Los acontecimientos del pasado diciembre son un aviso de lo que ocurrirá en un país tras otro en el próximo periodo. La revolución argentina es una respuesta a todos los apocados, cobardes, escépticos y cínicos que dudaban de la capacidad de la clase obrera para cambiar la sociedad. Esta merece un estudio muy cuidadoso de todos los trabajadores. Es un laboratorio de la revolución, o de la contrarrevolución.
La revolución comenzó con el derrocamiento del Gobierno de Fernando de la Rúa, quien dimitió después de que miles de manifestantes enfurecidos y empobrecidos tomaran las calles de Buenos Aires. Era la primera etapa de la revolución. Refleja la profunda crisis en la que está hundida Argentina y que también afecta al conjunto de América Latina.
Este era un movimiento que incluía a todos los sectores de las capas oprimidas de la sociedad: no solo a los trabajadores, también a los parados y a la clase media. Este hecho ha llevado a algunos a cuestionar las bases de clase del movimiento y a negar el papel del proletariado. Pero esto significa que no comprenden la dinámica de la revolución argentina. La seriedad de la crisis, que ha arruinado a un gran número de pequeños empresarios y pensionistas, ha empujado a la lucha a las más amplias capas de las masas y despertado incluso a las capas más atrasadas y anteriormente inertes. Esto es tanto una fortaleza como una debilidad. La presencia otras clases en el movimiento ensombrece su verdadero carácter. Pero solo bajo la dirección del proletariado el movimiento puede triunfar.
Embriones de sóviets
Las masas buscan una salida a la crisis a través de la acción directa. Casi diariamente se producen huelgas, manifestaciones, caceroladas, ocupaciones de fábrica y bloqueos de carreteras. En la escuela de la acción directa las masas están descubriendo su fuerza y el poder de la acción colectiva. Es similar a los ejercicios de calentamiento de un atleta que prepara toda su fuerza para la prueba final de fuerza. Pero la prueba decisiva todavía no ha llegado.
La expresión más elevada del movimiento son las asambleas populares, los comités locales y de fábrica, las organizaciones de piqueteros y otras formas de autoorganización de las masas. La celebración de la Asamblea Nacional de Trabajadores el 16 y 17 de febrero fue un paso adelante importante. Aunque la mayoría de los presentes procedían del movimiento de parados, también había representantes de las asambleas populares, de los comités sindicales y de fábrica. Fue una oportunidad para que los representantes de las diferentes regiones, distritos y fábricas comprendieran la necesidad de realizar una acción coordinada a escala nacional, y también una oportunidad para debatir las consignas, las tácticas de la lucha y establecer las prioridades del periodo inmediato.
En esas organizaciones ya es posible ver el débil perfil de un nuevo poder en la sociedad, que está surgiendo por todas partes afirmando su derecho a controlar la sociedad, dando empellones al poder existente y desafiando su autoridad. No es casualidad que periódicos como La Nación bramaran contra las asambleas y que las miren con temor y estremecimiento. No es casualidad que las comparen con los “oscuros y siniestros” soviets en Rusia. La clase dominante ha comprendido el verdadero significado de las asambleas populares y las otras formas de poder popular. Son embriones de soviets.
Los soviets en Rusia aparecieron en 1905 y volvieron a resurgir en marzo de 1917. En esencia eran formas embrionarias de poder obrero. Pero primero surgieron como comités de lucha —comités de huelga ampliados—. Su objetivo era organizar y generalizar la lucha contra el régimen zarista. Ellos reunían a los representantes electos de los trabajadores en las fábricas con los representantes de las otras capas de la sociedad: parados, mujeres, jóvenes, capas oprimidas de la pequeña burguesía, en algunos casos a los campesinos, y en 1917 a los soldados. Sin embargo la fuerza motriz siempre fue el proletariado, los trabajadores industriales.
