Cada vez somos más quienes nos movilizamos, como en el día de hoy, para exigir el fin de la tortura animal.  En los últimos años, y gracias a esta movilización creciente, hemos conseguido que en muchas localidades desaparezcan los espectáculos con animales como los circos, los espectáculos taurinos y otros festejos populares en los que se maltrata, tortura  y asesina a animales.  La sensibilidad y  la concienciación en defensa de los derechos de los animales crece y la tauromaquia, entre otras prácticas similares,  están más cuestionadas socialmente que nunca. Sin embargo las administraciones públicas, con el gobierno del Partido Popular a la cabeza, siguen inyectando millones de euros de dinero público para mantener la industria del toreo, convirtiendo además  la defensa de la tauromaquia en una especie de cruzada de una supuesta “cultura nacional” contra todos aquellos y aquellas que reivindicamos el fin de la tortura  y el maltrato animal.

 Ni un euro público para el maltrato animal

La realidad habla por sí sola, y es que según datos oficiales entre 2007 y 2016 se produjo un descenso del 56,24% en los festejos taurinos en plazas de toros. De las 1.727 plazas que existen en todo el Estado, en 2.016 sólo se realizaron festejos taurinos en 401. Todo esto a consecuencia de la falta de público, y es que de cada 100 habitantes sólo un diez por ciento ha ido alguna vez a un festejo taurino.

¿Cómo puede ser entonces que esta industria se mantenga? La respuesta es muy sencilla,  el gobierno destina más de 600 millones de euros de dinero público al año para financiar las corridas de toros. Sin ir más lejos, esas más de 1.000 plazas de toros que no son utilizadas (el 76,79% del total) y el 50% del total donde sólo se celebró un festejo al año, son en muchas ocasiones de titularidad pública y mantenidas con fondos públicos. Por no hablar de las cuantiosas ayudas de la Unión Europea destinadas a la ganadería vinculada al toreo. Una UE cómplice que al tiempo que exige austeridad y recortes no cuestiona que se gasten recursos públicos en este atroz espectáculo. Solo retirando el dinero público, que podría destinarse a sanidad, educación o vivienda, se acabarían inmediatamente con este cruel negocio. ¡Es una auténtica vergüenza!

En el año 2013 el Senado aprobó, con el único apoyo del Partido Popular, declarar  la tauromaquia como  “Patrimonio Cultural Español”, protegiéndolo con una ley que incluye medidas de fomento por parte de la Administración. Así cada año 11.000 toros mueren agónicamente en las plazas a pesar de que estas estén cada vez más vacías.

La tortura no es cultura, y disfrutar con el sufrimiento ajeno no es “arte”

La idea de que hacer sufrir a un animal  para finalmente matarlo es una muestra de cultura es profundamente reaccionaria. El goce y el disfrute a partir del sufrimiento ajeno es un resquicio del atraso cultural al que durante décadas hemos estado sometidos en un país en el que no había educación pública o bibliotecas y sin embargo había una plaza de toros en cada pueblo más o menos grande.

Como siempre bajo el capitalismo sólo se considera importante y “rentable” aquello que llena los bolsillos de los más poderosos. Da lo mismo que con ello se produzca sufrimiento, muerte o destrucción. En los años 30 el capitalismo nos impuso una dictadura para mantener los intereses de los ricos a costa de millones de vidas, del hambre y la miseria. Hoy el capitalismo nos ofrece precariedad, desahucios, paro, y todo para mantener nuevamente los beneficios multimillonarios de un puñado de ricos. Y con la cultura igual, si el toreo financiado con dinero público permite ganar dinero a los grandes ganaderos, terratenientes y aristócratas, y de paso embrutece a la población, se nos trata de vender que es “cultura” o “arte”. No hay dinero para hacer asequible la música, el teatro o el cine, para tener buenos centros culturales en los barrios o que haya una red pública y económica de locales de ensayo, ¡pero sí para fomentar el toreo!

Por eso debemos ser cada vez más y estar mejor organizados quienes nos rebelamos contra la aberración de  llamar cultura a la violencia contra los más indefensos de la sociedad, los que ni  siquiera tienen voz propia para defenderse.

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