La crisis parlamentaria que derivó en la convocatoria de elecciones generales es un resultado inevitable de la política del PS al servicio del gran capital. El desgaste político tenía que llegar, y en octubre alcanzó un punto de inflexión.
El embrollo provocado por el debate de los Presupuestos Generales para 2022 marcó el final de la “geingonça”, una “solución de gobierno” que pudo asegurar que la acumulación y concentración de capital se produjera sin mayores contratiempos durante seis años, manteniendo la paz social a veces con concesiones simbólicas y maniobras políticas posibilitadas por el crecimiento económico, a veces con represión.
Ahora la burguesía se encuentra rodeada de espesas nubes de incertidumbre. Como siempre, el factor clave al que tiene que adaptarse es la voluntad y la acción de la clase trabajadora. Fue precisamente el descontento y la presión de las masas lo que hizo saltar este equilibrio inestable.
Al convocar las elecciones, la clase dominante busca un Parlamento capaz de formar un Gobierno que, por un lado, tenga la estabilidad institucional suficiente para resistir los choques de clases que se avecinan y, por otro, sea capaz de contener o aplastar cualquier movimiento de masas que amenace los intereses del capital durante la crisis económica y social. Esta no es una tarea fácil. Los escenarios que plantean estas elecciones son muchos, pero una cosa es cierta: ninguno de ellos garantiza la estabilidad política.
La amenaza de la derecha y la ultraderecha
La derecha se presenta a las elecciones en una posición de debilidad y en proceso de reorganización. PSD y CDS arrastran una profunda crisis desde 2015, después de haber gobernado en coalición y aplicado celosamente un programa draconiano de austeridad auspiciado por la Troika tras la Gran Recesión de 2008.
El surgimiento de la extrema derecha representada por Chega tiene lugar en este contexto. La extrema derecha crece, en primer lugar, sobre la base de la polarización social, con el desplazamiento hacia posiciones reaccionarias de sectores de la pequeña burguesía que perciben los derechos laborales, los subsidios y todo tipo de ayudas públicas como un obstáculo para el crecimiento de sus beneficios y que están aterrorizados por la radicalización de los trabajadores y los jóvenes.
Entre las clases medias fermentan las ideas más reaccionarias —nacionalismo, machismo, odio a las personas LGBTI, racismo…— que son abierta y públicamente defendidas por André Ventura, el líder de Chega. La solución que ofrece este Trump portugués es clara: acabar con los derechos democráticos y laborales a los trabajadores, recortes sociales salvajes, bajar los salarios y, por supuesto, apoyar esta política con una feroz represión.
Pero hasta ahora, el crecimiento de Chega ha sido a costa del CDS —que podría perder a todos sus diputados en estas elecciones— y del PSD. El electorado de derecha no ha crecido, simplemente se ha repartido de otra manera. Esto se debe a que la extrema derecha sigue teniendo enormes dificultades para penetrar en la clase trabajadora y la juventud, y sobre todo gana el apoyo del electorado de derecha enfurecido que busca desesperadamente una salida a la crisis.
A pesar de esta dificultad para Ventura, el peligro que representa Chega es real, y será tanto mayor cuanto mayor sea la desmoralización entre los trabajadores y los jóvenes. Las ideas reaccionarias encuentran terreno fértil precisamente entre las capas más atrasadas y desmovilizadas de la clase obrera, y la política procapitalista del PS es la política de desmoralización y el escepticismo por excelencia.
Como hemos señalado en otras ocasiones, la disminución del electorado de izquierda que le dio la victoria a Carlos Moedas en Lisboa (del derechista PSD) fue resultado de esto, y el proceso se está dando a escala nacional. Las políticas reformistas abren la puerta a un Gobierno de derecha y de extrema derecha, aunque es muy poco probable que en estas elecciones se produzca un Gobierno así. La construcción de una izquierda combativa y genuinamente socialista es la única manera de frenar la reacción.
