Haití vive una auténtica rebelión social, las protestas que comenzaron el 7 de febrero se convirtieron en una huelga general que paralizó el país con escuelas y comercios cerrados, bancos atacados y gasolineras incendiadas, las carreteras y las principales ciudades bloqueadas por las barricadas. Decenas de miles de personas han salido diariamente a las calles desafiando la dura represión de los miles de policías enviados por el gobierno para detener infructuosamente unas protestas que han provocado más de cincuenta muertos. Esta explosión social es un reflejo de la enorme insatisfacción con el gobierno y con el sistema en general.
Movilizaciones constantes desde el verano
Las actuales manifestaciones son el último episodio de las movilizaciones que comenzaron el pasado mes de julio, cuando hubo tres días de protestas y una huelga general. La lucha continuó en octubre y noviembre, siendo el punto culminante el 17 de octubre: tres millones de personas, de una población de casi once millones, abarrotaron las calles de las principales ciudades del país.
Los haitianos ya estaban enojados por la corrupción desenfrenada, por una inflación y un desempleo fuera de control, frustrados por años de promesas incumplidas y hartos de las tropas “pacificadoras” de ocupación extranjeras de la ONU, entre ellas las españolas, que ocupan el país desde hace casi quince años. Éstas gozan de total impunidad y además de reprimir a la población o introducir enfermedades como el cólera, se han visto implicadas en varios escándalos de abuso sexual y violación a menores.
El primer desencadenante de las protestas fue la reducción de las subvenciones a los productos derivados del petróleo, que disparó el precio de la gasolina, de la noche a la mañana subió un 38%, el diésel un 47% y el queroseno un 51%. Este último es utilizado por la mayoría de la población para alumbrarse debido a la falta generalizada de electricidad. Las protestas de julio lograron una gran victoria, el gobierno tuvo que dar marcha atrás en la reducción de los subsidios y el entonces primer ministro, Jack Guy Lafontant, tuvo que dimitir el 14 de julio.
El escándalo de Petrocaribe
La rabia provocada por las consecuencias de la crisis económica, las durísimas condiciones de vida y la desigualdad se desbordó en octubre. Entonces se conoció el desfalco de los fondos del programa Petrocaribe, lo que dio nuevo brío a las protestas.
El resultado de una auditoría mostró que se habían malversado más de 2.000 millones de dólares de dicho programa, más que el presupuesto anual de Haití. En el escándalo están implicados 15 exministros, senadores, diputados –tanto del partido gobernante como de la oposición–, altos funcionarios, además del actual presidente Moise, cuya empresa fue uno de los principales vehículos para el saqueo del dinero.
En 2006, el entonces presidente, René Préval, firmó con el gobierno de Hugo Chávez su entrada en el programa Petrocaribe a pesar de la presión y oposición de los imperialistas norteamericanos. Mediante este programa Haití compraba petróleo venezolano a un precio inferior al de mercado y disponía de 25 años para devolver ese dinero a tipos de interés muy bajos. Se suponía que los fondos generados al vender ese petróleo en el interior debían financiar programas de salud, la educación, proyectos de infraestructura y otros proyectos sociales, pero en su lugar miles de millones de dólares han ido a parar a los bolsillos de empresas energéticas y de construcción a través de proyectos fraudulentos, como los casi 18 millones de euros para construir un aeropuerto donde no se puede aterrizar o los más de 3 millones de euros utilizados para comprar coches nuevos a la policía.
El pueblo se organiza
Desde ese momento el principal grito de las masas fue: “¿Dónde está el dinero de Petrocaribe?”. En diciembre se formó el Rassemblement des Organisations Engagées (Grupos de Organizaciones Comprometidas, ROA) para organizar la movilización y exigir que se investigue dónde está el dinero. Uno de los portavoces explicaba a Haïti-Liberté el 19 de diciembre sus intenciones: “Estamos inspirados por el movimiento de chalecos amarillos de Francia y vamos a adoptar la misma actitud si el gobierno no satisface nuestra exigencias”.
Además de reclamar que se conozca toda la verdad de este fraude y el castigo de los culpables del saqueo de Petrocaribe, exigen la dimisión inmediata del presidente Moise. A su implicación en este desfalco hay que añadir que la victoria electoral que obtuvo en 2016, con una participación del 20% de los censados, fue gracias al fraude.
Las actuales movilizaciones han coincidido con el 33 aniversario de la huida del país del sangriento dictador Jean Claude Duvalier. La dictadura de los Duvalier fue derribada en 1986 por un movimiento de masas que llevó a la presidencia a Aristide, un exsacerdote que consiguió un tremendo apoyo de masas prometiendo reformas y con un discurso antiimperialista. Aunque finalmente cedió a las presiones del imperialismo y del FMI, las tímidas reformas que aplicó eran demasiado para la rica élite haitiana y para el imperialismo estadounidense. Organizaron dos golpes de Estado contra Aristide, uno en 1991 y el segundo en 2004; además fue secuestrado por un comando militar norteamericano y llevado ilegalmente a Sudáfrica. Poco después el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el envío de una fuerza militar que desde entonces ocupa el país.
El país más pobre de América
El aumento de precios de los combustibles formaba parte de la receta económica exigida por el FMI a cambio de nuevos préstamos para que el gobierno haitiano pudiera hacer frente a los problemas de liquidez. Debido a la crisis que atraviesa el país la moneda nacional, el gourde, está en caída libre desde que comenzó el año, el tipo de cambio frente al dólar se ha disparado a 84 gourdes por dólar, cuando hace un año el tipo de cambio era de 64 gourdes, la consecuencia es una inflación galopante. Los alimentos básicos, que incluyen el arroz y las aves de corral, se importan de EEUU y en poco tiempo los precios se han disparado. Un ejemplo es el saco de harina que ha pasado de 1.750 gourdes a 2.500 en pocas semanas.
Haití es el país más pobre de América. Según el Banco Mundial casi el 60% de la población vive bajo el umbral de la pobreza (2,41 dólares al día) y más del 24% lo hace en la pobreza extrema (1,23 dólares o menos al día). Sólo una de cada diez personas tiene acceso al agua potable. La tasa de desempleo es del 80% y obliga a que cada año miles de jóvenes desesperados arriesguen su vida atravesando el océano en balsas para intentar llegar a EEUU. Como en tantos países pobres, las remesas enviadas por el millón y medio de emigrantes se ha convertido en una de las principales fuentes de ingreso y se calcula que representan el 30% del ingreso nacional. En el otro extremo está el 1% de la población que posee el 90% del PIB y que vive en la capital, Puerto Príncipe, en una zona lujosa y vallada manejando todo el país.
En este momento el movimiento está en una situación de calma, aprovechada para conseguir alimentos, medicinas y otros productos básicos. El imperialismo presiona a Moise, quien se niega a dimitir, para que llegue a algún tipo de acuerdo con la oposición y frenar el movimiento, pero es un gobierno muy débil, sin ningún apoyo popular. El 17 de febrero el primer ministro anunció “el final de los privilegios innecesarios para los funcionarios del gobierno de alto rango, como las ayudas al gas y el teléfono, viajes al extranjero innecesarios y reducir el número de asesores”. Estas medidas claramente son insuficientes y no van a detener la oleada de protestas