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III. La construcción del partido
Los dos años transcurridos desde el último congreso han puesto a prueba nuestras fuerzas en numerosos terrenos, en primer lugar, en lo que respecta a la elaboración teórica de una coyuntura política explosiva.
El esfuerzo realizado para comprender los procesos de la economía mundial, las dramáticas transformaciones en la pugna interimperialista y sus consecuencias inmediatas en la lucha de clases ha sido una piedra de toque para todo el trabajo de la sección española y de la Internacional.
Frente a la desorientación general de la izquierda que se declara anticapitalista, nuestra caracterización de estos fenómenos ha sido contrastada por la experiencia y nos ha servido como una potente guía para la acción. En palabras de Trotsky: “Una dirección solo puede educarse en un sentido realmente revolucionario si comprende el carácter de nuestra época, su movilidad repentina y sus bruscas alteraciones”.
Exactamente igual que la economía mundial y las relaciones internacionales han sufrido cambios vertiginosos, el partido atraviesa una etapa de transformaciones. Generar una dirección colectiva capaz de impulsar el crecimiento y la consolidación a una escala muy superior es el objetivo de la fase actual, lo cual implica asegurar que los cuadros forjados a lo largo de esta última década actúen como genuinos dirigentes.
La vitalidad de la organización es clara. Frente a la esclerosis, el conservadurismo, la rutina y la pereza teórica que observamos en muchas formaciones, estamos dando pasos consistentes para integrar, y educar, a esta nueva generación de revolucionarios que es imprescindible.
Dirección colectiva y crecimiento
Para abordar esta tarea con éxito necesitamos herramientas que no se pueden improvisar. Y las tenemos. Contamos con una solidez y homogeneidad política conquistada gracias al esfuerzo y el trabajo sistemático de los compañeros y compañeras veteranos, que militan desde hace más de diez, veinte, treinta y hasta cuarenta años, y que tienen sólidos vínculos con la clase obrera. La composición clasista de nuestra organización está fuera de discusión: más de un 68% de nuestros miembros son trabajadoras y trabajadores de diferentes generaciones, incluyendo numerosos jóvenes.
Estos militantes y cuadros atesoran la experiencia y el conocimiento de un periodo histórico convulso, que arrancó con la crisis revolucionaria de los años setenta, atravesó por las graves derrotas de aquellas luchas, vivió el colapso del estalinismo y la debacle de los partidos socialdemócratas y “comunistas”, el avance del neoliberalismo, la deserción y la traición de cientos de dirigentes de la izquierda. Manteniendo firme su voluntad revolucionaria frente al ambiente de escepticismo dominante, fueron capaces de interpretar e intervenir en los nuevos acontecimientos, desde la revolución bolivariana a la Gran Recesión de 2008 y la primavera árabe, desde las huelgas generales, el 15-M al surgimiento de la nueva izquierda reformista, del levantamiento por la república en Catalunya y la explosión del movimiento feminista de clase, a la debacle de Podemos y el auge de la extrema derecha…
Estos cuadros jamás perdieron de vista la importancia del análisis en medio de un desprecio general por la teoría marxista y fueron capaces, entre otros logros, de crear la mayor editorial socialista que existe en lengua castellana.
Sin impacientarse porque los procesos se prolongaran en el tiempo, lucharon por fortalecer nuestras raíces en el frente sindical y el movimiento obrero tomando todo tipo de iniciativas —GanemosCCOO y Sindicalistas de Izquierda—, impulsando la intervención en las grandes movilizaciones de nuestra clase y en los pequeños conflictos laborales, construyendo nuestro trabajo sindical de manera flexible y apegada a las condiciones concretas de cada ámbito. Y todo esto ha dado frutos muy valiosos.
Los militantes obreros de nuestra organización siempre consideraron el Sindicato de Estudiantes como una de las conquistas más valiosas de los marxistas revolucionarios del Estado español e internacionalmente. Gracias a la comprensión de lo que significa esta plataforma, libramos una batalla sin cuartel contra las operaciones políticas que pretendían disolverla y romper así nuestros vínculos con el movimiento de masas.
Es necesario resaltar el impacto que las movilizaciones del SE han tenido en estos dos años. Desde las huelgas por la salud mental, las movilizaciones contra el cambio climático, la de la juventud gaditana en solidaridad con la lucha del metal, todas las movilizaciones de masas que hemos organizado en el 8M junto a LyC, hasta las manifestaciones, huelgas y acampadas contra el genocidio sionista en Gaza, y más recientemente la exitosa huelga del 11 de octubre contra la brutalidad policial y por la PAU.
El SE vertebra el movimiento estudiantil a escala estatal como ninguna otra organización, un hecho que es reconocido por toda la izquierda política y sindical. Y sigue siendo un ariete afilado para la construcción de las fuerzas del marxismo entre la juventud de izquierdas. La escuela política que supone el SE para generaciones de jóvenes, como medio para elevar su nivel de conciencia, es formidable, y todo su potencial se plasmará en los grandes combates que están por venir.
