Este 5 de diciembre, los trabajadores franceses irán a la huelga general contra la reforma de las pensiones que el Gobierno de Macron quiere implantar a partir de enero del 2020, y que pretende igualar a la baja los 42 tramos de cotización ahora existentes. Esta huelga general se prevé que pueda ser una de las más masivas de la historia reciente del país.

Los recortes de Macron disparan la pobreza

Si bien el detonante de la convocatoria ha sido el anuncio de esta contrarreforma, hay mucho más detrás. Desde que estallara la crisis, los diferentes Gobiernos han declarado la guerra a los trabajadores y trabajadoras franceses. Lejos de remitir, los ataques han continuado bajo el Gobierno derechista de Macron, que limitó al 30% la fiscalidad sobre el capital y eliminó el impuesto de solidaridad a la fortuna (ISF) dirigido a los más ricos. Semejantes regalos a los capitalistas han ido acompañados de declaraciones que planteaban que para evitar el déficit presupuestario sería necesario “trabajar más”.

A la vez, los alquileres que pagan las familias trabajadoras han subido un 50% entre 2005 y 2015, y los precios inmobiliarios se multiplicaron por tres entre 2010 y 2018  mientras los ingresos crecieron solo un 50%. A esto se une el aumento de la precariedad laboral y los despidos o la congelación de las pensiones y los recortes en el subsidio de desempleo. En 2018, el Gobierno de Macron aprobó una modificación de los EREs (ruptura convencional colectiva) que permite despedir a parte de la plantilla de una empresa si lo acepta la mayoría de representantes sindicales, y elimina controles y compensaciones que tenían los EREs anteriores. Tras su aprobación, gigantes como Peugeot o el banco Société Générale despidieron a 1.300 y 900 trabajadores respectivamente. Paralelamente, el Gobierno aumentó los meses cotizados necesarios para cobrar el subsidio de desempleo y redujo la cuantía del mismo un 30% a partir del séptimo mes de paro, afectando a centenares de miles de trabajadores.

Tomando como referencia los criterios del Instituto Nacional de Estadística, el número de pobres —personas que viven por debajo del 60% del salario medio— pasó de 5 a 8,8 millones en 10 años, y según el politólogo Jean-Marie Pernot, del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, “la desocupación bordea el 10% y el fenómeno de los trabajadores pobres está creciendo”.

Durante la última década la clase trabajadora ha respondido a esta situación y a los diferentes recortes y ataques con oleadas de movilizaciones y exitosas huelgas generales, que han puesto de manifiesto las enormes tradiciones de lucha de la clase trabajadora francesa. Uno de los puntos más álgidos ha sido la movilización protagonizada por los chalecos amarillos, que cumple ahora poco más de un año de protestas ininterrumpidas, y que ha desenmascarado la demagogia del Gobierno Macron.

Huelga general 5 de diciembre: Confluencia del movimiento sindical y los chalecos amarillos

En el comunicado de convocatoria de huelga del 5 de diciembre, se llama a la huelga “masiva”. Este llamamiento, nada secundario, obedece a la enorme presión que tienen los dirigentes para unificar todas las luchas, algo a lo que se han resistido tradicionalmente. Esta presión se reflejaba en un sinfín de convocatorias a nivel sectorial, reflejando la necesidad imperiosa de unificar todas las luchas en una gran huelga general.

El secretario general de la CGT, Philippe Martínez, ha hecho un llamamiento explícito a todos los sectores, tanto privados como públicos, a que sumen sus reivindicaciones al rechazo de la reforma de pensiones, ya que “todos, al fin y al cabo, estamos afectados por las mismas políticas”. En ese mismo sentido, la Asamblea Estatal de chalecos amarillos, celebrada en la ciudad sureña de Montpellier, aprobó por abrumadora mayoría la propuesta de unirse a la huelga del 5 de diciembre, y llamó a sus seguidores a: “estar en el centro de esta movilización, con sus propias demandas y aspiraciones, en sus lugares de trabajo o en las rotondas, con sus chalecos claramente visibles y aseguró que es un momento de ‘convergencia con el mundo del trabajo y su red de miles de sindicalistas que, como nosotros, no transigen’”.

Este hecho, la unidad en la lucha de los chalecos amarillos con el movimiento sindical a través de la huelga general, supone un enorme paso adelante en la situación política. En la anterior huelga general de febrero de 2019 no ocurrió esto de forma explícita, si bien amplios sectores de las bases sindicales y también de los chalecos secundaron juntos la huelga.

Esto se debía en gran medida a la nefasta postura de los principales dirigentes sindicales que, haciéndose eco de la campaña de desprestigio y de los prejuicios impulsados por la prensa burguesa, presentaban al movimiento de los chalecos como de extrema derecha, racista y xenófobo y planteaban que no era viable marchar juntos. Como explicamos en anteriores artículos, este tipo de ataques formaba parte de una campaña de manipulación informativa, con la colaboración de los sectores más derechistas y burocratizados de las direcciones políticas y sindicales reformistas y socialdemócratas, con el objetivo de impedir que la protesta se mantuviese y pudiese extenderse al movimiento sindical organizando.

