La revolución argentina está siendo una inspiración para miles de jóvenes y trabajadores en todo el mundo. Antes, la revolución ecuatoriana de enero de 2000, las movilizaciones en Perú contra Fujimori y Montesinos, el levantamiento de los obreros y campesinos bolivianos en 2001 o el inicio de la llamada “revolución bolivariana” en Venezuela ya habían venido a confirmar la perspectiva que trazábamos los marxistas para el continente: las burguesías latinoamericanas y el imperialismo se enfrentan al más importante resurgimiento de la movilización popular de los últimos veinte años.
Los capitalistas españoles pretenden ocultar el significado revolucionario de los acontecimientos argentinos hablando de “caos” o “locura”. Derraman lágrimas de cocodrilo por “el desgraciado pueblo argentino” mientras intentan esconder su responsabilidad en el saqueo de este. En el colmo de la desvergüenza nos “explican” que el problema de los argentinos (a quienes empresas españolas como Telefónica, BBVA, SCH o Repsol han expoliado durante años reduciendo salarios y derechos laborales mientras aumentaban las tarifas de servicios privatizados como el agua, la electricidad o el teléfono) es que... ¡viven por encima de sus posibilidades y no trabajan suficientemente duro! Su cinismo no tiene límites: estos parásitos llegan al extremo de calificar de racismo y xenofobia antiespañolas (¡!) cualquier reivindicación que cuestione sus beneficios, como ya hicieron durante la ejemplar lucha de Aerolíneas Argentinas. ¡Los mismos que condenan a los inmigrantes latinoamericanos y de otros lugares a la marginalidad y la explotación con la Ley de Extranjería hablan de xenofobia!
Evidentemente, la crisis argentina no tiene nada que ver con estos “análisis” de la burguesía española. Lo que está en crisis en Argentina, en América Latina y a escala mundial es el sistema capitalista como tal.
En anteriores números de Marxismo Hoy se analizaba el crecimiento económico de los años 90 y la inevitabilidad de la crisis mundial actual (1). La crisis de sobreproducción que actualmente afecta a la economía capitalista a escala internacional empezó a expresarse ya en 1998 en los eslabones débiles de la cadena, los llamados países emergentes de América Latina y Asia. Estos, a causa de su debilidad histórica y sometimiento a las potencias imperialistas, tuvieron que basar su crecimiento durante el boom en abrir extraordinariamente sus economías al comercio mundial y las inversiones extranjeras, aumentando así la dependencia externa.
El saqueo de estos países por parte de las multinacionales imperialistas agrava aun más las profundas contradicciones que genera el propio capitalismo. El intercambio desigual de productos con más horas de trabajo a cambio de productos con menos horas de trabajo ha sangrado a las economías de los países dependientes durante décadas creando las bases para una deuda externa que resulta cada vez más insostenible. Este proceso se ha visto intensificado durante la última década. Las multinacionales imperialistas han forzado una caída cada vez más pronunciada en los precios mundiales del petróleo y las materias primas aumentando sus beneficios mientras amplios sectores de las masas caían en la miseria más absoluta.
A través del FMI, la OMC y el Banco Mundial, también han obligado a estos países a privatizar las empresas públicas. Las privatizaciones supusieron que sectores estratégicos de la economía que mantenían el empleo y permitían ciertas dosis de proteccionismo para el mercado interior, desaparecieran o vieran sensiblemente recortado su peso económico y el número de empleos directos e inducidos que generaban. Además, la necesidad de ofrecer condiciones favorables a los inversores (altos tipos de interés, vinculación de las monedas al dólar, etc.) ha agravado el endeudamiento ya de por sí muy elevado de la mayoría de las economías latinoamericanas.
La deuda externa del Tercer Mundo alcanzaba 780.000 millones de dólares en 1982, mientras en 2001 llegó a superar los dos billones de dólares. En Argentina entre1989 y 1993 se recaudaron, como consecuencia de las privatizaciones, 9.910 millones de dólares en efectivo y 13.239 millones en títulos de deuda que representaban 5.270 millones en efectivo. A comienzos de 1989 la deuda externa de Argentina era de 60.000 millones de dólares; a finales de 2001alcanzaba los 210.000 millones, lo que representa el 72,8% del PIB.
Todos estos factores debilitan enormemente estas economías y las hacen aún más dependientes del exterior. Además, los distintos Gobiernos se han visto obligados, para acceder a las ayudas del FMI, a aplicar políticas de apertura de los mercados nacionales a los productos que deseaban las multinacionales, a reducir sistemáticamente los gastos sociales y a atacar los niveles de vida y derechos de los trabajadores y demás sectores populares. Todo ello ha preparado el actual escenario de crisis económica profunda e inestabilidad política.
La crisis argentina
Cuando empezaron los síntomas de saturación de los mercados mundiales y se intensificó la lucha entre las distintas burguesías nacionales por copar estos y captar capitales, los países emergentes fueron los primeros en pagarlo. La crisis asiática, resultado en última instancia de la caída de las exportaciones de estos países, forzó devaluaciones monetarias en todos ellos. En Latinoamérica, Brasil (principal mercado de los productos argentinos) les siguió. El real brasileño se ha depreciado en los últimos tiempos un 120% con respecto al dólar mientras el peso argentino se mantenía atado a este. Los exportadores argentinos vieron caer su competitividad y redujeron la actividad y el empleo (un 50% el automóvil solo en 1999, un 30% el textil...). Muchos trasladaron sus inversiones al propio Brasil y a otros países. El paro crecía vertiginosamente, según las estadísticas oficiales, de un 13% en 1997 a más de un 20% actualmente, aunque en realidad es mucho mayor.
En Argentina, la burguesía aprovechó el control de los sindicatos y la influencia sobre sectores importantes de las masas del peronismo (2) para apoyarse en Menem, máximo dirigente entonces del Partido Justicialista (PJ), quien acometió las privatizaciones y planes de ajuste exigidos por el FMI y auspició, junto a su ministro de Economía Domingo Cavallo, la convertibilidad. De esta manera el banco nacional argentino garantizaba el mantenimiento de la equivalencia un peso un dólar. Para atraer capitales, máxime después de la hiperinflación de los 80, Argentina debía ofrecer confianza y estabilidad a los inversores atando su moneda a otra tan fuerte y estable como el dólar. La convertibilidad, unida a la privatización de empresas y servicios públicos, atrajo capitales durante la primera mitad de la década pero beneficiando solamente a la burguesía local y a costa de endeudar al estado y las empresas y debilitar la economía nacional, desarmada ante la inevitable crisis.
Las privatizaciones y sucesivos planes de ajuste, destinados también a atraer a las multinacionales imperialistas con bajos salarios y condiciones laborales precarias, destruyeron empleo masivamente y redujeron el mercado interno. La venta de empresas públicas eliminó la posibilidad de que el empleo y los ingresos que estas generan pudiesen ser utilizados en el futuro para amortiguar los efectos de la recesión. El estado asumió las deudas de las empresas y, una vez saneadas, las vendió a los capitalistas argentinos y extranjeros (sobre todo estadounidenses y españoles), a menudo por debajo de su valor real.
La convertibilidad no era la causa decisiva de la crisis sino un reflejo de la debilidad y dependencia del capitalismo argentino que, a medida que la crisis de sobreproducción que afectaba a la economía productiva iba desarrollándose, agravaba esta hasta extremos insoportables. El capitalismo argentino estaba entre la espada y la pared: siendo una de las economías que más dependen de capitales extranjeros, para seguir atrayéndolos (o que no huyesen los que habían llegado), debía mantener la paridad con el dólar e incluso ofrecer tipos de interés cada vez mayores, llegando al absurdo de financiar el pago de los intereses de la deuda con más deuda. La vinculación del peso a un dólar cada vez más fuerte agravaba tanto este problema como el de la competitividad de las exportaciones.
Finalmente, el endeudamiento ha llevado al colapso financiero al Estado y a las empresas porque, además, la profundidad de la recesión durante 2000 y 2001 recortaba cada vez más la actividad económica: caída brutal del consumo como resultado del desempleo y los recortes salariales, desplome de la producción industrial y la inversión. El resultado de ese colapso de la actividad económica, agravado por la evasión de impuestos y capitales, ha sido una crisis fiscal del estado que se ha añadido a la crisis de sobreproducción y a la de la deuda. La suma de todos estos factores ha provocado una espiral descendente que ha llevado a la economía argentina al mayor colapso de su historia.
El corralito (3) fue inicialmente un intento de los burgueses argentinos y el imperialismo de mantener controlada la situación, aplazar el contagio de la crisis a otras economías y cargar el peso de la inevitable inflación y depreciación del peso exclusivamente sobre las espaldas de los pequeños ahorradores: las capas medias y los trabajadores. Esta medida se unía a una precarización en las condiciones de vida de los trabajadores y las capas medias que había llegado ya a límites insoportables. El número oficial de indigentes es actualmente de cuatro millones, seis según otros datos, y 16 millones viven en la pobreza en un país de 36 millones de habitantes. La esperanza de vida está estancada desde hace dos décadas y el paro ha subido de un 13% en 1997 a un 20% según las estadísticas oficiales, en realidad es superior. Tras la desesperación inicial hemos visto un movimiento ascendente en la lucha de la clase obrera a lo largo del último periodo que, tras las jornadas insurreccionales de diciembre, ha desembocado en una situación revolucionaria.
Ascenso del movimiento obrero y piquetero
Este movimiento ascendente de las masas comienza a mediados de los 90, e incluso antes con estallidos sociales como el Santiagueñazo (1993). A partir de 1996-97 estos estallidos, que hasta entonces tendían a permanecer aislados y adquirir el carácter de explosiones espontáneas de rabia, toman una mayor extensión, organización y conciencia de su fuerza y objetivos: asistimos a una sucesión de las llamadas puebladas, en las que vecinos de todo un pueblo o barrio se echan a la calle y cortan el tráfico, paralizando la actividad económica —como si de una huelga se tratase— en exigencia de empleo, comida y otras demandas sociales. Así ocurrió el Cutralcazo y otras explosiones parecidas en distintos estados. Esto coincide con importantes luchas sindicales como la de los maestros y con las primeras huelgas generales contra Menem. La recuperación del movimiento obrero es ya clara y empieza a tener expresiones políticas y organizativas más definidas.
