¡No al pacto social y la desmovilización! ¡Recuperar las tradiciones de lucha de las CCOO!
El 11 de julio de 1976 es la fecha de uno de los hitos más importantes en la historia de CCOO: la Asamblea de Barcelona, primera asamblea pública confederal del sindicato, después de años de intensa actividad sindical clandestina por la que CCOO se convirtió en un referente de combate y organización para millones de trabajadores.
Muerto el año anterior el dictador Franco, la lucha de los trabajadores que había comenzado a resurgir a finales de los años cincuenta llegaba a cotas desconocidas. En 1975 el número de horas de trabajo perdidas por huelga fue de 10 millones, pero en 1976 alcanzó los 110 millones. Asturias, Barcelona. Madrid, Navarra y Euskadi fueron escenarios de las peleas más señeras, pero la insurrección de las fábricas se extendió por toda la geografía. CCOO fue el motor de este gran movimiento de la clase obrera que, partiendo de reivindicaciones de tipo económico, se transformó rápidamente en un clamor político contra la dictadura y por la ruptura. Las reivindicaciones de amnistía y libertad sindical, de expresión y de reunión, eran la punta de lanza. Pero la clase trabajadora y la juventud obrera, que volvía a sacudirse las cadenas de la opresión patronal y la mordaza franquista, no sólo veían un horizonte de democracia; su pelea era mucho más profunda, más elevada y concreta. Las libertades democráticas y su conquista formaban parte de la lucha por el socialismo, por derrocar el capitalismo y transformar la sociedad.
Los miles de militantes clandestinos de CCOO, gran parte de ellos miembros a su vez del Partido Comunista (PCE), fueron la punta de lanza de una situación que iba adquiriendo los tintes de una crisis revolucionaria. Las grandes movilizaciones obreras en Vitoria durante febrero y marzo, que serían respondidas por el aparato del Estado con la matanza de 5 trabajadores en la Iglesia de San Francisco el 3 de marzo, no hizo más que aumentar la determinación del movimiento. El fin del gobierno de Arias Navarro marcó el fin del franquismo, pero también abrió otra etapa: los políticos más perspicaces de la dictadura, junto a los grandes capitalistas y sus amos de Washington, entendieron que era necesario ceder las libertades democráticas tan ansiadas, para evitar perderlo todo. Reformar la fachada del sistema, permitiendo la instauración de una democracia parlamentaria formal, para mantener el poder político y económico firmemente en las manos de la oligarquía. Para ese objetivo estratégico era necesario contar con la colaboración activa de las direcciones de las organizaciones obreras y, especialmente, de aquellas que más se habían destacado en la lucha antifranquista.
La Asamblea
CCOO todavía era ilegal y la organización de la Asamblea de Barcelona estuvo sometida a grandes limitaciones. En un principio estaba previsto celebrar la asamblea en Madrid los días 27, 28 y 29 de junio de 1976, con la asistencia de 2.000 delegados, pero el Ministro de la Gobernación, Fraga Iribarne, denegó el permiso. Finalmente tuvo lugar en Barcelona, en la Iglesia de Sant Medir del barrio de Sants, con la presencia de 650 delgados y medidas de seguridad ante posibles detenciones: los responsables de la CONC (Comisión Obrera Nacional de Catalunya) quedaban en distintos puntos de la ciudad con los delegados provenientes de los distintos territorios para trasladarlos a la Iglesia. El calor en el interior era asfixiante pero nada importaba. La reunión era la culminación del resurgir del nuevo movimiento obrero, poderoso, masivo, y de clase. La derrota de la guerra civil había quedado definitivamente superada. Y las palabras de Cipriano García, Nicolás Sartorius, Juan Muñiz Zapico y, especialmente, de Marcelino Camacho, retumbaron con fuerza inflamando a todos los asistentes.
Los participantes eran, sin duda, una parte de los mejores sindicalistas forjados en las luchas obreras contra la dictadura, elegidos en asambleas de fábrica, de localidad, de rama... En el discurso inaugural de la Asamblea, Marcelino Camacho expuso un balance general de la lucha obrera contra el franquismo:
“....Estamos a punto de cerrar un capítulo de la historia más negra del Estado español y cuando, después de 40 años de fascismo y de represión, estamos conquistando la libertad, es justo reconocer que, a pesar de esa brutal represión y de la disolución de las organizaciones obreras, los trabajadores no nos resignamos. Tampoco los sindicatos fascistas, los verticales, confundieron o pusieron de rodillas a los obreros. La clase obrera de nuestros pueblos jamás se sometió, ni se doblegó. A diferencia de otros países donde no llegó a haber un movimiento obrero de masas en la oposición bajo la dominación fascista, en nuestro país, en los seis primeros meses de este año, casi ocho millones de trabajadores se han puesto en pie reclamando su derecho a la vida, al trabajo, a la libertad.
Hoy podemos afirmar que los principales protagonistas de la Unidad y de la lucha y por tanto de los cambios que se avecinan, hemos sido los trabajadores.
