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El 2 de abril, el Senado francés aprobó la nueva legislación electoral para Nueva Caledonia. Tan solo unas horas después, una movilización masiva sacudía el archipiélago. Las protestas más multitudinarias se están dando en su capital, Numea, pero en poco tiempo se han extendido como la pólvora.

La reforma pretende ampliar el censo electoral, incluyendo en él a los residentes con más de 10 años de residencia en el territorio. Esto supondría una rebaja del peso electoral de los habitantes nativos, sobre todo del pueblo Kanak, que lleva décadas reclamando la independencia del archipiélago, bajo control francés desde 1853.

Pero las protestas van más allá de una mera reivindicación sobre la legislación electoral. Las condiciones de vida de las masas en el archipiélago neocaledonio distan mucho de las de la metrópoli. En 2019, en la provincia Sur, de población mayoritariamente blanca, la tasa de pobreza apenas llegaba al 9%. Mientras que, en la provincia de las islas, mayoritariamente kanak, el 52% de la población está por debajo del umbral de pobreza, cuantificado en 700 euros, en un territorio donde los precios son un 31% más elevados que en Francia (un 78% más en los alimentos), según un estudio reciente del INSEE. Los ingresos del 10% más rico son casi 8 veces mayores a los del 10% más pobre, una diferencia que dobla a la de la Francia metropolitana, en la cual esa diferencia es de 3,6. El desempleo entre los jóvenes kanakos alcanzó un 46% en 2020.

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La nueva legislación electoral para Nueva Caledonia supondría una rebaja del peso electoral de los habitantes nativos, sobre todo del pueblo Kanak, que lleva décadas reclamando la independencia del archipiélago, bajo control francés desde 1853. 

Un territorio colonial en pleno siglo XXI

Ya desde la presidencia de Charles de Gaulle, en los años 60, se promocionó el establecimiento de colonos franceses en los distintos departamentos de ultramar. El descubrimiento de importantes yacimientos de níquel en Nueva Caledonia animó aún más ese proceso, multiplicando la llegada de franceses durante los 70. De esta forma, los colonos se fueron instalando en las zonas más ricas del sur de la isla, especialmente en la capital, mientras que los nativos kanakos fueron marginados a las zonas más pobres. Una marginación no solo geográfica sino también social: los europeos (caldoches) conformaron una clase muy acomodada (con niveles de vida muy superiores incluso a sus homólogos de la metrópoli), desplazando a los kanakos a una posición de marginalidad.

Tras muchas décadas de explotación salvaje de los recursos y los nativos, salpicadas por importantes revueltas (como las de 1878 y 1917), un conflicto violento estalló en los 80. En plena fiebre del níquel, la brecha de desigualdad entre los caldoches y las masas kanakas se fue ensanchando cada vez más. El asesinato, nunca esclarecido, del líder independentista Pierre Declercq, en septiembre de 1981, fue la chispa que encendió la revuelta. Durante prácticamente una década, el archipiélago vivió una situación de casi guerra civil, con las islas militarizadas por las fuerzas de ocupación francesas, que se emplearon a fondo para descabezar al movimiento independentista kanako, utilizando también para ello a fuerzas de choque paramilitares. Todo bajo un Gobierno socialista encabezado por Mitterrand, con apoyo del PCF.

Finalmente, los acuerdos de Matignon, firmados en 1988, reconocieron unos derechos políticos muy limitados a la mayoría kanaka, que fundamentalmente pasaban por su preponderancia en el censo electoral de los comicios provinciales. Sin embargo, lejos de relajar las desigualdades, estos acuerdos supusieron su consolidación y profundización. Mientras se reconocían algunos derechos políticos a los nativos, las explotaciones mineras y de níquel siguieron bajo el control férreo de las multinacionales francesas, especialmente Eramet.

También se pactaba un referéndum sobre el estatus de la colonia que se celebraría diez años después, en 1998. Pero esa consulta nunca se produjo. Se adoptaron nuevos acuerdos en 1998, los acuerdos de Numea, que ampliaban las competencias de la colonia, que, pese a todo, continuaron siendo muy limitadas, ya que el Estado francés se reservaba las competencias clave: defensa, seguridad, justicia y moneda.

No es la primera vez que el imperialismo francés se comporta de esta manera. Los acuerdos de Numea contemplaban también la realización de tres referéndums acerca de la independencia de la colonia. En los dos primeros (celebrados en 2018 y 2020), el voto contra la independencia alcanzó el 56 y 53% respectivamente. Sin embargo, el tercero y definitivo se celebró a finales de 2021, en plena ola de contagios de covid. Ante esta situación, las organizaciones independentistas plantearon su aplazamiento, cosa que no se produjo, y optaron por boicotear la votación. Votación en la que únicamente participó el 43% del censo y que rechazó abrumadoramente la independencia (ya que los colonos sí votaron masivamente). El Estado francés validó el resultado e incluso Macron afirmó el pasado verano que “Nueva Caledonia continuará siendo francesa porque así lo han decidido”. Una provocación en toda regla.

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Los acuerdos de Matignon, de 1988, reconocieron unos derechos políticos muy limitados a la mayoría kanaka. Mientras las explotaciones mineras y de níquel siguieron bajo el control férreo de las multinacionales francesas, especialmente Eramet. 