La más destacada es el desarrollo del movimiento piquetero, que agrupa a trabajadores despedidos de sus empresas y a jóvenes en paro mediante asambleas y movilizaciones masivas al margen del control del aparato sindical peronista y con una orientación y propuestas que recuperan métodos y tradiciones revolucionarias de la clase obrera. Junto a ello asistimos también al desarrollo y fortalecimiento, al margen de la todopoderosa CGT peronista, de la CTA (que agrupa precisamente a algunos de los sindicatos —maestros, empleados públicos— que han protagonizado luchas más duras). Surge asimismo una corriente disidente dentro del propio sindicalismo peronista (el MTA o CGT disidente) liderada por Hugo Moyano, líder de los transportistas y de los trabajadores del automóvil, dos de los sectores más golpeados por la crisis y que jugarán un papel clave en las huelgas generales y los cortes de ruta posteriores. Moyano adopta, presionado por la situación, un discurso crítico hacia el capital financiero y las multinacionales y convoca varias movilizaciones junto a la CTA
No obstante, tanto los dirigentes de la CTA como Moyano no cuestionan el sistema capitalista, como mucho apoyan propuestas burguesas como la devaluación o algunas medidas keynesianas, pero el hecho de que tengan que convocar una y otra vez movilizaciones refleja la presión de los trabajadores sobre unos dirigentes sindicales que habían aceptado ataques durante mucho tiempo sin rechistar. En el terreno político asistimos al surgimiento y creciente apoyo electoral a una nueva formación política: el Frepaso, un frente de sectores peronistas críticos con Menem y socialdemócratas que adopta un discurso de “centroizquierda” y recoge el voto de sectores de la clase obrera y las capas medias.
La burguesía utiliza a los dirigentes pequeñoburgueses del Frepaso para intentar mantener bajo control el descontento popular y para ello forma la Alianza entre esta organización y la UCR (Unión Cívica Radical). El desgaste del PJ, como resultado de los brutales ataques lanzados por Menem, propicia una victoria inapelable del candidato de la Alianza (Fernando de la Rúa, el presidente derribado por las masas en diciembre) sobre el candidato justicialista, Eduardo Duhalde (actual presidente). Como explicábamos entonces los marxistas, la acumulación de fuerzas y experiencias del movimiento obrero, la situación económica crítica que vivía el país y la inevitabilidad de nuevos ataques, dado el carácter y programa burgués de la Alianza, provocarían una respuesta masiva de los trabajadores en la calle y divisiones y escisiones en todos estos partidos. Durante 2000 y 2001 la clase obrera argentina protagoniza ocho huelgas generales y todos los partidos burgueses y pequeño burgueses se dividen ante estos acontecimientos: el vicepresidente del Gobierno, el frepasista Chacho Álvarez, dimite; sectores de este partido se escinden y junto a dirigentes de la UCR críticos forman un nuevo grupo de “centroizquierda” denominado ARI, Argentinos por una República de Iguales
De las huelgas generales a la revolución
A pesar de los intentos de los dirigentes de frenar el movimiento tras cada huelga, estas fortalecen a la clase obrera e impulsan la extensión de luchas parciales (los mineros de Río Turbio, Aerolíneas argentinas, etc.) y movilizaciones constantes de los piqueteros que la burocracia sindical no consigue frenar ni aislar. Estas luchas, saldadas con victorias y derrotas, constituyen una experiencia y un aprendizaje decisivo en el que se va forjando además una nueva vanguardia. La extensión de luchas defensivas muy duras en un contexto de crisis económica profunda plantea una y otra vez la necesidad de la huelga general y los dirigentes sindicales, ante el riesgo de verse desbordados ya no solo por los piqueteros sino por sus propios afiliados de base, entre las que también se aprecia un fortalecimiento de los sectores más combativos, tienen que convocar.
Muchas de estas huelgas emplean formas de lucha muy radicalizadas (piquetes masivos, cortes de ruta,...). Tras la tercera huelga general algunos burgueses muestran su preocupación por este hecho: “la demostración fue setentista, no cegetista”, alerta un columnista de La Nación que equipara los métodos utilizados por los trabajadores a los de las radicalizadas huelgas del periodo revolucionario de la primera mitad de los setenta.
En el seno de la burguesía tampoco el proceso sigue una línea recta, se producen oscilaciones intentando capear el temporal. Todavía en septiembre de 2000, El País titula “El proteccionismo resucita en Argentina” y explica como los sectores vinculados al llamado Grupo Productivo (empresarios de la industria) entran en el equipo del ministro de Economía, José Luis Machinea. Pero esto no cambiará nada: la burguesía necesita acometer nuevos ataques para mantener su tasa de beneficios y esos ataques desatan una nueva respuesta popular. Esto demuestra que no hay intereses cualitativamente distintos dentro de la clase dominante. Las divisiones entre los capitalistas argentinos a lo largo del último periodo acerca de devaluar o dolarizar la economía reflejan diferencias tácticas acerca del mejor modo de salir de la recesión a costa de las masas en un periodo de ascenso de la movilización. Algunos planteaban una huida hacia delante: que se dolarizase totalmente la economía. Otros veían que semejante medida, con un dólar muy fuerte, minaría aún más la competitividad y sería demasiado traumática económica y socialmente (cierre masivo de las empresas menos competitivas, más despidos...), en un contexto donde el intento de hacer recaer la crisis sobre las masas ya estaba provocando una respuesta cada vez más dura. Su propuesta era dar un paso atrás y devaluar la moneda buscando aumentar la competitividad e incrementar las exportaciones hacia otros países, medida que desde un punto de vista social supondría un ataque a las masas igualmente grave como vemos ahora.
Un punto álgido del proceso ascendente de luchas fue la huelga general de 36 horas de marzo de 2001 contra las medidas de ajuste pactadas con el FMI por López Murphy, el ministro de Economía que sustituye a Machinea, desgastado por las luchas obreras. Estas medidas, aplaudidas por toda la burguesía, provocaron una respuesta espectacular de la clase obrera: los piquetes se extienden, la huelga general paraliza el país y amenaza con continuar. La burguesía retira sus planes, las divisiones internas se agudizan y López Murphy, tras unos días en el cargo, es sustituido por Cavallo quien seguiría la misma suerte. Es entonces cuando sectores de la burguesía (el Grupo Productivo, la UIA...), atemorizados por la respuesta popular, empiezan a defender un giro táctico hacia la devaluación. En aquel momento los marxistas analizamos que “el movimiento obrero ahora estaría en disposición de pasar a la ofensiva si sus dirigentes tuviesen un programa claro. Incluso se podría llegar a una situación revolucionaria, de desafío abierto a la burguesía, si se plantease la formación de comités obreros contra los planes del FMI y del Gobierno en todas las fábricas, institutos y facultades, coordinados luego en el ámbito de barrio, ciudad y finalmente en el ámbito nacional...”(4).
Un nuevo ejemplo de que la situación avanzaba hacia una explosión revolucionaria fue el movimiento insurreccional en junio de 2001 en General Mosconi. A diferencia de otros estallidos anteriores en que las masas tras movilizarse “dejaban” que fuesen comisiones formadas por los distintos partidos o los representantes municipales quienes negociasen la creación de empleos o el envío de comida y medicinas, en esta ocasión el movimiento expulsó a la policía y a las autoridades burguesas de la ciudad y creó formas de poder popular controladas por asambleas. “En General Mosconi no hay Estado” reconocía el ministro frepasista Cafiero.
Las elecciones de octubre de 2001 evidenciaron el enorme malestar existente. Lo único que por el momento lo mantenía sin explotar era el papel de contención de los dirigentes de los tres sindicatos ofreciendo tras cada huelga general una nueva tregua al Gobierno. La principal característica de estas elecciones fue el “voto bronca” (abstención y nulos) de las capas medias, que reflejaba ya su enorme descontento contra el sistema. Otro aspecto muy importante de los resultados electorales fue el crecimiento de la izquierda, que en el gran Buenos Aires reunía un 25% de los votos, reflejando la búsqueda de una alternativa revolucionaria por parte de sectores importantes de la juventud y la clase obrera. Entonces decíamos: “Un nuevo ajuste brutal (...) podría desatar una auténtica explosión social. (...) Por el momento, la fuerza mostrada por la clase obrera y la memoria reciente de lo que supuso la dictadura bloquean la búsqueda de una solución represiva. (...) Antes ensayarán todas las combinaciones posibles (Gobiernos de unidad nacional, pactos sociales más o menos explícitos, etc.). (...) El factor clave para que [la clase obrera] pueda imponerse en la lucha que se avecina es el de que los jóvenes y trabajadores más avanzados del movimiento piquetero y de los sindicatos logren construir una dirección revolucionaria marxista” (5).
El corralito y la reducción de salarios y pensiones, unido al hambre y miseria creciente entre las masas desocupadas, generaron esa explosión. El intento de De la Rúa de frenarla mediante la represión y el estado de sitio (hubo 30 asesinados) indignó aún más a las masas. La burguesía argentina —por primera vez en su historia— veía caer a un Gobierno electo por la lucha de la población y tuvo que buscar entre bambalinas un nuevo Gobierno. El desfile de presidentes posterior refleja su debilidad actual, derivada del ascenso revolucionario del movimiento popular. Los acontecimientos revolucionarios del 19 y 20 de diciembre no son pues una explosión de rabia espontanea, mucho menos un movimiento apolítico de las capas medias limitado a pedir la devolución de sus ahorros, como pretenden algunos, sino el resultado de la combinación de la experiencia de lucha acumulada por los trabajadores y desocupados a lo largo de los últimos años y la incapacidad de la burguesía argentina para seguir desarrollando el país. Solo entendiendo esto podremos comprender la situación actual y actuar correctamente ante la revolución en marcha.
¿Movimiento de las capas medias o revolución social?
Precisamente cuando los capitalistas a lo largo y ancho de todo el planeta intentan (con la inestimable ayuda de no pocos dirigentes reformistas) introducir el veneno del escepticismo y la impotencia dentro del movimiento obrero y en particular desmoralizar a su vanguardia (“la revolución es imposible”, “es cosa del pasado”, “las cosas nunca cambiarán”...) tenemos una auténtica revolución en un país industrializado y muy cercano culturalmente. Sin embargo muchos dirigentes sindicales y políticos de los trabajadores, lejos de organizar la solidaridad de clase con la revolución argentina y explicar y destacar esta revolución para entusiasmar a los trabajadores y elevar su nivel de conciencia, están aceptando acríticamente todos los “análisis” que minimizan el papel de la clase obrera y niegan que estemos ante una revolución.
En medio de un movimiento como el que vemos, con cientos de miles de personas exigiendo poder retirar sus ahorros (¡y sus salarios!) de los bancos, organizándose en asambleas en los barrios, luchando contra la subida de los precios y la escasez de alimentos, afirmar que los trabajadores no están participando en el movimiento y permanecen tranquilamente en sus casas viendo por la tele las movilizaciones de la clase media y los parados, no tiene ni pies ni cabeza. Sin embargo muchos dirigentes de izquierda se hacen eco de un modo más o menos explícito de esta idea fomentada por la burguesía.
Para contestar a este razonamiento es necesario dejar claro en primer lugar qué entendemos cuando nos referimos a la clase obrera. La realidad es que la clase obrera representa en todos los países industrializados (y por supuesto en Argentina) entre el 75 y el 90% de la población activa y abarca, junto al proletariado de las grandes concentraciones industriales, a trabajadores en paro, en precario y en la propia economía sumergida —incluidos sectores inscritos legalmente como autónomos y considerados por las estadísticas oficiales capas medias que, por procedencia, condiciones de vida, conciencia e incluso tipo de trabajo, son trabajadores—. También son clase obrera los empleados públicos (maestros, funcionarios, etc.) e incluso otros sectores que en otros momentos eran clase media, como técnicos, bancarios, etc., y que desde el punto de vista de sus condiciones materiales, se han proletarizado.