El nivel político y la experiencia adquirida por nuestro partido en la lucha real son las claves para desarrollar nuevos referentes. El lanzamiento de LyC en 2017 ha sido uno de los grandes aciertos estratégicos de la organización, y nos ha permitido desarrollar nuestro programa por un feminismo de clase y revolucionario como nunca. En estos años hemos logrado corregir errores y deficiencias políticas derivadas de una tradición que había distorsionado la lucha de la mujer trabajadora con una visión estrecha y falsamente “obrerista”, y nos hemos colocado a la vanguardia de un movimiento decisivo.
Algo semejante podemos decir de la intervención desplegada en el movimiento de liberación nacional en Catalunya, que se ha convertido en una escuela extraordinaria tanto desde el punto de vista programático como de la táctica. Las enseñanzas de los debates que hemos mantenido y de la presencia directa en el movimiento a una escala inimaginable han sido extraordinarias: hemos atado el nudo con el genuino punto de vista leninista respecto al derecho a la autodeterminación, dando un gran paso adelante en la defensa de una política comunista e internacionalista en un movimiento de masas interclasista.
Sin esta roca, sin estos militantes y cuadros, la organización no podría haberse mantenido y responder a las colosales presiones de la situación objetiva, que han provocado una crisis permanente en la izquierda reformista y los grupos sectarios.
Pero el objetivo de los cuadros y de la dirección es reproducirse, no anquilosarse. Y este es el principal desafío de la nueva etapa en la que nos encontramos: incorporar en todas las tareas a los cientos de militantes que podemos ganar en un periodo de tiempo relativamente pequeño, y seguir construyendo una dirección colectiva, tanto estatal como en los territorios. Para ello es necesario tener una visión clara de cómo hacerlo, modificando constantemente los detalles y los énfasis en cada etapa.
La piedra angular de esta tarea pasa por dos aspectos clave: incrementar el nivel político de esta nueva capa de militantes y de cuadros, y tomar el pulso constante a nuestra intervención, siendo conscientes de que el crecimiento, ganar a nuevos compañeros y compañeras, es la tarea central, la más decisiva, y a la que debemos prestar una atención excepcional.
Existen miles de activistas y de jóvenes que están empezando a deletrear el abecedario de la política revolucionaria. Nos encontramos con ellos y ellas en las movilizaciones feministas, estudiantiles, en las manifestaciones por Palestina, en las luchas por una vivienda digna, contra la represión policial, por los derechos democráticos…
Como hemos comprobado, tener una posición valiente, intervenir en la acción con un plan claro de contactar y debatir, huir de cualquier elemento de pesimismo o escepticismo, y abrir la organización a que estas capas puedan participar adaptando nuestras estructuras, nuestras formas de debatir, e incluso nuestro lenguaje para hacer más comprensible el marxismo revolucionario a aquellos que no están familiarizadas con él… es el camino. Podemos y debemos avanzar con más solidez y rapidez, y los hechos lo demuestran, revisando lo realizado, corrigiendo los errores y teniendo una actitud muy seria a la hora de escuchar y poner en marcha las iniciativas y propuestas de los camaradas que están en la primera línea de esta actividad.
Hay que combatir cualquier tipo de conservadurismo y aplicar la mayor audacia. Si se comete algún exceso de activismo, inevitable si lanzamos nuestras fuerzas a la batalla, lo corregiremos. Sabemos que este riesgo existe y estamos preparados para contenerlo. Pero un partido revolucionario solo se puede construir combinando de manera creativa la teoría marxista con una enérgica intervención en la práctica.
La necesidad del partido
El debate que acompaña a un congreso es un espacio privilegiado para repensar y volver sobre las ideas esenciales de nuestro programa y nuestros métodos. Siempre hemos insistido en que el proletariado se enfrenta a un enemigo colosal: la clase dominante capitalista y su Estado, una maquinaria de dominación que se ha ido perfeccionando y se ha nutrido de las experiencias en la lucha contra la clase obrera. Pensar que derrocar a un enemigo tan poderoso requiere tan solo de ideas ingeniosas, de un grupo de parlamentarios eficaces o de medios de comunicación alternativos es de una ingenuidad completa.
Al contemplar la barbarie actual del capitalismo y la miseria humana que es capaz de producir, nuestra tarea cobra toda la relevancia. El genocidio sionista en Gaza y en el Líbano no solo es la consecuencia de los planes imperialistas de Occidente y del mesianismo de la extrema derecha que gobierna en Tel Aviv. Es el fruto también de la trágica derrota de la Primavera Árabe, algo que en ningún caso se debió a la falta de conciencia, ímpetu y determinación de las masas, que lo dieron todo, sino a la ausencia de un partido y una dirección comunista a la altura de las tareas que se presentaron, y que finalmente facilitó las maniobras criminales de Washington y de las burguesías árabes para aplastar aquel levantamiento.