Existen muchos puntos de similitud entre este fenómeno y lo que vemos en Argentina. Parte de la razón por la que el movimiento ha adquirido este empuje tan amplio e irresistible, ha sido por la participación de las capas oprimidas no proletarias: parados (principalmente a través del movimiento de “piqueteros”), pequeña burguesía, pensionistas (que han visto desaparecer sus pensiones y ahorros), amas de casa (que deben pagar las facturas), jóvenes y pobres urbanos (incluido el lumpemproletariado que puede introducir un carácter caótico y desorganizado a los acontecimientos e incluso podría ser manipulado por fuerzas reaccionarias).
La profundidad de la crisis, que ya arruinado a un gran sector de la clase media, ha dado al movimiento este carácter masivo. Esto es al mismo tiempo una fortaleza y una debilidad. La explosión de furia entre las clases medias y otros elementos no proletarios priva a la clase dominante de su base de masas y corta el terreno a la reacción, que temporalmente ha quedado paralizada. Esto crea un balance de fuerzas excepcionalmente favorable. Pero esta situación no puede durar. Si la clase trabajadora no toma el poder en sus manos y muestra a la clase media un camino que siga unas líneas revolucionarias, el ambiente de la clase media puede cambiar y la iniciativa puede pasar a las fuerzas de la reacción.
Ya lo hemos visto antes. En 1968 el régimen capitalista en Francia vio como sus bases se sacudían con la mayor huelga general revolucionaria de la historia. Diez millones de trabajadores ocuparon las fábricas. El poder estaba en manos de la clase obrera. Pero los trabajadores estaban bloqueados por la dirección estalinista del PCF y la CGT. Podían haber tomado el poder sin una guerra civil, pero se negaron a hacerlo. Entonces la iniciativa pasó a De Gaulle quién organizó una manifestación de masas y un referéndum que ganó. De esta forma abortaron la revolución.
En Argentina el movimiento no ha alcanzado todavía la misma etapa que Francia en 1968. La principal debilidad de la situación es la ausencia de un movimiento generalizado de la clase obrera. A pesar de ocho huelgas generales militantes en los últimos tres años, la clase obrera todavía no ha participado como una fuerza independiente en los acontecimientos revolucionarios que se iniciaron los días 19 y 20 de diciembre. La mayoría de los trabajadores organizados están bajo el control de la CGT oficial (peronista). La burocracia sindical está utilizando todo lo que tiene en su poder para mantener quietos a los trabajadores. El aparato de la CGT tiene un considerable poder y enormes recursos. Cuenta con el respaldo de la burguesía y el estado. En realidad, la burguesía argentina no podría mantener su dominio durante 24 horas sin su apoyo.
Los sindicatos
Por lo tanto, la cuestión de los sindicatos en general, y de la CGT en particular, ocupa un papel central en el proceso revolucionario. En mi último artículo escribía:
“La decisión de exigir a los dirigentes de la CCC y la FTV-CTA, que se negaron a convocar esta Asamblea Nacional, que rompan las negociaciones con el Gobierno es muy correcta. Pero la mayoría de los trabajadores organizados en Argentina están bajo el control de los peronistas. No es posible hacer la revolución en Argentina a menos que se gane a esta capa decisiva.
“La tradicional hostilidad de la izquierda argentina hacia el peronismo es comprensible. Pero una cosa es combatir políticamente a los dirigentes peronistas y otra ignorar a una gran parte de la clase obrera organizada. En el pasado, el peronismo sufrió divisiones y escisiones. En la actualidad, el ala de derechas del Gobierno peronista está aplicando la política del FMI, lo que provocará serias divisiones dentro de la CGT. Debemos encontrar un camino hacia los trabajadores de base de la CGT y ganarlos para la vía revolucionaria a través de una cuidadosa aplicación de la táctica del frente único” (El camino para avanzar, 20/2/02).
Es probable que parte de la izquierda en Argentina tenga objeciones a esta propuesta debido a que la CGT está aplicando una política reaccionaria, está aliada con el Gobierno y otras cosas por el estilo. Pero en primer lugar, estos argumentos se deben aplicar, no a los trabajadores organizados en la CGT, sino a la dirección de la CGT. Y en segundo lugar, en las condiciones actuales de crisis, despidos y colapso del nivel de vida, los dirigentes de la CGT —a pesar de ellos mismos— pueden verse obligados a una situación de semioposición o, incluso, a una oposición abierta al Gobierno. En realidad, la CGT rebelde de Moyano ya está convocando movilizaciones contra el Gobierno, e incluso la CGT oficial de Daer ha advertido que el impago de los salarios a los funcionarios podría provocar una “explosión social”. Obviamente, la intención de esto burócratas es intentar ponerse a la cabeza del movimiento —cuando ya no puedan evitarlo— para garantizar que pueden traicionarlo.