Por cierto, también los acontecimientos de Argentina contestan a quienes hablan de la desaparición de la clase obrera o a la pérdida de su papel revolucionario debido a la desestructuración que provocan la precariedad laboral y la temporalidad. La clase obrera argentina ha sufrido una precarización altísima (alta eventualidad, paro elevadísimo, economía sumergida...); sin embargo, como explicábamos los marxistas, tras los efectos iniciales de dispersión y confusión que producen el paro o la precariedad, las condiciones objetivas de vida empujan a los trabajadores inevitablemente a la lucha.
La vanguardia piquetera (surgida en muchos casos en zonas con tradición de lucha en torno a trabajadores de grandes empresas industriales desmanteladas) ha logrado agrupar a miles de esos parados a través de piquetes masivos y cortes de tráfico que bloqueaban el sistema productivo y la actividad de industrias, mercados, puertos, etc., exigiendo planes de empleo, comida y otras medidas sociales. La organización de estas luchas estaba controlada por asambleas masivas e incluso se obligaba a los representantes de la administración central o administraciones regionales a negociar bajo la supervisión de la asamblea para evitar corruptelas, intentos de dividir al movimiento y demás. Las luchas y huelgas generales de los últimos años han servido para mantener y reforzar la unidad en la lucha entre los piqueteros y el resto del proletariado e incluso han fortalecido a los sectores más combativos de los sindicatos.
La clase obrera y su dirección
Lenin señalaba varias condiciones para definir una situación como revolucionaria: divisiones profundas en la clase dominante, que no es capaz de hacer avanzar el país ni dominarlo como antes; disposición de los trabajadores a luchar hasta el final y hacer grandes sacrificios; simpatía o incluso neutralidad de las capas medias hacia la lucha de los trabajadores y la existencia de una organización revolucionaria reconocida por las masas como su dirección y seguida por ellas. En Argentina ya hemos visto como actualmente la burguesía está dividida y paralizada, los parados están organizados y se movilizan con métodos revolucionarios, la clase obrera ha mostrado no una, sino innumerables veces su disposición a luchar y hacer sacrificios (como demuestra la experiencia de los últimos años) y las capas medias no es que permanezcan neutrales o simpaticen sino que están movilizándose junto a los trabajadores. Lo único que falta por el momento es una dirección revolucionaria reconocida como tal por todos los explotados. Este factor es precisamente el más difícil y el único que no se desprende directamente ni de la situación objetiva (la incapacidad del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas y hacer avanzar el país) ni de la correlación de fuerzas entre las clases.
Como explicaba Trotsky, la revolución no es otra cosa que la entrada de las más amplias masas obreras junto a todos los demás explotados en la escena de la historia. Por su propia naturaleza, el despertar a la vida política consciente de sectores que proceden de experiencias, tradiciones políticas, etc. muy diferentes (desde la vanguardia obrera hasta los sectores más atrasados de la clase, incluidas gentes que hace unos meses votaban a los políticos de la derecha) lleva aparejado cierto grado de confusión; incluso elementos de antipoliticismo son características que vemos en distintas situaciones revolucionarias, especialmente en sus inicios, y que pueden mantenerse todavía un tiempo. Las masas no entran en lucha con un programa acabado, saben que no quieren seguir como hasta ahora, dirigidas por los de siempre (la consigna “que se vayan todos” refleja esto), pero están descubriendo a través de la lucha con qué sustituirlos. Esta búsqueda de una salida a su situación desesperada se da de forma contradictoria, con avances y retrocesos. La propia clase obrera, como siempre ha explicado el marxismo, se compone de diferentes sectores que sacan conclusiones distintas en momentos diferentes. Junto a una vanguardia, creciente en número e influencia, que está organizándose en las asambleas y adoptando un programa revolucionario cada vez más definido, la mayoría de trabajadores argentinos participa en las manifestaciones o las ve con simpatía pero mira todavía hacia sus dirigentes (los de los dos sectores de la CGT y los de la CTA) esperando que ofrezcan una salida a la situación.
El proletariado industrial protagonizó el 13 de diciembre, unos días antes del estallido del 19 y 20, una nueva huelga general contra las medidas económicas del Gobierno respaldada masivamente; miles de trabajadores han asistido posteriormente a las manifestaciones y caceroladas y además se están dando importantes luchas parciales por impagos de salarios o despidos (que probablemente se extenderán aún más en los próximos meses) e incluso ocupaciones y tomas de fábricas como las protagonizadas por los trabajadores de Zanon o Brukman. No obstante, desde que se produjo el estallido revolucionario de diciembre, no ha habido una entrada generalizada de los grandes batallones industriales en escena a través de la huelga general. ¿Qué es lo que impide que todo el descontento expresado cada día en las caceroladas, marchas piqueteras y huelgas parciales se unifique en una huelga general que derribe al Gobierno? Fundamentalmente, que los dirigentes de las dos CGTs y la CTA —que, gracias a su control del aparato de las organizaciones tradicionales de masas, siguen siendo vistos por una mayoría del movimiento obrero organizado como la dirección capaz de organizar esa huelga y cambiar la situación— no la convocan. Y no lo hacen porque saben que en estos momentos una huelga general derribaría al Gobierno y plantearía más que nunca la cuestión del poder. Una cuestión a la que no tienen respuesta porque aceptan este sistema como el único posible.
Que sectores de las capas medias estén participando masivamente en la lucha y adoptando los métodos proletarios de organización de la misma que han visto emplear a los piqueteros es un síntoma de la fortaleza del movimiento revolucionario no de una supuesta inmadurez o debilidad. Refleja, así mismo, la proletarización y depauperación que han sufrido estos sectores. Ello, unido al rechazo de la corrupción de las instituciones burguesas (Parlamento, jueces, etc.) hace que, en estos momentos, las capas medias estén enormemente abiertas a escuchar y poner en práctica ideas nuevas, revolucionarias, y que miren hacia el proletariado buscando esas ideas. Este ambiente entre las capas medias es una de las situaciones más favorables para la clase obrera que se pueden imaginar.
El dato más destacable de la situación argentina es lo rápidamente que las masas han pasado de movilizarse en la calle a crear organismos propios para organizar su lucha: las asambleas populares, de las que existen más de 150 solo en Buenos Aires, que agrupan ya a miles de personas. Asambleas que se coordinan entre sí en la asamblea interbarrial, a la que semanalmente acuden entre 2.000 y 3.000 personas en representación de las asambleas barriales; a impulsar el movimiento de los piqueteros y a buscar una unificación estatal con esas asambleas populares, que tuvo su primer éxito el 16 de febrero en la Asamblea Nacional de Trabajadores, que agrupó a 2.000 representantes —uno por cada veinte— de organizaciones piqueteras, barriales y colectivos de trabajadores. Como parte de este proceso de convergencia se ha convocado la primera Asamblea Nacional Popular de representantes electos de las asambleas de las distintas zonas del país para mediados de marzo.
Estas asambleas populares son embriones del poder obrero surgiendo primero como órganos de lucha y deliberación de las masas que, a medida que se desarrolla la situación revolucionaria, empiezan a tomar tareas de administración y organización de la vida cotidiana y pueden transformarse por su propia naturaleza en la base de lo que podrían ser en un determinado momento auténticos soviets que sustituyesen al estado burgués en crisis.
Eso que para algunos dirigentes reformistas parece un libro cerrado lo entiende perfectamente la burguesía. En el editorial de La Nación titulado ‘Asambleas Barriales’ (14/2/02) podemos leer: “Si bien es cierto que el auge de estas asambleas aparece como una consecuencia del hartazgo público ante las conductas poco confiables de la clase política, debe tenerse en cuenta que tales mecanismos de deliberación popular encierran un peligro, pues por su naturaleza pueden acercarse al sombrío modelo de decisión de los soviets. (...) La posibilidad de que esos órganos populares pretendan hacer justicia por su propia mano y sustituir a jueces, legisladores y administradores gubernamentales encierra un alto riesgo...”.
Esto ya empieza a ocurrir. Muchas asambleas están asumiendo tareas de distribución de alimentos o medicinas y de organización de la vida social en los barrios y aprobando planes alternativos a los del Gobierno burgués con medidas como la nacionalización de la banca y las empresas en crisis bajo control obrero, la subida de los salarios acorde al coste de la vida y la devolución de los ahorros.
Una economía en el abismo
La economía argentina sufre en estos momentos una de las depresiones más profundas de su historia. El Gobierno prevé una caída del PIB del 7% este año pero otras fuentes hablan del 15 e incluso del 20%. El recorte previsto en el gasto público es del 70%. La actividad económica está prácticamente paralizada, empezando por el elemento clave para el funcionamiento del capitalismo, la inversión.
Salir de esta catástrofe sería relativamente sencillo si los trabajadores y el pueblo, organizados en asambleas en los barrios, en los centros de trabajo y de estudio y en los cuarteles y unificados en una Asamblea nacional de representantes elegibles y revocables en todo momento, tomasen el poder y empezasen el camino de la transformación social. Nacionalizando las palancas económicas fundamentales (la banca, las petroleras, los grandes grupos industriales y las multinacionales) bajo control democrático de las asambleas sería posible planificar democráticamente la economía y ponerla de nuevo a funcionar dedicando los recursos económicos existentes y las posibles fuentes de ingresos a satisfacer las necesidades sociales que demandan los distintos sectores populares (crear nuevo empleo así como repartir el que ya existe reduciendo la jornada y creando nuevos turnos sin reducir los salarios, repartir medicinas y alimentos a todos los que lo necesitan, aumentar los gastos sociales, etc.). Evidentemente, bajo el capitalismo nada de esto es posible ya que los recursos de la economía son propiedad de los capitalistas y solo los emplean buscando obtener el máximo beneficio. Lo que están haciendo con ellos, ante la caída de sus beneficios, es destruir fuerzas productivas: cerrar empresas o llevárselas a lugares donde les resulten más rentables.
El objetivo de la burguesía argentina es que la ayuda del FMI, unida a la devaluación, les permita salir cuanto antes de la crisis y aplazar sus peores efectos. Su primer objetivo es recuperar la tasa de beneficios mediante un aumento de las exportaciones aprovechando la devaluación y el recorte de los costes salariales y los gastos sociales. Para ese objetivo, en un contexto donde el movimiento revolucionario de las masas les impide un ataque directo, la colaboración de los dirigentes sindicales y de otras fuerzas populares dispuestas a negociar puede ser vital para empezar a recomponer mínimamente la situación.