La importancia del partido revolucionario y de una dirección no es menor que la de un ejército y su cuartel general en las guerras entre las naciones. La historia del movimiento obrero moderno, tanto de sus victorias como de sus derrotas, encierra una clara lección: el partido revolucionario no se puede improvisar en vísperas de una lucha decisiva. El partido se prepara, se templa, se educa sistemáticamente en el transcurso de años y décadas.
Las experiencias revolucionarias del siglo XX y XXI muestran que las masas aprenden con rapidez en la vorágine de los acontecimientos. Una revolución sacude violentamente la psicología de todas las clases, acaba con la rutina, las creencias y los prejuicios establecidos. La historia, en esos momentos, no es propiedad de los políticos profesionales, los ministros, las instituciones de la clase dominante; la historia la hacen las masas a través de la acción directa, probando una y otra vez a sus dirigentes y sus organizaciones, sustituyéndolos por otros que respondan más adecuadamente a sus aspiraciones, creando los organismos de sus propio poder frente a las instituciones políticas de las viejas clases poseedoras.
Pero la revolución socialista, a diferencia de las revoluciones burguesas anteriores, exige de la participación consciente de la clase obrera encabezando a los oprimidos y de un programa probado que descarte la línea de menor resistencia y concentre todas sus energías en el triunfo revolucionario. Y eso solo se puede conseguir a través del partido.
Siempre hemos explicado que un partido es, en primer lugar, ideas, métodos y tradiciones, y solo después una organización y un aparato para llevar el programa a las capas más amplias de los explotados. Al fin y al cabo, nuestra teoría, de la que se desprenden nuestras tácticas y estrategia, generaliza la experiencia histórica del proletariado.
El marxismo descubrió las leyes que gobiernan a la sociedad capitalista y elaboró un programa científico basado en las mismas. Pero no basta elaborar un programa correcto. Es necesario que la clase obrera lo acepte. La teoría marxista no serviría para nada si no fuéramos capaces de ligarnos a las amplias masas trabajadoras. Pero esto no se logra automáticamente, requiere de un trabajo sistemático para formar los cuadros, establecer raíces sólidas en el movimiento obrero organizado y entre la juventud y ganar, a través de la experiencia, los acontecimientos y la intervención audaz, a la vanguardia más consciente.
A diferencia de los sectarios y los reformistas que siempre desprecian a la clase obrera acusándola de un bajísimo nivel de conciencia, nosotros sabemos que las masas aprenden, en primer lugar, de la experiencia. La vida es su escuela de aprendizaje a través de la explotación, los bajos salarios, la precariedad, la falta de vivienda, de expectativas… con las decepciones y los sinsabores de una existencia harto difícil. La clase obrera y los jóvenes que pertenecen a ella no cuentan con las facilidades para “instruirse” en la historia, la política o la economía del pequeño burgués universitario.
Por tanto, aunque la lucha por elevarnos culturalmente es fundamental, no podemos perder de vista que el “conocimiento” y la “educación” es siempre monopolio de la clase dominante. Es algo que Marx y Engels explicaron en sus escritos de juventud:
“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante.
“La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual (…) Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas” (La ideología alemana).
¿Cómo se pueden modificar los hábitos y la psicología de los trabajadores? ¿Cómo adquieren conciencia de clase? Obviamente sobre la base a las contradicciones del sistema capitalista y la pugna cotidiana por la apropiación de la plusvalía, que es el motor de la lucha de clases. Primero por motivos económicos y más tarde por objetivos políticos, la clase trabajadora va tomando conciencia de su propio papel en la sociedad, pasa de ser una clase en sí a una clase para sí.
“El ser social determina la conciencia”, pero es en la acción cuando los trabajadores se reconocen como clase, y su psicología se transforma. En las huelgas, las ocupaciones de fábricas, en las grandes demostraciones callejeras, en las revoluciones, que son la expresión más aguda de la confrontación entre la burguesía y el proletariado, las masas aprenden, piensan rápidamente, sacan conclusiones a gran velocidad, su conciencia se transforma bruscamente.
En los compases iniciales de estos acontecimientos, las masas en general no tienen la experiencia y el conocimiento de la táctica, la estrategia y las perspectivas necesarias para asegurar el triunfo, están en desventaja frente a la clase dominante que, a través de sus representantes políticos y militares, está bastante mejor preparada para hacer frente a semejantes situaciones.