La cuestión de los sindicatos es un asunto de vida y muerte para la revolución argentina. Una postura equivocada en esta cuestión tendrá consecuencias más serias para el movimiento, que un error en la consigna de la Asamblea Constituyente. Es de suma importancia que los compañeros examinen de nuevo su actitud hacia los sindicatos —en particular hacia la CGT—, y así corregir cualquier tendencia hacia el ultraizquierdismo que pueda provocar el aislamiento de la vanguardia en una situación crítica.
En general, los sindicatos tienen tendencia a ir rezagados en la revolución. Siempre existe un elemento de rutinismo conservador, incluso entre los activistas, por no hablar del aparato. En contraste, órganos como las asambleas populares reflejan más fielmente el cambio de ambiente entre las masas. Están más cerca de los sectores más oprimidos, y son más abiertos a las ideas revolucionarias y la acción militante. Lo mismo ocurre con el movimiento de piqueteros, que está formado principalmente por desempleados.
La vanguardia revolucionaria tiene que dar una buena respuesta con sus consignas y propuestas de acción en esta capa, que en la actualidad está en la línea frente del movimiento. Utilizando una analogía militar, es como la caballería ligera que se mueve rápidamente a la línea de frente e inicia escaramuzas con el enemigo, probando su resolución y buscando el punto débil de sus defensas.
Pero ninguna guerra se puede ganar solo con la caballería ligera.. Para infligir una derrota decisiva al enemigo se necesitan los batallones pesados. Estos tienen unos movimientos más lentos y pesados, tardan un poco más de tiempo en alcanzar a la vanguardia. Pero al final su participación activa es decisiva para la resolución del conflicto. Cualquier idea de enfrentarse al enemigo de frente sin estas fuerzas es una invitación al desastre.
En la guerra de Crimea a mediados del siglo XIX, debido a un error de los comandantes británicos, enviaron a la caballería ligera a cargar contra los cañones rusos, provocando una terrible masacre. Un general francés que observaba asombrado la carga desde una cumbre comentó a sus compañeros: “¡C’est magnifique. Mais ce n’est pas la guerre!” (“¡Es magnífico. Pero eso no es la guerra!”). Los soldados británicos desplegaron un gran coraje frente al enemigo. Pero su acción provocó una catástrofe. La causa final de la catástrofe fue una mala dirección.
La guerra de clases tiene muchas analogías con la guerra entre las naciones. Y una de las reglas de oro es que la vanguardia no puede separarse de las masas. Esa fue la postura de Lenin en 1917, cuando dedicaba nueve décimas partes de las energías de los bolcheviques a ganar a las masas de trabajadores y soldados que todavía, en vísperas de la insurrección, seguían la dirección de los mencheviques y SR, y en algunos casos, incluso después de la insurrección.
Aunque los bolcheviques tenían como consigna central “¡Todo el poder a los soviets!”, también prestaban mucha atención al trabajo sistemático en los sindicatos. La mayoría de los sindicatos estaban controlados por los mencheviques y muchos todavía estaban controlados por los antiguos dirigentes, incluso después de Octubre. El sindicato de ferrocarriles, en particular, creó muchos problemas al nuevo régimen. Pero esto no hizo que los bolcheviques abandonaran su determinación a realizar un trabajo revolucionario en los sindicatos, porque este trabajo era un elemento clave de su estrategia.
Después de la revolución, cuando Lenin intentaba explicar a los nuevos e inexpertos partidos de la Internacional Comunista los principios básicos de las tácticas comunistas, recordaba que los bolcheviques, bajo el zarismo, trabajaban en los sindicatos más reaccionarios y atrasados, incluso en los sindicatos policiales (La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo). Este trabajo es absolutamente indispensable en cualquier condición. Pero en el curso la revolución adquiere una importancia ardiente.
