En Holanda, Escandinavia y Suiza, entre los socialdemócratas revolucionarios, que luchan contra esa mentira socialchovinista de la “defensa de la patria” en la actual guerra imperialista, suenan voces en favor de la sustitución del antiguo punto del programa minimo socialdemócrata: “milicia” o “armamento del pueblo”, por uno nuevo: “desarme”. Jugend-Internationale ha abierto una discusión sobre este problema, y en su número 3 ha publicado un editorial en favor del desarme. En las últimas tesis de R. Grimm1 encontramos también, por desgracia, concesiones a la idea del “desarme”. Se ha abierto una discusión en las revistas Neues Leben2 y Vorbote [El Precursor]. Examinemos la posición de los defensores del desarme.

I

Como argumento fundamental se aduce que la reivindicación del desarme es la expresión más franca, decidida y consecuente de la lucha contra todo militarismo y contra toda guerra.

Pero precisamente en este argumento fundamental reside la equivocación fundamental de los partidarios del desarme.

Los socialistas, si no dejan de serlo, no pueden estar contra toda guerra.

En primer lugar, los socialistas nunca han sido ni podrán ser enemigos de las guerras revolucionarias. La burguesía de las “grandes” potencias imperialistas es hoy reaccionaria de pies a cabeza, y nosotros reconocemos que la guerra que ahora hace esa burguesía es una guerra reaccionaria, esclavista y criminal. Pero, ¿qué podría decirse de una guerra contra esa burguesía, de una guerra, por ejemplo, de los pueblos que esa burguesía oprime y que de ella dependen, o de los pueblos coloniales, por su liberación? En el punto 5ƒ de las tesis del grupo “La internacional”, leemos: “En la época de este imperialismo desenfrenado ya no puede haber guerras nacionales de ninguna clase”, esto es evidentemente erróneo.

La historia del siglo XX, siglo del “imperialismo desenfrenado”, está llena de guerras coloniales. Pero lo que nosotros, los europeos, opresores imperialistas de la mayoría de los pueblos del mundo, con el repugnante chovinismo europeo que nos es peculiar, llamamos “guerras coloniales”, son a menudo guerras nacionales o insurrecciones nacionales de esos pueblos oprimidos. Una de las características esenciales del imperialismo consiste, precisamente, en que acelera el desarrollo del capitalismo en los países más atrasados, ampliando y recrudeciendo así la lucha contra la opresión nacional. Esto es un hecho. Y de él se deduce inevitablemente que en muchos casos el imperialismo tiene que engendrar guerras nacionales.

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La burguesía de las “grandes” potencias imperialistas es hoy reaccionaria de pies a cabeza, la guerra que ahora hace es reaccionaria y criminal. Pero, ¿qué podría decirse de una guerra de los pueblos que esa burguesía oprime? 


Junius, que en un folleto suyo defiende las “tesis” arriba mencionadas, dice que en la época imperialista toda guerra nacional contra una de las grandes potencias imperialistas conduce a la intervención de otra gran potencia, también imperialista, que compite con la primera, y que, de este modo, toda guerra nacional se convierte en guerra imperialista. Mas también este argumento es falso. Eso puede suceder, pero no siempre sucede así. Muchas guerras coloniales, entre 1900 y 1914, no siguieron este camino. Y sería sencillamente ridículo decir que, por ejemplo, después de la guerra actual, si termina por un agotamiento extremo de los países beligerantes, “no puede” haber “ninguna” guerra nacional, progresiva, revolucionaria, por parte de China, pongamos por caso, en unión de la India, Persia, Siam, etc., contra las grandes potencias.

Negar toda posibilidad de guerras nacionales bajo el imperialismo es teóricamente falso, erróneo a todas luces desde el punto de vista histórico, y equivalente, en la práctica, al chovinismo europeo. ¡Nosotros, que pertenecemos a naciones que oprimen a centenares de millones de personas en Europa, en África, en Asia, etc., tenemos que decir a los pueblos oprimidos que su guerra contra “nuestras” naciones es “imposible”!

En segundo lugar, las guerras civiles también son guerras. Quien admita la lucha de clases no puede menos de admitir las guerras civiles, que en toda sociedad de clases representan la continuación, el desarrollo y el recrudecimiento —naturales y en determinadas circunstancias inevitables— de la lucha de clases. Todas las grandes revoluciones lo confirman. Negar las guerras civiles u olvidarlas sería caer en un oportunismo extremo y renegar de la revolución socialista.