En manos de la clase dominante descansa el poder del Estado, el ejército, la policía, la magistratura, la prensa y los demás medios de comunicación —instrumentos potentes para moldear la opinión pública mediante la calumnia, la mentira y la difamación—. Posee muchas otras armas y fuerzas auxiliares: el control de las escuelas y las universidades, un ejército de “expertos”, profesores, economistas, filósofos, abogados, sacerdotes y otros, como los dirigentes de la izquierda reformista siempre dispuestos a tragarse sus escrúpulos morales y acudir en defensa de la “civilización” (es decir, sus propios privilegios y los de sus amos).
Por estas razones el papel del partido es tan imprescindible. Porque provee a la clase obrera del conocimiento de la historia de las revoluciones, de la ciencia de la táctica, de las consignas transicionales, del arte de la insurrección. El partido constituye, en las crisis revolucionarias y en las fases preparatorias, el cerebro de la clase y tiene la capacidad de movilizar todos sus organismos y hacerlos conscientes de su papel. Sin eso es imposible el triunfo.
Imperialismo y revisionismo
Vivimos en la era de la decadencia imperialista global, y el reflejo del imperialismo en las organizaciones de la izquierda hoy no es menor que ayer. Las tendencias revisionistas que dominaron de la Segunda Internacional, expuestas por Bernstein, Kautsky, Vandelverde, Turati, los mencheviques… siguen siendo las mismas que predominan en la izquierda institucional, adaptadas y empeoradas como no podía ser de otra forma: otanismo, neoliberalismo, racismo, prosionismo…
Ayer como hoy, estas ideas expresan la corrupción política y el conservadurismo de la aristocracia obrera y los funcionarios de los partidos socialdemócratas y de los sindicatos, que a su vez se sustentan en las grandes ganancias acumuladas por las potencias imperialistas. Pero también es cierto que este proceso de degeneración dio un salto cualitativo tras el colapso del estalinismo. Ahora es harto difícil de diferenciar, en los hechos, las políticas de la socialdemocracia y de la derecha tradicional.
El fenómeno político del reformismo lo hemos tratado ampliamente en otros materiales, pero no está de más insistir en la necesidad de estudiar, con detenimiento y profundidad, los trabajos teóricos de los grandes marxistas, Lenin, Rosa Luxemburgo y León Trotsky. Las ideas del revisionismo y su propuesta de una transformación “gradual y democrática” de la sociedad utilizando el parlamento burgués, los sindicatos, la legislación laboral y los mecanismos que supuestamente la economía ha puesto al alcance de los trabajadores, como el consenso de los “agentes sociales” (el pacto social), supusieron una completa ruptura con los fundamentos de la teoría marxista.
Las palabras de Rosa Luxemburgo en su célebre obra Reforma o revolución siguen manteniendo una vigencia completa:
“La corriente oportunista en el partido, formulada teóricamente por Bernstein, no es otra cosa que un intento inconsciente de garantizar la preponderancia de los elementos pequeñoburgueses que se han unido al partido, esto es, de amoldar la política y los objetivos del partido al espíritu pequeñoburgués. La cuestión de reforma o revolución, del movimiento o el objetivo último, es básicamente la cuestión del carácter pequeñoburgués o proletario del movimiento obrero”.[1]
Emancipada del control de la base, bien pagada y mimada por la burguesía que sabe recompensar su labor con todo tipo de privilegios materiales y elogios, la burocracia reformista se convierte en fiel guardiana del orden social. Esta capa, arropándose con las siglas de las organizaciones tradicionales del proletariado, constituye el principal obstáculo en el camino de la construcción del partido revolucionario.
A la primera prueba seria a la que fue sometida, la Segunda Internacional se pasó al campo del socialpatriotismo y abandonó el punto de vista de clase e internacionalista. Desde ese momento se convirtió en el sostén fundamental del orden burgués.
“El colapso de la Segunda Internacional —escribe Lenin— es el colapso del oportunismo (…) Desde hace tiempo, los oportunistas venían preparando el terreno para este colapso al renegar de la revolución socialista y sustituirla por el reformismo burgués, al rechazar la lucha de clases y la guerra civil como su resultado inevitable en ciertos momentos, al predicar la conciliación de clases, al propagar el chovinismo burgués bajo la careta del patriotismo y la defensa de la patria, al ignorar o rechazar la verdad fundamental del socialismo, establecida hace tiempo en El Manifiesto Comunista, de que los trabajadores no tienen patria; al reducirse a la lucha contra el militarismo desde un punto de vista sentimental y filisteo en lugar de reconocer la necesidad de la guerra revolucionaria de los trabajadores de todos los países contra la burguesía de todas las naciones, al convertir en fetiche la necesidad de la utilización del parlamentarismo burgués y de la legalidad burguesa”.[2]
El bolchevismo
El periodo de crecimiento y posterior degeneración de la Segunda Internacional también fue, dialécticamente, el de la formación y consolidación de la tendencia comunista revolucionaria del proletariado internacional.