El carácter reaccionario de la burocracia de la CGT no necesita explicación. Es una cuestión de abecé para los marxistas. Pero lo que es evidente para nosotros, no necesariamente es obvio para las masas. Los trabajadores tienen un instinto de unidad poderoso, y en una revolución este instinto no se debilita, se fortalece. En unas condiciones de crisis terrible, desempleo y caída de los niveles de vida, los trabajadores organizados se agarrarán más tenazmente a su sindicato.
Los burócratas utilizan y abusan de este sentido de lealtad tradicional entre los trabajadores, para mantener sus propias posiciones. Ellos reflejas las presiones de la burguesía dentro el momento obrero. Actúan como una fuerza policial dentro del movimiento sindical, intentando controlar y disciplinar a los trabajadores en interés de la “paz social”. En Argentina, esta noción, normalmente, va mezclada con la demagogia “patriótica”.
La vanguardia y la clase
Es absolutamente necesario vincular firmemente la vanguardia con las masas, y comprender que las diferentes capas sacan conclusiones desiguales a ritmos diferentes. La vanguardia, activa en las asambleas populares y organizaciones piqueteras, está la primera línea de lucha. Son las tropas de choque de la revolución. Pero los batallones pesados de la clase obrera todavía no han entrado decisivamente en la acción. Llegarán, pero mientras lo hacen es necesario evitar alejarse demasiado de las masas.
No se trata de plantear la toma del poder con una consigna inmediata. La tarea inmediata no es la conquista del poder, sino la conquista de las masas. Pero esta cuestión va inseparablemente unida a la cuestión de los sindicatos.
Como ya hemos señalado, la principal debilidad de las asambleas populares es que todavía no están suficientemente relacionadas con los trabajadores organizados en las fábricas. En la situación actual, la creación y extensión de los comités de fábrica es una demanda fundamental.
Esta demanda no es en absoluto abstracta, parte de las necesidades objetivas de la situación. La defensa del empleo y asegurar el pago de los salarios obligará a entrar en la lucha a cada vez más sectores de los trabajadores. Los profesores y los trabajadores de la banca han convocado una huelga nacional, y los funcionarios de todo el país están participando en batallas por el pago de los salarios. La profundización de la crisis ya ha destruido miles de empleos en todos los sectores (textil, construcción, automóvil, etc.,) y amenaza a miles de trabajadores más. En este contexto la demanda, aprobada en la Asamblea Nacional de Trabajadores, en la que se exige la nacionalización, bajo control obrero, de toda las fábricas que se declaran en bancarrota o que despiden trabajadores, debería ser la consigna central en la batalla destinada a implicar en el movimiento a la clase trabajadora industrial.
Una vez más sobre la Asamblea Constituyente
El periódico del Partido Obrero, Prensa Obrera, publicaba el 28 de febrero de 2002 un artículo firmado por Gabriel Solano titulado: Qué debaten las asambleas populares. En el artículo podemos leer lo siguiente:
“Luchando por la Constituyente —lo que equivale, insistimos, a la única forma de luchar por el poder en las actuales condiciones—, las propias asambleas populares o piqueteras se convierten en una herramienta de poder de los explotados. Los que plantean que el poder pase ya a las asambleas populares, sin que tengan que luchar por el poder para la Constituyente, es decir sin acreditar autoridad nacional, organización y fuerza, no hacen más que propagandismo”.
Evidentemente, no es correcto decir que el poder debe pasar inmediatamente a las asambleas populares. Si fuera así, no solo sería propagandismo, sería una locura. Antes de plantear la cuestión del poder, es necesario ganar a la mayoría decisiva de la clase obrera para la idea de la toma del poder. Esto presupone un periodo de agitación y propaganda. Como Lenin solía decir: “¡Explicar pacientemente!”
Sin embargo, precisamente por esta razón, es esencial que las consignas planteadas con el objetivo de ganar a los trabajadores, sean claras y deben estar vinculadas sin ambigüedades a la idea del poder obrero. A la idea ultraizquierdista de transferencia inmediata del poder a las asambleas populares (que por cierto yo nunca he mencionado), el compañero Solano contrapone: ¡la consigna de la Asamblea Constituyente!