Su esperanza es que, con la reducción de costes, la devaluación y la ayuda del FMI puedan sanear sus empresas incrementando las exportaciones lo suficiente para reanimar la inversión y que la cadena inversión-producción-consumo-beneficios pueda volver a funcionar con relativa normalidad al cabo de un tiempo. Pero los capitalistas argentinos, con una situación infinitamente más favorable para invertir que la actual, han evadido durante los últimos diez años miles de millones de dólares del país (los Fondos en el exterior pasaron de 50.077 millones de dólares USA en1991 a 101.000 millones en 2001)(6). En un contexto como el actual no invertirán. Por su parte, las grandes multinacionales tampoco lo harán significativamente; de hecho, lo que han empezado a hacer muchas es retirar parte de sus inversiones. En el mejor de los casos, las inversiones que se pudiesen realizar serían, más que para crear empresas nuevas, para hacerse a bajo precio con empresas en crisis que consideren que pueden resultarles rentables en el futuro. Esto resulta insuficiente para generar una recuperación seria.
El imperialismo no parece demasiado dispuesto por el momento a facilitar a la burguesía argentina más margen para intentar aplazar las peores consecuencias de la crisis. Hacerlo sentaría un precedente peligrosísimo cuando “nuevas Argentinas” son más que probables y la economía mundial está en recesión. El propio FMI ha dejado claro ya en su primer contacto con Remes Lenicov, el actual ministro de Economía, que cualquier ayuda iría condicionada al ajuste del gasto de los estados (más ataques a los gastos sociales) y a otra serie de “reformas estructurales” y un plan “sustentable”. Esto significa un ataque aún más brutal que los vistos hasta ahora a los niveles de vida y derechos sociales. Aun en el caso de que concediesen la ayuda que pide la burguesía argentina (ya existen divisiones al respecto dentro del FMI, especialmente entre EEUU y Francia), tampoco parece que esto pueda ser suficiente para permitir por sí solo una salida rápida de la crisis. Dada la profundidad de la depresión argentina, el contexto de la economía mundial y las políticas de saqueo del imperialismo en toda Latinoamérica, parece que ni siquiera una ayuda importante del FMI pueda cambiar decisivamente el rumbo de los acontecimientos; como mucho influiría en el ritmo de estos y ni eso es seguro.
Las “ayudas” (concedidas a lo largo de los últimos años, de miles de millones de dólares) han servido para endeudar más al Estado y destruir el tejido industrial argentino. Tratándose de una economía fuertemente dependiente de las exportaciones (y en particular de materias primas) así como de las inversiones extranjeras, el contexto mundial recesivo y la intensificación de la lucha por los mercados que, como ya dijimos, fue una de las causas de su crisis, siguen actuando en contra del capitalismo argentino. Brasil y otros países latinoamericanos están preparando ya nuevas devaluaciones. Lo mismo ocurre con los países asiáticos. En ese contexto es difícil que el incremento de las exportaciones pueda ser significativo y, en todo caso, no resolverá ninguno de los problemas de fondo que han generado la crisis.
La única forma que tiene la burguesía de superar las crisis periódicas de sobreproducción de su sistema es destruyendo masivamente fuerzas productivas y expoliando aún más intensamente que antes al resto de la sociedad, especialmente a los trabajadores asalariados. Estas crisis son el mecanismo a través del cual el sistema se deshace de las fuerzas productivas que desde el punto de vista del beneficio privado deben desaparecer porque ya no son rentables. De este modo, las partes de capital rentables se valorizan aún más. Las empresas que no pueden soportar la crisis desaparecen dejando un rosario de despidos y pobreza tras ellas pero sus mercados (o las partes que aun sean rentables) son copados por las que se mantienen. Este proceso está en pleno desarrollo en Argentina. Por supuesto, en un determinado momento —especialmente cuando esa destrucción de fuerzas productivas excedentes ya ha llegado hasta el final— si se produce un nuevo periodo de recuperación de la tasa de ganancia de los capitalistas, estos vuelven a invertir y el crecimiento económico se reactiva.
Lo más probable es que la recesión mundial actual sea profunda y, en un contexto semejante, el panorama para una economía en plena depresión como la argentina sería muy negro. Una recuperación lo suficientemente sólida de la economía argentina, que permitiese aplazar de forma duradera los ataques que necesitan aplicar y estabilizar la sociedad mediante concesiones significativas a las masas, está prácticamente descartada. La salida definitiva de la crisis, bajo el capitalismo, pasa por someter a la clase obrera y los sectores populares a nuevas penalidades, más explotación y miseria.
El problema de la burguesía argentina es que están ante una contradicción para la que por el momento no tiene solución: la profundidad de la crisis les obliga a atacar una y otra vez a las masas pero la situación revolucionaria que esos mismos ataques han generado les dificulta en estos momentos poder llegar hasta donde necesitan. Hoy por hoy no se sienten fuertes para lanzarse a un enfrentamiento decisivo contra el movimiento revolucionario, por eso están buscando la colaboración de los dirigentes sindicales a través del pacto social auspiciado por la Iglesia con el fin de descarrilar el proceso revolucionario. Asistiremos a distintas situaciones transitorias caracterizadas por la inestabilidad y los cambios muy bruscos que irán reflejando la correlación de fuerzas cambiante entre las clases en lucha. Probablemente este proceso durará todavía un tiempo, puede que incluso algunos años debido a la ausencia de un partido marxista con arraigo entre las masas. La revolución rusa duró siete meses (la fortaleza de los bolcheviques y la profundidad de la crisis, alimentada por la guerra, fueron factores decisivos en ello) mientras la revolución española en los años treinta se prolongó casi seis años.
Haciendo equilibrios sobre un alfiler
El Gobierno de unidad nacional encabezado por Duhalde responde al intento de la burguesía de intentar superar su debilidad actual, estabilizar la situación y recuperar la iniciativa. La burguesía intentó cerrar filas frente al movimiento revolucionario utilizando, como en otros momentos históricos, a los dirigentes del peronismo. Duhalde, el senador peronista más votado en las legislativas de octubre y antiguo gobernador de Buenos Aires, donde durante años consiguió cierta base social utilizando el clientelismo y los programas de beneficencia dirigidos a los sectores más depauperados, intenta aparecer por encima de las clases, presentando su Gobierno como el de todos los argentinos. Ha reunido al PJ, UCR y a la derecha del Frepaso, con un discurso nacionalista y populista (que sus medidas desmienten), intentando un gran pacto social.
Duhalde ha agitado el fantasma de la guerra civil y la anarquía para amedrentar a las capas medias y que abandonen los cacerolazos, intenta debilitar la influencia piquetera entre los desocupados mediante repartos de comida organizados por asociaciones de beneficencia peronistas o con unos subsidios de limosna, e incluso pretendió enfrentar a los desocupados entre sí y con los participantes en los cacerolazos intentando movilizar contra ellos a un sector de la base social más pobre y desesperada del peronismo. De momento no ha conseguido ninguno de estos objetivos, pero para que estos planes contrarrevolucionarios fracasen a medio y largo plazo será preciso mantener unidos a todos los sectores en lucha con un programa anticapitalista que responda a sus necesidades.
Duhalde es un mago sin chistera al que cada truco que intenta para engañar al pueblo le sale mal. La profundidad de la crisis le obliga a mostrar la falsedad de su discurso populista y nacionalista y dejar claro qué intereses defiende. La debilidad de la burguesía se refleja en las dificultades que tienen hasta el momento para encontrar una base social suficiente para dividir al movimiento revolucionario o reprimirlo.
Tuvieron que mantener el corralito y no dejar sacar dinero a los trabajadores y las capas medias mientras se descubría que los capitalistas evadían miles de millones de dólares. Tras anunciar la flexibilización del corralito para intentar calmar a las masas resulta cada vez más evidente que muchos ahorradores tardarán años en recuperar sus ahorros y perderán una buena parte de ellos por el camino. Estos (mayoritariamente en dólares) serán devueltos en pesos devaluados (y al cambio oficial —1,40 por dólar— cuando en realidad está ya en 2 por dólar). Mientras, a los grandes grupos empresariales se le “pesifican” sus deudas en dólares con los bancos y se les regala millones de dólares vía exenciones fiscales o ayudas directas para mantener sus beneficios. El enorme agujero financiero abierto por el impago de una parte de las deudas será asumido por el Estado, es decir, intentarán hacérselo pagar como siempre el pueblo trabajador.
El Gobierno anunció grandilocuentemente que financiaría esa deuda con un impuesto sobre los ingresos de las empresas petrolíferas del 20% y los burgueses de Repsol han puesto el grito en el cielo pero todo forma parte de la ceremonia de la confusión. Ahora el Gobierno ya está negociando con los buitres de las petroleras cambiar ese impuesto por el compromiso de que no suban las tarifas de los combustibles. Los burgueses de las petroleras anunciaron posibles despidos y, con el cinismo que les caracteriza, llegaron a decir que apoyaban las movilizaciones de los trabajadores contra estos despidos presionando así al Gobierno para que ceda a sus demandas. Varios sindicatos y colectivos de trabajadores del sector petrolífero han respondido pidiendo la nacionalización de las petroleras. Esto ha llevado la preocupación tanto a los consejos de administración como al Consejo de Ministros.
El resto de medidas de Duhalde son otros tantos timos. Los subsidios de 50 dólares para desocupados, además de míseros, llevarán aparejada la obligación de trabajar a cambio de este salario de hambre. ¡Qué mejor forma de ayudar a los empresarios a recuperar su maltrecha tasa de ganancia que proporcionarles mano de obra superbarata financiada por el Estado! De paso ello contribuirá, unido a las quiebras de empresas y a los despidos, a forzar a la baja los salarios obreros.
La devaluación está siendo un gigantesco robo a las masas, los precios están aumentando salvajemente y los salarios se están quedando atrás. La situación es tan dramática que más de 100.000 enfermos de diabetes graves no tienen acceso en estos momentos a la insulina que necesitan. Ya están recurriendo a imprimir moneda (o sustitutos de esta como los bonos Lecop, etc.) sin un respaldo real. La necesidad de calmar algo la presión social les puede llevar a darle la máquina de hacer billetes y que la inflación, que ya se está disparando, acabe en hiperinflación. Las consecuencias serán durísimas para los trabajadores y las capas medias porque agravará la pérdida de poder adquisitivo de los ahorros y salarios.
Las quiebras empresariales y los despidos, en un contexto de altas tasas de desempleo, unidas al freno que están suponiendo los dirigentes sindicales, bloquean de momento el camino de una respuesta generalizada de los trabajadores. Pero esta situación no tardará mucho en cambiar. Los acontecimientos revolucionarios se han producido, además, durante los meses de menor actividad económica y política: las vacaciones del verano sudamericano. La vuelta de muchos trabajadores a sus empresas en un contexto de cierres, despidos e impago de salarios puede alimentar más pronto que tarde un nuevo capítulo revolucionario en el que la clase obrera entre en escena con más fuerza que hasta ahora. Con la experiencia reciente de ocho huelgas generales y un contexto económico y social como el actual podemos ver ocupaciones y tomas de fábricas y la idea de la huelga general cobrará mucha fuerza. Una huelga general ahora, más que nunca, podría derribar al Gobierno y plantearía la cuestión del poder.