Nuestra organización se basa en los principios políticos y organizativos del bolchevismo que condensan y sintetizan lo mejor de la teoría marxista y la práctica revolucionaria del proletariado. Pero el propio desarrollo del bolchevismo muestra que la formación de la dirección es un proceso vivo y en numerosas ocasiones traumático. Lenin comprendió y desarrolló mejor que ningún otro dirigente, incluidos Trotsky y Rosa Luxemburgo, una línea estratégica para construir un fuerte partido disciplinado, ligado a la vanguardia de la clase, intransigente en cuestiones de principio y flexible en los aspectos tácticos.
El papel que Lenin asignó a esta tarea no era fruto de un capricho o una obsesión por el poder centralizado de un reducido aparato conspirativo. La necesidad de una dirección semejante surge directamente del estudio detallado de la historia de las revoluciones, incluidas por supuesto las revoluciones burguesas (la inglesa de 1640 y la francesa de 1789-93).
La rica historia del Partido Bolchevique, antes del triunfo de Octubre, incluye todas las etapas de desarrollo, choques y confrontación por la que puede pasar una tendencia revolucionaria: desde un pequeño círculo a un partido de masas; la lucha legal e ilegal; la participación en tres revoluciones y dos guerras… En esos años fueron abordados problemas teóricos fundamentales como la crítica al terrorismo individual, la cuestión nacional, la cuestión agraria, el parlamentarismo, el boicot electoral, el trabajo en los sindicatos, el imperialismo y el Estado, la lucha contra el reformismo en todos los planos…
La construcción del Partido Bolchevique no fue el resultado de un accidente histórico, sino de la preparación paciente, la intervención sistemática en la lucha de clases y la perseverancia por elevar constantemente el nivel político de la militancia y los cuadros, fundiéndolos con la vanguardia revolucionaria de la clase trabajadora.
Lenin siempre tuvo en cuenta que es inevitable cometer errores, pero cómo reconoce y asimila el partido esos errores es fundamental. En uno de sus últimos artículos, escrito en el otoño de 1922, señaló:
“Nuestra postura ha consistido y consistirá siempre en considerar las más graves derrotas y errores que hayamos podido cometer con la mayor sangre fría, en aprender de ellos a modificar nuestra acción. He aquí la razón por la que hay que hablar francamente. Esto es importante no solamente por la verdad teórica, sino también desde el punto de vista práctico. Jamás aprenderemos a abordar nuestras tareas de una forma nueva si la experiencia de ayer no nos ha abierto los ojos sobre los errores de los antiguos métodos”.
Algunos creen que el bolchevismo es la parafernalia de la hoz y el martillo, banderas rojas, llamamientos a la “intransigencia” o, peor incluso, la justificación del burocratismo y de una supuesta “obediencia ciega” hacia los “jefes”, como hacen los partidos y sectas estalinistas. Las tergiversaciones son abundantes y no acabarán nunca. Por eso es tan importante estudiar la historia del bolchevismo recurriendo a sus fuentes originales, y especialmente a los escritos de Lenin.
Lenin plantea la cuestión de la disciplina del partido en unos términos que merece la pena recordar:
“¿Cómo se mantiene la disciplina del partido revolucionario del proletariado? ¿Cómo se controla? ¿Cómo se refuerza? Primero por la conciencia de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su firmeza, por su espíritu de sacrificio, por su heroísmo. Segundo, por su capacidad de vincularse, aproximarse y hasta cierto punto, si queréis, fundirse con las más grandes masas trabajadoras, en primer término, con la masa proletaria, pero también con la masa trabajadora no proletaria. Tercero, por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de sus tácticas políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia.
“Sin estas condiciones no es posible la disciplina en un partido revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada, llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad. Sin estas condiciones, los intentos de implantar una disciplina se convierten, inevitablemente, en una ficción, en una frase, en gestos grotescos. Pero, por otra parte, estas condiciones no pueden brotar de golpe. Van formándose solamente a través de una labor prolongada, a través de una dura experiencia; su formación se facilita a través de una acertada teoría revolucionaria, que, a su vez, no es ningún dogma, sino que sólo se forma definitivamente en estrecha relación con la práctica de un movimiento que sea verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario”.[3]
Los bolcheviques tuvieron que reorientarse en numerosas ocasiones, lo que provocó encendidas polémicas en su seno. La disciplina y lealtad al partido no impidieron los choques internos, las fracciones, incluso las rupturas. La imagen de un partido bolchevique monolítico, con una dirección providencial, es una caricatura construida por el estalinismo.
