vendían el alquiler o lo dejaban como una herencia.
Esta apertura a la privatización de la propiedad de la tierra llevó a una diferenciación dentro del campesinado: mientras un sector se enriquecía, otro perdía su fuente de sustento y se veía obligado a emigrar a las ciudades. Por un lado hubo un aumento de la productividad de la tierra y por el otro el empobrecimiento de capas importantes, lo que provocó una afluencia de mano de obra barata que serviría como base para el desarrollo del capitalismo en las ciudades.
Asistimos a un fenómeno similar al que tuvo lugar en Rusia después de 1861 con la disolución del Mir, la vieja comuna agrícola. Cuando las comunas desaparecieron, los campesinos comenzaron a trasladarse a las ciudades, proporcionando la mano de obra necesaria para el desarrollo del capitalismo entre 1880 y 1912. Lo que está ocurriendo hoy en China es semejante pero a una escala mucho mayor que la vista en Rusia. También se puede comparar con el proceso de los primeros días del capitalismo británico, con la expulsión brutal de los campesinos de la tierra obligados a vivir a las ciudades en unas condiciones atroces. Incluso se podría comparar con el período del Salvaje Oeste durante la expansión del capitalismo en EEUU. Lo que estamos viendo en China contiene elementos de todos estos ejemplos históricos, pero no tiene precedentes tanto en términos de envergadura como en la velocidad del proceso.
Una de las primeras medidas introducidas por el régimen chino para intentar atraer la inversión extranjera fue la creación de un “mercado laboral” adecuado. De este modo se aprobaron una serie de reformas que permitieron a los administradores de las empresas estatales seleccionadas acabar con el llamado empleo “para toda la vida”. Se introdujo la idea de que los trabajadores podían ser despedidos.
Unos años después, en 1983, el Estado dio un paso más, permitiendo que las empresas estatales pudieran contratar trabajadores durante un período de tiempo limitado. Este nuevo sistema significó que los trabajadores recién contratados no disfrutarían de los beneficios del estado del bienestar que habían logrado los obreros estatales en el pasado. En 1987 había 7,5 millones de trabajadores con contratos de este tipo en empresas estatales.
En el mismo período, la fuerza laboral del sector privado comenzó a crecer de aproximadamente un cuarto de millón en 1979 a 4,3 millones en 1984, principalmente en empresas muy pequeñas. Al principio, se impuso un límite al número de trabajadores que podían ser empleados en empresas privadas, pero en 1987 este límite se eliminó. Además se permitió desarrollar una forma encubierta de empresa privada, en forma de Town Village Enterprises (TVE), empresas que serían controladas y dependientes de los ayuntamientos, pero cuya actividad se orientaba a la obtención de beneficios, funcionando al fin y al cabo como empresas capitalistas.
A pesar de todo, durante este período el sector estatal continuó dominando y guiando todo el proceso económico. A mediados de los años ochenta el sector estatal todavía empleaba aproximadamente al 70% de la fuerza laboral urbana, pero la situación de estos trabajadores estaba cambiando: cada vez un número mayor se veía obligado a aceptar contratos de trabajo temporales.
El cierre de las empresas controladas por el Estado provocó un fenómeno anteriormente desconocido: el del desempleo. A esto hay que añadir que poco después de la introducción de las primeras “reformas de mercado”, la inflación comenzó a dispararse agudizando el malestar social. En 1981 y temiendo las consecuencias políticas de estos hechos, el régimen decidió ralentizar el proceso, un recurso que se repetiría en cada nueva crisis. Pero el resultado de este mecanismo era siempre el mismo: después de la desaceleración inicial y el reequilibrio de la situación, la burocracia decidía avanzar y acelerar el proceso. Nunca dio pasos atrás fundamentales.
En 1982 las cifras oficiales del Partido señalaban que el sector estatal era el dominante. Pero en 1984 se dieron nuevos movimientos en dirección a una mayor libertad de acción para el capital privado. Cada vez se ponía más énfasis en la producción privada y el mercado. Los precios de la mayoría de los bienes de consumo y productos agrícolas se liberalizaron. A partir de ese momento el mercado sería la fuerza que decidiría el nivel de precios.
El XII Congreso del Partido Comunista celebrado ese mismo año, aprobó la idea de transformar el país en una “economía de mercado planificada”, una absoluta contradicción expresada incluso en la terminología utilizada por el régimen. El área dominada por las zonas económicas especiales se amplió añadiendo otras catorce ciudades de la línea costera. Un año después se sumaron las regiones de los deltas del río Pearl, el río Min y el río Yangtzé. Básicamente, todo el territorio de la línea costera de China fue abierto a la inversión extranjera.
El proceso continuó acelerándose en 1986 cuando se adoptaron nuevas medidas: mayor facilidad para la inversión extranjera; impuestos más bajos; más libertad para contratar y despedir; acceso más fácil a las divisas. Como parte de este proceso se eliminaron los empleos para toda la vida; se abolió el sistema igualitario de salarios vinculándolos a la productividad y se renovó la legislación a favor de los contratos temporales, todo muy familiar para los trabajadores de Occidente.
En el XIII Congreso del Partido, en 1987, se hicieron nuevas propuestas para desarrollar una “economía orientada a la exportación”. El crecimiento de la capacidad industrial exigía la importación de maquinaria y otros bienes. Como consecuencia, a mediados de los años ochenta presenciamos un aumento profundo del déficit comercial chino, combinado con otra explosión de las presiones inflacionistas. Entre 1988 y 1989 hubo una tasa anual de inflación del 18%. El poder adquisitivo real de las familias de la clase obrera fue golpeado duramente.
La inestabilidad social que esto provocó obligó al régimen a ralentizar el proceso. Bajo presión, a finales de 1988, la burocracia puso el freno a las llamadas “reformas” y en un intento de conseguir controlar la inflación restringió la oferta monetaria, lo que provocó un nuevo fenómeno en la economía china: la recesión de 1989. Las consecuencias se dejaron sentir inmediatamente: se agudizó el malestar social seguido por una oleada de huelgas. Fue en este contexto donde estalló el movimiento de masas de la Plaza de Tiananmen en Pekín.
¿Qué representó el movimiento de Tiananmen? En 1989 estaban presentes claramente los elementos de una revolución política contra la burocracia. Aunque no es la cuestión que pretende abordar este documento, la revuelta de Tiananmen fue un auténtico levantamiento revolucionario. Decenas de miles de estudiantes salieron a las calles y ocuparon la principal plaza de China entonando La Internacional. Durante días el movimiento dejó muy claras sus intenciones: no estaban a favor del capitalismo ni eran contrarrevolucionarios. Aspiraban precisamente a terminar con los privilegios de la burocracia y su Gobierno despótico. Pero lo que comenzó como una protesta estudiantil y juvenil se extendió a los trabajadores, lo que aterrorizó al régimen y convenció al ala estalinista para ahogar al movimiento en sangre. Mediante una represión brutal, el régimen pudo asegurarse el control de la situación.
Cuando nos preguntamos en qué momento se produjo el punto de inflexión clave del proceso de restauración capitalista, es bastante arriesgado señalar uno solo, tratándose de un proceso global que comenzó hace casi treinta años. Pero se han producido acontecimientos que han contribuido a acelerar el proceso y Tiananmen fue uno de ellos.
Después de aplastar las protestas de Tiananmen el péndulo giró a la derecha. El movimiento de masas de Tiananmen despertó las esperanzas de muchos jóvenes y trabajadores, pero fueron derrotadas. Una vez que la burocracia se sintió segura de nuevo, el movimiento en dirección al capitalismo se intensificó.
Mientras tanto, tenemos que recordar lo que estaba ocurriendo en Europa del Este y la Unión Soviética. A partir de 1989 todos los antiguos regímenes estalinistas de Europa del Este colapsaron uno tras otro. La burocracia perdió el control de la situación y se inició la transición caótica hacia el capitalismo. La Unión Soviética resistió un poco más, pero finalmente sucumbió y el viejo régimen estalinista colapsó en 1991. Como ya hemos señalado, estos regímenes estaban tan corrompidos que apenas hubo resistencia por parte de la burocracia. En Rusia, donde la perspectiva de una guerra civil era real, los estalinistas de la línea dura demostraron ser tan corruptos que no presentaron ninguna resistencia seria. El sistema al que representaban había alcanzado sus límites y se derrumbó.
Estos acontecimientos tuvieron, sin duda, un fuerte impacto en los estalinistas chinos. Hasta entonces habían estado introduciendo reformas de mercado, abriendo zonas enteras de China a la inversión capitalista, pero el sector estatal aún seguía siendo el dominante, y la posición del partido era que debería seguir siendo así. Las palancas del control económico todavía se encontraban en manos de la burocracia. El proceso todavía podía ser revertido. Pero la burocracia no tenía interés en dar marcha atrás. Como ya hemos dicho, nunca dieron un paso atrás. Enfrentados a momentos de inestabilidad el proceso se ralentizó, pero nunca dieron marcha atrás.
