El día 3 de marzo de 1976 toda la clase obrera de Vitoria secundó la huelga general convocada por las Comisiones Representativas de las empresas en lucha. El éxito de la jornada fue abrumador. Desde el mes de enero cerca de treinta empresas se habían ido declarando en huelga coordinando sus acciones, eligiendo democráticamente en Asamblea a sus propios representantes, cuestionando así la falta de libertades.

Estas luchas, que exigían una subida lineal para todos de 6.000 pesetas al mes, fueron una respuesta al intento del gobierno de Arias Navarro de cargar la crisis económica sobre las espaldas de los trabajadores, con la congelación salarial.

El régimen franquista, que trataba de perpetuarse tras la muerte del dictador, agonizaba con cada una de las oleadas de huelgas que sacudían todo el Estado y particularmente los centros neurálgicos donde se concentra el proletariado. Madrid, Catalunya, Asturias, Vizcaya son escenario de numerosas huelgas: Ensidesa, Hunosa, Standard Eléctrica, Metal y Metro de Madrid, Correos, Telefónica... Lo que caracterizó el movimiento de Vitoria fue la coordinación de las empresas en lucha a través de la elección en asamblea de comisiones representativas de fábrica que, junto a los jóvenes, las mujeres, los barrios, crearon una estructura de poder obrero que dirigía y organizaba la lucha, las cajas de resistencia, etc. Este poder obrero, de haber sido extendido por las direcciones de los partidos obreros —PSOE y PCE— a nivel estatal, hubiese implicado la maduración de la situación prerrevolucionaria que se estaba desarrollando y el fin, no sólo de la dictadura, sino también del capitalismo en el Estado español.

La burguesía tenía tan poca confianza en sí misma, sobre todo al calor de los acontecimientos revolucionarios que se desarrollaron en Portugal con la Revolución de los Claveles, que su máxima prioridad en aquellos momentos era poner a resguardo los frutos de la explotación de la clase trabajadora durante la dictadura.

La evasión de capitales adquirió cifras dramáticas en aquellos años. Sólo entre enero y mayo de 1976 salieron del país 60.000 millones de pesetas. Esta fuga de capitales descapitalizó la industria: así, mientras en 1973 la formación bruta de capital crecía un 12,5%, en 1975 se contrajo en un -4% siendo aún peor en 1976 donde el INI que invirtió 115.000 millones representaba un 30% de la inversión total.

La clase trabajadora sufría las consecuencias de esta crisis. La inflación en 1976 llegó al 20% y sólo el pan subió cerca de un 40% en el primer trimestre del año. El desempleo, que afectaba apenas a 300.000 parados en 1973, superaba en 1976 el millón de personas. La clase trabajadora respondió a esta situación con una lucha heroica.

El régimen, que se sentía arrinconado y herido de muerte tras cuarenta años de dictadura, de dominación y de opresión, sólo podía morir matando.

El 3 de marzo de 1976

A las 5 de la tarde en la Iglesia de San Francisco de Vitoria se convocó asamblea general para toda la clase obrera de Vitoria, que había secundado unánimemente la jornada de huelga general. Una hora antes la iglesia estaba ya repleta, la ciudad absolutamente paralizada y recorrida por barricadas. Desde todos los barrios obreros miles de jóvenes, mujeres y trabajadores abandonan sus casas para acudir a la cita común.

La policía se concentra en el mismo lugar, irrumpe en el lugar de la asamblea, rompe los cristales y dispara al interior botes de humo. La gente se echa al suelo e intenta protegerse. En el exterior la noticia corre como el fuego: la policía ha cercado la iglesia, ha lanzado botes de humo en su interior y va a asfixiar a miles de obreros. La gente espontáneamente se organiza para liberar a sus compañeros. En el interior, los que ya no pueden más, salen extenuados y medio asfixiados al exterior. La policía ha organizado pasillos para recibir a los trabajadores que intentan salir a porrazos, culatazos y finalmente organiza una masacre.

“Mi mujer y yo, ante la asfixia, atravesamos la cortina de humo y llegamos los dos a la salida principal, donde al otro lado del humo, en el pórtico, unos veinte policías nos hacía guiños y burlas para que nos acercáramos a ellos. Mi mujer comenzó a respirar muy alarmantemente, agarrándose a mí y entonces decidí elegir entre la asfixia y recibir algunos palos, nada más salir se abalanzaron sobre nosotros sin escuchar los gritos de mi mujer y los míos diciendo que era mi esposa y que se asfixiaba. Nos golpearon indiscriminadamente a los dos, pasándonos a empujones de mano en mano...”