En la revolución de 1905, Lenin tuvo que lidiar contra la rutina y el conservadurismo de los comités de la organización de San Petesburgo, tan acostumbrados al trabajo de los pequeños círculos, pero reticentes a una orientación enérgica hacia las masas. Estos “hombres de comité” intentaron subordinar la dinámica viva de la revolución a los estrechos límites de una organización clandestina, lo que incluso les llevó a no reconocer la importancia de los sóviets. Lenin fustigó implacablemente a estos aparatichi, denunciando su incapacidad para abrir la organización a las nuevas capas de proletarios que entraban en la acción.
Después de la derrota de la insurrección armada de los obreros de Moscú, la revolución entró en un fuerte periodo de reflujo. Las organizaciones revolucionarias fueron diezmadas, sus dirigentes enviados a la clandestinidad, el exilio y la cárcel, mientras el desánimo y la desmoralización dominaban las filas del movimiento. Fueron años de fuertes presiones, de penetración de los prejuicios ideológicos de la pequeña burguesía, de dificultades materiales, años de deserciones y claudicación, y también de ultraizquierdismo.
Lenin y los principales cuadros bolcheviques resistieron la embestida asegurando los fundamentos de la teoría marxista y cohesionando el núcleo dirigente. En palabras de Lenin:
“Esta gran derrota dio a los partidos revolucionarios y a la clase revolucionaria una verdadera lección sumamente saludable, una lección de dialéctica histórica, una lección de inteligencia, de destreza y arte para conducir la lucha política. Los amigos se conocen en la desgracia. Los ejércitos derrotados se instruyen celosamente”.[4]
En la lucha de clases, como en la guerra, saber retroceder cuando se dan condiciones adversas es igual o más importante que saber avanzar. La fracción bolchevique fue la que retrocedió “con más orden, con menos quebranto de su ‘ejército’; conservando mejor su núcleo central, con las escisiones menos profundas e irreparables, con menos desmoralización, con más capacidad para reanudar la acción de un modo más amplio, acertado y enérgico”.[5]
En los años de la carnicería imperialista (1914-1917), los bolcheviques quedaron aislados de las masas. Fue un periodo de clarificación y educación política de los cuadros, de lucha sin cuartel no solo contra los socialpatriotas, sino contra los “centristas” de todo signo que, aunque utilizaban demagógicamente una fraseología tomada del marxismo, defendían el punto de vista de la pequeña burguesía en los asuntos fundamentales, pacifismo en lugar de la revolución socialista.
Todo este periodo fue una preparación para el más importante de todos: el que se extiende de febrero a octubre de 1917, desde el derrocamiento del zarismo y la implantación de la “república democrática” hasta la toma del poder por los sóviets y el triunfo del primer Estado obrero de la historia.
“En pocas semanas —afirma Lenin— los mencheviques y los socialrevolucionarios se asimilaron perfectamente todos los procedimientos y modales, argumentos y sofismas de los héroes europeos de la Segunda Internacional, de los ministerialistas y de toda la canalla oportunista (…) todos han resultado esclavos de los prejuicios de la democracia pequeñoburguesa (…) Los bolcheviques empezaron su lucha victoriosa contra la república parlamentaria (burguesa de hecho) y contra los mencheviques con suma prudencia y no la prepararon, ni mucho menos, tan sencillamente como hoy piensan muchos en Europa y América. En el principio del período mencionado no incitamos a derribar el Gobierno, sino que explicamos la imposibilidad de hacerlo sin modificar previamente la composición y el estado de espíritu de los sóviets. No declaramos el boicot al parlamento burgués, a la Asamblea Constituyente, sino que dijimos, a partir de la Conferencia de nuestro partido, celebrada en abril de 1917, dijimos oficialmente, en nombre del partido, que una república burguesa, con una Asamblea Constituyente, era preferible a la misma república sin Constituyente, pero que la república ‘obrera y campesina’ soviética es mejor que cualquier república democrático burguesa, parlamentaria. Sin esta preparación prudente, minuciosa, circunspecta y prolongada, no hubiésemos podido alcanzar ni consolidar la victoria en octubre de 1917”.[6]
La Revolución de Octubre confirmó la corrección de la estrategia leninista sobre el partido revolucionario, pero incluso Lenin se quedó en minoría dentro de la dirección a lo largo de 1917 y tuvo que emplearse a fondo para enderezar el rumbo. Las Tesis de Abril constituyen el documento más importante de esa lucha por reorientar correctamente al bolchevismo y alejarlo de la colaboración de clases y el oportunismo.