1992: “Economía de mercado con características chinas”
El efecto combinado de las protestas de Tiananmen y el colapso del estalinismo en Europa del Este y la Unión Soviética, tuvo un impacto profundo en la burocracia china. Después de estos acontecimientos la dirección del Partido Comunista decidió acelerar el proceso de “reforma de mercado”. Comenzó a considerar la restauración capitalista como la solución a su propia crisis, pero estaba decidida a que el proceso se desarrollara bajo su firme control. En esencia, esto significaba que la burocracia estaba preparando el terreno para transformarse en una nueva clase capitalista.
El hecho de que la burocracia se moviera en esta dirección no significaba que necesariamente consiguiera completar el proceso de restauración capitalista. Una cosa es declarar una intención y otra es conseguirlo. Si se hubiera producido una crisis seria en el Occidente capitalista a una escala similar a la del crac de 1929, las cosas se podrían haber desarrollado de una manera diferente. Pero esa posibilidad no se materializó. El boom en Occidente se prolongó debido a una serie de factores que hemos tratado en otros documentos, de tal manera que nuevas contradicciones se están acumulando preparando una crisis aún mayor. Pero la burocracia china no comprende esto. No tiene una posición marxista ante estos procesos y reacciona empíricamente a los acontecimientos. El capitalismo estaba experimentando un boom a escala mundial mientras el estalinismo colapsaba y eso es todo lo podía ver.
Las conclusiones que la burocracia china sacó de todos estos acontecimientos quedaron claras en 1992. Ese año se celebró el XIV Congreso del Partido, que oficialmente sancionó el abandono de una economía dominada por el sector estatal, dando paso a una nueva y original formula: la “economía socialista de mercado con características chinas”. Ese mismo año Deng inició una nueva etapa en el “programa de reformas”, como él lo llamaba. Hizo una visita a la zona especial de Shenzen y realizó una de sus más famosas declaraciones: “En la medida que hace dinero es bueno para China”. Este fue otro importante punto de inflexión en el proceso.
Los mecanismos del mercado llevaban algún tiempo funcionando en China. Lo significativo de 1992 fue que el Partido decidió abandonar oficialmente su compromiso con el mantenimiento de las empresas de propiedad estatal como el sector económico dominante, optando de este modo por el hundimiento del sector público. Desde ese momento se impulsó con fuerza la privatización de las empresas de propiedad estatal. En torno a 2.500 empresas locales dirigidas por el Estado y 100 empresas centrales fueron seleccionadas y obligadas a llevar a cabo esta conversión, que se completó por entero en 1998.
A finales de los años noventa las empresas estatales representaban en las zonas urbanas solo un tercio del empleo, cuando en 1978 el 78% del empleo urbano se localizaba en el sector estatal.
En este mismo período, la contribución de las empresas estatales al PIB había caído hasta el 38%. En septiembre de 1999 en el IV Pleno del XV Congreso del Partido se dio otro paso en la dirección señalada. Pasaron a la posición: “dejar a un lado la política”, es decir, el Estado relajó el control de las empresas estatales de tamaño medio y pequeño. En julio de 2000, por ejemplo, el Gobierno de la ciudad de Pekín, que abarca una zona muy extensa, anunció que la propiedad estatal y colectiva en las empresas estatales pequeñas y medianas estaría desfasada en tres años. En 2001 las empresas estatales solo suponían el 15% del total del empleo manufacturero y menos del 10% del comercio interior.
China sobrevivió al crac bursátil del Sudeste Asiático, en parte porque todavía mantenía un cierto grado de control estatal sobre el comercio exterior y por la no convertibilidad de su moneda. Estos dos factores protegieron a China de los efectos de esa crisis, de la que salió fortalecida, asumiendo un papel dominante en la región. Después, en el período que abarca desde 1998 a 2001, hubo una nueva aceleración del proceso. La jerarquía del Partido Comunista estaba totalmente convencida de que las empresas privadas eran más eficaces que las empresas dirigidas por el Estado. Las únicas empresas de propiedad estatal que podían concebir eran las que existían bajo el plan burocrático, condenadas a la mala gestión que ello implicaba. No podían concebir industrias estatales eficientes bajo control obrero.
Un documento titulado China’s Ownership Transformation, publicado en 2005, proporciona algunas cifras interesantes al respecto. El texto fue escrito por Ross Garanaut, Ligang Song, Stoyan Tenev y Yang Yao, de la International Finance Corporation, Universidad Nacional Australiana, China Centre for Economic Research y de la Universidad de Pekín, respectivamente. El documento fue publicado por la International Finance Corporation, una rama del Banco Mundial, y está disponible en Internet en la siguiente dirección: www.ifc.org/ifcext/publications.nsf/attachmentsbytittle/China_content($FILE/China_content_foreword_preface_pdf
Los autores del mismo insisten en que la privatización comenzó de verdad en 1992. Haciendo referencia a los hechos de 1995 señala lo siguiente: “el Estado decidió mantener entre 500 y 1.000 empresas estatales grandes y permitir que las pequeñas empresas fueran alquiladas o vendidas”. Existía una buena razón para ello, pues en 1997 las 500 empresas estatales más grandes —la mayoría controlada por el Gobierno central—, concentraban el 37% de los activos industriales del Estado y proporcionaban grandes ingresos al Estado.
El documento, cuando hace referencia al período en que se estaba acelerando el proceso, afirma que “la tendencia reflejaba la creencia de que para la completa transformación de una empresa es necesario que la administración posea la mayoría de las acciones”. Y siguiendo la tradición china, la consigna que daba sentido al anterior razonamiento se concretó: “el sector estatal se retira y el sector privado avanza”. Inventaron la consigna para que el mensaje llegara a las masas.
Muchas de las cifras incluidas en este material muestran el perfil del proceso y revelan su aceleración. Por ejemplo, el documento explica que: “Si esta interpretación se extiende al resto del país [partiendo de una muestra referida a seis ciudades] entonces la privatización en China ha ido ya más lejos que en Europa del Este y que en los países que integraban la antigua URSS”.
Sin embargo, no se trata del recurso simple de venderlo todo. No es una cuestión de mirar los porcentajes de la propiedad estatal y la privada (aunque en última instancia este es un factor decisivo). No es simplemente cuánto está en manos del Estado, sino también cuánto de ese sector que permanece en manos del Estado aún funciona y con qué objetivo. Es por tanto necesario observar cuidadosamente la dirección global del proceso y si éste, inexorablemente, se dirige hacia el capitalismo. En 1992 el 40 por ciento de las ventas procedían del sector privado. En 1991 había 13 millones de industrias privadas con 21 millones de trabajadores, —fundamentalmente pequeñas empresas— pero era solo el principio. En los pueblos introdujeron concesiones a los campesinos ricos como el alquiler de la tierra y permitieron que pudieran vender sus productos en el mercado, provocando una mayor diferenciación entre campesinos ricos y pobres. En 1998 todavía había 238.000 empresas controladas por el Estado, pero en 2003 la cifra había caído a 150.000. Las dificultades en el camino son todavía evidentes. Por ejemplo, en el proceso de transformación capitalista todavía no se ha desarrollado una burguesía que sea capaz de dirigir las principales corporaciones chinas a la escala de algunas multinacionales estadounidenses o japonesas sin la ayuda del Estado. El Estado continuará jugando un papel clave durante algún tiempo, pero finalmente surgirá una poderosa burguesía.
La burocracia ha estado vendiendo la mayoría de las pequeñas y medianas empresas, estimulando al mismo tiempo el desarrollo de empresas privadas que nunca estuvieron en manos del Estado. En estos momentos 450 de las 500 principales multinacionales operan en China, lo que muestra un desarrollo muy rápido el sector privado frente al sector estatal. Y si miramos lo que queda del sector estatal, comprobaremos que una parte de él se está preparando para una nueva privatización. Los grandes conglomerados estatales están siendo divididos en diferentes empresas con un criterio muy claro: los sectores ineficientes se cierran y los rentables se venden.
Los directores de las empresas estatales están muy ocupados participando en el desmantelamiento de los bienes públicos. Además tienen buenos amigos y contactos en el sector privado, a los que permiten disponer de la mejor maquinaria, los mejores componentes, etc., mientras dejan que sus empresas se desmoronen y entren en declive. El sentimiento dominante entre estos directores es que “esta fábrica tarde o temprano será privatizada y yo voy a facilitarlo”. En resumen, el objetivo es reducir la empresa estatal a una situación donde valga lo menos posible para poder venderla barata. En muchas ciudades los ayuntamientos deciden la mejor manera de conseguir que una empresa en funcionamiento pueda ser vendida a un precio barato a los mismos directores y de este modo consiguen que no se desmantelen. La idea es que cuando los directores se hayan convertido en propietarios utilizarán estos bienes para desarrollar las empresas y entonces cosecharán beneficios.