De los porrazos pasaron a disparar armas de fuego contra aquellos obreros que abandonaban la iglesia semiasfixiados:

“Estaba en la asamblea, salí mareado y me apalearon. En ese momento Pedro Martínez Ocio iba conmigo, vi a un sargento con nariz respingona, sin botas, mandó cargar. Ocio salió delante de mí, cayó de rodillas, intentó levantarse y volvió a caer. Cogí a Ocio por los sobacos pensando que las balas de goma le habían mareado; le llamaba pero no respondía, solo se echó las manos al vientre, por el lado izquierdo, suspiró dos veces y murió”.

“Francisco Aznar, un chaval de unos 17 años, corría con un tiro en la cabeza en la parte delantera de la que le brotaba mucha sangre. Fue herido antes y cerca de Ocio pero corrió más y cayó muerto en el lugar que llamamos ‘de los sesos”.

Cuando salía de la asamblea ametrallaron a Romualdo Barroso, de 22 años; horas más tarde falleció en la UVI y lo mismo ocurrió a otros dos trabajadores heridos que murieron después, cinco asesinatos en total y cientos de heridos más.

Las declaraciones de los testigos y las transmisiones por radio de la misma policía son concluyentes. Tenían órdenes de masacrar a los obreros por haberse levantado contra el régimen establecido y la policía fue felicitada por ello.

Este diálogo corresponde a la radio de la policía. Es un extracto de frases grabadas en el transcurso de los hechos aquel 3 de marzo de 1976 que contribuyen a esclarecer lo ocurrido.

— Vamos a ver, J-2 haga lo que le había dicho. Cambio.

— ...Me han puesto aquí cuatro coches en medio; los tendré que quitar, pero de todos modos si nos marchamos de aquí se nos van a escapar de la iglesia. Cambio.

— J-1. No interesa que Charli se marche del sitio donde está porque entonces se nos escapan de la Iglesia. Cambio.

— ...Hemos entrado dentro, pero esto está muy mal. Si no, si no, vamos a tener que emplear armas de fuego. Cambio.

— Vamos a ver; Charli 0 para Charli, entonces el Charli que está ahí, J2, J3 desalojen la iglesia y como sea. Cambio.

— Pero no podemos desalojar porque entonces está repleta de tíos, repleta de tíos, entonces por las afueras estamos rodeados de personal. Vamos a tener que emplear las armas de fuego. Cambio.

— Gasead la iglesia. Cambio.

— Date prisa. Que vengan los Charlis porque estamos rodeados de personal; al salir de la iglesia aquí va a haber un pataleo. Vamos a tener que usar las armas de fuego. Seguro además, eh?

— Intervenid los tres juntos J-2, J3 y Charli 3 sacarlos como sea. Cambio.

— ....

— Qué tal está el asunto ahora por ahí? Cambio.

— Te puedes imaginar; después de tirar igual mil, mil tiros pues y romper toda la iglesia de San Francisco, pues ya me contarás como está toda la calle y está todo. Cambio.

— Muchas gracias eh? Y buen servicio, Bueno espera un momentito por ahí a ver si os podéis dirigir de un momento al punto cero. Cambio

— ... en la plaza de Salinas y hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Cambio.

— Por cierto aquí ha habido una masacre. Cambio.

— De acuerdo, de acuerdo. Cambio.

— Oye, pero de verdad, una masacre, eh?

— ... Ya tenemos, ya tenemos munición; ya tenemos dos camiones de munición, eh? O sea que a mansalva... a por ellos, sin tregua de ninguna clase. Cambio”.

Desde entonces no ha habido ninguna investigación por parte de la justicia burguesa. El aparato del Estado sigue sin depurar de fascistas y torturadores y hoy como ayer es necesario reclamar un juicio popular a los responsables.

