EEUU se enfrenta a una crisis económica profunda que incrementa sus dificultades para hacer frente al ascenso de China y su amenaza de arrebatarle el liderazgo mundial. La crisis social y política dentro de sus fronteras también ha dado serias señales de alarma en los últimos meses: desde el levantamiento por el asesinato de George Floyd, hasta el asalto al Capitolio instigado por Trump el pasado 6 de enero.

El sector de la burguesía alineado con la Administración Biden está poniendo todo su empeño en dar una imagen renovada, integradora y progresista del Partido Demócrata y de las instituciones que ahora dirigen. Pretenden calmar los ánimos, rebajar la tensión de la lucha de clases.

Pero ni la propaganda de la prensa burguesa, ni las loas que el nuevo presidente está recibiendo de toda la izquierda reformista internacional, resisten la prueba de los hechos y de la experiencia de esta última década. Ni Joe Biden es un izquierdista ni va a meter en vereda a la oligarquía financiera. Tampoco la salida a esta crisis va a ser distinta a la anterior, ni es posible un capitalismo de rostro humano. 

La propaganda en el país de Hollywood

“Wall Street no construyó este país, la clase media construyó este país, y los sindicatos construyeron la clase media. Por eso pido al Congreso que apruebe la ley de protección del derecho de organización y podamos apoyar el derecho a sindicalizarse”. Con estas palabras se presentaba Joe Biden en el discurso de sus primeros cien días de mandato. En un ejercicio de demagogia extraordinaria, este viejo representante de Wall Street, trataba de conectar con la clase trabajadora, tan golpeada por la crisis y la pandemia, y con las capas medias en descomposición, amplios sectores de las cuales han virado a la extrema derecha.

Para ilustrar por qué él sí es la alternativa a los problemas de “todos los norteamericanos”, presentaba también un rimbombante proyecto de inversión estatal consistente en dos programas a diez años: el Plan de Empleo Estadounidense, con 2,2 billones de dólares, y el Plan de Familias Estadounidenses, con 1,8 billones.

El Plan de Familias incluye medidas como el aumento en cuatro años de la gratuidad de la enseñanza pública (para preescolar), las ayudas a familias con bajos ingresos para pagar las guarderías, la gratuidad de los llamados “colegios universitarios”, las bajas por maternidad o paternidad de doce semanas remuneradas, o las rebajas fiscales por hijos.

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Ni Joe Biden es un izquierdista ni va a meter en vereda a la oligarquía financiera. Tampoco la salida a esta crisis va a ser distinta a la anterior, ni es posible un capitalismo de rostro humano. 

El Plan de Empleo, por su parte, se plantea como reto modernizar la infraestructura del país (autopistas, aeropuertos, acceso a internet, desarrollo tecnológico para energías renovables..), creando así millones de puestos de trabajo en una década y haciendo al país más competitivo, algo vital en su pugna con China. Dentro de este plan, Biden mete también la subida del salario mínimo a 15 dólares la hora, una de las demandas más sentidas entre la clase trabajadora. Dice Biden que la mayor parte de ambos programas se financiará subiendo los impuestos a los más ricos. Pero no es oro todo lo que reluce.

Lo primero que hay que decir es que estos planes aún deben ser aprobados por el Congreso, donde los demócratas cuentan con una débil mayoría, y el Senado, donde cuentan con la frágil ventaja que les da el solitario voto de excepción, de la presidenta de la Cámara Alta, Kamala Harris.

Es decir, de las medidas anunciadas a lo que finalmente se apruebe, puede haber tanta distancia como de Washington a California. No hay que olvidar tampoco que son planes a diez años y que, para empezar, tendrán que resistir las elecciones de mitad de mandato de 2022, y la correlación de fuerzas puede no ser tan favorable para los demócratas.

En segundo lugar, la parte del león de los 2,2 billones del Plan de Empleo irá directamente a manos de las grandes empresas capitalistas americanas: un rescate en toda regla. Es más que probable que las medidas de carácter social del Plan a las Familias queden reducidas a ayudas de carácter asistencial, o que solo salgan adelante las que suponen un trasvase de fondos públicos a manos privadas, como las ayudas para pagar guarderías.

Otro aspecto que da la medida de la gran farsa que hay tras las palabras de Biden es que la subida de impuestos a los ricos, con la que supuestamente va a financiar todo esto, consiste en subir el impuesto de Sociedades del 21 al 28%, muy lejos del 35% previo a la reforma fiscal de Trump. El propio presidente plantea que aunque el gasto será en 8 años, el plan para cubrirlo a través de los impuestos será en 15 años. En cristiano: la enorme deuda pública que ya arrastra el país se elevará de una forma extraordinaria durante década y media. No hace falta ser un gran economista para saber quién pagará los platos rotos de este gran robo de las empresas privadas a las arcas públicas.

Resumiendo: estos planes están en el aire y son fundamentalmente una campaña de propaganda digna del país de la industria de Hollywood. Por supuesto, no quiere decir que no pueda haber alguna concesión, pues su objetivo es tratar de reconciliar a los millones que han tomado las calles en el último periodo con la deslegitimada democracia burguesa.

Pero resolver los problemas de las masas y erradicar la pobreza en EEUU exigiría enfrentarse a los grandes magnates que se han hecho de oro en esta pandemia. Eso está absolutamente descartado de la mano de Biden. Lo que está haciendo, más bien, es saquear las arcas públicas para hacer a los ricos aún más ricos. Una continuidad completa con lo que hizo Trump.

Un revival de la fracasada estrategia de Obama

Hay más aspectos que forman parte importante de esta gran campaña propagandística pro Biden. Uno de ellos es la vacunación masiva de la población, que ya supera el 50%, o su apoyo a la liberalización temporal de las patentes. Pero estas medidas no responden a su conciencia social ni nada por estilo. Sencillamente, es una necesidad imperiosa para poder reabrir la economía y evitar una debacle aún mayor.