A lo largo de este proceso de privatización, los trabajadores han pagado un alto precio con la pérdida de millones de puestos de trabajo. En el período de 1990 a 2000, se destruyeron 30 millones de empleos en el sector público. Apareció el llamado “cinturón oxidado” en las zonas industriales tradicionales, como en el Noreste, el corazón del viejo plan estatal de China. Durante un período de varios años todas las conquistas de la revolución de 1949 fueron poco a poco eliminadas y, aunque hubo conatos de resistencia por parte de la clase obrera, la burocracia avanzó implacablemente. La burocracia ha sometido al libre mercado la asistencia sanitaria, la vivienda y el trabajo. Incluso ahora hay que pagar por la educación.
Las Town Villages Enterprises (TVE)
Como hemos señalado anteriormente, otro elemento importante en el desarrollo del capitalismo ha sido el crecimiento de las Town Village Enterprises (TVE). Las TVE aportan ahora en torno al 30% del PIB, pero su naturaleza no siempre está clara y tienen un carácter contradictorio. Simplemente sería imposible para los burócratas privatizar estas empresas sin generar un caos político y económico. Privatizarlas de una vez habría significado que muchas empresas, y en realidad muchos sectores, habrían cerrado o quebrado. Esto habría significado el final del dominio del PCCh.
La introducción de las TVE fue simplemente una medida transicional en el camino hacia la privatización total. Permite a los directores y otros sectores parasitarios de la sociedad ganar tiempo para acumular el capital necesario para hacerse con la propiedad de estas empresas. Constituyen, en definitiva, un ejemplo perfecto de cómo las viejas empresas estatales y el sector estatal sirven a los intereses del capitalismo en China, nutriendo y apoyando a los nacientes elementos burgueses de la sociedad hasta que puedan asumir directamente la propiedad. En algunos casos, las TVE son empresas municipales; en otros, sociedades conjuntas con capitalistas privados. En cualquier caso, todas funcionan como empresas capitalistas y gradualmente están cayendo en manos de los capitalistas.
Las TVE son incluidas algunas veces en las estadísticas para demostrar que la economía es aún propiedad pública, incluso para justificar que existe todavía un importante sector de economía “socialista”. Pero una mirada más cercana revela una imagen diferente. El número de TVE pasó de 1,5 millones en 1987 a 25 millones en 1993, empleando a 123 millones de trabajadores, pero desde 1996 su número ha ido descendiendo según se iban privatizando totalmente. Incluso cuando siguen siendo empresas estatales o municipales, funcionan como empresas privadas donde la dirección tiene el derecho a contratar y despedir trabajadores.
Según Hart-Landsberg and Burkett, los estudios han demostrado que: “... como media los trabajadores de las TVE pueden ganar salarios base más bajos que el salario mínimo, y deben completar el resto a través de las horas extras y cuotas de producción. Incluso el salario base no está garantizado porque el salario mínimo es establecido por las autoridades municipales cuyos intereses materiales, tanto institucional como privadamente, están atados a la maximización del beneficio. En realidad, la competitividad y márgenes de beneficio de las TVE están en gran parte relacionadas con la oferta abundante de mano de obra rural baratísima, liberada por la disolución del sistema comunal y el empobrecimiento de familias campesinas individuales” (China and Socialism. Market Reforms and Class Struggle, p. 45).
El destino de las TVE está estrechamente vinculado a todos los procesos que se están desarrollando en la economía. Cuando el sector privado se convirtió en dominante, las TVE se adaptaron a esta situación. Como explican los autores del trabajo anteriormente citado: “ en el marco de las nuevas oportunidades para la producción privada, ha sido igualmente devastador para las TVE que muchos administradores comenzaran a transferir ilegalmente los activos o productos de las TVE a empresas privadas donde podrían conseguir mayores beneficios. Este desmantelamiento de bienes se aceleró a mediados de los años noventa, después de que el Partido se comprometiera con la privatización de las pequeñas empresas estatales (…) Enfrentados al declive de beneficios y la desindustrialización, los funcionarios de los distritos y aldeas siguieron la estela de los funcionarios estatales y comenzaron a vender las TVE a principios de 1996” (Ibíd.).
Utilizando el Estado para construir un capitalismo fuerte
La burocracia china no quiere convertirse en una presa de la dominación imperialista y no va a permitir que eso ocurra. Sabe que debe mantener un sector capitalista chino fuerte y lo está haciendo acumulando y fortaleciendo algunas de las empresas estatales. Tiene a su disposición enormes cantidades de capital y los bancos estatales son utilizados para inyectar dinero en estas empresas estatales.
Según los autores de China’s Ownership Transformation: “El Gobierno chino ha fortalecido más de veinte corporaciones y conglomerados gigantescos que han demostrado ser competitivos en el mercado internacional. Algunas de estas empresas han despedido a decenas o cientos de miles de trabajadores, no porque tengan problemas económicos, algunas de ellas son enormemente rentables, sino porque desean colocarse en posición para ser jugadores internacionales importantes. En 2002, las doce principales corporaciones transnacionales chinas, principalmente de propiedad estatal, controlaban más de 30.000 millones de dólares en activos extranjeros, tenían unos 20.000 empleados extranjeros y unas ventas en el extranjero de 33.000 millones de dólares”.
Aunque son propiedad del Estado estas corporaciones estatales chinas están siendo preparadas para competir con las estadounidenses, japonesas, etc., sobre bases capitalistas. El citado documento incluye una tabla titulada The Composition Of China’s GDP By Ownership Types, que muestra que en 1988 el sector estatal suponía el 41% del PIB, cifra que se reducía en 2003 al 34%. Lo que ellos llaman “Sector Privado Verdadero” en el mismo período de 1988 a 2003 había pasado del 31 al 44% del PIB. Pero si miramos el global del sector no estatal, en 2003 contaba con el 66% del PIB. El documento concluye haciendo la siguiente observación: “el sector privado es ahora el sector dominante de la economía china (…) la parte del sector privado es incluso mayor si tenemos en cuenta que un porcentaje significativo de las granjas colectivas en realidad están bajo control privado y que el sector privado en general es más productivo que los demás sectores de la economía”.
Un fenómeno similar se desarrolló antes en otro lugar y a una escala más pequeña. En Corea del Sur el Estado creó las grandes empresas, pero de ninguna manera se podía definir como un estado obrero deformado o ni siquiera un estado en transición. Era un capitalismo que solo podía construirse sobre la base de la inversión estatal de capital, porque la burguesía era demasiado débil como para hacerlo. En el contexto chino vemos un proceso similar a una escala mucho mayor. Aunque se está creando una burguesía mucho más fuerte en China, todavía no tiene los recursos para dirigir y desarrollar las principales empresas, muchas de las cuales todavía son propiedad estatal. Por lo tanto, es el Estado bajo control de la burocracia el que gobierna China y este Estado está construyendo el capitalismo y desarrollando la burguesía.
Si se analiza la legislación china de los últimos tres o cuatro años se observan importantes modificaciones para que el marco legal se adecue a las nuevas relaciones de propiedad. En 2004 se produjeron cambios importantes en la Constitución, insistiendo en el papel del sector no estatal en el apoyo a la actividad económica del país y la protección de la propiedad privada frente a las injerencias arbitrarias.
Hasta hace poco en China existían leyes que regulaban o impedían que las empresas privadas participaran en ámbitos como los servicios públicos o el sector financieros. En 2005 se eliminaron estas leyes, permitiendo a las empresas privadas entrar en estos sectores. En el caso fundamental de la banca, la burocracia esta comenzando a privatizar una parte importante de la misma, permitiendo al capital extranjero optar a su control.
En China las relaciones de propiedad han cambiado, pero aunque se ha hecho mucho para que la estructura legal corresponda con ellas, todavía hay remanentes del viejo sistema legal. El desarrollo de las nuevas relaciones de propiedad en realidad pueden entrar en conflicto con las viejas formas legales; que no necesariamente se adaptan inmediatamente a la base económica. Tarde o temprano, sin embargo, esta “superestructura” debe corresponder con la infraestructura, es decir, a las relaciones de producción dominantes. Carlos Marx señaló en 1859 en el prefacio de la Contribución a la crítica de la economía política: “Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o bien, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se han desenvuelto hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella” (El subrayado es nuestro).