No hay una salida reformista a la crisis…
La socialdemocracia tiene un objetivo claro y asumido en estas elecciones: lograr la mayoría absoluta. Sin embargo, seis años de política al servicio del capital financiero tienen consecuencias. António Costa, después de años como jefe de Gobierno, ni siquiera revirtió las privatizaciones o contrarreformas laborales del Gobierno del PSD-CDS, e incluso logró reducir la inversión pública, el acceso a la salud y la educación. Finalmente, la tan cacareada subida de salarios fue meramente nominal, y ha sido engullida por los brutales aumentos de los costes de la electricidad y los combustibles, así como de los alquileres y de los productos de primera necesidad.
Esto no podía pasar desapercibido. Aún con las encuestas apuntando a una caída electoral para el Bloco de Esquerda (BE) y el Partido Comunista Portugués (PCP), según las encuestas el PS sigue lejos de ganar más de la mitad de los escaños parlamentarios. El sueño de Costa —y también el del sector más importante del gran capital— resulta sumamente difícil de alcanzar.
Existe una fuerte posibilidad de que las elecciones del 30 de enero resulten en un Parlamento que plantee exactamente el mismo problema que el anterior, e incluso con mayor presencia de la extrema derecha y reducción de diputados de BE y PCP. Ni los esfuerzos masivos de los medios de culpar a BE y PCP de la crisis parlamentaria, ni la incesante campaña de Costa por la mayoría absoluta, por el “voto útil” y por la “estabilidad” parecen estar funcionando.
Si, como parece más probable, el PS no logra la mayoría absoluta, la presión del capital sobre BE y PCP será atroz, como lo fue durante el debate de los presupuestos de 2022. La burguesía exigirá a la izquierda que apoye el mismo programa que fracasó en octubre, o una versión aún peor, so pena de ser atacado de “irresponsable” y contrario a los “intereses nacionales”.
De nuevo, hay una elección de gran importancia para las direcciones de BE y PCP: ir más allá en la política de conciliación de clases que han seguido hasta ahora, pudiendo incluso exigir a cambio de su apoyo algunas carteras ministeriales, como lo que hizo Podemos y el PCE en el Estado español; o romper de una vez por todas con la socialdemocracia y el programa de unidad nacional y conciliación de clases.
El hecho ineludible es que no hay una solución socialdemócrata a la crisis. La burguesía no renunciará a un céntimo de sus ganancias a menos que se vea obligada a hacerlo por la fuerza de la lucha de masas. Y en el momento de la descomposición orgánica del capitalismo y la dictadura del capital financiero, con el mundo atravesando la mayor crisis económica desde el crack de1929, la clase dominante no da cabida a concesiones que sean realmente capaces de elevar el nivel de vida de la población trabajadora. Cualquier medida de este tipo sería un ataque a las ganancias, es decir, un choque frontal con la burguesía y su Estado.
Esto lo vimos con la pandemia y con el negocio de las vacunas de la manera más morbosa y explícita: para salvar las ganancias del gran capital se sacrificaron millones de vidas en todo el mundo. También lo hemos visto en la actuación de innumerables Gobiernos socialdemócratas durante la crisis sanitaria, que fue idéntica, en sus rasgos fundamentales, a la de Gobiernos de la derecha.
El horizonte estratégico de la izquierda no puede ser la conquista del poder dentro de las instituciones burguesas. Juzgar que un grupo de hombres y mujeres bien intencionados pueden tomar las riendas del gobierno y gestionar el capitalismo de una manera más humana, progresista y ecológica no es solo un error, es una utopía reaccionaria con un precio muy alto para la clase trabajadora. El sistema y su Estado no pueden ser utilizados a nuestro favor, solo sirven para garantizar la acumulación y concentración de capital.
… ¡el único camino es la lucha revolucionaria!
Las elecciones legislativas portuguesas se celebran en un momento crítico. La nueva crisis capitalista estalló antes de que el sistema hubiera recuperado su equilibrio interno, roto por la Gran Recesión de 2008. A escala internacional, la clase dominante enfrenta lo que es el reflejo inevitable de la crisis económica; una crisis en las formas tradicionales de dominación burguesa. La credibilidad de las instituciones se debilita cada vez más y es cuestionada especialmente por la nueva generación de trabajadores.