Podemos estar fácilmente de acuerdo con la propuesta de que la situación no está lo suficientemente madura para plantear la cuestión del poder en Argentina, y por lo tanto, las consignas transicionales son necesarias para convencer a las masas de trabajadores que para resolver sus necesidades más que apremiantes, es necesario que tomen el poder en sus manos. Las demandas transicionales necesarias para este propósito, son las elaboradas por la Asamblea Nacional de Trabajadores y también expresadas adecuadamente en el programa del PO.
Las reivindicaciones que llegan a las masas son aquellas que están íntimamente relacionadas con sus necesidades inmediatas: empleo, salarios, vivienda, etc., y van inseparablemente unidas a la perspectiva de la lucha anticapitalista y antiimperialista, a través de la demanda de nacionalización de los bancos y grandes monopolios, el incumplimiento del pago de la deuda externa y la expropiación de toda las propiedades imperialistas. Y a través de estas cuestiones podemos llegar a los oídos de los trabajadores y encontrar un eco para la idea de la toma del poder.
¿Qué relación guarda con esto la consigna de la Asamblea Constituyente? La Asamblea Constituyente, como ya señalé en mi artículo sobre el tema (Sobre la consigna de la Asamblea Constituyente. ¿Es aplicable en Argentina?), en el mejor de los casos es irrelevante en la situación concreta de Argentina, y en el peor de los casos, es perjudicial. Es difícil ver por qué los compañeros insisten tanto en ella.
El compañero Solano también intenta justificar la consigna de la siguiente forma:
“Pero la Asamblea Constituyente soberana plantea el derrocamiento del actual Gobierno, en primer lugar, y debe abarcar a todos los poderes del estado nacional, provincial y municipal. Los políticos patronales no hablan de Constituyente soberana, porque lo que quieren evitar es precisamente el derrocamiento del régimen”.
Con el debido respeto por el compañero, esta es una forma muy peculiar de razonamiento. ¿Es verdad que la consigna de la Asamblea Constituyente “plantea el derrocamiento del régimen”? Como ya hemos señalado, la Asamblea Constituyente es un Parlamento democrático. El primer problema es que este Parlamento ya existe en Argentina. El régimen es tan “democrático” como es posible sobre las bases del capitalismo. Para mejorar el sistema actual y conseguir un régimen genuinamente democrático, es necesario no un Parlamento burgués “más democrático”, sino la expropiación de los banqueros y los capitalistas que realmente dominan el país.
Un hecho real es que sí es perfectamente posible tener una Asamblea Constituyente dentro del marco del capitalismo. Esto significa que no representa ninguna amenaza para el régimen existente. Pero si podría representar una amenaza para el futuro de la revolución en Argentina, en la medida que desvía la atención de la clase obrera de las tareas centrales y crea ilusiones peligrosas en la posibilidad de una “tercera vía” entre el capitalismo y el socialismo, o una etapa “democrática” separada en la revolución.
Aquí está el verdadero peligro, y es necesario hacer una pregunta directa a los dirigentes del PO: ¿Cuál es la naturaleza de revolución en Argentina? ¿Estamos luchando por el poder obrero, o consideramos que, como Argentina es, supuestamente, un país semicolonial y semifeudal, es necesario plantear la cuestión de una etapa democrática en la revolución?
Espero y confío en que esta no sea la postura de los dirigentes del PO. Si este fuera el caso, entonces la controversia sobre la consigna de la Asamblea Constituyente sería un asunto relativamente menor y que podríamos fácilmente eliminar. Sin embargo, en ese caso, es aún difícil comprender la importancia tan extraordinaria que el PO da a esta consigna. Después de todo en Rusia, que ciertamente si era un país semifeudal y semicolonial, la consigna de la Asamblea Constituyente ocupó una posición relativamente secundaria en la agitación de los bolcheviques, sus consignas centrales eran “paz, pan y tierra” y sobre todo “¡todo el poder a los soviets!”.