En China no estamos tratando con una revolución social, sino con una contrarrevolución. No obstante, la idea de Marx sigue siendo válida. Una vez que cambian las relaciones de propiedad, la superestructura legal debe reflejar este hecho. Así que podemos esperar que el proceso de adecuar la “superestructura” legal a la base económica continuará rápidamente. Aunque hay alguna oposición dentro de ciertas capas de la burocracia, “tarde o temprano”, las dos deben estar en correspondencia8.
La entrada en la OMC
Otro momento decisivo clave llegó en noviembre de 2001 cuando China decidió entrar en la Organización Mundial del Comercio. La cuestión de la entrada en la OMC es importante. Al solicitar el ingreso en la OMC, China se comprometía a abandonar en cinco años todo el monopolio estatal sobre el comercio exterior y desde entonces lo están haciendo paso a paso. La razón por la que China entró en la OMC es obvia. La economía china solo puede desarrollarse estrechamente vinculada a la economía mundial. Depende mucho de las exportaciones y tiene que llegar a acuerdos comerciales internacionales. Debe participar plenamente en la economía mundial, lo que a su vez acelera el proceso de transformación capitalista dentro de China.
El abandono del monopolio estatal del comercio exterior es un factor importante en la apertura de China al capitalismo. Debemos recordar que uno de los elementos clave en el programa bolchevique, y que Trotsky defendía firmemente frente a Stalin y Bujarin, era que el Estado obrero rodeado por un mundo capitalista debe mantener el monopolio estatal del comercio exterior. Esto era especialmente decisivo en el caso de un país subdesarrollado.
Bujarin, exactamente igual que la burocracia china pero con ochenta años de diferencia, también defendió la falsa idea de que para desarrollar la economía soviética era necesario permitir que una capa del campesinado se enriqueciera, confiando que los incentivos materiales producirían un incremento de la producción. Es evidente, sin embargo, que no tenía ni idea de hacia dónde conducirían sus planteamientos. No concebía su postura como algo que llevaría a la restauración de las relaciones capitalistas. Pero de haber prevalecido su posición se habría producido un regreso al capitalismo en la Unión Soviética tan pronto como en 1928. Incluso en aquel momento las presiones del capitalismo se dejaban sentir con fuerza. Hay paralelos entre Deng y Bujarin. Incluso el lenguaje que utilizaban era similar. Deng lanzó la consigna: “hacerse rico es glorioso”, mientras que Bujarin decía a los campesinos: “¡Enriqueceos!”. En esencia, el monopolio estatal del comercio exterior era una medida protectora contra la influencia capitalista del exterior.
Si se analiza la historia del capitalismo en los países desarrollados se comprueba que, en sus primeras etapas, el proteccionismo se utilizó para proteger los mercados internos; más tarde, el libre comercio se convirtió en la consigna de las potencias ya maduras económicamente, una vez habían desarrollado industrias modernas y competitivas que no necesitaban del proteccionismo.
Hasta hace poco este también era el caso en los países subdesarrollados. Pakistán, por ejemplo, tenía muchas medidas y aranceles proteccionistas hasta hace unos veinte años. Pero en el período reciente han tenido que abrir su mercado interno. Los imperialistas están dictando la política de estos países y no pueden tolerar medidas proteccionistas, aunque al mismo tiempo guarden celosamente sus propios mercados, como es el caso del sector agrícola, etc.
La diferencia entre China y Pakistán es que la imposición de la apertura de los mercados en este último país, ha supuesto la destrucción de miles de industrias y fábricas. El nivel de la industria pakistaní era demasiado lento para resistir la competencia extranjera. Sin embargo, China no es Pakistán y el Gobierno chino debe razonar de una forma concreta: “Somos suficientemente fuertes y tenemos la productividad necesaria para hacer frente a la competencia extranjera”, lo que por otra parte provoca medidas de represalia, especialmente por parte de EEUU, donde el proteccionismo se está planteando como una medida para defender el mercado norteamericano frente a las mercancías baratas salidas de las manufacturas chinas.
¿Transición fría?
Después de todos los datos y argumentos anteriormente señalados, parece bastante claro que en China se ha producido una transición hacia el capitalismo ¿Pero cómo ocurrió? No ha habido contrarrevolución armada, ni un enfrentamiento importante entre diferentes alas de la burocracia. Para entender lo sucedido es necesario volver sobre los principios que Trotsky planteó en obras fundamentales del marxismo como La revolución traicionada, y a la experiencia de la restauración capitalista en la URSS y en los países del Este de Europa, comentada al principio de este documento. Al mismo tiempo también es importante profundizar en la propia historia de la burguesía y del capitalismo para comprender en su totalidad la dinámica de este fenómeno.
La idea de que para construir las bases del capitalismo es necesaria una revolución burguesa surge de la experiencia clásica de Francia en 1789 y de Inglaterra en 1640. La burguesía había desarrollado y acumulado su riqueza dentro de los confines del feudalismo y finalmente tuvo que sobrepasar estos límites. La clase burguesa en ascenso dirigió a la nación contra la aristocracia terrateniente y derrocó al feudalismo, creando las condiciones para el desarrollo capitalista moderno. Sin embargo, cuando el capitalismo se consolidó y maduró en unos cuantos países clave (Gran Bretaña, Francia y EEUU), estaba bastante claro que en los países menos desarrollados no se produciría una repetición calcada del proceso. Marx pudo prever esto en el caso de Alemania, cuando afirmó que la burguesía alemana se había vuelto reaccionaria incluso antes de llegar al poder.
Los mencheviques rusos no comprendían esta cuestión. Esperaban que todos los países atravesaran las mismas etapas que los países capitalistas más avanzados. Rusia era un país atrasado y subdesarrollado, con un enorme campesinado y una clase terrateniente con una posición dominante. Así, de una forma mecánica, plantearon trasladar a Rusia el esquema de desarrollo histórico que habían registrado Francia y Gran Bretaña. De ahí que para ellos la tarea de los marxistas rusos fuera apoyar a la “burguesía progresista”. No comprendían que en la época del imperialismo, la burguesía de los países subdesarrollados y dependientes no podía jugar el papel progresista que había jugado la burguesía ascendente de Gran Bretaña o Francia.
Esto también explica por qué el desarrollo del capitalismo en otros países no siempre sucede a través del mecanismo clásico de la revolución burguesa, con la burguesía encabezando a las masas. El capitalismo no se estableció de esta manera ni en Japón ni en Alemania, aunque en la actualidad son dos de los países más poderosos del mundo. En Japón en aquel momento, la burguesía era débil y decadente, así que fue la burocracia del Estado feudal, bajo la presión del capitalismo norteamericano, la que guió el movimiento hacia el capitalismo. ¿Por qué ocurrió esto? Porque los acontecimientos mundiales dominan todos los procesos. El futuro de Japón como nación influyente solo podría asegurarse si desarrollaba la producción capitalista. Por lo tanto, como la burguesía en Japón no era capaz de cumplir su papel histórico, otra clase llevó a cabo esta tarea. En Alemania fueron los junkers del viejo aparato del Estado feudal prusiano los que dirigieron un proceso similar.
Sin embargo, precisamente porque no hubo revolución, permanecieron remanentes del viejo sistema feudal. En Alemania estas contradicciones se resolvieron finalmente como resultado de la revolución proletaria abortada de 1918, que al menos completó las tareas inacabadas de la revolución burguesa. En Japón la misma tarea la llevaron a cabo las fuerzas de ocupación estadounidenses después de 1945. McArthur obligó a realizar la revolución agraria en Japón por temor a los efectos de la revolución china sobre las masas japonesas.
En estos casos no hubo “revolución burguesa” sino una forma de transición “fría” de un sistema a otro. Lenin insistía en que la historia conoce todo tipo de mutaciones y transformaciones. ¡El proceso vivo de la lucha de clases no siempre corresponde necesariamente en cada detalle con los libros de texto! No hay una regla rígida de cómo se debe realizar la transformación social. Como marxistas debemos ser conscientes de esto, de otra manera iríamos dando bandazos de un lado a otro sorprendidos por acontecimientos que no corresponden con ideas mecánicas y preconcebidas.
