El pasado martes 26 de enero, Salvador Illa anunció oficialmente su renuncia como Ministro de Sanidad para ser el candidato del PSC en las elecciones al Parlament de Catalunya. A pesar de encontrarnos en una situación sanitaria dramática y tras una gestión realmente catastrófica, desde hace semanas los medios de comunicación capitalistas y no pocos portavoces de la patronal y la oligarquía se deshacen en halagos del ex ministro.

Esta campaña va de la mano de otro hecho: la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya para celebrar las elecciones el 14F, rechazando el aplazamiento electoral y la opinión de los expertos sanitarios que reclaman desde hace semanas el confinamiento domiciliario ante una tercera ola descontrolada.

En estas circunstancias cabe preguntarse: ¿A que intereses responde el llamado “efecto Illa”? ¿Por qué una campaña tan apabullante para celebrar unas elecciones que pondrán en riesgo evidente la salud de la población?

La propaganda del régimen del 78

El mismo día que Illa abandonaba el ministerio, El País publicaba un editorial[1] delirante pero harto esclarecedor. Resulta imposible citar todas las alabanzas pegajosas que dedica al candidato del PSC, y difícil de digerir también la cantidad de cinismo e hipocresía que desprende, pero con todo revela el timbre de esta campaña fullera y mentirosa. Después de reconocer que bajo su gestión al frente del ministerio han muerto más de 80.000 personas, el editorial se consuela afirmando que “su actitud moderada compensa su desigual balance”. Su “talante proporcionado y respetuoso” en un momento de “brutal polarización” es tan imprescindible nos dicen, que todo se puede perdonar. Illa es poco menos que un salvador que ha venido a recomponer la situación catalana y debemos apoyarlo. Y el que no esté en esta onda lo único que hace es enturbiar la convivencia.

¿¡Cómo se puede afirmar sin ningún sonrojo que la actitud “moderada” del ex ministro compensa la muerte de decenas de miles de personas!? El País insulta la memoria de las familias trabajadoras que han sufrido el zarpazo de esta matanza en carne propia, que viven cotidianamente el calvario de un sistema sanitario colapsado y se asoman a la debacle económica y social. Esta es la política burguesa destilada: disimulo y frases teatrales para hacer de la mentira un arte.

La gestión de Salvador Illa ha sido lamentable sí, y lo ha sido por que ha mantenido los recortes salvajes que golpean a la sanidad pública desde tiempos de Aznar, Zapatero y especialmente de Mariano Rajoy, gobernando con servilismo hacia los intereses de los plutócratas de las clínicas privadas y las farmacéuticas. Pero entonces, ¿a qué se debe tanto bombo y tanto platillo para Illa?

El encumbramiento de Illa por parte de Pedro Sánchez y de un sector importante de la burguesía se debe a que reúne las características idóneas: firme defensor de la unidad nacional y de tender la mano a la derecha, hostil a la lucha por la república catalana hasta el punto de participar en la famosa manifestación españolista de octubre de 2017 junto al PP, Cs y Vox, y comprometido sin reservas con la lógica capitalista.

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El encumbramiento de Illa se debe a que reúne las características idóneas: firme defensor de la unidad nacional y de tender la mano a la derecha, hostil a la lucha por la república catalana y comprometido sin reservas con la lógica capitalista.

Ahora que el “efecto” naranja se desinfla y hace aguas en Catalunya, la burguesía española y una parte significativa del aparato del Estado apuestan a fondo para que el PSC se haga con una parte sustancial del naufragio y recupere pulso. Esto no qu50iere decir que renuncien a la represión. Por supuesto que no. Se trata de combinar el palo con la zanahoria, y dar bríos a una mascarada de “dialogo” que contribuya a dar carpetazo a la crisis revolucionaria catalana abierta en 2017 con el referéndum del 1 de octubre, la gran huelga general del 3 y las movilizaciones multitudinarias por la república de estos años, que han mandado un obús en toda regla al régimen del 78 y que han contribuido, entre otras cosas, a que la derecha pierda el Gobierno estatal.

En octubre de 2017 lo intentaron con el 155, el encarcelamiento de los dirigentes independentistas, y unas elecciones convocadas en diciembre de ese año en condiciones de excepcionalidad antidemocrática. Pero eso no les permitió recuperar terreno. Ahora lo vuelven a intentar utilizando a la socialdemocracia del PSC como activo fundamental.

El papel del aparato del Estado

Nada es casual en política. Después de inhabilitar a Quim Torra por colgar una pancarta, el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) no ha dudado ni un instante en rechazar el aplazamiento de las elecciones acordadas por todas las fuerzas del Parlament excepto el PSC, que defendió su impugnación. También las patronales catalanas defendieron que las elecciones debían mantenerse el 14-F. Esta nueva imposición antidemocrática es aún más estridente, pues se hace conscientemente y a sabiendas de que pone en riesgo la salud pública de una manera irresponsable.

El aparato del Estado ha mostrado sus preferencias por el PSC para derrotar al independentismo. Arrimadas ha ofrecido a Illa un Gobierno de coalición, incluso la ultraderecha de Vox ha prometido también su colaboración: Ortega Smith no dudó en que sus diputados votarían a Illa para evitar que gobiernen los “separatistas” y los “golpistas”.