Malestar social masivo

Una explosión de descontento y malestar como la de los chalecos amarillos tiene, inevitablemente, una composición muy heterogénea —desde jóvenes y trabajadores radicalizados a sectores indignados de las capas medias—, pero su contenido de clase, contra las políticas capitalistas de ajustes y recortes de los derechos democráticos ha sido la marca de este movimiento desde el primer día. Como explicaba Christian Chevandier, profesor de historia contemporánea en la Universidad de Le Havre: “El descontento se cristalizó y comenzó alrededor de una demanda muy específica, pero agrupa a muchos descontentos y reclamos relacionados con la desigualdad social y la arrogancia de los ricos”.

Los sectores reaccionarios minoritarios que intentaron participar en este movimiento, o aprovecharlo para sus fines, rápidamente fueron aislados por el conjunto de los participantes, cuyas reivindicaciones y consignas iban claramente hacia la izquierda. En muy poco tiempo, el movimiento se extendió como un reguero de pólvora por todo el país —inspirando a jóvenes y trabajadores de otros países— y llegando a tener el apoyo del 80% de la población francesa, poniendo en jaque al Gobierno de Macron. Este último, que era presentado ante el mundo como un fino estadista con la capacidad para reconducir la situación del país, se encuentra con la popularidad bajo mínimos (como ya les ocurriera a sus antecesores Sarkozy y Hollande). El Gobierno francés respondió a las demandas de los chalecos amarillos llevando adelante una de las más salvajes represiones que se recuerdan, dejando al descubierto su verdadera cara.

Ahora, refiriéndose a la reforma de las pensiones, Macron, a través de su primer ministro Édouard Philippe, ha anunciado que si bien está abierto al diálogo “no piensan ceder ante los vagos, cínicos y extremos”. Toda una declaración de intenciones. Sin embargo, como reflejan diferentes artículos en los medios de comunicación capitalistas de los últimos días, la preocupación de la burguesía va en ascenso ante esta confluencia en la lucha y la masividad que prevén tendrá la huelga y manifestaciones.

Algo que les preocupa especialmente es la repercusión en el transporte, clave para paralizar la economía de todo el país. Los principales sindicatos del transporte público ya han anunciado que secundarán la huelga y que será el punto de partida para una huelga indefinida en el sector. También han anunciado su apoyo maestros, funcionarios municipales, departamentales y regionales. Empleados del sector energético y de refinería, personal de tierra de Air France, policías (esto no ocurría desde hace 15 años) y personal sanitario, en lucha desde hace meses. En definitiva, un ambiente social explosivo que ha obligado a los dirigentes a convocar esta huelga unificando todos los sectores y que sin duda marcará un punto de inflexión en la lucha de clases.

¡Por un plan de lucha hasta echar al Gobierno Macron!

El Gabinete de Macron, absolutamente consciente de la situación, se prepara para responder a la ofensiva de la clase obrera. Como señalaba la edición de La Vanguardia del 2 de diciembre, “el Gobierno en pleno se reunió con carácter extraordinario (…) para cerrar filas en torno a la polémica reforma (…) y diseñar una agresiva ofensiva mediática de los ministros más afectados (Transporte, Interior, Economía y Sanidad) para influir en la opinión pública y minimizar en lo posible el impacto de la huelga”.

Algunos analistas afirman que este Gobierno puede enfrentarse a una situación similar a la que se produjo con la huelga general de 1995, con el conservador Juppé en el Gobierno. El detonante también fue un intento de imponer una reforma de las pensiones, el país estuvo varias semanas colapsado por el efecto de las huelgas, y finalmente el Gobierno tuvo que retroceder en su ataque.

La diferencia, a día de hoy, es que el margen de Macron para no aplicar la hoja de ruta de recortes y ataques que reclama la burguesía europea es muy escaso. A esto hay que sumarle el enorme referente en que se puede convertir la lucha de los trabajadores franceses, en un contexto de ataque y recortes generalizados por toda Europa.

Pero, a la vez, la clase dominante tiene cada vez menos margen para apoyarse en el papel apaciguador de las direcciones sindicales. Amplios sectores de jóvenes y trabajadores empiezan a sacar conclusiones avanzadas. Los discursos conciliadores y las promesas vacías no conectan con ellos, que inevitablemente entienden que la lucha es el único camino.

Ante la dura ofensiva de la burguesía hay que responder con un plan de lucha que le dé continuidad a la huelga del 5 de diciembre, y que junto a la exigencia de echar atrás la reforma de las pensiones incorpore una plataforma reivindicativa que incluya la reversión de todos los recortes y retrocesos en los derechos laborales, sociales y democráticos de los últimos años, que luche por el incremento de la inversión en la sanidad, educación y servicios públicos... La dirección de la CGT tiene una enorme responsabilidad en llevar esto adelante. La fuerza y la decisión por parte de los trabajadores, las trabajadoras y la juventud está más que probada, ahora hay que incrementar la presión en las calles para poner contra las cuerdas y doblegar al Gobierno de Macron.

Esta huelga general en Francia puede y debe ser un acontecimiento inspirador para todos los luchadores, para todos los trabajadores y la juventud del resto de Europa y del mundo y, sin duda, muestra el camino a seguir.

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