Entre la revolución y la contrarrevolución
La burguesía lo comprende y está enormemente preocupada. “El jefe del ejército, teniente general Ricardo Brinzoni, está convocando a altos dirigentes del establishment empresarial a reuniones herméticas para hablar de la crisis política y sus hipotéticos desemboques, hasta una eventual caída del presidente Eduardo Duhalde. También para analizar un posible escenario de desborde social que ‘obligue a que las Fuerzas Armadas hagan lo que tengan que hacer”, informaba reciente un artículo de investigación del periódico argentino Página 12. La investigación citaba con profusión de detalles la reunión secreta entre Brinzoni y uno de los máximos ejecutivos del Grupo Werthein y principal accionista de la Caja de Ahorro y Seguro. Brinzoni, tras dejar claro que la cúpula militar está sopesando desde hace tiempo su intervención en los acontecimientos, planteaba al empresario la necesidad de que el ejército reciba un aval parlamentario que le permita intervenir “si no hay más remedio”. El periodista apunta que Brinzoni “habría deslizado que cualquier paso a dar debía contar también con el visto bueno de Washington”.
Las fuerzas represivas argentinas ya han demostrado históricamente y durante las recientes jornadas revolucionarias de qué son capaces. De momento, con una clase obrera en ascenso y las masas de la clase media movilizándose junto a ella (y con la brutalidad de la Junta Militar aún en la memoria), utilizar este cartucho demasiado pronto resultaría contraproducente y radicalizaría al movimiento revolucionario; así que por ahora prefieren jugar otras cartas.
Lo más probable es que mientras puedan, tanto los burgueses argentinos como el imperialismo USA intentarán descarrilar la revolución mediante una contrarrevolución “por vías democráticas” como ocurrió en las situaciones revolucionarias de la posguerra en Francia e Italia, tras el mayo del 68 francés, la revolución portuguesa o el proceso pre-revolucionario que se dio entre 1975 y 1977 en el Estado español. Para ello intentarán combinar la represión, que en ningún momento han abandonado (recordemos los 30 asesinados de diciembre, los dirigentes piqueteros detenidos o el asesinato de diferentes luchadores populares durante los últimos años) con medidas que busquen desarrollar ilusiones democráticas en las masas y poder desgastarlas y dividirlas. Con este objetivo se están apoyando en organizaciones y líderes que mantengan influencia entre estas. Como ya hemos explicado, el intento de pacto social bajo la mediación de la Iglesia y la ONU busca implicar a los dirigentes sindicales en los ataques a la clase obrera y reducir la capacidad de respuesta por parte de esta. Durante los últimos años varios burgueses argentinos y españoles venían comentando la experiencia de los Pactos de la Moncloa en 1977 y quieren conseguir algo parecido.
También han intentado implicar en las negociaciones a los dirigentes de algunas de las organizaciones piqueteras, pero la gran mayoría de la base ha rechazado la participación en esta negociación de sus dirigentes y está participando en las asambleas. Son conscientes de que la negociación de un pacto para intentar reducir los obstáculos a sus medidas antisociales es solo un primer paso en su objetivo de dividir a las masas. En el terreno político también se están apoyando en formaciones de origen burgués o pequeño burgués que tienen un discurso populista y reformista como ARI, el Polo Social o el Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo) que impulsan los dirigentes de la CTA. De momento, los utilizan desde la oposición para impulsar la concertación nacional y desorientar a las masas, o al menos a una parte de ellas, y para que actúen como un obstáculo que dificulte que las masas miren hacia alternativas más a la izquierda. En un determinado momento es bastante posible que tengan que recurrir a la convocatoria de elecciones con el objetivo de ganar tiempo y desviar la atención de la población utilizando probablemente a estos grupos desde el propio Gobierno. Incluso pueden verse obligados a plantear algún tipo de maniobra institucional, refundación de la República y hasta la convocatoria de una asamblea constituyente, si la presión revolucionaria les obliga a ello. Se trataría de ceder en un aspecto secundario para intentar salvar lo fundamental.
Un Gobierno populista bajo el control más o menos directo de la burguesía tiene hoy mucho menos margen que en otros momentos para desviar a las masas de la revolución con reformas. Esta época no tiene nada que ver con el auge económico mundial de posguerra que permitió una relativa e inestable consolidación del populismo peronista entre 1945 y 1956. A esto se unen las tradiciones, la organización y la conciencia (del populismo del movimiento obrero argentino actual) muy superiores a la época clásica. En un determinado momento, no podría descartarse que llegase al Gobierno una fuerza centrista o a algún tipo de opción populista (probablemente una escisión del peronismo vinculada a los sindicatos) fuera del control de la burguesía y muy radicalizada bajo la presión de las masas. Lo que está claro es que si con todos sus intentos de apoyarse en dirigentes de la izquierda y de organizaciones populares para reconducir la situación no consiguen evitar la prolongación y ascenso del movimiento revolucionario, en un determinado momento recurrirán a la represión.
Para derrotar definitivamente a la revolución y estabilizar un régimen fuerte basado en la represión, la burguesía necesitaría que sectores amplios de las capas medias e incluso de trabajadores atrasados y pobres urbanos no solo dejen de luchar, sino que giren desesperados a la derecha hartos de que la situación de inestabilidad se prolongue sin ninguna salida a la vista. Esto solo ocurrirá si los revolucionarios argentinos no logran aprovechar las oportunidades que van a tener para convencer a las masas de que pueden ser una alternativa de poder frente a los dirigentes reformistas y la burguesía.
La izquierda argentina ante la revolución
Frente a los comentarios sobre la situación argentina que intentan presentar a la izquierda como un espectador impotente y desorientado del movimiento de las masas, lo cierto es que a lo largo del periodo ascendente de las luchas del último periodo y de la situación revolucionaria actual los militantes de diferentes grupos de la izquierda argentina están jugado un destacado papel y dando un ejemplo de combatividad, sacrificio y voluntad de lucha. La represión del estado burgués se está cebando de forma especial en estos compañeros y lo hará más probablemente en el futuro.
En estos momentos los compañeros argentinos tienen una oportunidad histórica de poder ganar a las amplias masas de la clase obrera e incluso a las capas medias para la revolución socialista. Ello va a depender en primer lugar de que logren dotarse de una política de independencia de clase y conseguir extender las asambleas populares y formar comités de fábrica, elegibles y revocables por los trabajadores como ha aprobado ya la Asamblea Nacional de Trabajadores del 16 de febrero. Al tiempo es necesario convencer pacientemente a las masas de que el poder y las instituciones de la burguesía debe ser sustituido por el poder obrero representado por las asambleas populares unificadas en una asamblea nacional de representantes de todas las asambleas barriales, piqueteras y de fábrica que forme un nuevo Gobierno de los trabajadores y todos los explotados.
Es especialmente peligroso que los dirigentes de organizaciones de la izquierda, como la Corriente Clasista Combativa (CCC) o la FTV-CTA, que han ganado una autoridad y respeto entre las masas agrupando a sectores combativos de los trabajadores desocupados, en lugar de combatir las ilusiones en cualquier salida burguesa o pequeño burguesa que solo serviría para acabar con la revolución, estén limitando sus objetivos al reconocimiento oficial por parte del estado burgués como organizaciones de desocupados y a la negociación con este, negándose al mismo tiempo a convocar y participar en la Asamblea Nacional de Trabajadores y rechazando la unificación de las distintas asambleas barriales y piqueteras en una Asamblea Nacional que plantee una alternativa global a los planes de los capitalistas.
Esta postura es el resultado de los análisis que caracterizan a Argentina como un país colonial en el que existe una burguesía nacional vinculada a los sectores productivos con intereses contrapuestos al imperialismo y el capital financiero que podría estar interesada en enfrentarse seriamente a ellos. Estos análisis ya llevaron a estos sectores a caracterizar el primer Gobierno burgués liderado por Saá como nacional-popular y mostrar su disposición a darle un margen de confianza y pactar con él.
Ya hemos dicho anteriormente que no hay ninguna diferencia de fondo entre los banqueros nacionales y extranjeros, el grupo FIEL (partidarios de la más estricta ortodoxia neoliberal y de la dolarización) y el llamado “Grupo Productivo” o la Unión de Industriales Argentinos —UIA—. Si ya históricamente la burguesía industrial, uno de los pilares de la época clásica del populismo peronista, demostró que su discurso nacionalista era un engaño a las masas, hoy en día —con la extensión del dominio del capital financiero y de las multinacionales— ni siquiera podemos hablar en rigor de una separación clara entre estos sectores de la burguesía. En este periodo, el capital financiero y el industrial se ven cada vez más fusionados entre sí y vinculan más estrechamente sus intereses a los del imperialismo. La inmensa mayoría de las grandes y medianas empresas argentinas pertenecen, dependen o están participadas por el capital financiero o por las multinacionales, a su vez los “industriales” se han beneficiado de la convertibilidad vendiendo sus empresas o participaciones de ellas y dedicando parte de sus capitales a especular con la deuda o llevándoselos al exterior. Las divisiones dentro de esta oligarquía solo reflejan diferentes opciones tácticas sobre el mejor modo de seguir dominando el país y mantener sus beneficios en cada momento sobre la base de la ruina, la miseria y la explotación de los trabajadores, los parados y las capas medias. Cualquier ilusión en sectores de la burguesía o en los demócratas pequeñoburgueses, cualquier intento de negociar o pactar con ellos en lugar de impulsar la organización y movilización revolucionaria, representa en la situación actual una amenaza mortal para las masas argentinas.
Por la democracia obrera
Afortunadamente, estas ideas están siendo rechazadas por la mayoría de los participantes en las asambleas e incluso por las bases de esas mismas organizaciones de izquierdas. Raúl Castells, el dirigente encarcelado de la CCC, ha apoyado la convocatoria de la Asamblea Nacional y la organización está dividida. La propia Asamblea Nacional de Trabajadores ha hecho un llamamiento a estos dirigentes para que abandonen esta política. Diversas organizaciones de la izquierda están teniendo un destacado papel en la lucha por unificar estas asambleas populares y de trabajadores y han planteado correctamente que estas deben extenderse a todas las fábricas para luchar por un Gobierno de los trabajadores.
Sin embargo, como ya se plantea en profundidad en otros materiales (7), pensamos que estas posiciones entran en contradicción con la consigna de “Asamblea Constituyente libre y soberana” defendida casi unánimemente por todos los partidos relevantes de la izquierda. La consigna democrática de Asamblea Constituyente ha sido utilizada en determinadas condiciones por los marxistas, cuando tenía por objetivo impulsar la movilización de las masas en un contexto en el que estas venían de un régimen semifeudal o de una dictadura y predominaban entre ellas las ilusiones en las instituciones de la democracia burguesa, al identificarlas con un mayor grado de libertad y una mejora en sus condiciones de vida. En esos casos los marxistas partían de la situación real del movimiento (la lucha por objetivos e instituciones democráticas) para ponerse al frente del mismo, romper su confianza en que la burguesía podría conseguir estas reivindicaciones y, lo más importante, proponer la creación de órganos de lucha (comités, soviets, juntas...) basados en la autoorganización y en la toma de decisiones por parte de la propia población.