Las maniobras de la clase dominante
Lo más importante es que los trabajadores —y sobre todo su vanguardia—, no deben adormecerse con un falso sentido de seguridad con frases “democráticas” y parlamentarias. La lucha de clases en Argentina está planteada en términos absolutos. Ya existen rumores de una conspiración y golpes de estado en la clase dominante. No puede existir absolutamente ninguna duda en que esto es así. Los representantes de las grandes empresas, banqueros, jefes del ejército, círculos reaccionarios de la iglesia, todos están conspirando para destruir la revolución.
La clase dominante argentina ha demostrado muchas veces que no se detendrá a la hora de defender su poder y privilegios: ningún método es demasiado sucio, demasiado cruel, demasiado monstruoso para estas damas y caballeros. La última dictadura fue una prueba suficiente de esto. La prensa a sueldo se movilizará para mentir y difamar. Las cuentas bancarias de la burguesía se abrirán para financiar a los provocadores. El ejército y la policía estarán preparados para golpear cuando las condiciones sean apropiadas.
El problema para la clase dominante es que las condiciones todavía no son apropiadas. El movimiento todavía está en una fase ascendente. Sus fuerzas están intactas. La clase media que está llena de odio y resentimiento contra los grandes banqueros, los capitalistas y sus apoyos en Washington. Cualquier intento de utilizar la violencia para aplastar el movimiento en este momento tendría el efecto contrario. Sería un choque sangriento y todo el país estallaría.
Por lo tanto, la clase dominante tiene que esperar. Esperará hasta que el movimiento empiece a mostrar señales de agotamiento. Esto es inevitable en determinado momento si las masas no ven una perspectiva clara para salir del caos actual. La crisis cada día es más profunda, con más despidos, cierres de fábricas, aumento de precios y caída del nivel de vida. La crisis política solo es un reflejo superficial y tardío de la profundidad de la crisis económica, una crisis que no se puede resolver sobre bases capitalistas, si no es con una reducción aún más salvaje de los niveles de vida. Pero esto solo se puede conseguir si primero se rompen la resistencia de la clase obrera. En el contexto argentino, en su significa una guerra de clases total, y esta se debe luchar hasta el final.
El Gobierno Duhalde es como un niño que sufre una enfermedad incurable que le hace mostrar todos los síntomas de decadencia senil. Dos meses después de la llegada al poder ya ha demostrado su impotencia. Ahora es maldecido y golpeado por todas partes. El FMI exige más austeridad antes de dar una ayuda a Argentina, pero eso significaría una reducción del presupuesto, y eso solo lo puede conseguir si llega a un acuerdo con los gobernadores regionales, la mayoría peronistas. El colapso de la recaudación de impuestos también significa que el Gobierno no tendrá suficiente dinero para pagar los salarios de los funcionarios, que amenazan con provocar un choque con los sindicatos peronistas. Las empresas petroleras privatizadas se resisten a los intentos de Gobierno de introducir nuevos impuestos a las exportaciones. Y por último, los pequeños ahorradores todavía están en las calles exigiendo la devolución de sus ahorros, los piqueteros han incrementado sus protestas para exigir empleos y las caceroladas continúan semanalmente.
El Gobierno no puede resolver ninguno de estos problemas y su colapso solo es cuestión de tiempo. La demanda de nuevas elecciones ganará fuerza. Esta perspectiva no puede provocar entusiasmo en la clase dominante por que las elecciones revelarán un aumento del apoyo de la izquierda. El movimiento peronista está lleno de contradicciones, que pronto tendrán que hacerse notar. Entrará en una crisis profunda y aparecerán tendencias hacia a la escisión. Menem intenta pescar en aguas turbulentas, pero es poco probable que tenga éxito. La memoria de la población es corta, pero no tanto.