Trotsky previó que la burocracia se podría adaptar fácilmente a la restauración capitalista. Explicó que si se producía exitosamente la contrarrevolución burguesa en la Unión Soviética, la nueva clase dominante tendría que purgar a muchos menos elementos del Estado que en el caso de una revolución política. Esto es precisamente lo que ocurrió con la vieja burocracia soviética cuando Yeltsin llegó al poder, y la burocracia china no es diferente. Las palabras exactas de Trotsky en La revolución traicionada son las siguientes:
“Si, por el contrario, un partido burgués derribara a la casta soviética dirigente, encontraría no pocos servidores entre los burócratas actuales, los técnicos, los directores, los secretarios del partido y los dirigentes en general. Una depuración de los servicios del Estado también se impondría en este caso; pero la restauración burguesa tendría que deshacerse de menos gente que un partido revolucionario. El objetivo principal del nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios de producción. Ante todo, debería dar la posibilidad de formar granjeros fuertes a partir de granjas colectivas débiles, y transformar a los koljoses fuertes en cooperativas de producción de tipo burgués o en sociedades anónimas agrícolas. En la industria, la desnacionalización comenzaría por las empresas de la industria ligera y las de alimentación. En los primeros momentos, el plan se reduciría a compromisos entre el poder y las ‘corporaciones’, es decir, los capitanes de la industria soviética, sus propietarios potenciales, los antiguos propietarios emigrados y los capitalistas extranjeros. Aunque la burocracia soviética haya hecho mucho por la restauración burguesa, el nuevo régimen se vería obligado a llevar a cabo, en el régimen de la propiedad y el modo de gestión, una verdadera revolución y no una simple reforma”9.
Las bases sociales de la Unión Soviética eran las de un Estado obrero, con una economía de propiedad estatal planificada y centralizada, pero la burocracia había acabado con la democracia obrera en los sóviets y en el partido, de tal manera que el régimen político resultante se había conformado como una dictadura burocrática. Si en aquellas circunstancias se hubiera producido un proceso de restauración capitalista, un régimen burgués se habría apoyado en amplios sectores de estos burócratas que, sin muchas dificultades, se habrían transformado de funcionarios privilegiados del Estado obrero a sirvientes privilegiados del capitalismo. Por el contrario, una revolución política habría tenido que imponer al conjunto de la casta de funcionarios un salario obrero y eliminar sus privilegios lo que, sin duda, habría provocado un enfrentamiento mucho mayor. La situación actual en Rusia demuestra que Trotsky tenía razón.
El análisis de Trotsky sobre la URSS contiene elementos importantes que nos ayudan a comprender el proceso actual en China. Aquí también estamos tratando con una casta privilegiada, como insistía Trotsky, que en determinado momento querría convertirse en propietaria de los medios de producción como una garantía de sus privilegios.
En China existen intereses burgueses muy poderosos. La nueva burguesía está utilizando al Partido Comunista para defender sus intereses de clase. En estas condiciones ¿la burocracia podría dar marcha atrás en el proceso y con éxito? Si un ala de la burocracia decidiera deshacer el camino, implicaría inevitablemente un enfrentamiento importante con el ala procapitalista. Así que una “transición fría” que llevara a alguna forma de economía planificada burocráticamente, sería harto difícil. Pero incluso esta es una perspectiva hipotética porque no hay indicios de que exista tal ala en el seno de la burocracia.
Un elemento importante en la ecuación es la experiencia de la clase obrera y el fortalecimiento que ha experimentado en estos últimos años. Cualquier movimiento contra el capitalismo tendría que basarse en la movilización de los trabajadores chinos que no aceptarían fácilmente el regreso al estalinismo: tenderían a moverse hacia el genuino socialismo, hacia un verdadero poder obrero.
Sin duda, en este escenario un sector del partido se vería afectado. De cartas y artículos que han aparecido en la prensa china parece que todavía quedan militantes en el Partido Comunista que creen en los ideales de la revolución de 1949. Un movimiento revolucionario de la clase obrera les impactaría y entrarían en conflicto con el ala dominante procapitalista.
En los años treinta, cuando Trotsky analizaba las contradicciones en el seno de la URSS no dejó de señalar la existencia de un “ala Reiss” en la burocracia rusa, que aspiraba a regresar a los ideales de la Revolución de Octubre, al genuino bolchevismo10. En los años treinta esta ala existía. La revolución aún era un acontecimiento relativamente reciente y muchos militantes del partido del período anterior a la revolución podían ver las diferencias entre el estalinismo y el verdadero bolchevismo.
Sin embargo, el régimen estalinista en la Unión Soviética sobrevivió décadas. Stalin, a través del terror y las grandes purgas, destruyó cualquier vínculo con los ideales de Octubre. A pesar de todo, en el momento del colapso de la Unión Soviética en 1991 había un sector en el seno del PCUS, una pequeña minoría, que buscaba las ideas del auténtico leninismo.
En China la situación es algo diferente. Un “ala Reiss” como describía Trotsky está prácticamente descartada en estos momentos. La revolución de 1949 no se basaba en las ideas de Lenin. El Partido Comunista Chino se había transformado en una organización estalinista mucho antes de la llegada al poder. Por lo tanto, aquellos que venían del período anterior a 1949 tenían como punto de referencia el estalinismo.
En China jamás existió un Estado obrero sano, como en la Unión Soviética durante los primeros años de revolución. Nunca existió un período de verdadera democracia obrera o poder obrero. El Estado chino comenzó, desde que el Partido Comunista llegó al poder, como un Estado obrero deformado. En realidad, el Partido Comunista heredó el viejo aparato del Estado mandarín. Incluso en los primeros días de la Rusia soviética, Lenin no se engañaba sobre las enormes dificultades de la transición al socialismo en el marco de un país tan atrasado como Rusia. Él mismo insistió en numerosos escritos que si se rascaba la superficie del Estado obrero se podría reconocer al viejo aparato del Estado zarista. Pero al menos en los tiempos de Lenin los trabajadores, a través de sus órganos de poder —los sóviets—, podían frenar las tendencias conservadoras del estrato de funcionarios heredados del viejo régimen. Pero en China ese no fue el caso.
A pesar de todo, incluso de una manera distorsionada, deben existir elementos dentro del Partido Comunista que miran con horror la transición al capitalismo en China. Una capa de militantes está indignada al comprobar cómo los trabajadores han perdido todos sus derechos y como todos los ideales de la revolución son pisoteados. Recuerdan la China maoísta como una sociedad más “igualitaria”. Pero en el contexto actual, con el desarrollo de un proletariado tan fuerte, la vieja idea maoísta de basarse en el campesinado no significa nada para los trabajadores. Actualmente el proletariado se ha convertido en la fuerza dominante, por lo tanto, los trabajadores en las ciudades que buscan una salida mediante el “regreso a Mao”, se encontraran defendiendo el poder obrero. Este desarrollo tendría un fuerte impacto en el seno del Partido, provocando rupturas en líneas de clase.
Entre las capas superiores de la burocracia, sin embargo, no hay prueba de la existencia de un ala que quiera regresar a economía estatal centralizada y planificada. Desde el punto de vista de la burocracia, el sistema está “funcionando”. ¡Y lo está haciendo muy bien! Anteriormente citamos lo que Trotsky argumentaba respecto a las ambiciones de la burocracia soviética para testar sus privilegios a su descendencia. Hoy muchos de los hijos e hijas de los burócratas chinos se han transformado en propietarios de los medios de producción. Entre esta capa no existe ningún deseo de regresar a una economía planificada y nacionalizada. No existen bases materiales para ello. Se resistirían a cualquier intento de dar marcha atrás en el reloj y contarían con el apoyo del aparato del Estado. También merece la pena observar que muchos altos mandos del ejército se han transformado en propietarios de empresas rentables. De este modo la casta de oficiales también tiene intereses materiales en las nuevas relaciones de propiedad que se han establecido.
China: una potencia mundial
Las cifras demuestran que China se ha convertido en la cuarta potencia económica del mundo después de EEUU, Japón y Alemania y en el tercer productor mundial de bienes manufacturados después de EEUU y Japón. China se ha transformado en una fuerza importante, no solo militarmente, que ya lo era, sino también económicamente.
Inicialmente, los capitalistas extranjeros pensaban que podrían obligar a China a abrir sus mercados para inundarlos de mercancías occidentales. Sin embargo, China se ha desarrollado de manera diferente de lo que esperaban los imperialistas, convirtiéndose en una gran potencia exportadora. EEUU tiene un déficit comercial con China que ha alcanzado el récord de 205.000 millones de dólares. Los imperialistas no hacen más que quejarse en todos los foros de que China está exportando demasiado a Europa, EEUU y a todo el mundo, y buscan cualquier resquicio para imponer aranceles intentando limitar las importaciones de China. Pero para detener las mercancías chinas tendrían que poner unas tarifas arancelarias extremadamente elevadas, porque el nivel de productividad de China es muy alto y sus productos muy baratos.
Con el enorme desarrollo de sus fuerzas productivas, el cambio enorme de su economía y la consolidación de las relaciones capitalistas, es lógico que ahora China se comporte como una potencia imperialista. Está importando materias primas y exportando productos manufacturados y capital lo que tiene consecuencias en la economía mundial. Uno de los factores decisivos en el aumento del precio del petróleo es la elevada demanda de China, que se ha convertido en el segundo consumidor de petróleo del mundo y un importador neto. También importa grandes cantidades de minerales: hierro, cobre, bauxita, zinc, manganeso o estaño, además de madera y semilla de soja. Es el primer consumidor de cemento del planeta y el segundo de acero.