En el transcurso del proceso revolucionario, la extensión de estos órganos de lucha (que “por su propia naturaleza”, como decía el editorialista de La Nación citado anteriormente, adquirían cada vez más el carácter de órganos de poder) hacían pasar a un segundo plano, e incluso desaparecer de las aspiraciones de las masas y del programa revolucionario, esta consigna. Las demandas políticas de los marxistas buscan en todo momento acelerar este proceso convirtiendo en el eje central de su propaganda la necesidad de que los embriones de poder obrero se desarrollen, unifiquen y tomen el poder. En el mejor de los casos la consigna de la Asamblea Constituyente era un punto cada vez más secundario. Esto fue lo que ocurrió en Rusia: el centro de toda la agitación y propaganda bolchevique desde abril a octubre de 1917 fue la consigna “Todo el poder a los soviets”, asociada a las reivindicaciones “pan, paz y tierra”.
Pero en Argentina esta consigna no solo no ayuda a hacer avanzar la revolución sino que supone un error que puede tener consecuencias muy peligrosas. Lo que tenemos en Argentina es precisamente el surgimiento de los órganos de lucha y autoorganizacion de la clase obrera y sectores importantes de las capas medias, que se extienden e incluso se dotan de un programa revolucionario de lucha por el poder. En este contexto las consignas de los revolucionarios deben tener como objetivo central acelerar este proceso y señalar a la vanguardia y a las masas que es posible unificar a todo el pueblo frente a la corrupción y miseria que ofrecen la burguesía y sus instituciones corruptas mediante el poder obrero.
Separar la extensión de las asambleas de la lucha por el poder (buscando otra consigna que supuestamente permita unificar al pueblo), lejos de clarificar cual es la tarea central de la clase obrera, confunde y se convierte en un obstáculo para este objetivo.
Las masas ya han pasado por la experiencia de la democracia burguesa y comprenden su carácter corrupto. Lejos de ilusiones hay un descrédito amplio de las instituciones burguesas (Asambleas legislativas corruptas, elecciones que llevan a los de siempre al poder, etc.) Ese era uno de los hechos que reflejaba el voto bronca y la rapidez y entusiasmo con los que las capas medias han aceptado métodos de representación directa como las asambleas. En esta situación y cuando la burguesía se prepara para intentar encauzar las energías revolucionarias de la población en lucha por la vía del parlamentarismo burgués prometiendo un nuevo sistema de representación democrática no “corrompida” pero respetuosa con el capitalismo, defender la consigna de Asamblea Constituyente es dejar precisamente una puerta abierta a esta táctica de la burguesía.
El factor fundamental que impide que en estos momentos los explotados puedan tomar el poder y plantearse avanzar hacia el socialismo no son las ilusiones de los trabajadores o las capas medias en instituciones democrático burguesas como la Asamblea Constituyente, sino que sectores importantes de los explotados miran todavía hacia sus viejos dirigentes o, para ser más exactos, hacia sus organizaciones tradicionales esperando de ellas esa salida a su situación desesperada. Para muchos revolucionarios puede resultar evidente que los dirigentes de estas organizaciones, que aceptan el capitalismo como el único sistema posible, ni quieren, ni pueden ofrecer esa alternativa pero para sectores importantes de las masas eso solo se hará evidente si a su experiencia se une la intervención audaz y una explicación paciente y compañera por parte de los revolucionarios.
La clase obrera y la lucha por el poder
Por diversos factores históricos, el populismo peronista sigue teniendo una influencia decisiva sobre amplios sectores del movimiento obrero argentino. La CGT peronista organiza a cientos de miles de trabajadores, pero las masas obreras peronistas se están viendo influidas por la situación revolucionaria y será posible ganarlos para una política socialista. Durante el periodo revolucionario de 1973-76 miles de peronistas giraron hacia posturas revolucionarias. La consigna de la Juventud Peronista o los Montoneros era “Perón, Evita, la patria socialista”. Una orientación correcta y un método compañero hacia estas organizaciones y la base de los sindicatos peronistas hubiese podido ganarlos para una política genuinamente marxista. La ausencia de este referente marxista no sectario con las masas peronistas permitió que los dirigentes sindicales controlados por la burguesía mantuviesen la dirección del movimiento obrero y que estos sectores revolucionarios, aun declarándose socialistas, no lograsen desembarazarse del interclasismo peronista. Su propuesta era un frente de todos los revolucionarios para construir el socialismo, pero llamaban a Perón (que al mismo tiempo negociaba con la extrema derecha peronista) a encabezarlo.
En la situación actual, con una clase obrera mucho más experimentada, sin el aglutinante interclasista que representaba Perón, con un peronismo que ha sufrido escisiones y con muchos de sus dirigentes desprestigiados ante las masas, la tarea de ganar a los trabajadores peronistas se ve enormemente facilitada. Las asambleas populares permiten unir en la lucha a los distintos sectores de la clase obrera y a esta con otras capas populares. Los revolucionarios tienen una oportunidad inmejorable para superar un obstáculo histórico del movimiento obrero argentino y romper la influencia de la burguesía dentro del movimiento obrero. Para conseguir la victoria de la revolución argentina los revolucionarios deben dotarse de la orientación, los métodos y las consignas que les permitan resistir todas las presiones de la situación y ganar el derecho a dirigir a las masas explicándoles pacientemente sus propuestas. Como explicó Trotsky, este factor es el único que no depende de la correlación de fuerzas objetiva entre las clases ni de la fortaleza de la clase obrera sino de la propia capacidad de las organizaciones revolucionarias para dotarse en cada momento de las consignas, los métodos y el programa adecuados para vencer.
El programa aprobado por la Asamblea Nacional de Trabajadores, donde, por cierto, está ausente la consigna de Asamblea Constituyente y se plantea “tomar en nuestras manos la solución a los problemas más imperiosos de las masas: el trabajo, la salud, la educación, la vivienda” así como “impulsar y extender estas organizaciones a lo largo y ancho de todo el país en función de una alternativa propia de los trabajadores”, marca un punto de inflexión en el movimiento revolucionario y formula las tareas centrales a las que se enfrenta la revolución argentina: la principal, la extensión de las asambleas a todo el movimiento obrero. “Definimos como estrategia de los piqueteros y sectores sindicales combativos agrupados en esta asamblea nacional la incorporación a la actual lucha de piquetes del movimiento obrero industrial y de los grandes servicios públicos privatizados. Cualquier pretensión seria de derrocar al actual Gobierno y al régimen imperante no puede prescindir del rol fundamental de los trabajadores que hoy hacen funcionar los principales centros de producción y servicios esenciales como la luz, gas, teléfono y transporte”.
La clave para que el movimiento revolucionario agrupado en las asambleas pueda lograr la dirección hegemónica sobre las más amplias masas de la clase obrera y las capas medias y sustituir al poder corrupto y decrépito de la burguesía es extender las asambleas a todos los centros de trabajo y constituir comités de fábrica elegidos y revocables por los trabajadores (como se ha planteado en la Asamblea Nacional de Trabajadores). Las asambleas deben extenderse también a los centros de estudio, así como a los cuarteles, para empezar a romper el control que ejerce la burguesía sobre el ejército y la policía a través de los mandos, algo decisivo de cara al futuro de la revolución. La toma del poder por los trabajadores en Argentina debería ser continuada con la extensión de la revolución al resto de América Latina y un llamamiento de clase a todos los trabajadores del mundo como el mejor modo de defender, consolidar y hacer avanzar la propia revolución. Una victoria de la revolución argentina abriría una nueva época y marcaría un cambio en la situación internacional.
Venezuela: el proceso bolivariano
La decadencia del capitalismo venezolano a lo largo de las últimas décadas ha sido una constante: los ingresos de la clase media han caído un 70% en veinte años, un 1% de propietarios posee el 60% de la tierra, el 51% de los trabajadores vive de la economía informal, un 80% de la población es pobre y el 40% de la riqueza nacional lo consume la deuda externa. Esto ha provocado un descontento social creciente que se expresó primero en el estallido social de 1989 (el caracazo), sangrientamente reprimido por Carlos Andrés Pérez, uno de los cabecillas de la actual oposición “democrática” a Chávez; en el posterior golpe de los oficiales nacionalistas bolivarianos procedentes de la pequeña burguesía encabezados por Hugo Chávez contra el propio Pérez; en distintas luchas y procesos electorales durante los años 90 y, finalmente, en la elección de Chávez en 1998 como presidente de la República con un 56% de los votos.
En situaciones en que la burguesía evidencia su incapacidad para hacer avanzar al país y la clase obrera ve cómo todos sus intentos de buscar una salida a la situación son frenados por los dirigentes de sus organizaciones de masas, el deseo de cambio se puede expresar a través de líderes y movimientos populistas de origen pequeño burgués con un programa populista y reformista confuso (8).
El mensaje populista y reformista de Chávez ilusionó a las capas más pobres de la sociedad y alrededor del Movimiento por la V República (formado por los militares bolivarianos y algunos sectores de la pequeña burguesía que les apoyaban) surgió un frente, el Polo Patriótico, que agrupaba a organizaciones de izquierdas como el Partido Comunista (PCV), el MAS (el congreso de este partido obligó a los dirigentes a salir del Gobierno de COPEI y apoyar a Chávez), Patria Para Todos (PPT) y otros. Como preveíamos los marxistas, el objetivo chavista de intentar reformar gradualmente la sociedad y lograr más independencia nacional y justicia social sin romper con el capitalismo ha provocado un choque con los capitalistas que le obligará a definirse más claramente.
Inicialmente, un sector de la burguesía venezolana no veía mal algunas propuestas chavistas, ya que podrían significar proteccionismo para determinadas industrias e impulsar el consumo interno y, en todo caso, confiaban en frenar sus veleidades.
Durante 1999 y 2000 el repunte de los precios del petróleo, que aporta el 50% de los ingresos estatales, el crecimiento de la economía mundial y el mantenimiento de Petróleos de Venezuela como empresa pública, posibilitaron aumentar el gasto público que creció un 42% el año 2000 sin disparar la deuda o la inflación ni enfrentarse decisivamente a los empresarios. La construcción de viviendas sociales para gente humilde y, en general, cierto aumento en los gastos sociales fue posible. Sin embargo, estas medidas están bastante por debajo de lo que muchos sectores de la base social chavista esperaban, que era un cambio radical en sus vidas. En 2001 la agudización de la crisis económica ha empezado a notarse más claramente entre la población, especialmente en los sectores más humildes, y ello ha provocado un cierto desgaste de su apoyo entre sectores de trabajadores y pobres urbanos, al tiempo que ha fortalecido la oposición entre las capas medias.
Con la aprobación el 13 de noviembre de 2001 de varias leyes que permiten expropiar latifundios improductivos e imponer cultivos en función de los intereses nacionales (dando un primer paso hacia una posible reforma agraria), así como aumentar los impuestos sobre las grandes empresas y, en general, la intervención estatal en la economía, Chávez intentaba cumplir algunas medidas de su programa y reforzar su base social, por el momento basándose fundamentalmente en los campesinos y la gente más pobre de las ciudades.