En tercer lugar, el socialismo triunfante en un país no excluye en modo alguno, de golpe, todas las guerras en general. Al contrario, las presupone. El desarrollo del capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. De otro modo no puede ser bajo el régimen de producción de mercancías. De aquí la conclusión indiscutible de que el socialismo no puede triunfar simultáneamente en todos los países. Triunfará en uno o en varios países, mientras los demás seguirán siendo, durante algún tiempo, países burgueses o preburgueses. Esto no solo habrá de provocar rozamientos, sino incluso la tendencia directa de la burguesía de los demás países a aplastar al proletariado triunfante del Estado socialista. En tales casos, la guerra sería, de nuestra parte, una guerra legítima y justa. Sería una guerra por el socialismo, por liberar de la burguesía a los otros pueblos. Engels tenía completa razón cuando, en su carta a Kautsky del 12 de septiembre de 1882, reconocía directamente la posibilidad de “guerras defensivas” del socialismo ya triunfante. Se refería precisamente a la defensa del proletariado triunfante contra la burguesía de los demás países.

Solo cuando hayamos derribado, cuando hayamos vencido y expropiado definitivamente a la burguesía en todo el mundo, y no solo en un país, serán imposibles las guerras. Y desde un punto de vista científico sería completamente erróneo y antirrevolucionario pasar por alto o disimular lo que tiene precisamente más importancia: el aplastamiento de la resistencia de la burguesía, que es lo más difícil, lo que más lucha exige durante el paso al socialismo. Los popes “sociales” y los oportunistas están siempre dispuestos a soñar con un futuro socialismo pacífico, pero se distinguen de los socialdemócratas revolucionarios precisamente en que no quieren pensar ni reflexionar en la encarnizada lucha de clases y en las guerras de clases para alcanzar ese bello porvenir.

No debemos consentir que se nos engañe con palabras. Por ejemplo: a muchos les es odiosa la idea de la “defensa de la patria”, porque los oportunistas francos y los kautskianos en cubren y velan con ella las mentiras de la burguesía en la actual guerra de rapiña. Esto es un hecho. Pero de él no se deduce que debamos olvidar en el sentido de las consignas políticas. Aceptar la “defensa de la patria” en la guerra actual equivaldría a considerarla “justa”, adecuada a los intereses del proletariado, y nada más, absolutamente nada más, porque la invasión no está descartada en ninguna guerra. Sería sencillamente una necedad negar la “defensa de la patria” por parte de los pueblos oprimidos en su guerra contra las grandes potencias imperialistas o por parte del proletariado victorioso en su guerra contra cualquier Galliffet de un Estado burgués.

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Solo cuando hayamos derribado, cuando hayamos vencido y expropiado definitivamente a la burguesía en todo el mundo, y no solo en un país, serán imposibles las guerras. 


Desde el punto de vista teórico sería totalmente erróneo olvidar que toda guerra no es más que la continuación de la política por otros medios. La actual guerra imperialista es la continuación de la política imperialista de dos grupos de gran des potencias, y esa política es originada y nutrida por el con junto de las relaciones de la época imperialista. Pero esta misma época ha de originar y nutrir también, inevitablemente, la política de lucha contra la opresión nacional y de lucha del proletariado contra la burguesía, y por ello mismo, la posibilidad y la inevitabilidad, en primer lugar, de las insurrecciones y guerras nacionales revolucionarias; en segundo lugar, de las guerras e insurrecciones del proletariado contra la burguesía; en tercer lugar, de la fusión de los dos tipos de guerras revolucionarias, etc.

II

A lo dicho hay que añadir la siguiente consideración general. Una clase oprimida que no aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, esa clase oprimida solo merecería que se la tratara como a los esclavos. Nosotros, si no queremos convertirnos en pacifistas burgueses o en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases, de la que no hay ni puede haber otra salida que la lucha de clases. En toda sociedad de clases —ya se funde en la esclavitud, en la servidumbre, o, como ahora, en el trabajo asalariado— , la clase opresora está armada. No solo el ejército regular moderno, sino también la milicia actual —incluso en las repúblicas burguesas más democráticas, como, por ejemplo, en Suiza—, representan el armamento de la burguesía contra el proletariado. Esta es una verdad tan elemental, que apenas si hay necesidad de detenerse especialmente en ella. Bastará recordar el empleo del ejército contra los huelguistas en todos los países capitalistas.

El armamento de la burguesía contra el proletariado es uno de los hechos más considerables, fundamentales e importantes de la actual sociedad capitalista. ¡Y ante semejante hecho se propone a los socialdemócratas revolucionarios que planteen la “reivindicación” del “desarme”! Esto equivale a renunciar por completo al punto de vista de la lucha de clases, a renegar de toda idea de revolución. Nuestra consigna debe ser: armar al proletariado para vencer, expropiar y desarmar a la burguesía. Esta es la única táctica posible para una clase revolucionaria, táctica que se desprende de todo el desarrollo objetivo del militarismo capitalista, y que es prescrita por este desarrollo. Solo después de haber desarmado a la burguesía podrá el proletariado, sin traicionar su misión histórica universal, convertir en chatarra toda clase de armas en general, y así lo hará indudablemente el proletariado, pero solo entonces; de ningún modo antes.