La lucha continúa

Mientras el Gobierno, la patronal, el ejército y la policía se felicitaban por la masacre, la clase trabajadora sacaba lecciones de dichos acontecimientos. Más de cien mil personas, el pueblo entero de Vitoria, asistieron al funeral y recorrieron las calles de la ciudad desde el Gobierno Civil hasta el hospital donde estaban los heridos, homenajeando a los obreros muertos. Cuando Fraga se presentó allí, uno de los obreros heridos le espetó: “qué, ¿vienes a rematarnos?”. Se secundaron movilizaciones en todo el Estado y todo Euskadi se paralizó el día 8 por la mayor huelga general desde los años treinta con más de medio millón de obreros en paro. Fueron concedidas prácticamente todas las reivindicaciones de los trabajadores y durante aquellos años la clase trabajadora en todo el Estado obtuvo las mayores subidas salariales en cuarenta años. Las luchas de Vitoria dieron un golpe de muerte a la dictadura franquista.

La clase trabajadora vasca jugó un papel de vanguardia en la lucha contra la dictadura

Por ello, en el largo combate contra el franquismo, el reconocimiento de los derechos democráticos plenos incluía la lucha por el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas. Esta reivindicación contaba con el apoyo y la simpatía de la clase trabajadora en todo el Estado. Dicha consigna figuraba en el programa del PSOE, PCE, CCOO y UGT Al igual que con otras reivindicaciones democráticas, las concesiones que la burguesía centralista tuvo que hacer en el desarrollo de la lengua y la cultura vasca, así como la amnistía, lo fueron por el impulso revolucionario de las masas y no por el atentado de ETA contra Carrero Blanco. El aparato del Estado no descansa en individuos que son rápida y fácilmente sustituibles por otros.

Sin embargo los dirigentes obreros, en lugar de apoyarse en esta fuerza formidable para acabar con el sistema, optaron por pactar con la clase dominante.

La Constitución española, que contó con el apoyo de los dirigentes del PSOE y PCE, dejaba intactos los auténticos resortes del poder en manos de la burguesía, a la que nadie elige en los Consejos de Administración de los bancos y grandes monopolios. Este poder económico, ejercido por la burguesía a través de la propiedad privada de los medios de producción social, y el poder coercitivo, basado en el aparato del franquismo que no experimentó ningún tipo de depuración, condicionó totalmente a la joven democracia burguesa española instaurada al calor de dichos acontecimientos. Igualmente la consigna del derecho de autodeterminación fue abandonada por los dirigentes de la izquierda, renunciando a dar un paso adelante en la solución a la cuestión nacional en el Estado español. En realidad, las reformas democráticas por arriba fueron una concesión mínima a las organizaciones obreras para frenar un movimiento que adquiría cada vez más tintes de revolución social.

El fortalecimiento de la clase trabajadora

Los sucesos de Vitoria expresaban, en primer lugar, el cambio drástico en la composición social producto del boom económico de los años 50 y 60. Mientras al finalizar la guerra civil el campesinado era mayoritario con un 63% de la población activa, en 1975 de una población activa total de 13,4 millones de personas la población asalariada sumaba más de 9,5 millones de los que 3,6 millones eran obreros industriales. El proceso de toma de conciencia de los trabajadores, su creciente fortaleza y su oposición a la dictadura franquista se refleja en la curva ascendente de la lucha huelguística: en el trienio 1964-1966 hubo 171.000 jornadas de trabajo perdidas en conflictos laborales; en 1967-69 se doblaron hasta las 345.000; en 1970-72 fueron 846.000 jornadas y en 1973-75 un millón y medio. En 1976 esta cifra se disparó hasta los más de doce millones de jornadas perdidas por huelgas, siendo el punto álgido el año 1979. El reflujo de las luchas obreras animó a un sector del ejército a intervenir mediante el Tejerazo el 23 de febrero de 1981. El rey permaneció horas y horas callado, reflejando las dudas de este demócrata de nuevo cuño respecto a qué efectos tendría su apoyo al golpe de cara al futuro. El temor a que la reacción, como en tantas otras ocasiones históricas, fuese el látigo de la revolución social, les desanimó de seguir por esa vía. En Euskal Herria sólo la UGT de Álava, dirigida por los marxistas, llamó a la huelga general para frenar el golpe, los dirigentes del PSOE, del PCE, de la izquierda abertzale, los de Euskadiko Ezkerra dijeron que no pasaba nada o se callaron como muertos.