La situación es tan forzada que el 14F viviremos, con toda seguridad, escenas surrealistas. Los mismos poderes del Estado que el 1 de octubre de 2017 desplazaron a miles de policías y Guardias Civiles para golpear a ciudadanos pacíficos que querían ejercer su derecho legítimo a votar, que destrozaban urnas o las sacaban de los colegios electorales como trofeos, esos mismos poderes ahora, en medio de una pandemia sin control, van a organizar unas elecciones en la que los miembros de las mesas electorales deberán llevar todo el tiempo mascarilla quirúrgica, mascarilla FFP2 y pantalla protectora, utilizar gel hidroalcohólico con frecuencia, abstenerse de tocar el DNI de la persona que vota, y ésta no se podrá acercar a menos de 1,5m. Por supuesto a nadie se le requerirá test negativo.

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Los mismos poderes del Estado que en 2017 desplazaron a miles de policías y Guardias Civiles para golpear a ciudadanos pacíficos van a organizar unas elecciones que ponen en riesgo la salud pública.

En un ejercicio de desprecio por la salud de la población, la normativa electoral recomienda que los colectivos de riesgo vayan a votar entre las 9 y las 12h, reservando la franja de 19 a 20h para las personas contagiadas y los contactos estrechos en cuarentena. Para este último caso, los miembros de la mesa deben vestirse con equipos de protección individual de alta seguridad, que se colocarán ellos mismos siguiendo un manual.

Varias asociaciones sanitarias han hecho un llamamiento a las personas contagiadas a no ir a votar, y en el momento de escribir este artículo las dosis de la vacuna se han agotado en Catalunya y estamos a la espera de la llegada de nuevas remesas. ¿Son acaso éstas unas condiciones adecuadas para asegurar una participación segura y un desenvolvimiento democrático de las elecciones?

Da igual la salud de las personas. Quieren a toda costa lanzar al candidato que representa mejor sus intereses en las actuales circunstancias, pero la maniobra que han emprendido es arriesgada, puede movilizar una fuerte indignación en su contra y tampoco está claro que la abstención asociada a la situación pandémica y política (muy distinta que en 2017) no acabe afectando al propio PSC.

¿Y Unidas Podemos y los Comuns?

Tras el atronador silencio que inicialmente guardaron los dirigentes de UP y los Comuns, Pablo Iglesias ha denunciado en los últimos días que cuando los poderes mediáticos apoyan a Illa no lo hacen porque éste vaya a desarrollar políticas sociales o de izquierdas. También ha intentado marcar distancias con sus socios de Gobierno, señalando que el PSOE-PSC es una formación monárquica y UP una fuerza republicana.

Pero los hechos son tozudos. De nada sirve llenarse la boca de republicanismo en campaña electoral e intentar diferenciarse del PSOE-PSC cuando tu práctica cotidiana entra en abierta contradicción con tu discurso. En primer lugar, en Catalunya hay un movimiento de masas por la república que UP y los Comuns no han apoyado. Un movimiento que ha llenado las calles con millones de manifestantes, mostrando que una inmensa mayoría quiere una república para tumbar el régimen del 78 y acabar con los recortes y la austeridad. ¿Por qué Pablo Iglesias y Garzón, en lugar de intervenir en este movimiento para reforzar su carácter de clase, socialista e internacionalista, lo que es ABC para cualquiera que se consideré de izquierdas o marxista, lo han tildado de maniobra de las élites o de “provocación al fascismo”?. ¿Acaso no es la labor de la izquierda consecuente que cuando estallan movimientos de liberación nacional de esta envergadura, con aspiraciones democráticas progresivas, participar en ellos para desenmascarar a la derecha y la burguesía nacionalista que busca liderarlos para utilizarlos en su propio beneficio?

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De nada sirve llenarse la boca de republicanismo en campaña electoral e intentar diferenciarse del PSOE-PSC cuando tu práctica cotidiana entra en abierta contradicción con tu discurso.

Lamentablemente Iglesias y los dirigentes de Podemos, que despertaron una expectativa extraordinaria entre la juventud y la clase obrera catalana, han renunciado a posicionarse esta lucha y extenderla a todos los territorios para golpear al régimen del 78, optando en cambio por la mayor de las utopías: convencer a este Estado, heredado directamente del franquismo” de que acepte un referéndum pactado que permita el derecho a decidir del pueblo catalán.

Después del duro varapalo en las últimas elecciones autonómicas de Galicia y la Comunidad Autónoma Vasca, los dirigentes de Podemos pueden llevarse una sorpresa muy amarga en Catalunya el próximo 14F. Y de nada vale culpar a clase obrera y la juventud. Su participación en el Gobierno de coalición con el PSOE se está convirtiendo en un sentido: el PSOE no gira a la izquierda, sino que está utilizando a UP para legitimar una gestión política pro capitalista que recibe los aplausos de la CEOE, la UE y de los grandes poderes financieros. El llamado escudo social es realmente muy poco, como se ve en el día a día de millones de trabajadores, en comparación con la pérdida de credibilidad de Podemos por implicarse en un Gobierno donde mandan Nadia Calviño y el Ibex-35.

Si los dirigentes de UP y Comuns quieren evitar lo que puede ser una decadencia electoral sangrante y amenazadora, deben dar un giro de 180 grados: pasar a la oposición de izquierdas activa e impulsar la lucha por la república socialista, de los trabajadores y la juventud con la movilización de masas. Solo así podrán evitar el “abrazo del oso” del PSOE y su efecto Illa.

 

[1] “Estilo Illa”, 21 de enero de 2021

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