Es cierto que lo que se ha llamado ‘milagro económico español’, no ha sido otra cosa que el resultado de la explotación más despiadada que ha conocido nuestra clase y nuestra historia. Es verdad que esta primera gran acumulación capitalista de la historia del Estado español se ha hecho sobre la base de jornadas de trabajo de 12, 14 y 16 horas del famoso pluriempleo, pero, también es verdad que nuestra lucha jamás ha cesado.”
¡Que palabras más impresionantes! Y como contrastan con el lenguaje marchito, gris, oficinesco, de la actual dirección de nuestro sindicato. Su lejanía de los trabajadores, su proximidad a las esferas del poder político y económico, su “respetabilidad” gracias a las demostraciones de desmovilización y pasión por la “paz social” de que han hecho gala, son precisamente lo contrario de nuestra historia como sindicato.
Posteriormente, Marcelino hizo referencia a la imposibilidad de crear un sindicato unitario que agrupara a otras fuerzas (UGT, USO), y propone dar un paso necesario e imprescindible: transformar las CCOO en un gran sindicato de clase, sociopolítico, asamblerio y democrático, con la creación de la Confederación Sindical de Comisiones Obreras:
“De todos es conocida nuestra alternativa sindical hacia la unidad, que pasa, además de los acuerdos necesarios por arriba con las otras tendencias cristalizadas, por la Convocatoria de un Congreso Sindical Constituyente, (...) Nuestra propuesta sería la de ir a una Confederación, Federación o Unión, que creara un sindicato de nuevo tipo, unitario en la libertad, como movimiento sindical organizado, de carácter socio-político, de clase, democrático e independiente de todos los Estados y de todos los partidos. Se respetarían las tendencias o corrientes en su seno, las direcciones se elegirían por representación proporcional y las grandes decisiones se tomarían por mayorías cualificadas de dos tercios (...)
De todas formas sería ingenuo creer que nuestros amigos, por un lado, por unas razones, y nuestros enemigos de clase, por otro lado, y por otras razones, van a aceptar fácilmente la convocatoria de este Congreso Sindical Constituyente en la libertad. De ahí que los más urgente, en este momento histórico, es la de concentrar al máximo nuestros esfuerzos en el elemento organizativo de Comisiones Obreras y estructurarnos en un proceso hacia ese sindicato de clase de nuevo tipo.”
En su gran mayoría los delegados asistentes se pronunciaron a favor de la propuesta de Marcelino Camacho, por ese tipo de sindicato de clase, unitario, democrático e independiente de todos los partidos y del Estado sociopolítico, pluralista en lo ideológico y con un funcionamiento basado en las asambleas de puesto de trabajo.
GanemosCCOO para recuperar las señas de identidad de nuestra organización
Tras su legalización en 1977, CCOO llegó a alcanzar 1.800.000 afiliados, que se reducirían en los años siguientes debido a la fuerte decepción que supuso la firma del Pacto de la Moncloa por sus dirigentes, junto con el resto de las fuerzas de izquierda mayoritarias, y por el cual se aceptaban topes salariales importantes en un momento económico el que la inflación estaba desbocada, a la vez que renunciaban a llevar la lucha mas allá del restablecimiento de las libertades democráticas.
Los sucesivos gobiernos socialistas desde 1982 continuaron aplicando las políticas de ajuste salarial, inauguradas con los Pactos de la Moncloa. El recorte del gasto social y los miles de despidos a consecuencia de la reconversión industrial, hizo que los trabajadores se volvieran hacia sus sindicatos en busca de una respuesta contundente. CCOO recogió el guante, y convocó en solitario la primera huelga general contra Felipe González, el 20 de junio de 1985, contra la Ley de Pensiones que aumentaba el periodo de cálculo de las pensión de dos a ocho años. A partir de entonces estalló un proceso de grandes luchas obreras, jalonadas por la gran movilización contra la entrada en la OTAN y las grandes huelgas estudiantiles del curso 86/87. El descontento social se hizo tan generalizado, que cuando el gobierno socialista anunció un Plan de Empleo Juvenil que abría las puertas a la temporalidad, la precariedad y los bajos salarios, la clase obrera dio un puñetazo en la mesa irrevocable.
El 14 de diciembre de 1988, CCOO, UGT y el resto de las organizaciones sindicales y políticas de la izquierda, a excepción del PSOE, organizaron la huelga general más importante de nuestra historia. Un paro que asombró por su masividad, por su decisión y participación. Felipe González no tuvo más remedio que retirar su infame plan, y hacer desembolsos muy importantes en el gasto social.
Posteriormente se convocaron otras huelgas generales parciales en 1992 y 1994, contra el recorte de las prestaciones por desempleo y la nueva Ley de Huelga y la reforma laboral, respectivamente. Pero con el acceso de Antonio Gutiérrez a la secretaria general del sindicato en el IV Congreso (1987) se impuso un nuevo modelo sindical que priorizaba la negociación y el pacto social frente a la movilización. Se iniciaba la era del mal llamado “dialogo social”.