Reforma o ruptura

Las direcciones del PSOE y del PCE optaron por una política reformista y por la colaboración de clases con la burguesía en lugar de la “ruptura democrática”, que implicaba apoyarse en el impulso revolucionario, avanzando hacia la toma del poder por parte de la clase trabajadora. Su defensa de la teoría de las dos etapas: “primero la democracia y luego el socialismo” reproducía los mismos errores que en los años 30 llevaron al franquismo al poder: “primero consolidar la república, luego el socialismo”, “primero ganar la guerra, luego el socialismo”. En realidad esta política no tenía otro objetivo que frenar el impulso revolucionario de las masas. Esta política nos recuerda la consigna propugnada actualmente por la izquierda abertzale: “primero la independencia, luego el socialismo”. Sólo es más de lo mismo. ¿A dónde ha conducido esta política de las dos etapas? Los Gobiernos de Felipe González, lejos de depurar el aparato estatal y exigir un juicio popular a los responsables, colaboraron con dicho aparato y se sometieron a sus dictados, como demostró la puesta en marcha de los GAL y los recortes a los derechos de expresión y manifestación con la Ley Corcuera, el Plan ZEN, la LOAPA, etc.

Así mismo, su política en relación a las condiciones de vida de la clase trabajadora cargó la crisis sobre las espaldas de los trabajadores, mediante la reconversión industrial, las sucesivas reformas laborales implantando los contratos basura y las Empresas de Trabajo Temporal, etc. Esta política permitió a la patronal volver a recuperar el terreno perdido.

Sacar lecciones

Parece una paradoja de la historia que el partido de la derecha, el Partido Popular de José María Aznar, llegase al Gobierno un 3 de marzo cuando la derecha en las primeras elecciones, bajo las siglas de Alianza Popular, sólo cosechó un mísero 7% de votos en Euskadi.

Este crecimiento no hubiese sido posible sin una política profundamente errónea de las direcciones de las organizaciones obreras; del PCE, que era el partido más fuerte de la época hasta que abrazó la Constitución burguesa y entró en un período de crisis, y del PSOE, que suscitó las esperanzas de diez millones de trabajadores en 1982, frustrándolas con una política que claramente beneficiaba los intereses de la oligarquía económica en detrimento de la clase obrera, como demostraron las cinco huelgas generales durante trece años de gobierno.

A esto hay que añadir los atentados de ETA, que durante tres décadas sólo han servido para dar excusas a la burguesía, para fortalecer el aparato estatal heredado del franquismo, lavar la cara a los mismos cuerpos que reprimieron salvajemente a la clase obrera y, finalmente, para impulsar el crecimiento del Partido Popular, sobre todo en Euskal Herria.

El PP, tras la mayoría absoluta lograda tras las últimas elecciones, se siente envalentonado y dispuesto a reescribir la historia a su manera. Han rehabilitado, reconociéndole como una “víctima del terrorismo” al conocido torturador fascista Melitón Manzanas, asesinado por ETA, dando una indemnización a sus familiares de 23 millones de pesetas. Sin embargo se niegan a reconocer como víctimas del terrorismo del Estado franquista a los obreros asesinados de Vitoria, aduciendo que las “fuerzas de seguridad actuaron en legítima defensa”.

Hoy, 25 años después, aquellos acontecimientos inolvidables siguen frescos y recientes en la memoria colectiva de la clase trabajadora, aunque son prácticamente desconocidos para la juventud. Los culpables de aquellos asesinatos, como Manuel Fraga —entonces ministro de Gobernación (Interior)— o Martín Villa, han de ser juzgados. No debemos permitir que la clase dominante y sus medios de comunicación reescriban la historia, intentando hacernos creer que fue la labor del rey Juan Carlos junto a estos grandes demócratas la que minó “desde dentro” a la dictadura, posibilitando el desarrollo de la democracia en el Estado español.

Prácticamente todos los problemas por los que la clase obrera luchó aquel 3 de marzo siguen sin resolver. Por supuesto hemos conquistado el derecho a estar organizados, manifestarnos y expresarnos más libremente, pero incluso estos derechos democráticos están siendo puestos permanentemente en tela de juicio, como demuestra el desarrollo de la citada Ley Corcuera, el endurecimiento de la legislación penal, la Ley del Menor y otras medidas similares que, con la excusa de la lucha contra el terrorismo de ETA, en realidad pueden ser aplicadas al conjunto de la clase trabajadora y la juventud.