Sus relaciones con América Latina y el Caribe ilustran el carácter imperialista de China. En 1999, por ejemplo, China exportó mercancías a América Latina y el Caribe por valor de 5.000 millones de dólares e importó por valor de 3.000 millones de dólares. En 2004, estaba exportando a la región mercancías por valor de 18.000 millones de dólares e importando por valor de 22.000 millones de dólares. América Latina exporta a China materias primas y alimentos principalmente, mientras que China exporta a América Latina textiles, ropa, zapatos, maquinaria, televisiones y plásticos. En 2004, China invirtió 6.320 millones de dólares en América Latina y el Caribe, destinando a esta región casi la mitad de la inversión que realizó en el extranjero. Solo en petróleo venezolano está planeando invertir 350 millones de dólares. China también ha creado una “alianza estratégica” con Brasil donde ya hay fábricas de propiedad china. El 15% de las exportaciones brasileñas se dirigen a China y la cifra va en aumento. China también está compitiendo con India por los recursos petroleros en Asia.
En 2004 el comercio mundial creció un 5% y China fue responsable del 60% de este crecimiento. Siguiendo este desarrollo, China también se ha convertido en una fuerza a tener en cuenta en el conjunto de las relaciones internacionales, y están construyendo un poderoso ejército y una gran armada. La razón es que en el futuro necesitarán controlar las rutas marítimas del Pacífico y otras áreas. No es difícil prever que esta dinámica les llevará a entrar en conflicto abierto con EEUU. En estos momentos hay congresistas estadounidenses muy preocupados por el creciente nivel de la implicación de China en América Latina, que no se recatan en citar la “doctrina Monroe” que establecía el principio de que ninguna potencia que no fuera EEUU podría tener una influencia decisiva en América Latina.
Fortalecimiento de la clase obrera
Este enorme desarrollo de la economía china tiene otra cara. Con el masivo crecimiento de las fuerzas productivas se ha producido un enorme fortalecimiento de la clase obrera. Cada año 20 millones de personas se trasladan a las ciudades, que han experimentado a su vez una expansión vertiginosa. En la actualidad, el 40% de la población vive en las ciudades. Hay 166 ciudades en China con más de un millón de habitantes, y en los próximos quince años se espera que 300 millones de personas se trasladen a vivir en ellas. La industria de la construcción en China está en auge y cuenta con 38 millones de trabajadores. En más de 80 ciudades se están construyendo sistemas de transporte subterráneo. Todo esto tiene un efecto sobre la economía, con un aumento de la demanda de acero, hormigón, etc., Se trata de una proletarización de la sociedad china a una escala no vista anteriormente.
Dentro de quince años se calcula que habrá 800 millones de habitantes urbanos. Es la mayor concentración proletaria de la historia, un fenómeno sin precedentes que alumbrara la clase obrera más poderosa del mundo.
Los millones de campesinos que están trasladándose a las ciudades vivían en unas condiciones terribles en sus localidades. Las colectividades agrarias, que en el pasado proporcionaban toda una serie de beneficios, asistencia sanitaria, pensiones etc., han sido destruidas. Dos tercios de la población rural en China no tienen sistema de pensiones. Por eso buscan empleo en las ciudades.
Un fenómeno similar se produjo con los flujos migratorios desde Europa a EEUU en el siglo XIX, y en la actualidad con las migraciones masivas desde América Latina, África y Asia hacia los países capitalistas desarrollados. Estos inmigrantes están dispuestos a realizar los peores trabajadores y vivir en unas condiciones terribles, pero al menos reciben un ingreso, dinero para enviar a sus familias. Para ellos es un medio de escapar de la pobreza, aunque recogen muy poco beneficio de la riqueza que están produciendo. Esta situación lleva implícito el potencial para movimientos revolucionarios en el futuro.
El elemento progresista de todo esto es la creación de millones de “sepultureros” del capitalismo, millones de proletarios. En ese sentido los marxistas damos la bienvenida al desarrollo de la industria capitalista: a un precio terrible, está creando la clase que llevará adelante la transformación de la sociedad.
En cualquier caso, es necesario no perder de vista que el desmantelamiento de la economía planificada es un paso atrás extraordinariamente reaccionario. El desarrollo económico actual fácilmente podría ser igualado y sobrepasado, evitando los desequilibrios, la naturaleza caótica del crecimiento y la creciente polarización social, si existiera un régimen de genuina democracia obrera.
Existe una enorme polarización entre las clases, entre la ciudad y el campo, entre las zonas capitalistas y las viejas zonas que concentran la industria estatal. El 10% más rico en las ciudades posee el 45% de la riqueza, mientras el 10% más pobre solo el 1,4%. Cifras que confirman que se está creando una nueva clase burguesa adinerada, al tiempo que existen más de 200 millones de desempleados.
El desarrollo desigual también afecta a las diferentes regiones de China, con un crecimiento muy por encima de la media en el Este y las regiones costeras. Este desarrollo desigual tiene el riesgo de encender la cuestión nacional en China. Hay cien millones de personas que pertenecen a minorías nacionales (tibetanos, turkmenos, mongoles, uigures) y los enfrentamientos regulares con la policía se están recrudeciendo.
Es verdad que el desarrollo económico ha elevado los niveles de vida para algunos, pero existen otros elementos a tener en cuenta. El crecimiento económico, lejos de garantizar la estabilidad, está provocando una mayor militancia obrera y fermento social. Las pésimas condiciones de vida y de trabajo, la forma en que está distribuida la riqueza, son las causas principales de este auge de las luchas. Las masas desprecian a los burócratas que están destruyendo todas sus conquistas.
Las condiciones de la clase obrera en China son similares a las descritas por Engels para los trabajadores de Inglaterra en el siglo XIX. El 80% de todas las muertes en las minas del mundo ocurren en China, aunque paradójicamente solo produce el 30% del carbón mundial. En 1991 murieron 80.000 trabajadores en accidentes laborales. En 2003 la cifra se había disparado hasta los 440.000. Existen unas presiones increíbles sobre la clase obrera. China no es una sociedad feliz y estable mirando hacia un futuro confortable. Entre la población de 20 y 35 años de edad, la primera causa de muerte es el suicidio. Cada año hay 250.000 suicidios y otros 2,5-3,5 millones de intentos. Millones han perdido sus empleos. Hay grandes protestas, pero el proceso hacia el capitalismo continúa.
Ya hemos dicho que lo que hoy está ocurriendo en China tiene algunas similitudes asombrosas con el inicio del desarrollo del capitalismo en Rusia hace más de cien años. La disolución de las viejas comunas agrícolas, seguido por el desarrollo de la industria en la última parte del siglo XIX creó un proletariado fresco, formado por campesinos que abandonaban la tierra. La creación de este proletariado y las terribles condiciones creadas por este proceso llevaron a la revolución de 1905 y más tarde a la Revolución de Octubre. En China se están creando las condiciones para un enfrentamiento violento entre las clases, que finalmente llevará a un resultado similar, a una insurrección revolucionaria.
Ya hemos tenido huelgas muy duras. A pesar de las dificultades para obtener información, debido a la censura de la burocracia, el número de conflictos laborales de todo tipo aumentó un 12,5% en 2000 y un 14,4% en 2001, cuando alcanzó los 155.000 conflictos. En 1999 se produjeron cerca de 7.000 “acciones colectivas”, en argot oficial, que normalmente eran huelgas o huelgas de manos caídas. Desde 1999 el número de acciones colectivas ha aumentado aproximadamente un 20% al año. Aunque las cifras absolutas todavía son bastante bajas estos movimientos son una señal de lo que está por venir. Esta es una señal inequívoca de que el crecimiento económico no se traduce mecánicamente en estabilidad social. En realidad es el caso contrario.
La economía china se encuentra gobernada por las leyes del capitalismo. Se ha registrado una inversión masiva en los últimos veinte años que está basada en la perspectiva de un mercado mundial siempre en crecimiento. Pero no es posible sostener esta situación indefinidamente, por lo tanto, en determinada etapa, China también se enfrentará a una crisis. No podemos poner una fecha ni decir exactamente cuándo ocurrirá. Pero ocurrirá y cuando lo haga, será una crisis profunda y tendrá un impacto en todo el mundo.
El proletariado chino es una clase obrera nueva y fresca. Había, y todavía hay, una clase obrera considerable que trabaja en las industrias estatales. Esta capa, a pesar de la burocracia, había conseguido algunas condiciones muy favorables. Ahora las están perdiendo. La relación entre los trabajadores y las empresas para las que trabajan cada vez se parecen más a las de Occidente. La consecuencia, en un determinado momento, será una explosión de la lucha de clases.