El giro autoritario del Estado francés se profundiza

Tras el estallido de las protestas, el pasado 13 de mayo, el Estado francés se ha empleado con fuerza para acabar con ellas. En la primera semana de movilizaciones, los 500 agentes policiales franceses asesinaron a 4 personas y detuvieron a más de 200, provocando una radicalización y extensión de la protesta.

En respuesta a esta situación, convertida ya en una insurrección popular, el Gobierno de París ha decidido endurecer la represión y continuar enviando efectivos policiales y militares a las islas. El 15 de mayo Macron anunció la aplicación del estado de emergencia en el archipiélago, lo que le permitió enviar otros 1.000 soldados, que se suman a los 1.700 que conforman las fuerzas de ocupación de forma permanente y a las fuerzas de choque paramilitares de extrema derecha encargadas de la seguridad privada de las lujosas propiedades de los colonos. Todo esto combinado con una acción política clara: criminalizar con todo tipo de ataques las protestas y a las organizaciones independentistas, que han sido acusadas por el ministro del Interior, Darmanin, de promover la violencia y las actuaciones mafiosas.

El giro autoritario que está viviendo Francia bajo la presidencia de Macron es aún más duro y represivo en las colonias. Aparte de enviar un contingente militar, las autoridades francesas prohibieron las reuniones y manifestaciones masivas, la libre circulación por las islas y cerraron los puertos y aeropuertos del territorio. Por si eso fuera poco, la velocidad de la red fue reducida de 5G a 2G, lo que supone en la práctica la imposibilidad de conexión a Internet, y se prohibió explícitamente el acceso a la red social TikTok durante el tiempo que se mantuviese el estado de alarma.

Así se emplea la “democrática Europa” en sus colonias en pleno siglo XXI. Las diferencias con el control militar, policial y económico ejercido por el imperialismo francés en su antigua colonia argelina cada vez son menores. De hecho, muchos de los paramilitares que han actuado en la isla durante las últimas décadas recibieron formación y armamento de la OAS.[1]

Nueva Caledonia, ¿una nueva derrota para el imperialismo francés?

Todas estas maniobras se enmarcan además en un contexto muy sombrío para el imperialismo francés. Desplazado por Rusia de sus numerosas bases militares en el Sahel y con una pérdida muy importante de preponderancia como potencia mundial, la necesidad de mantener su influencia en las colonias que aún le quedan es crucial.

Nueva Caledonia concentra el 10% de los yacimientos de níquel a nivel mundial, lo que le convierte en el cuarto territorio del mundo en producción de este metal, tras Australia, Brasil y Rusia. La contracción del mercado mundial de níquel, producido por un aumento exponencial de la producción indonesia, ha supuesto una caída del 45% de los precios y de un 30% de las exportaciones neocaledonias. Esto se ha traducido en un hundimiento aún mayor de las condiciones de vida de la población, que ve cómo el imperialismo francés no es capaz de resolver ninguno de los problemas que recorren el archipiélago.

Por otro lado, su situación geoestratégica, en una zona de disputa entre el imperialismo chino y occidental, explica la importancia que tiene para Francia el no perder esta posición en el Pacífico. El níquel es un componente indispensable en las baterías de numerosos dispositivos electrónicos y un bien clave para el desarrollo del coche eléctrico, en cuyo mercado China ya está a la cabeza. Hasta el Ministerio de Defensa francés reconoce este extremo. En un informe de 2021 señalaba que "una Nueva Caledonia independiente se encontraría, de hecho, bajo influencia china".

Solo la lucha torcerá el brazo de Macron y el imperialismo. ¡Por la república socialista de Kanaky!

La situación de rebelión social desencadenada en los años 80 puso de manifiesto la cuestión central y cuál es el camino hacia la independencia de Kanaky: la lucha de masas. Lo que de verdad aterrorizó a los imperialistas franceses no fueron las acciones aisladas o los secuestros, sino la simpatía que esas acciones despertaban entre el conjunto de la población nativa. Esta es la principal lección que debemos extraer de décadas de lucha contra el imperialismo francés.

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Las organizaciones de la izquierda independentista tienen que convocar a todos y todas las trabajadoras a una huelga general con un programa que unifique la cuestión de la independencia de Kanaky a la lucha por una república socialista. 

Las organizaciones de la izquierda independentista tienen que convocar a todos y todas las trabajadoras a una huelga general contra la violencia colonial y por la expulsión de las fuerzas de ocupación francesas. Una huelga general que paralizaría completamente la extracción y distribución del níquel y que pondría contra las cuerdas al Gobierno francés.

Por otro lado, Mélenchon y la Francia Insumisa, y los sindicatos combativos en el Estado francés tienen que apoyar explícitamente las justas reivindicaciones del pueblo kanako, y levantar una movilización potente en solidaridad con el mismo convocando paros en los centros de trabajo que las empresas mineras tienen en territorio francés.

Estas movilizaciones tienen que estar armadas con un programa revolucionario: que unifique la cuestión de la independencia de Kanaky a la lucha por una república socialista. Un programa que defienda abiertamente la expropiación de las ingentes riquezas que han amasado durante décadas los colonos y las multinacionales francesas, basadas en la explotación salvaje de la población nativa. Y que ponga todos esos recursos y riquezas bajo control social del conjunto de la población.

 

[1]Organización del Ejército Secreto: organización paramilitar de extrema derecha francesa que actuó tanto en Argelia como en Francia contra el movimiento independentista argelino. Estuvo involucrada en varios intentos de golpe de Estado en Francia para tratar de implantar una dictadura militar e impedir la independencia de Argelia.


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