Los movimientos de masas, los levantamientos e incluso las crisis revolucionarias que estallan sucesivamente son una demostración de ello. Hemos visto ejemplos en Chile, Ecuador, Colombia, Myanmar, Sudán, Argelia… los propios EEUU y a principios de este año también en Kazajstán. La clase obrera y la juventud se levantan con el mayor coraje y determinación contra este sistema podrido.
Portugal está atravesado por todas las contradicciones que recorren el resto del mundo. Con poco más de 10 millones de habitantes, el número de muertos por covid-19 asciende a 20.000 y los últimos datos del INE apuntan a alrededor de 1,9 millones de pobres, con más de 500.000 trabajadores ocupados viviendo por debajo de lo que el propio INE define como umbral de pobreza. Vivimos hoy en peores condiciones que en 2008. Las empresas del PSI-20, en cambio, celebran las gigantescas ganancias que esa misma miseria y muerte posibilitaron.
En vista de esto, las elecciones no pueden, de ninguna manera, ser utilizadas para apaciguar las luchas o mantener a los trabajadores y jóvenes en espera. Cuando los líderes sindicales y los políticos de la clase obrera actúan de esta manera, ya están optando por la conciliación de clases. Las elecciones, el Parlamento y otras instituciones no son el campo para transformar la realidad. ¡Es en las calles donde se lleva a cabo la lucha, y solo sometiendo la campaña electoral a un programa verdaderamente socialista y revolucionario podemos no solo lograr mejoras en nuestras vidas sino también transformar radicalmente la sociedad!
El movimiento de mujeres, las luchas contra el racismo y contra la destrucción del planeta, el movimiento por la liberación de las personas LGBTI, las huelgas obreras más grandes e importantes de los últimos años, muestra el camino a seguir. ¡Debemos romper definitivamente con la política del PS y presentar un programa alternativo y genuinamente socialista, una declaración de guerra a los capitalistas y su sistema!
- Aumento del salario mínimo a 1.200 euros, así como pensiones y prestaciones por desempleo en la misma cuantía.
- ¡Fin de la precariedad! Contratación colectiva en todas las empresas, derogación inmediata de todas las contrarreformas del código laboral y limitación de la semana laboral a 30 horas para el sector público y privado, garantizando cientos de miles de nuevos empleos dignos.
- Expropiación de fondos inmobiliarios e inversión pública masiva en vivienda, con la creación de un parque público de vivienda de calidad con alquileres asequibles para el mantenimiento y desarrollo de la vivienda pública.
- Construcción de una red nacional, pública, gratuita y de calidad de guarderías y jardines de infancia, lavanderías y comedores.
- Nacionalización bajo control obrero e integración de todas las empresas privadas de salud en un Servicio Nacional de Salud gratuito, universal y de calidad. Inversión pública masiva, construcción de infraestructura y contratación de trabajadores para el SNS.
- Nacionalización bajo el control de los trabajadores de todo el sector educativo, estableciendo el acceso universal y gratuito a una educación de calidad e inclusiva.
- Nacionalización de todo el sector energético bajo el control de los trabajadores y establecimiento de precios asequibles que no tengan como objetivo el lucro, sino el mantenimiento y desarrollo del tejido energético y la transición energética en el menor tiempo posible.
- ¡Expropiación y nacionalización de grandes propiedades agrícolas bajo control obrero, poniendo fin a las condiciones laborales de esclavitud entre los trabajadores agrícolas! Planificación de la producción agrícola industrializada y ecológicamente sostenible.
- Expropiación, nacionalización y centralización de todo la banca bajo control obrero, sin indemnización. La riqueza que produce nuestra clase debe ponerse al servicio de la gran mayoría de la población y no de un puñado de banqueros que lucran con nuestra miseria.
- Nacionalización bajo el control de los trabajadores de todos los demás sectores clave de la economía, como el agua, el transporte, los puertos y aeropuertos y el correo.