Si la guerra actual despierta entre los reaccionarios socialistas cristianos y entre los jeremías pequeñoburgueses solo susto y horror, solo repugnancia hacia todo empleo de las armas, hacia la sangre, la muerte, etc., nosotros, en cambio, debemos decir: la sociedad capitalista ha sido y es siempre un horror sin fin. Y si ahora la guerra actual, la más reaccionaria de todas las guerras, prepara a esa sociedad un fin con horror, no tenemos ningún motivo para entregarnos a la desesperación. Y en una época en que, a la vista de todo el mundo, se está preparando por la misma burguesía la única guerra legítima y revolucionaria, a saber: la guerra civil contra la burguesía imperialista, la “reivindicación” del desarme, o mejor dicho, la ilusión del desarme es única y exclusivamente, por su significado objetivo, una prueba de desesperación.

Al que diga que esto es una teoría al margen de la vida, le recordaremos dos hechos de carácter histórico universal: el papel de los trusts y del trabajo de las mujeres en las fábricas, por un lado, y la Comuna de 1871 y la insurrección de diciembre de 1905 en Rusia, por el otro.

El propósito de la burguesía es desarrollar trusts, empujar a niños y mujeres a las fábricas, donde los tortura, los pervierte y los condena a la extrema miseria. Nosotros no “exigimos” semejante desarrollo, no lo “apoyamos”, luchamos contra él. Pero ¿cómo luchamos? Sabemos que los trusts y el trabajo de las mujeres en las fábricas son progresistas. No queremos volver atrás, a los oficios artesanos, al capitalismo premonopolista, al trabajo doméstico de la mujer. ¡Adelante, a través de los trusts, etc., y más allá de ellos, hacia el socialismo!

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La burguesía está armada contra el proletariado, esto es un hecho. El empleo del ejército contra los huelguistas en todos los países capitalistas es una prueba inequívoca. 


Este razonamiento, con las correspondientes modificaciones, es también aplicable a la actual militarización del pueblo. Hoy la burguesía imperialista no solo militariza a todo el pueblo, sino también a la juventud. Mañana tal vez empiece a militarizar a las mujeres. Nosotros debemos decir ante esto: ¡tanto mejor! ¡Adelante, rápidamente! Cuanto más rápidamente, tanto más cerca se estará de la insurrección armada contra el capitalismo. ¿Cómo pueden los socialdemócratas dejarse intimidar por la militarización de la juventud, etc., si no olvidan el ejemplo de la Comuna? Eso no es una “teoría al margen de la vida”, no es una ilusión, sino un hecho. Y sería en verdad gravísimo que los socialdemócratas, pese a todos los hechos económicos y políticos, comenzaran a dudar de que la época imperialista y las guerras imperialistas deben conducir inevitablemente a la repetición de tales hechos.

Cierto observador burgués de la Comuna escribía en mayo de 1871 en un periódico inglés: “¡Si la nación francesa estuviera formada solo por mujeres, qué nación tan horrible sería!”. Mujeres y niños hasta de trece años lucharon en los días de la Comuna al lado de los hombres. Y no podrá suceder de otro modo en las futuras batallas por el derrocamiento de la burguesía. Las mujeres proletarias no contemplarán pasivamente cómo la burguesía, bien armada, ametralla a los obreros, mal armados o inermes. Tomarán las armas, como en 1871, y de las asustadas naciones de ahora, o mejor dicho, del actual movimiento obrero, desorganizado más por los oportunistas que por los Gobiernos, surgirá indudablemente, tarde o temprano, pero de un modo absolutamente indudable, la unión internacional de las “horribles naciones” del proletariado revolucionario.

La militarización penetra ahora toda la vida social. El imperialismo es una lucha encarnizada de las grandes potencias por el reparto y la redistribución del mundo, y por ello tiene que concluir inevitablemente a un reforzamiento de la militarización en todos los países, incluso en los neutrales y pequeños. ¿Con qué harán frente a esto las mujeres proletarias? ¿Se limitarán a maldecir toda guerra y todo lo militar, se limitarán a exigir el desarme? Nunca se conformarán con papel tan vergonzoso las mujeres de una clase oprimida que sea verdaderamente revolucionaria. Les dirán a sus hijos: “Pronto serás grande. Te darán un fusil. Tómalo y aprende bien a manejar las armas. Es una ciencia imprescindible para los proletarios, y no para disparar contra tus hermanos, los obreros de otros países, como sucede en la guerra actual y como te aconsejan que lo hagas los traidores al socialismo, sino para luchar contra la burguesía de tu propio país, para poner fin a la explotación, a la miseria y a las guerras, no con buenos deseos, sino venciendo a la burguesía y desarmándola”.