Este giro hacia la izquierda ha intensificado la polarización social. Lo que más preocupa al imperialismo y la burguesía venezolana es que las leyes aprobadas, aunque equivalen a reformas que en otros momentos han ejecutado Gobiernos burgueses en algunos países, chocan con la tendencia general que impone el imperialismo (privatizaciones, sometimiento al FMI, desregulación...) y —en un contexto de crisis económica a escala nacional e internacional y con las presiones de clase que recibe el chavismo— pueden llevar a Chávez más lejos.
Los capitalistas han lanzado una agresiva campaña desestabilizadora parecida a la desatada en Chile contra Allende. Quieren presionarle para que retroceda y, en caso de no lograrlo, derrocarle. De momento utilizan las maniobras legales, la huelga de inversiones y la evasión de capitales para hacer fracasar su política económica y erosionar su base social. Además, intentan arrastrar a las caceroladas y paros empresariales que organizan a los sectores de la población más desesperados y descontentos tras tres años de revolución bolivariana que no han significado un cambio económico profundo. Para ello intentan dar a su campaña una cobertura “popular” utilizando a los corruptos dirigentes sindicales de la CTV, a partidos que se declaran de “centroizquierda” como AD e incluso a grupos ultraizquierdistas como Bandera Roja, que colaboran con la derecha en el frente anti Chávez.
Independientemente del discurso pseudodemocrático con el que intenta disfrazarse, el carácter y los objetivos de la oposición a Chávez son netamente burgueses y contrarrevolucionarios. Antes o después intentarán sustituirle por un Gobierno sumiso. Dentro de la propia oposición a Chávez hay divisiones sobre cómo hacerlo; de momento parece que la mayoría de los burgueses venezolanos y el imperialismo, al menos mientras puedan elegir, se inclinan por hacerlo ganando las próximas elecciones o arrebatándole la mayoría parlamentaria mediante una escisión del MVR. Pero, debido a la rapidez con que está agudizándose la polarización social y deteriorándose la economía, es bastante posible que tengan que hacerlo antes (hay sectores que ya presionan en este sentido) aprovechando alguna triquiñuela legal que permita un golpe de Estado encubierto o incluso mediante un golpe militar puro y duro.
Los bandazos de Chávez
La sustitución de Chávez por un Gobierno títere de la burguesía solo sería el paso previo a una ofensiva brutal contra las condiciones de vida del pueblo venezolano. Si Chávez, presionado por un sector del ejército o por el ala más a la derecha del MVR, retrocediese con el objetivo de ganar tiempo e intentar recuperar el diálogo con la oposición estaría cavando posiblemente su propia tumba política (y puede que no solamente política).
Los bandazos, los pasos adelante y atrás bajo la presión del proletariado y la burguesía, son una característica de todos los procesos dirigidos por líderes de origen pequeño burgués. Chávez contestó inicialmente al paro empresarial de diciembre intentando reafirmar su control del ejército, convocando movilizaciones de masas para defender las leyes aprobadas, apoyándose en organizaciones de izquierdas como el PCV, PPT o un sector del MAS, e incluso amenazó con nacionalizar la banca si los banqueros no concedían créditos a los campesinos. Como explicábamos los marxistas, de momento eran solo palabras, pero palabras pronunciadas ante miles de seguidores (que pueden interpretarlas como una promesa y una invitación a pasar al ataque) en un acto en que Chávez juramentaba a miles de militantes de los Círculos Bolivarianos, el movimiento de base con él que intenta revitalizar su apoyo y presencia en la calle. Estas palabras podrían transformarse en hechos en un momento determinado.
Tras este giro a la izquierda la burguesía ha estrechado el cerco sobre él: pronunciamientos de militares exigiendo su dimisión, nuevas movilizaciones de la clase media y claras amenazas del Gobierno estadounidense. También intentan arrebatarle la mayoría parlamentaria que actualmente posee en la Asamblea Legislativa sabedores de que dentro del MVR se expresan distintas presiones de clase. Sectores del alto mando militar y de la derecha del MVR presionan insistentemente para recuperar un clima de diálogo con los empresarios (como refleja la dimisión de Luis Miquilena como ministro del Interior y su llamamiento a dialogar). El Gobierno ha aceptado, de momento, aplicar algunas de las medidas que demandaban los capitalistas y el FMI ante el riesgo de que el endeudamiento del estado venezolano llevase a una bancarrota como la argentina. Pero la situación económica venezolana no mejorará con esto, la burguesía exigirá ataques más contundentes contra los sectores populares y estos exigirán a Chávez nuevos pasos a la izquierda. Nuevos choques entre las clases y nuevos bandazos de Chávez respondiendo a estos son más que probables pero lo decisivo es ver la línea general y entender que no hay margen para una estabilización duradera.
En el contexto anterior a la caída del estalinismo Chávez se habría dirigido hacia una economía planificada como la cubana. La tendencia mundial predominante en los últimos años, marcada por el dominio aplastante de las multinacionales imperialistas, las privatizaciones y el rechazo a la intervención del Estado en la economía, lo ha impedido hasta ahora pero esto podría cambiar.
Lo más probable es que, con avances y retrocesos, el chavismo —para seguir manteniendo el poder, y en un escenario de crisis económica mundial y ascenso de la lucha popular en toda Latinoamérica— tenga que girar aún más a la izquierda. Hasta qué punto y a qué ritmo, dependerá de las presiones de clase que reciba. La clave para resistir la ofensiva contrarrevolucionaria será si consigue ganar un apoyo suficiente entre las masas pasando de las palabras a los hechos.
Venezuela se dirige hacia un enfrentamiento decisivo entre la revolución y la contrarrevolución. Chávez ha colocado a hombres de su confianza en el aparato estatal y ascendido a oficiales en los que cree poder apoyarse. Pero la oficialidad de cualquier ejército está unida por intereses, tradiciones e infinidad de lazos comunes a la burguesía. Venezuela es un país con una burguesía consolidada y un estado burgués que existe desde hace casi dos siglos. Ante un enfrentamiento decisivo entre las clases que podría cambiar el carácter del Estado y las formas de propiedad sobrarán oficiales dispuestos a “salvar al país del comunismo”.
Si Chávez confía en ganar basándose exclusivamente en su control de la oficialidad cometerá un grave error. El resultado de un enfrentamiento dentro del aparato estatal lo decidirá lo que ocurra entre las masas: si Chávez mantiene y aumenta su apoyo entre los campesinos y trabajadores esto se reflejará en los soldados y los estratos bajos y medios de la oficialidad; si no es así, la lucha se dirimirá en las alturas del aparato del Estado, el terreno que más conviene a la burguesía.
Cuanto más tiempo se mantenga a medio camino, granjeándose el odio capitalista por sus medidas y promesas pero sin que estas supongan una transformación decisiva de la economía que ilusione a las masas trabajadoras, su situación será más difícil. Las leyes aprobadas agudizarán la huelga de inversiones y el cerco capitalista pero para mejorar significativamente la situación de las masas deberían continuar y profundizarse con una reforma agraria que distribuya la tierra inmediatamente a los campesinos y con la nacionalización de las grandes empresas y la banca para ofrecer créditos baratos a los campesinos y pequeños propietarios y disponer de recursos con los que satisfacer las necesidades sociales. Chávez debería también negarse a pagar la deuda externa así como subir los salarios y repartir el trabajo existente sin reducir estos. Este programa significa un enfrentamiento decisivo con los capitalistas y para ser llevado a cabo exitosamente necesita de la participación masiva de la clase obrera y los demás sectores explotados.
El papel de la clase obrera
La clave para que triunfe la revolución venezolana es que su dirección recaiga en manos de la clase obrera y sea resultado del incremento de su organización y conciencia revolucionaria. Es imprescindible que los trabajadores formen comités de representantes democráticamente elegidos y revocables en cada fábrica y cada barrio para defender las medidas tomadas por Chávez de la ofensiva contrarrevolucionaria pero también para dar más pasos adelante. Esto mostraría el camino a otras capas: a los soldados para hacerlo en los cuarteles rompiendo el control de los oficiales burgueses sobre la tropa, a los campesinos en los pueblos. Solo esto garantizará que la revolución venezolana avanza y que su dirección está bajo el control democrático de las masas, en particular del proletariado.
El principal peligro es que hasta el momento la clase obrera no tiene la iniciativa. Las declaraciones de un “huelguista” dan una idea de la actitud de muchos trabajadores ante el paro empresarial de diciembre: “Yo trabajo en una empresa capitalista. (...) Son gente poderosa, si quieren parar, paran. A uno le pagan igual. Lo único que uno puede hacer es tomarse el día libre, como un domingo cualquiera” (9). El seguimiento de la huelga en las empresas privadas fue alto ya que los empresarios cerraban. Sobre las estatales y extranjeras no existen datos fiables. El sindicato del Metro de Caracas se opuso a la huelga por considerarla una maniobra de los ricos, pero no parece que hubiese muchos pronunciamientos semejantes.
Los dirigentes de la CTV apoyaron el cierre empresarial y amenazaron con una huelga general pero han sido incapaces de convocarla. Aunque están intentando lanzar luchas por motivos salariales en empresas estatales con el objetivo de reforzar su posición y debilitar al Gobierno no se puede decir que tengan la dirección real de la clase obrera y sean capaces de movilizarla. En las elecciones internas de la CTV que Chávez obligó a realizar a la actual dirección (con mayoría de AD), esta afirmó obtener un 62% del medio millón de votos emitidos y otorgó un 12% a los chavistas (la Fuerza Bolivariana de Trabajadores) pero hubo numerosas acusaciones de fraude y no hay resultados oficiales.
No parece que los trabajadores venezolanos cuenten actualmente con una dirección clara en la que confíen y a la que sigan. Al principio de la revolución bolivariana hubo movilizaciones exigiendo la destitución de los dirigentes de la CTV pero la corriente sindical bolivariana tampoco parece tener en estos momentos la dirección del movimiento obrero organizado. Que el fraude no haya sido contestado por movilizaciones de los trabajadores, que la clase obrera no se haya expresado como tal ante el paro empresarial, indica que no está actuando independientemente y que le falta organización, dirección y confianza en sus fuerzas.
Construir una dirección obrera revolucionaria y combativa y democratizar los sindicatos debe ser resultado de la acción de los propios trabajadores, de su experiencia en la lucha y el avance de su conciencia. Los trabajadores tardan años en crear una dirección; incluso si esta degenera (y la de la CTV degeneró hace décadas) es preciso que exista otra alternativa que se haya ganado en la lucha el apoyo y confianza de los trabajadores y el derecho a dirigirlos. Cualquier intento de sustituir ese proceso improvisándolo desde fuera (no digamos ya si es un movimiento que gobierna la nación y está dirigido por militares quien lo intenta) tiene enormes riesgos: sustituir a una burocracia por otra, perder el apoyo de sectores de trabajadores o convertir a estos en un mero apéndice y no en la dirección de la lucha.