La posición del Partido Comunista
Por el momento el Partido Comunista domina y controla la situación. ¿Pero qué está ocurriendo en el Partido Comunista? El Partido Comunista tiene entre 60 y 70 millones de militantes. Eso es apenas el 5% de la población. En el pasado el Partido era un instrumento de la burocracia estatal, pero en el período reciente se ha permitido la entrada de los capitalistas chinos. Según cifras oficiosas, el 30% de los capitalistas chinos son miembros del Partido Comunista, lo que demuestra que la nueva clase propietaria considera que sus intereses pueden ser defendidos mejor si se pertenece al partido. Los capitalistas son todavía una pequeña minoría en términos absolutos, pero es muy significativo que se les haya permitido entrar en un número tan grande.
Hace unos años, se produjo una renovación de casi la mitad de los miembros del Comité Central. Obviamente, algunos de los viejos burócratas eran considerados un obstáculo para el movimiento hacia el capitalismo y fueron apartados. De esta manera, el Partido Comunista podría ser utilizado por los capitalistas como un instrumento para defender sus intereses de clase sin demasiados sobresaltos. Dentro de las capas inferiores del partido debe haber muchos militantes que creen en el “comunismo”, al menos lo que ellos entienden como comunismo. Pero en las filas superiores, que son las que tienen en sus manos las palancas del poder, lo que les guía es el proceso hacia el capitalismo.
¿Cuál es el futuro del Partido Comunista Chino? En la medida que la economía continúe desarrollándose al ritmo actual, la dirección del Partido Comunista podría controlar la situación y mantener cierta estabilidad en la sociedad y en el partido. Pero cuando se enfrente a un contratiempo serio, una crisis económica grave, luchas de clase importantes, conflictos nacionales y sociales de todo tipo, podría existir una tendencia a romperse en pedazos, en tendencias diferentes. Debemos tener en cuenta que el Partido Comunista Chino no es un partido como tal, por lo tanto no se puede comparar con los Partidos Comunistas de Occidente. El Partido Comunista Chino es parte del aparato del Estado desde 1949, cuando alcanzó el poder.
Con todo, sobre la base de acontecimientos convulsos, su control del Estado se podría romper. En el caso de la burocracia rusa este fenómeno se dio de manera explosiva. El viejo y monolítico partido estalinista se rompió en muchos partidos representando a diferentes grupos de interés y, por supuesto, a diferentes clases. De su seno surgieron las fuerzas que se agruparon en los partidos capitalistas, pero también organizaciones que nuclean a miles de trabajadores. En cualquier caso, en China actualmente la burocracia controla la situación y el partido está siendo utilizado para desarrollar el capitalismo.
Lo único que se puede asegurar es que no será un proceso tranquilo. La nueva economía capitalista está creando nuevas contradicciones que provocarán divisiones dentro de la jerarquía del partido. En realidad estas divisiones se han manifestado en la discusión de los nuevos cambios en las leyes que rigen la propiedad. ¿Cómo interpretamos estas divisiones dentro del PCCh?
Como siempre debemos partir de todo el proceso y ver cuál es su dinámica principal y dominante. La situación ha llegado a un punto donde se han establecido las relaciones de producción y propiedad capitalistas. Existe una diferenciación entre el trabajo asalariado y el capital, existe la competencia en el mercado, el beneficio como motor de la actividad económica, etc., Todavía quedan fuertes remanentes del viejo sistema, pero éstos, o están siendo preparados para la privatización o están funcionando como empresas estatales capitalistas. Debemos tener en cuenta este sector estatal, pero tenemos que comprender que ahora el sector privado es la parte más dinámica de la economía y que el movimiento hacia el capitalismo se ha consolidado.
Dentro de la burocracia de un país tan grande es inevitable la aparición de contracorrientes, fracciones diferentes con distintas ideas e intereses. Existe un ala que está vigilando todo el proceso y está preocupada por la inestabilidad que ello pueda provocar. El primer ministro y el presidente comparten estas preocupaciones porque ven los peligros que provocan los continuos desequilibrios y la polarización social. Éste ala quiere introducir reformas sociales para suavizar los golpes que reciben las masas. Temen la amenaza de la revolución desde abajo, por eso están exigiendo alguna inversión en zonas menos desarrolladas y aumentar el gasto social. Pero, en esencia, no desafían el capitalismo y no intervendrán activamente en frenar su desarrollo y consolidación. Su preocupación estriba en que las desigualdades y la creciente tensión social, lleve en determinado momento a un movimiento revolucionario del proletariado. Por supuesto tienen razón. El problema es que el mantenimiento de la vieja estructura estalinista también habría llevado a un movimiento de las masas en una etapa determinada y al colapso final del sistema. Por lo tanto, este ala de la burocracia no empujará el proceso hacia atrás, solo intentará introducir algunas reformas sociales para intentar suavizar las contradicciones más explosivas.
La burocracia del Este de China, que está más estrechamente vinculada a la nueva clase capitalista, ve estas vacilaciones como una desviación innecesaria de recursos esenciales para el desarrollo de la industria. En lugar de ralentizar el proceso, éste ala desea acelerarlo y poner fin de una vez por todas a los restos del viejo sistema. El conflicto actual, por lo tanto, no es entre los que quieren dar “marcha atrás” y los que quieren el capitalismo. Se trata más bien de cómo asegurar la estabilidad del sistema en su conjunto. Lo irónico es que, a largo plazo, la dinámica de los acontecimientos podría romper el PCCh y provocar una inestabilidad aún mayor.
Este equilibrio temporal e inestable se puede mantener en la medida que el PIB crezca al ritmo anual actual de aproximadamente un 9%. Millones de empleos se pierden cada año en la industria estatal, pero millones más se crean en los sectores capitalistas. Así se puede absorber gran parte del flujo de trabajadores rurales a las ciudades. Aunque los empleos creados proporcionan salarios muy bajos, todavía son más elevados que los ingresos disponibles en las zonas rurales.
Como hemos señalado, el grueso de la economía china funciona sobre bases capitalistas. Solo un tercio del PIB es producido por el sector estatal. Aún queda algún trecho para privatizar lo que queda, pero el sector estatal ya no es el dominante. Seguirán reestructurando y privatizando más de lo que queda de los sectores estatales y se perderán además millones de empleos. En esta situación mantener el crecimiento es una necesidad absoluta.
Si pudiera contar con otros 10-20 años de crecimiento anual a tasas de un 7-10%, podrían conseguir un nivel de urbanización e industrialización con relativa suavidad. Pero todo dependerá de la situación del mercado mundial. El 50% del PIB chino depende de las exportaciones. Tiene unos costes laborales muy baratos y medios de producción muy modernos, es decir, niveles muy altos de productividad. Pero China sufre presiones. Los signos de desaceleración en algunos sectores de la economía mundial, especialmente en las economías de la zona euro, y las previsiones de caída para la economía estadounidense, son amenazas que se ciernen sobre China. Existen los inicios de sobreproducción a escala mundial, en parte debido al crecimiento chino. Cualquier declive significativo en los mercados mundiales afectaría drásticamente a las posibilidades de crecimiento de la economía china, como ocurrió en el pasado con el Sudeste Asiático. China se enfrentará a la perspectiva de la sobreproducción de acero, hierro, carbón y bienes de consumo, derivada de una posible crisis mundial.
Lo que está alarmando al FMI es que, más allá de la retórica acerca de la eficiencia del mercado, se da cuenta que de hecho el problema central de la economía mundial es la sobreproducción. Según los economistas del FMI, más del 75% de las industrias chinas sufren de sobrecapacidad productiva, con las consecuentes incertidumbres sobre la tasa de ganancia. Esto es inevitable, debido al frenesí de las inversiones que inundan al país, que increíblemente constituyen el 45% del PIB, un porcentaje que no tiene precedentes en la historia, ni siquiera en Japón durante el boom posbélico. China está a la cabeza de la inversión directa extranjera. En 2004 recibió 54 billones de dólares en inversión extranjera, una prueba clara de la confianza de la burguesía internacional en el mercado chino.
Mientras las exportaciones aumenten y los países occidentales se endeuden, China puede avanzar, pero a este ritmo de crecimiento de las inversiones es como si China duplicase su capacidad productiva cada 4 o 5 años, un ritmo que llevará inevitablemente a una gigantesca crisis de sobreproducción. En julio de 2005, el FMI publicó un informe general acerca de la situación china (IMF, Staff report for the 2005, 8.7.2005) que gira alrededor del problema del boom de las inversiones, que a su vez ha incrementado enormemente lo que Marx definió como la composición orgánica del capital, reduciendo la rentabilidad de las inversiones del 16 al 12%.