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Resolver los problemas de las masas y erradicar la pobreza en EEUU exigiría enfrentarse a los grandes magnates que se han hecho de oro en esta pandemia. Eso está absolutamente descartado de la mano de Biden

Por otro lado, no se puede pasar por alto la ingente cantidad de dólares que se están inyectando a la economía norteamericana. Solamente con los paquetes de rescate que ya se han aprobado por Trump primero y Biden después, la cuantía alcanza el 32% de PIB de EEUU. Solo el paquete aprobado en marzo por Biden (1,9 billones de dólares) duplica en términos de porcentaje del PIB el programa de estímulos de Obama. Pero ¿van a lograr devolver el equilibrio económico, político y social a EEUU?

Como todos los economistas serios advierten, estos estímulos no están yendo a la economía productiva, sino a la especulación. La crisis de sobreproducción ha saturado el mercado de mercancías, que no se venden y, por tanto, de las que no se puede extraer el beneficio. Invertir en la economía productiva ahora tiene poca rentabilidad y por esta razón los capitalistas utilizan las ayudas del Gobierno para recomprar sus propias acciones y mantener una cotización alta de forma artificial. Es decir, lograr beneficios sin pasar por el proceso productivo, aumentando el tamaño de la burbuja especulativa y la brecha entre la economía real y el capital ficticio.

La mayor parte del dinero inyectado no repercute en la economía real, no crea puestos de trabajo, ni estimula el consumo. Solo aspira a evitar un colapso inmediato de una economía en estado comatoso. Y como la historia demuestra, no es posible poner límites a las tendencias especulativas que existen bajo este sistema anárquico. La búsqueda del máximo beneficio es lo que manda y no hay forma de que los capitalistas hagan algo diferente a esto.

De nuevo, todos los palmeros de Biden, incluidos lamentablemente Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, ocultan este punto y le dan un ridículo barniz de izquierdas a políticas que no lo son. Tal y como Obama hizo tras el estallido de la crisis de 2008, nos hablan de que van a lograr una salida “social” a la crisis. La experiencia del Gobierno Obama, el aumento drástico de la pobreza y la precariedad, del racismo y las deportaciones récord, de los desahucios, sus regalos millonarios a la banca y a los grandes magnates y su incapacidad para poner límite a su fiesta especulativa parecen haberse evaporado en la cabeza de muchos. Si hoy estamos adentrándonos en una crisis sin precedentes es precisamente porque el plan de Obama fracasó estrepitosamente y allanó el camino para el ascenso de Trump. La estrategia de Biden es seguir la misma senda.

No es posible una salida “social” de la crisis bajo el capitalismo

Muchos socialdemócratas en Europa están diciendo que hay que seguir el ejemplo de Biden e insisten en que la salida de esta crisis será diferente. ¿Nos hablarán de refundar el capitalismo otra vez, como hacía Sarkozy allá por 2008? ¿De regular los excesos, de ser más justos, de que los ricos paguen más y sean más éticos y solidarios?

Tenemos que tomar nota de la historia y sacar conclusiones. Este planteamiento es simplemente imposible. El New Deal de Roosevelt que tanto alaban hoy, no fue lo que terminó con la crisis de los años 30, sino la política de rearme y la Segunda Guerra Mundial. Pero es que la situación de EEUU hoy nada tiene que ver con la que tenía entonces, cuando era el mayor acreedor del mundo, una potencia imperialista en claro ascenso y con una grasas acumuladas extraordinarias.

Hoy esas grasas no existen. La agresividad de Biden en su política exterior, respaldando  a Netanyahu en la masacre Palestina, su apoyo a la monarquía marroquí, la reactivación de los enfrentamientos con Rusia, las chapuzas con las que intenta recomponer su influencia en América Latina... son una verdadera confesión del estado real de las cosas: están desesperados por no retroceder ni un milímetro más en el tablero mundial frente a China.

Pero es que además, bajo este sistema, la intervención del Estado no tiene la capacidad de revertir el ciclo económico, y los capitalistas prefieren seguir haciendo dinero fácil mientras puedan al tiempo que aprietan las tuercas a la clase trabajadora. Da igual con cuánto dinero rieguen a las grandes empresas. Todos esos recursos se irán por el sumidero, pero aumentando la deuda pública de forma salvaje y pasando la factura a la clase trabajadora. La burguesía nunca será favorable a un reparto equitativo de la riqueza. ¡Es como pedirle a un tigre que se alimente de lechuga!

Es posible que toda la propaganda de la Administración Biden tenga un cierto efecto temporal, pero es una mentira con las patas muy cortas. El nuevo presidente ha llegado a la Casa Blanca de forma muy distinta a la que llegó Obama, sin autoridad y sin generar más expectativa que la de librarse del odiado Trump. La experiencia es un grado dicen, y el movimiento ha aprendido mucho en esta década sobre lo que sirve y lo que no sirve en la lucha por sus derechos. El Partido Demócrata no ha servido, y volverá a demostrarlo con creces. La lucha de clases se recrudecerá, así como las tendencias cada vez más autoritarias y reaccionarias por las que apuesta un sector de la burguesía, que ya ha tomado el control del Partido Republicano con Trump como líder.

Para defenderse y levantar una alternativa real al escenario de barbarie que se abre ante nosotros, nuestra clase en EEUU necesita una organización y un programa de ruptura con el sistema, que desenmascare la propaganda y que termine con la dictadura de la oligarquía financiera. Solo hay un programa que pueda lograr esto: el de la transformación socialista de la sociedad.

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