El pasado 3 de diciembre moría en Madrid, a los 64 años y tras padecer una grave enfermedad, el periodista e investigador Alfredo Grimaldos, militante comprometido de la izquierda comunista. Su trayectoria vital y profesional iluminó muchas zonas que el pensamiento oficial de una izquierda adaptada al sistema trató por todos los medios de mantener en penumbra. Grimaldos abrió las ventanas de esos años de represión y muerte, y los ventiló para que pudiéramos conocer la verdad y poner rostro a los responsables de tanto sufrimiento.
A la muerte de Franco comenzó a trabajar en diversos medios como Liberación, La Hora de Madrid, Interviú o Motivos de actualidad desde donde inició una apasionante investigación de los crímenes de la extrema derecha y del aparato policial durante los años setenta y ochenta. En estos trabajos Grimaldos se mostró como un infatigable crítico del periodo de la Transición y del papel jugado por la izquierda reformista, de todos aquellos dirigentes que, urdiendo los pactos con los políticos franquistas, alumbraron el Régimen del 78 y contribuyeron a desarticular a la vanguardia obrera más combativa.
En 1978, Grimaldos escribió un texto titulado “La huelga contra los Pactos de la Moncloa” donde disecciona la política del PCE y el PSOE y todas las concesiones que realizaron a Suárez y compañía (la Monarquía, la bandera, la no depuración de los cuerpos represivos, la capitulación ante el poder de los grandes capitalistas y los ajustes salariales para la clase trabajadora) en aras de asegurar la llegada de la “democracia” burguesa. Un primer pacto histórico para acabar con el conflicto en la calle, liquidar el movimiento revolucionario y restablecer el control del capital.
Posteriormente, mientras la mayoría de historiadores, periodistas y políticos del sistema (tanto de derechas como de izquierdas) alababan la Transición vertiendo cubo tras cubo de mentiras y falsificaciones, “periodo pacífico”, “modélico”, “de consenso” que “reconcilió a todos los españoles”, Grimaldos desnudó esos falsos mitos con libros imperecederos y de obligada lectura: La sombra de Franco en la Transición (2004) y Las claves de la Transición, 1973-1986 (2013).
En el primero de ellos Grimaldos lanza una batería demoledora contra el relato oficial: durante aquellos años, el aparato del Estado heredado de la dictadura y basándose en los comandos de la extrema derecha parapolicial hizo todo lo posible para acabar con la movilización social, con la lucha huelguística y la amenaza revolucionaria que se cernía sobre la clase dominante. La represión y la violencia más brutal se desparramaron por las calles del país, acabando con la vida de decenas de activistas e imponer el terror.
Pero la represión no logró arrodillar a los trabajadores y los jóvenes, todo lo contrario. Empujó su moral, su determinación y confianza para no abandonar las calles. Cuando esta realidad se hizo visible, entonces los políticos más sagaces del franquismo y los capitalistas con más visión, aconsejados por los imperialistas estadounidenses, decidieron aceptar el “juego democrático” a cambio de mantener sus privilegios y los fundamentos del capitalismo que les había enriquecido.
En este gran juego de simulación, pues la contrarrevolución se vistió con los ropajes de la “democracia”, contaron con la colaboración entusiasta de las direcciones del PCE y del PSOE, y de los grandes sindicatos, que, a cambio de entrar en dicho juego, lo aceptaron todo, desde la amnistía para los represores y torturadores del franquismo hasta los pactos económico-sociales que perjudicaban a la clase obrera que se había batido en las calles arrancando las libertades democráticas, pasando por la constitución que sancionó definitivamente al nuevo régimen juancarlista.
Y como bien explica Grimaldos en su libro, ni se depuró el aparato judicial, policial ni militar, y los miembros del aparato de Estado franquista incluso ascendieron en el escalafón y fueron premiados con nuevas medallas y méritos. La mayoría de crímenes cometidos durante estos años por las fuerzas de orden público y por miembros de la ultraderecha quedaron totalmente impunes, mientras el poder de los grandes empresarios, que hicieron su fortuna durante los años de la dictadura gracias a la explotación más salvaje, la represión y el trabajo esclavo, quedó intacto.
En el segundo de los libros, además de subrayar todas estas verdades incómodas, sumó un nuevo hecho de trascendencia: el fraude del felipismo, que son su política abrió nuevos caminos a la acumulación capitalista, la precariedad laboral, las privatizaciones, la guerra sucia y la sumisión al imperialismo.
Grimaldos fue también el autor de otro gran libro, La CIA en España: espionaje, intrigas y política al servicio de Washington (2006), en el que analiza con todo detalle y documentación el papel de los servicios secretos americanos y su enorme influencia para condicionar el resultado de los procesos político-sociales que se han dado en las últimas décadas en nuestro país.
En estos últimos años hemos visto muchas de las cosas que Grimaldos cuenta en sus libros: la podredumbre de la Monarquía, las raíces franquistas del aparato del Estado, de los jefes militares, policías y jueces, la ofensiva del PP contra la Memoria Histórica, y el abandono cobarde de la izquierda reformista para hacer frente a estas lacras. En este nuevo periodo que se abre en la lucha de clases, los textos de Grimaldos nos ayudan a entender lo que fue la Transición y, sobre todo, entender el papel que jugaron aquellos que hicieron de la colaboración de clases y la política de unidad nacional su programa.
Como explicó en una de las muchas de las entrevistas que le hicieron:
“Cuando al final del franquismo deciden que hay que hacer algún cambio es obvio que están forzados por la lucha en la calle y por los movimientos populares que se han ido creando. Era obvio que tenían que actualizar el régimen pero para ello necesitaban desactivar al enemigo y el enemigo era los movimientos populares. Ahí el problema es que inmediatamente cuentan con las direcciones de los partidos de izquierdas, sobre todo del PCE de Carrillo. Lo que hacen es meter en ese enjuague a los dirigentes del PCE y Carrillo que ejerce de policía y se encarga de desactivar la calle y desmontar su propio aparato antes incluso de haber conseguido nada.”1
Gracias Alfredo por tu ejemplo de honestidad, de militancia, de compromiso, por todos tus trabajos, investigaciones, por dar a conocer lo que realmente ocurrió en aquellos años de traiciones, por ayudar a desvelar secretos tan bien guardados y contribuir a que seamos más libres y conscientes.
Notas.