China también sufre la presión de EEUU para que revalúe su moneda o se enfrentará a aranceles elevados sobre sus exportaciones. En la actualidad, se está discutiendo una ley en el Congreso estadounidense que ¡impondría un arancel del 27,5% a las importaciones chinas! En 2008 China planea permitir que su moneda flote. Sin embargo China no es Haití o Nigeria, donde el FMI puede llegar y decirles lo que deben hacer. China es una potencia importante y por lo tanto surgirán grandes enfrentamientos en torno a esta cuestión.
En 2005 hubo un aumento masivo de las exportaciones chinas hacia EEUU. El Acuerdo de Multi-Fibra puso fin en enero de 2005 al acuerdo de cuotas textiles. Como resultado, en los primeros cuatro meses de ese año, las exportaciones textiles chinas aumentaron un 70%. China produce más textiles y más baratos que ningún país capitalista avanzado, y esto significa el final de esta industria en Europa.
China y EEUU
¿Cuál es la perspectiva para los próximos años? Algunos analistas han señalado que se está preparando un crac similar al de 1997, ya que la economía china es un tren desbocado. La crisis de sobreproducción está acechando y de cristalizar, se producirá un cambio fundamental en el sistema. La sobreproducción es una característica de una economía capitalista no de una planificada. Si el crecimiento económico de China se desacelera tendrá grandes consecuencias sobre EEUU y los países asiáticos. Malasia ha aumentado sus exportaciones a China de 1.000 millones a 7.000 millones de dólares en cinco años. Japón también tiene grandes intereses en China, que cuenta ya con la presencia de 16.000 empresas japonesas.
Debido a su industria altamente competitiva, China está entrando en conflicto con el imperialismo norteamericano. Sin embargo, existe una contradicción en las relaciones entre ambas potencias. Entre los mayores poseedores de bonos del Tesoro de EEUU están China y Japón, y los imperialistas necesitan que este chorro de millones de dólares provenientes de estos dos países se mantenga para financiar su elevado déficit. Por su parte las autoridades chinas tienen interés en mantener la economía estadounidense a flote porque constituye uno de los mercados fundamentales para sus manufacturas. No quieren ver una crisis en EEUU. EEUU tiene un enorme déficit comercial y una parte del mismo es con China, lo que provoca contradicciones dentro de EEUU. Las empresas norteamericanas que han invertido en China están cosechando grandes beneficios: están produciendo barato en China y vendiendo sus productos en EEUU a precios determinados por el mercado mundial. Prácticamente toda multinacional importante tiene presencia en China. ¿Cómo puede entonces EEUU frenar el poder chino cuando su economía y sus principales empresas dependen de la economía china? Estas presiones contradictorias lejos de amainar en el futuro, agudizarán el conflicto entre ambas potencias.
Se está preparando la revolución
El desarrollo del capitalismo provoca el crecimiento de la diferenciación social, que a su vez sienta las bases para grandes luchas de clases en China. Aunque ya hemos mencionado las desigualdades en las ciudades, es necesario completar el cuadro con una cifra bastante elocuente: el 20% más rico de la población consume el 50% del ingreso nacional total, mientras que el 20% más pobre un miserable 4,7%. Estas cifras han sido tomadas del informe de la ONU publicado en un artículo de Xinhua News Agency (news.xinhuanet.com/english/2005-09/27/content_3549257.htm). El mismo informe continúa señalando que “según el Instituto de Estudios Salariales y Laborales del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, desde 2003 la desigualdad de ingresos en China ha empeorado rápidamente y ha alcanzado el nivel ‘naranja’, el segundo más serio según el baremo del Instituto. Si no se toman medidas efectivas podría empeorar y alcanzar el más elevado: el ‘nivel rojo”.
El informe de la ONU se basa en el coeficiente Gini, una medida estadística de la desigualdad en un país determinado. Cero expresa “igualdad completa” y uno representa “desigualdad completa”. En China este coeficiente es de 0,45. Según los niveles aceptados internacionalmente cuando el coeficiente Gini en un país sobrepasa el 0,40, la situación se puede volver inestable. En China no solo ha alcanzado el 0,40, sino que lo ha sobrepasado y continúa creciendo.
Como comenta la agencia Xinhua: “Si la tendencia continúa desenfrenada, el objetivo de prosperidad común para todo el pueblo no se conseguirá y se ampliará el abismo, desencadenando el malestar social”. Es muy común observar un paisaje de nuevos rascacielos gigantescos brotando por todas partes en las modernas ciudades chinas, rodeados de zonas inmensas de pobreza urbana. Esto por sí solo es suficiente para provocar la lucha de clases en China.
¿Cuáles serían las tareas de los marxistas en esta situación? Obviamente, la primera tarea es explicar qué está ocurriendo. Si queremos iniciar un diálogo con los trabajadores, los estudiantes y los militantes honestos del Partido Comunista en China, debemos estar seguros de que nuestro análisis se corresponde con la situación real concreta. Por lo tanto, debemos estudiar con detalle todos los aspectos de la economía, sociedad y política china.
Sería un grave error intentar abordar un proceso complejo, contradictorio e históricamente sin precedentes, sobre la base de una fórmula predeterminada que no se corresponde con lo que están viviendo los trabajadores y los jóvenes chinos. Este tipo de enfoque no nos conduciría a ninguna parte.
Necesitamos tener en cuenta las tradiciones de China. Los rusos tenían la bandera de los bolcheviques, de Lenin y Trotsky, pero en China esa tradición desapareció. La principal tradición china es la maoísta, aunque no es la única. También está el importante legado de Chen Tu Hsiu (1879-1942), uno de los fundadores del Partido Comunista Chino, que en un determinado momento giró hacia las posiciones de la Oposición de Izquierdas y rompió con el estalinismo.
Chen estaba fuertemente influenciado por la Revolución de Octubre de 1917, y comprendió que el progreso social solo era posible derrocando el latifundismo y el capitalismo. Fue uno de los líderes del antiimperialista Movimiento del Cuatro de Mayo en 1919. Al año siguiente aunó fuerzas con otros revolucionarios para fundar el Partido Comunista Chino que celebró su primera conferencia nacional en Shangai en julio de 1921.
Su destino fue trágico y paralelo al de la segunda revolución china. Después de seguir el consejo de Stalin en 1926, la revolución china fue derrotada. No obstante, la Comintern no aceptó ninguna responsabilidad del fracaso y culpó de todo a Chen. En 1927 fue destituido burocráticamente de la dirección del Partido cuando exigió una valoración seria de la política de la Comintern. Finalmente fue expulsado del Partido en 1929, acusado de ser un oportunista, y a través de esta dolorosa experiencia se unió a la Oposición de Izquierdas trotskista.
Es muy positivo y prometedor que en la actualidad existan en China sociedades Chen Tu Hsiu, creadas especialmente para estudiar sus obras. En el período reciente, especialmente entre los estudiantes, se han creado también círculos de discusión marxista. Existe interés entre algunas capas por descubrir las ideas del auténtico marxismo. Esto refleja el deseo de moverse hacia una sociedad auténticamente igualitaria, que solo puede ser una sociedad socialista basada en la democracia obrera.
A estas capas más avanzadas de la clase obrera y la juventud en general, debemos explicarlas claramente lo que pensamos que ha ocurrido en China, insistiendo en la superioridad de la economía planificada, pero también analizando la crisis de la burocracia china y por qué ha sucedido, por qué el régimen maoísta no sobrevivió.
La tarea fundamental a la que ahora se enfrenta China es la revolución social. El grueso de la economía está en manos privadas. El movimiento hacia el capitalismo es un hecho constatable. Todo lo que se dice de “socialismo con características chinas” es una hoja de parra en la que nadie cree, ni siquiera la burocracia china. Aunque existen tendencias contradictorias consideramos que el proceso de restauración capitalista ha llegado a un punto de no retorno.
El aparato del Estado era, y es, un monstruoso régimen burocrático totalitario que se ha fundido con las características más repulsivas del capitalismo y el estalinismo. El cascarón exterior, la forma, es la de un aparato estatal estalinista, pero el contenido es burgués.
China por propio derecho ha emergido como una potencia mundial. Su destino está vinculado a los acontecimientos que se librarán internacionalmente, particularmente en la economía mundial. De la misma manera los acontecimientos en China impactarán a escala mundial tanto económica como políticamente.
En particular, la clase obrera china está destinada a jugar un papel clave en el próximo período retomando sus extraordinarias tradiciones revolucionarias En una frase célebre Napoleón afirmó: “China es como un gigante dormido. Cuando despierte, asombrará al mundo”. Parafraseando a Napoleón, podemos afirmar que hoy el gigante dormido es el proletariado chino. Cuando despierte no habrá fuerza sobre el planeta capaz de detenerle.