Lo más probable es que empujen a un peronista de “izquierdas”, como Rodríguez Saá, que ya ha demostró en diciembre una capacidad considerable de demagogia. En ese momento, la burguesía no estaba dispuesta a aceptarle. Pero están quemando rápidamente todos sus puentes políticos. Como todavía no ha llegado el momento de enfrentarse con la fuerza a la revolución, recurrirán al engaño. La idea de una solución indolora a la crisis, una solución que ofrezca algo para todos, parecerá atractiva, especialmente a la clase media. Saá (o cualquier otro que juegue el mismo papel) prometerá la tierra, el cielo y mucho más. Incluso podría hacer algunas reformas con la mano izquierda, mientras que con la derecha las quita. Pero no cambiará nada sustancial. El objetivo de esta maniobra es solo ganar tiempo para la clase dominante, mientras desorientan y desmoralizan a las masas. No se puede descartar ese Gobierno pudiera ofrecer en algún momento futuro la convocatoria de una “Asamblea Constituyente” (“después solucionaremos la crisis”).
La variante exacta, por supuesto, no se puede prever. Existen muchas variantes. Pero que la clase dominante argentina en el próximo periodo puede recurrir a este tipo de maniobras está fuera de toda duda. Y esto representa un serio peligro para la revolución. Ya vimos en diciembre que incluso algunas personas de izquierdas estaban dispuestas a creer en Saá e incluso darle algo de crédito. Esto es un error mortal. Es necesario mantener una posición independencia de clase implacable ante todos y cada uno de los políticos burgueses. Debemos mantener la guardia y constantemente advertir a los trabajadores de estas maniobras. Por supuesto, debemos hacerlo de una forma hábil. No es cuestión de denuncias sino de explicaciones: “Hechos, no palabras”. Eso es lo principal.
Sobre todo es necesaria la extensión de los órganos de poder popular: las asambleas populares, las organizaciones piqueteras, y sobre todo, los comités de fábrica. La consigna central de este nuevo poder es la huelga general. Pero hay que preparar y organizar la huelga general. La única forma de garantizar que el movimiento tenga lugar de una forma organizada, sin motines ni saqueos, es a través de la creación de comités de acción, comités electos de los trabajadores, que deben ser lo más amplios posible para incluir a los representantes electos de los desempleados, pequeños comerciantes, estudiantes y todos los elementos de la población, excepto los explotadores. Como escribí en diciembre:
“Los comités deben organizar el transporte y la distribución de comida y otras necesidades de la vida de los sectores más pobres de la población. Deben controlar los precios y patrullar las calles para mantener el orden y luchar contra la reacción. Para llevar adelante estas acciones necesitan armas. Hay que hacer un llamamiento a los soldados y policías para creen comités electos, para que purguen de sus filas a los fascistas y otros reaccionarios, y vincularlos a los comités obreros. Finalmente, es necesario vincular los comités revolucionarios local, regional y nacionalmente, preparando el camino para un congreso nacional de comités revolucionarios capaz de tomar el poder en sus manos” (Argentina: la revolución ha comenzado).
La consigna de las asambleas populares (soviets) en absoluto excluye el trabajo en los sindicatos. Todo lo contrario. La consigna de los soviets (especialmente la formación de comités de fábrica) va a mano a mano con la consigna de la transformación de los sindicatos en órganos reales de lucha. Es necesario dirigirnos a los trabajadores de la CGT, entrar en los sindicatos peronistas, proponer la unidad de acción para asegurar que se cumplen todas las promesas y que todos los problemas de la clase trabajadora se resuelven. Los trabajadores peronistas comprenderán a través de su propia experiencia la imposibilidad de resolver sus problemas mientras el poder real permanezca en manos de la oligarquía. Se abrirá un abismo entre los trabajadores y el Gobierno. En determinado momento los propios sindicatos tendrán que pasar a la semioposición o incluso a una oposición abierta. Llegados a este punto, el camino estará abierto para ganar a la mayoría decisiva de la clase obrera. Entonces habrá que plantear la cuestión del poder.
La revolución argentina puede desarrollarse durante un periodo de meses, incluso años, antes de llegar al momento decisivo, de una forma u otra. Habrá periodos de flujo y reflujo, de cansancio, derrotas, incluso reacción, que pueden provocar nuevos comienzos. Pero tarde o temprano, habrá que plantear y resolver la cuestión del poder. O la dictadura del capital o la dictadura del proletariado. No hay camino intermedio.