CCOO pasó a ser cada vez más dependiente de los recursos del Estado para su mantenimiento económico y sus estructuras se burocratizaron. El giro a la derecha fue tan acusado, que Marcelino Camacho fue destituido como Presidente de CCOO en el VI Congreso (enero de 1996), en una escandalosa maniobra de la que participaron una gran mayoría de los que hoy dirigen las estructuras confederales de nuestra organización. La expulsión de Camacho era todo un símbolo de los nuevos tiempos: había que acabar con todos aquellos vínculos que ligasen a CCOO con su pasado heroico, de lucha insobornable, de fidelidad a la causa de los trabajadores.
La profundización de la política de dialogo social llegó muy lejos bajo José María Fidalgo —el amiguísimo de Aznar— y con Ignacio Fernández Toxo. Y esta política es la que explica que la patronal se haya envalentonado a niveles desconocidos, que los derechos laborales y salariales hayan sido pisoteados y reducidos a escombros, y que la autoridad e influencia de los sindicatos entre amplias capas de la población se haya pulverizado. Por supuesto, esta política es la causa de los escándalos vergonzosos que han salpicado de lleno a la cúpula dirigente de CCOO, desde las Tarjetas Black a los sobresueldos, pasando por la financiación patronal. Convertir CCOO en una empresa, con su consejo de administración y sus empleados seleccionados en función de la lealtad al patrón, es un sueño que acarician sin desmayo cientos de arribistas que han llegado a lo más alto de nuestra organización no por su compromiso y su arrojo en la lucha, sino por méritos de sumisión.
Hoy cuando se cumple 40 años de la Asamblea de Barcelona y estamos ante un nuevo proceso congresual, la crisis de CCOO sólo puede ser resuelta volviendo a los orígenes, a las ideas y los métodos que la hicieron fuerte entre la clase obrera. Sí, hay que repensar el sindicato, hay que desprenderse de todas las ideas y prácticas que lo han debilitado durante años, y recuperar el modelo de sindicalismo de clase, combativo, democrático y asambleario que la clase obrera necesita para hacer frente a la ofensiva capitalista.
Por eso hoy más que nunca, los miles de compañeros y compañeras de GanemosCCOO llamamos a todos los afiliados y afiliadas, a todos los delegados y delegadas, a dar la pelea para transformar nuestro sindicato en una herramienta de lucha. Una transformación que exige:
1. Abandonar la estrategia sindical fracasada de pacto social y concesiones a la patronal para recuperar un sindicalismo combativo, de clase y democrático. CCOO debe promover la unificación de las luchas y defender todos los puestos de trabajo.
2. Dimisión de la Comisión Ejecutiva Confederal y Congreso organizado democráticamente con delegados elegidos directamente por la base.
3. Respeto a la militancia de CCOO y a las asambleas de trabajadores. Todas las propuestas deben ser sometidas a las secciones sindicales, que deben recuperar su impulso como organización básica de CCOO, y las asambleas de trabajadores. Los órganos de dirección deben acatar las decisiones que en ellas se adopten.
4. Los liberados de CCOO, así como los cargos de responsabilidad, deben ser elegidos democráticamente por las asambleas de afiliados de la empresa, sector o ámbito correspondiente. Todos los cargos de CCOO deben estar sometidos a la revocabilidad por parte de quienes los eligieron.
5. Los responsables de CCOO deben vivir como cualquier trabajador. Su salario no puede ser mayor que el de un trabajador cualificado (no puede exceder los 1.800 euros netos al mes). Se deben suprimir todos los gastos de representación. Los salarios de todos los responsables de CCOO deben ser públicos y conocidos por toda la organización y el conjunto de los trabajadores.
6. CCOO no puede depender de las subvenciones del Estado y debe abandonar todos los consejos de administración. Nuestro presupuesto debe apoyase en las cuotas de los afiliados y en el apoyo económico de la clase trabajadora. Hay que recuperar las Cajas de Resistencia en todos los conflictos y las colectas en las empresas.
7. Las horas sindicales son para la acción sindical. Los delegados de CCOO deben utilizar las horas sindicales para luchar por los derechos de los trabajadores. Deben publicarse en los tablones de las empresas, y hay que rendir cuentas de ellas ante los afiliados y los trabajadores.
8. Respeto a la democracia interna en CCOO. Basta de expulsiones y sanciones a afiliados de CCOO por motivos políticos y de opinión. Ninguna medida antidemocrática más (expulsiones, disolución de organizaciones, marginación de los afiliados combativos, etc.).
9. CCOO es un sindicato de clase, no un sindicato de gestión o de colaboración de clase, que defiende los derechos de los trabajadores y lucha por la transformación de la sociedad hacia el socialismo.
¡POR UNAS CCOO COMBATIVAS, DE CLASE, DEMOCRÁTICAS Y ASAMBLEARIAS!
¡ÚNETE A GANEMOSCCOO!