El enfrentamiento entre Chávez y sus enemigos está polarizando Venezuela. En el campo, la burguesía ganadera ha asesinado a campesinos que intentaban ocupar tierras o reclamaban su expropiación. Las organizaciones campesinas han anunciado movilizaciones para defenderse y luchar por la tierra. Pero el campesinado y los indígenas son una base social demasiado débil para Chávez (menos de un 5% de la población). Por otra parte, mantener el apoyo de las masas semiproletarias empobrecidas que viven en los suburbios de las grandes ciudades exige medidas económicas y sociales contrarias a los intereses capitalistas. En las fábricas, por los factores comentados, la situación es más confusa actualmente pero antes o después obligará a los distintos sectores de la clase obrera a tomar posición y, probablemente, a un sector del chavismo a intentar reforzar su apoyo dentro del movimiento obrero organizado.
Marxismo frente a populismo
Los trabajadores más avanzados tienen una oportunidad y un reto. Deshacerse de los dirigentes sindicales corruptos, romper la influencia burguesa y pequeñoburguesa en el movimiento obrero y que este sea el que tome las riendas de la situación exige construir una organización marxista que se base en una política independiente y luche por el socialismo. Incluso si Chávez llegase tan lejos como para instaurar una economía nacionalizada y planificada, sin ser el resultado de la lucha y conciencia de las masas y de su control mediante la creación de comités y asambleas democráticas, desembocaría en el mejor de los casos en un tipo de régimen similar al de la URSS, los países de Europa del Este o Cuba. Un régimen semejante (10), con deformaciones burocráticas y autoritarias, mejoraría las condiciones de vida del pueblo durante un tiempo pero sufriría enormes contradicciones y acabaría entrando en crisis.
Solo con la participación consciente y democrática de la clase obrera, dotándose de organismos propios de poder, se puede establecer un Estado Obrero sano en transición al socialismo. Incluso los objetivos más modestos de Chávez (reforma agraria, independencia nacional, justicia social, desarrollo sostenible...) son inalcanzables bajo el capitalismo y exigen que las principales palancas económicas sean nacionalizadas bajo el control democrático de los trabajadores. Por otra parte, una revolución social victoriosa en Venezuela necesitaría extenderse al resto de América Latina para consolidarse frente a la presión imperialista y avanzar hacia el genuino socialismo.
Es significativo que en sus declaraciones y mensajes Chávez no haga ningún llamamiento específico a la lucha revolucionaria de la clase obrera. Es una característica común a dirigentes procedentes de la pequeña-burguesía que han encabezado procesos parecidos. Desconfían de la organización independiente de los trabajadores y la temen ya que una entrada masiva del proletariado en escena desplazaría el eje de la lucha hacia sus métodos y objetivos de clase y les arrebataría el liderazgo del proceso revolucionario convirtiendo a la vanguardia obrera en dirección del mismo. Esto no significa que en una situación límite los dirigentes populistas de izquierdas bolivarianos no puedan verse obligados a buscar el apoyo de la clase obrera e incluso a compartir con ella la dirección de la revolución pero esta política interclasista y las oscilaciones constantes características del populismo, ha conducido a la derrota en la mayoría de las ocasiones.
Las revoluciones bolivianas del 52 o el 70 demostraron que, aun llegando al poder, si la clase obrera carece de una dirección marxista que tenga una idea clara de cómo sustituir la maquinaria del estado burgués (ejército, policía, burocracia, etc.) por un estado obrero dirigido democráticamente y construir el socialismo extendiendo la revolución a otros países (en particular a los más avanzados), acaba siendo derrotada.
En 1952 el movimiento de los mineros bolivianos llegó a disolver el ejército y sustituirlo por milicias obreras (11), pero no sustituyó el resto del aparato estatal burgués por un Estado obrero basado en asambleas y comités democráticos. La ilusión de que la presencia de la Central Obrera Boliviana (COB), creada por los trabajadores durante la revolución, en el Gobierno junto a los líderes populistas del MNR suponía la victoria definitiva permitió a la burguesía y a los dirigentes procapitalistas del MNR apoyarse en el campesinado para reconstituir el ejército en cuanto comenzó el reflujo de la marea revolucionaria y recuperar el control. En 1970, el general populista Torres consultaba todas sus decisiones a la Asamblea Popular creada por los trabajadores pero los dirigentes obreros, todavía influidos ideológicamente por el populismo, desaprovecharon su oportunidad de tomar el poder y crear un estado obrero y fueron aplastados junto a Torres por los militares más derechistas.
Todavía recientemente, durante la revolución ecuatoriana de enero de 2000, los campesinos —apoyados por la clase obrera— crearon Parlamentos Populares y tomaron el poder durante unas horas. Sin embargo debido a la ausencia de una organización marxista de masas, los dirigentes campesinos de la CONAIE cometieron graves errores y la burguesía pudo recuperar el control de la situación para la clase dominante.
Un año después las masas campesinas volvieron a movilizarse obligando al Gobierno a suscribir un acuerdo que, como era de esperar, está siendo incumplido. El Gobierno también tuvo que liberar a Lucio Gutiérrez, líder de los militares que apoyaron la revolución, quien ha formado un partido para presentarse a las elecciones de octubre de 2002 con el significativo nombre de Movimiento 21 de Enero. Intenta emular a Chávez y, dada la situación económica, social y política ecuatoriana, no es descartable que pueda hacerlo. En cualquier caso, la burguesía ecuatoriana no ha conseguido aplastar a las masas que participaron en los acontecimientos revolucionarios de los últimos años ni a su vanguardia. Los campesinos ya han realizado nuevas movilizaciones paralizando distintas zonas del país que han sido respondidas con una durísima represión. Un nuevo choque revolucionario es inevitable más pronto que tarde.
América Latina en pie de guerra
Argentina, Venezuela, Colombia, Ecuador, todo el continente latinoamericano está viviendo un auge extraordinario de la lucha de clases. En Perú las movilizaciones populares masivas provocaron divisiones en la burguesía, que se deshizo de Fujimori y Montesinos para evitar que el descontento popular desembocase en un levantamiento. Pero su recambio político, el flamante presidente Toledo, fiel servidor del FMI y el BM, está creando las condiciones para un resurgimiento del movimiento popular a una escala superior.
En Bolivia, durante abril de 2001, asistimos a un levantamiento obrero y campesino de masas en Cochabamba contra la privatización del agua. La Coordinadora por el Agua y la Vida surgió como un frente único de organizaciones obreras y campesinas que dirigió la lucha. La población se organizó en asambleas, resistieron la represión militar y policial y expulsaron a las fuerzas represivas manteniendo el control de la ciudad durante varios días. Finalmente el Gobierno tuvo que ceder a muchas reivindicaciones y levantar el estado de sitio para evitar que el ejemplo se extendiese.
En los dos países más poderosos económicamente de Latinoamérica junto con Argentina, Brasil y México, también estamos entrando en una nueva época. La crisis económica en Brasil es muy profunda y puede verse agravada por el colapso argentino. En México se desarrollan importantes luchas campesinas y obreras, después de la gran huelga de los estudiantes de la UNAM (12). Esto se verá intensificado en el nuevo periodo que hemos entrado.
En Brasil, además de las luchas campesinas masivas dirigidas por el MST, hay convocada una huelga general para marzo ante el ataque brutal a los derechos laborales que la burguesía brasileña ha lanzado contra el movimiento obrero. Brasil es uno de los países con mayores desigualdades sociales y una distribución de la tierra más injusta del planeta. El deterioro del Gobierno burgués de Cardoso y el incremento del malestar social pueden llevar en las próximas elecciones al Partido de los Trabajadores (PT) al Gobierno. El PT se basa en los sindicatos y, pese al giro a la derecha de muchos de sus dirigentes durante los últimos años, tiene una tradición combativa y cuenta con un ala izquierda bastante fuerte. Su llegada al poder en un contexto de crisis económica y social profunda y ascenso del movimiento revolucionario en el continente, podría llegar a tener un efecto parecido a la victoria de Allende en Chile en 1970.
Durante años la burguesía ha intentado evitar la llegada del PT al Gobierno. Hoy mismo, dirigentes del PT están siendo asesinados, secuestrados e intimidados (13). El objetivo de estas medidas es atemorizarles para que moderen lo máximo posible su programa y asustar a las capas más atrasadas de la clase obrera y la pequeña burguesía con la perspectiva de que una victoria del partido obrero pueda significar una escalada de violencia incontrolable.
La clase obrera del continente está poniéndose en marcha. Una victoria revolucionaria en cualquiera de estos países tendría un efecto colosal a escala continental y mundial. Durante la última década la revolución parecía haber desaparecido de la actualidad latinoamericana. Ahora, la historia se venga empujando a todo el planeta y, en primer lugar, a América Latina a un nuevo periodo de convulsiones económicas y sociales. La lucha entre la revolución y la contrarrevolución ha comenzado y la clase obrera latinoamericana tendrá numerosas oportunidades de cambiar la sociedad de arriba a abajo. En el transcurso de estos grandes acontecimientos, las masas oprimidas de Latinoamérica se reencontrarán con las auténticas ideas del marxismo revolucionario y armados con esta bandera establecerán un nuevo poder socialista.
Notas:
1. A. Woods y T. Grant, En el filo de la navaja, en Marxismo Hoy nº7.
2. Movimiento populista de origen burgués que, por toda una serie de factores sociales, económicos y políticos de la historia argentina, consiguió en los años 40 una influencia masiva que ha mantenido hasta hoy entre los trabajadores y las capas populares (N. Martinez Díaz, El peronismo. Cuadernos de Historia 16).
3. Limitaciones muy estrictas a la retirada de fondos de los bancos que impiden a cientos de miles de argentinos disponer de sus ahorros.
4. Huelga de 36 horas en Argentina, M. Jiménez. El Militante, mayo 2001.
5. El malestar social busca una expresión política, en www.marxist.com, 19/10/01.
6. Frente a la crisis capitalista: democracia obrera, M. Jiménez, El Militante nº147.
7. Sobre la consigna de la Asamblea Constituyente, A. Woods, en www.elmilitante.org.
8. América Latina. La lucha de clases llama a la puerta, en Marxismo Hoy nº 6. ¿Hacia dónde va Venezuela? E. Lucena, El Militante nº 126. Venezuela. La Revolución bolivariana ante un momento decisivo, M. Campos, en www.elmilitante.org.
9. El Universal, 11/12/01, www.eluniversal.com.
10. Para un análisis de estos regímenes, véanse las obras de León Trotsky: Estado Obrero, Termidor y Bonapartismo, en Marxismo Hoy nº 8. La naturaleza de clase del Estado soviético, en Escritos. Tomo V. Vol. 2. pág.154, Ed. Pluma. La revolución traicionada, Fundación F. Engels.
11. El poder dual en América Latina, R. Zavaleta Mercado, Ed. Siglo XXI.
12. Para conocer la situación de la lucha de clases en México, www.militante.org, web de la corriente marxista mexicana.
13. El País, 27-1-02.