Los jóvenes de familias trabajadoras somos uno de los sectores más golpeados por la crisis económica y social. La ofensiva de la patronal por acabar con el empleo digno y de calidad nos toca de lleno a través de los cierres, despidos y ERTE, como hemos comprobado con la covid-19. Antes de la pandemia, entre los menores de 25 años, los contratos temporales suponían más del 75% frente al pírrico 2% de más de dos años. Los salarios de los menores de 29 años son los más bajos en la Unión Europea (UE), con una media inferior a 11.500 euros anuales netos.

Trabajo, techo y ocio: nos lo están robando todo

Según el último informe del Injuve, entre los menores de 30 años la tasa de actividad se ha reducido por debajo del 50%, hasta el punto que solo el 33% de los jóvenes tienen empleo y, de estos, un tercio está en riesgo de perderlo. Un ejemplo muy clarificador de la explotación laboral a la que somos condenados es la situación de los riders, los repartidores de productos y comida a domicilio —la gran mayoría contratados por Amazon, Glovo y Deliveroo— que cobran 2,50 euros por pedido. De esta manera, no es de extrañar que la juventud se haya convertido en el colectivo más vulnerable: el 34,8% de los jóvenes entre 16 y 29 años está en riesgo de pobreza o exclusión social.

Una de las consecuencias es que la edad media de emancipación es de 30 años, siendo la tercera más alta de la zona euro. Los precios abusivos de los alquileres, así como el incremento del precio de la electricidad, el gas, el agua… y los productos fundamentales para la vida cotidiana en cualquier hogar, hacen que la opción de vivir fuera de casa o conformar una familia esté descartada para nuestra generación. De hecho, una persona joven debería cobrar cuatro veces su salario anual solamente para hacer frente a la entrada de una vivienda en régimen de propiedad.

Unido a todo esto, las cifras sobre la salud mental son estremecedoras. El Ministerio de Sanidad cifra en un 39% a los menores de 29 años que han sufrido en el último año síntomas de ansiedad o depresión, de los cuales la mitad no han sido diagnosticados. Es un campo abonado para el desarrollo de adicciones, y así el consumo de alcohol y estupefacientes se ha disparado, según el Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones. La consecuencia más terrible es el incremento de suicidios entre jóvenes, durante el confinamiento los intentos de suicidio en adolescentes subieron un 9%, y en la última década esta causa de muerte se ha duplicado entre las y los menores de 29 años.

El capitalismo solo nos ofrece un ocio embrutecedor y degradante, promocionando el consumo de alcohol y drogas, un caldo de cultivo perfecto para la proliferación de agresiones machistas o ataques racistas. Se nos niega el derecho a un ocio digno, estimulante y provechoso y, al cierre de bibliotecas, centros sociales, la privatización de los polideportivos le acompaña la apertura de macrodiscotecas y casas de apuestas. Estas últimas se han convertido en una auténtica plaga: cada año se abren unas 500, especialmente en barrios obreros, donde la necesidad económica aumenta la permeabilidad a falsas promesas de dinero rápido. El incremento exponencial de la ludopatía se concreta en que más del 13% de los menores apuestan dinero online.

La educación pública, en un estado crítico

 Este escenario general se traslada al terreno educativo, presentando un panorama desolador. Los tijeretazos a la enseñanza pública, las contrarreformas aprobadas por el Partido Popular, la Ley Wert, la degradación de nuestros barrios e institutos… en definitiva, la destrucción de la educación pública no solo ha tenido como objetivo garantizar los negocios de la privada-concertada y la Iglesia católica, sino también privar a los estudiantes de familias obreras cualquier tipo de formación. El presupuesto educativo en el Estado español (el 4,3% del PIB) está muy por debajo de la media europea, la tasa de abandono escolar es la peor del continente con el 17,9%, y la de repetición es un 28,7%.

Más de 120.000 estudiantes se han visto expulsados de la universidad pública por motivos económicos. El examen elitista y reaccionario que supone la selectividad es una primera barrera segregadora a la que hay que sumar los precios imposibles de las tasas. La realidad es que los estudios universitarios están relegados a una minoría privilegiada, a la vez que un puñado de empresarios se hace de oro con el aumento del desvío de fondos públicos a la privada, concretamente un 25% en la última década.

El Ministerio de Educación y el Gobierno de coalición no ha revertido esta situación ni ha supuesto un cambio radical en las vidas de millones de jóvenes y estudiantes. Los recortes siguen sin ser revertidos, la nueva ley educativa presentada no cumple con las demandas de la comunidad educativa y el abandono que hemos sufrido durante la pandemia habla por sí solo. La segunda ola ha llegado, y como no se han movilizado los recursos econonómicos, humanos y materiales necesarios para afrontar el nuevo curso, nuestras aulas se han convertido en focos de contagio.

Somos la generación de la revolución

Desde el estallido de la crisis de 2008, millones de jóvenes hemos protagonizado protestas y movilizaciones históricas, en las que el Sindicato de Estudiantes ha jugado un papel muy importante: las huelgas contra la LOMCE, a la cabeza de la lucha feminista, contra el racismo o en defensa de nuestro planeta. Nos negamos a resignarnos y agachar la cabeza ante la miseria que los capitalistas nos tienen reservada.

Las lecciones que nos dejan estos últimos años es que es más necesario que nunca organizar la lucha por transformar la sociedad desde sus cimientos. Bajo este sistema no tenemos futuro. Si queremos derrotar los planes de los capitalistas necesitamos de la movilización masiva de la población en la calle y transformar esta lucha en organización consciente en los centros de estudio, las empresas, las fábricas y en nuestros barrios. Desde Izquierda Revolucionaria llamamos a la juventud a organizarse con nosotras y nosotros, en defensa de un programa anticapitalista y socialista, que nos garantice una vida digna de ser vivida.

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