No es este el lugar para extendernos sobre esta cuestión, pero las palabras de León Trotsky resumen perfectamente lo que queremos decir: “En el año 1917, Rusia pasaba por una crisis social muy grave. No obstante, sobre la base de todas las lecciones de la historia uno puede decir con certeza que de no haber sido por la existencia del Partido Bolchevique, la inconmensurable energía revolucionaria de las masas se hubiera gastado infructuosamente en explosiones esporádicas y los grandes levantamientos habrían concluido en la más dura dictadura contrarrevolucionaria. La lucha de clases es el principal motor de la historia. Necesita un programa correcto, un partido firme, una dirección valiente y de confianza —no héroes de salón y de frases parlamentarias, sino revolucionarios dispuestos a ir hasta el final—. Esta es la principal lección de la Revolución de Octubre”.[7]
Izquierdismo
Este año se cumple el centenario de Lenin y lo hemos celebrado con una campaña intensa de actos públicos por todo el Estado, con un Encuentro Estatal en Madrid para debatir sus ideas y republicando obras fundamentales como El imperialismo, fase superior del capitalismo, El Estado y la revolución y La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo.
No pretendemos abarcar temas que escapan a este documento. Pero sí nos parece importante destacar que entre ciertas capas de la juventud militante es inevitable el crecimiento de ideas izquierdistas. Es un síntoma de un rechazo honesto a la capitulación de la nueva izquierda reformista, y en el caso del Estado español a la debacle de Podemos, de la que hemos escrito abundantemente, a la descomposición del PCE y al giro hacia la práctica institucional que está protagonizando la dirección de la izquierda abertzale, de las CUP y del BNG.
Tenemos la obligación de establecer un diálogo honesto y compañero con estas capas y trasladar nuestro ofrecimiento de unidad de acción y frente único. Una colaboración política para defender el programa y las tácticas marxistas en ningún caso implica ceder en cuestiones de principio y ante prejuicios que maleducan. El izquierdismo tiene siempre el mismo desenlace: quemar y desorientar a una capa de militantes valiosos.
La controversia con el izquierdismo no es nueva. En tiempos de la Liga de los Comunistas, Marx y Engels llevaron a cabo una dura confrontación contra estos sectores, especialmente activos después de la revolución de 1848, y también en la Primera Internacional tras la derrota de la Comuna de París en mayo de 1871. En el caso del bolchevismo, Lenin se enfrentó a los boicotistas, liderados por Bogdanov, tras el aplastamiento de la revolución de 1905 y el reflujo posterior. Ya en las filas de la Tercera Internacional, durante 1920 y 1923, la lucha se entabló contra los izquierdistas alemanes, holandeses o italianos, y se plasmó en el gran libro de La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo.
Conocer los debates de la Internacional Comunista entre 1920-1923, las tácticas del Frente Único y cómo se aplicaron, y los graves errores que los izquierdistas protagonizaron en Alemania y en Italia y que luego adquirieron un carácter trágico con la burocracia estalinista y su doctrina del “socialfascismo” entre 1928 y 1933, es una parte imprescindible de la formación política de la nueva generación de cuadros y militantes del partido.
Aunque para ser justos con aquella generación pionera, las formaciones ultraizquierdistas actuales carecen de raíces y militancia real entre la clase trabajadora y su composición es mayoritariamente universitaria y de clase media. Muchos de estos grupos hablan en nombre del “proletariado”, pero sus experiencias directas en la lucha obrera o su contacto con auténticos proletarios es muy limitado o marginal.
En los años veinte del siglo XX, igual que ahora, los ultraizquierdistas abogan contra el trabajo y la intervención en las organizaciones de masas —especialmente en los sindicatos—, declaran la guerra a las elecciones parlamentarias en toda circunstancia e igualan a todas las formaciones de la izquierda, sean del signo que sean y sea cual sea su trayectoria, como agentes del capital.
Ayer como hoy, el izquierdismo “comunista” está lleno de los lugares comunes del anarquismo. Al cretinismo parlamentario contraponen el cretinismo antiparlamentario. Ante la influencia de los sindicatos reformistas se encogen de hombros y responden creando pequeñas sectas sindicales o, ni siquiera eso, rechazan frontalmente los sindicatos proclamando su caducidad histórica, se aíslan de la clase y de su vanguardia y lejos de debilitar a la burocracia, en realidad, la fortalecen.
Los ultraizquierdistas, que siempre apelan a la “reconstrucción del Partido Comunista” y lo hacen en nombre del proletariado, ocultan cuidadosamente a sus seguidores la crítica que Lenin realizó en 1921 en su magnífico libro.
El bolchevismo fue, ante todo, una escuela de táctica y estrategia revolucionaria refractaria de las fórmulas y esquemas doctrinarios tan manoseados por los sectarios. Leer, estudiar y volver una y otra vez sobre este texto de Lenin es una obligación.
La conciencia
Los cambios objetivos en la sociedad nunca se reflejan de manera inmediata en la conciencia de las masas trabajadoras, ni producen conclusiones socialistas automáticas. Si eso fuera así, si la crisis general del capitalismo provocara estos efectos, hace décadas que se habrían liquidado las relaciones sociales de producción burguesas y viviríamos en un régimen de democracia obrera. La necesidad de un partido revolucionario sería completamente superflua.