De la misma manera estamos asistiendo a una persecución política de la izquierda abertzale, a través de su progresiva ilegalización. No compartimos en absoluto sus objetivos ni sus métodos, pero somos conscientes de que la persecución a AEK, a EKIN, a Pepe Rei, crean un precedente muy grave que nos afecta a todos.

Al mismo tiempo, en las fábricas continúan existiendo prácticamente los mismos problemas, congelación salarial y retrocesos tan serios que podríamos hablar de una auténtica contrarrevolución en los centros de trabajo, donde los trabajadores, sobre todo los jóvenes, carecen de derechos y son explotados como mano de obra barata, arriesgando sus vidas y su integridad física para beneficio del capital que nunca ha obtenido unos beneficios tan grandes como en la actualidad.

En estos momentos existen 2,3 millones de parados y 3,7 millones de eventuales. El Estado español ha sido el único país de la UE donde año tras año se pierde poder adquisitivo. El número de muertos por accidentes laborales da una media de cinco cada día. Entre 1995 y 1999 tuvimos más de seis millones de accidentes de trabajo y 6.000 muertos; sin embargo el gobierno, en ese mismo período, ahorró en concepto de bajas por enfermedad 169.407 millones de pesetas, asignando a las Mutuas el control riguroso de dichas bajas.

Los ritmos de trabajo han desatado el consumo de tranquilizantes como el Lexatín, Tranquimazín, Orfidal..., hasta los 687 millones de pastillas, 17 por habitante de media. El presidente del Círculo de Empresarios llegó a proponer, en un documento sobre la reforma laboral, que las mujeres pagaran un seguro para el período en el que estuvieran de permiso maternal; se congela el salario de los trabajadores cuando los beneficios empresariales se han disparado hasta alcanzar un 30%. El PP, junto a la patronal, ha extendido los contratos basura, las ETTs, la temporalidad, además de reducir las pensiones, privatizar gran parte de la sanidad y la educación pública y han hecho que la vivienda sea hoy un lujo prácticamente inaccesible para la mayoría de la clase trabajadora.

Todos estos acontecimientos, al igual que sucedió durante los años anteriores a 1976, están tensando la cuerda social. Las condiciones de la clase obrera comienzan a ser hoy, como ayer, intolerables. Es inevitable un nuevo estallido de la lucha de clases en el próximo período a un nivel superior. Lo fundamental ahora es prepararse. Las luchas de Vitoria no se caracterizaron por su espontaneidad sino por su organización, pero es necesario que las fuerzas del marxismo revolucionario se desarrollen en cada fábrica, en cada instituto, universidad o taller.

No se trata de reír ni de llorar sino de comprender lo sucedido y sacar lecciones. En 1976 las organizaciones obreras tuvieron la oportunidad de dirigir al proletariado en todo el Estado español a la toma del poder y cambiar así el futuro de Europa y del mundo. Esa oportunidad volverá a presentarse, una y otra vez, en la medida en que la burguesía es incapaz de solucionar ninguno de los problemas de la clase trabajadora. Los marxistas no miramos con nostalgia aquellos acontecimientos, sino como una escuela de la que extraer grandes lecciones de cara a las futuras luchas que se avecinan. Hoy, como ayer, sigue la lucha por conseguir la reducción de la jornada laboral, la defensa del poder adquisitivo de los salarios, el 100% de ILT en casos de baja, acabar con la precariedad en el empleo, acabar con el paro y garantizar un salario indefinido a todos los desempleados, defender la escuela y la sanidad públicas.

Hoy como ayer retomamos el combate por obtener los derechos democráticos, como el derecho de autodeterminación y el de expresión, que son parte de la lucha por lograr una transformación socialista de la sociedad, mediante la expropiación y nacionalización de los medios de producción social, la banca, la tierra y los grandes monopolios bajo el control democrático de la clase trabajadora y sin indemnización, salvo casos de comprobada necesidad. En el próximo período la clase obrera, fortalecida con la experiencia, abordará una y otra vez dichas tareas a un nivel superior, luchando por una Federación Socialista de los Pueblos Ibéricos, de Europa y a escala mundial.

 

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Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 9. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista. 

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