A diferencia de lo que se imaginan los sectarios, en el desarrollo de la conciencia influyen factores de muy diversa índole. Por ejemplo, la situación de las organizaciones obreras tradicionales, en estos momentos dominadas por una burocracia arribista y entregada a la paz social y que actúa como un pilar de la estabilidad y la gobernabilidad capitalista. Son, por tanto, un factor político que retrasa la conciencia de clase y socialista.
También es importante la experiencia del periodo precedente. Después de un ciclo de grandes luchas de masas entre 2012 y 2018 pasamos a la conformación de Gobiernos de coalición “progresistas” que han revelado la bancarrota de la nueva izquierda. Todo esto ha generado una fuerte desilusión entre capas veteranas de los activistas.
La presión ideológica y cultural de la clase dominante que nunca cesa, a la que se suma la ofensiva de la extrema derecha que se aprovecha de la descomposición social y las políticas capitalistas de la socialdemocracia para esparcir su demagogia racista, machista y antiobrera. Todo esto son factores negativos para que la conciencia avance.
Entre miles de militantes de la vanguardia, y también entre jóvenes que empiezan a deletrear el abecé de la política, surge la pregunta de qué ha fallado y cuál es el camino. Nuestro papel es conectar con esos sectores y ofrecerles una explicación y un programa de acción. Restablecer la legitimidad de las ideas del marxismo revolucionario, del genuino comunismo, y eso solo se puede hacer a través de la intervención práctica en el movimiento vivo de la juventud y la clase obrera, tal como se expresa hoy, tal como es, con sus contradicciones y carencias.
Como hemos señalado en estos años, es un grave error reducir el análisis de la lucha de clases a los resultados electorales. Este enfoque superficial impide ver los procesos de fondo, y ofrece una interpretación estática de la evolución de la conciencia. Es importante resaltar este aspecto en un momento en el que la reacción cosecha importantes victorias electorales.
Tanto en la naturaleza como en los procesos sociales las situaciones estáticas y lineales no existen. Estos factores negativos que hemos mencionado son parte de la realidad, pero solo una parte. Los cambios bruscos y repentinos que vivimos en las relaciones internacionales, la desigualdad lacerante, la hecatombe climática o las guerras imperialistas están influyendo, y mucho, en los procesos de toma de conciencia en un sentido beneficioso para la revolución socialista.
El carácter convulso del momento actual, de máxima polarización política, de revolución y contrarrevolución, presenta inmensas oportunidades para construir el partido. Es en coyunturas históricas de este tipo cuando la conciencia de amplios sectores de la juventud y el proletariado se puede poner a la altura de las grandes tareas. En palabras de Engels, hay épocas en las que en veinte años apenas se registran hechos políticos significativos y otras en las que la historia de veinte años se concentra en un mes, una semana o unos días.
El infame genocidio sionista en Gaza y la brutal invasión del Líbano, como la guerra imperialista en Ucrania, están teniendo un impacto formidable en la conciencia política de millones de jóvenes y trabajadores. Han desnudado los crímenes del imperialismo y la complicidad de los Gobiernos de todo el mundo, incluidos los socialdemócratas, impulsando un movimiento internacionalista de masas en EEUU y Europa, que en el mundo árabe podría desembocar en levantamientos revolucionarios.
El ascenso de la extrema derecha global también está martilleando la conciencia antifascista de una generación, y despertando a la lucha política a millones.
Miremos a donde miremos, la lucha de clases no se detiene. Ya sea en Gran Bretaña, en Francia, en el Estado español, en Italia, en Argentina, en Colombia, en Sri Lanka, en Marruecos, en EEUU, en Oriente Medio…, la polarización se extiende como una mancha de aceite y la inestabilidad es la norma. La democracia burguesa se está fracturando país tras país planteando la gran cuestión de nuestra época: o la clase obrera es capaz de reorganizar la sociedad sobre bases socialistas y democráticas, acabando con la dictadura del capital financiero, o la lógica implacable de la decadencia imperialista llevará a la humanidad a un callejón sin salida de guerras catastróficas, miseria generalizada y destrucción medioambiental.
La tarea de construir el partido de la revolución socialista es hoy tan urgente como en los años treinta de siglo pasado, por utilizar una comparación recurrente y muy útil. La ausencia de este partido es lo que está dando un margen de maniobra al gran capital y prolongando esta terrible agonía.
Necesitamos construir ese partido y esa dirección a la altura de los enormes desafíos que enfrentamos. No será fácil, pero es la única causa por la que merece la pena darlo todo.
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Notas:
[1]Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución.
[2]Lenin, La bancarrota de la Segunda Internacional.
[3]Lenin. La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo.
[4]Ibíd.
[5]Ibíd.
[6]Ibíd.
[7]León Trotsky, Historia de la Revolución rusa, Fundación Federico Engels, Madrid 2007, I Vol. p. 237.