De renunciar a esta propaganda, precisamente a esta propaganda, en relación con la guerra actual, mejor es no decir más palabras solemnes sobre la socialdemocracia revolucionaria internacional, sobre la revolución socialista, sobre la guerra contra la guerra.

III

Los partidarios del desarme se pronuncian contra el punto del programa referente al “armamento del pueblo”, entre otras razones, porque, según dicen, esta reivindicación conduce más fácilmente a las concesiones al oportunismo. Ya hemos examinado más arriba lo más importante: la relación entre el desarme y la lucha de clases y la revolución social. Examinaremos ahora qué relación guarda la reivindicación del desarme con el oportunismo. Una de las razones más importantes de que esta reivindicación sea inadmisible consiste precisamente en que ella, y las ilusiones a que da origen, debilitan y enervan inevitablemente nuestra lucha contra el oportunismo.

No cabe duda de que esta lucha es el principal problema inmediato de la Internacional. Una lucha contra el imperialismo que no esté indisolublemente ligada a la lucha contra el oportunismo es una frase vacía o un engaño. Uno de los principales defectos de Zimmerwald y de Kienthal3, una de las principales causas del posible fracaso de estos gérmenes de la Tercera Internacional, consiste precisamente en que ni siquiera se ha planteado francamente el problema de la lucha contra el oportunismo, sin hablar ya de una solución de este problema que señale la necesidad de romper con los oportunistas. El oportunismo triunfó, temporalmente, en el seno del movimiento obrero europeo. En todos los países más importantes han aparecido dos matices fundamentales del oportunismo: primero, el socialimperialismo franco, cínico, y por ello menos peligroso, de los Plejánov, los Scheidemann, los Legien, los Albert Thomas y los Sembat, los Vandervelde, los Hyndman, los Henderson, etc.; segundo, el encubierto, kautskiano: Kautsky-Haase y el Grupo Socialdemócrata del Trabajo en Alemania; Longuet, Pressemane, Mayeras, etc., en Francia Ramsay McDonald y otros jefes del Partido Laborista Independiente, en Inglaterra; Mártov, Chjeidze, etc., en Rusia; Treves y otros reformistas llamados de izquierda, en Italia.

El oportunismo franco esta directa y abiertamente contra la revolución y contra los movimientos y explosiones revolucionarias que se están iniciando, y ha establecido una alianza directa con los Gobiernos, por muy diversas que sean las formas de esta alianza, desde la participación en los ministerios hasta la participación en los comités de la industria armamentista (en Rusia)4. Los oportunistas encubiertos, los kautskianos, son mucho más nocivos y peligrosos para el movimiento obrero porque la defensa que hacen de la alianza con los primeros la encubren con palabrejas “marxistas” y consignas pacifistas que suenan plausiblemente. La lucha contra estas dos formas del oportunismo dominante debe ser desarrollada en todos los terrenos de la política proletaria: parlamento, sindicatos, huelgas, en la cuestión militar, etc. La particularidad principal que distingue a estas dos formas del oportunismo dominante consiste en que el problema concreto de la relación entre la guerra actual y la revolución y otros problemas concretos de la revolución se silencian y se encubren, o se tratan con la mirada puesta en las prohibiciones policíacas. Y eso a pesar de que antes de la guerra se había señalado infinidad de veces, tanto en forma no oficial como con carácter oficial en el Manifiesto de Basilea, la relación que guardaba precisamente esa guerra inminente con la revolución proletaria. Mas el defecto principal de la reivindicación del desarme consiste precisamente en que se pasan por alto todos los problemas concretos de la revolución. ¿O es que los partidarios del desarme están a favor de un tipo completamente nuevo de revolución sin armas?

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El oportunismo triunfó, temporalmente, en el seno del movimiento obrero europeo. Está el socialimperialismo franco, cínico, y por ello menos peligroso, de los Plejánov, etc., y el encubierto de los Kautsky, etc., más nocivo. 


Prosigamos. En modo alguno estamos contra la lucha por las reformas. No queremos desconocer la triste posibilidad de que la humanidad —en el peor de los casos— pase todavía por una segunda guerra imperialista, si la revolución no surge de la guerra actual, a pesar de las numerosas explosiones de efervescencia y descontento de las masas y a pesar de nuestros esfuerzos. Nosotros somos partidarios de un programa de reformas que también debe ser dirigido contra los oportunistas. Los oportunistas no harían sino alegrarse en el caso de que les dejásemos por entero la lucha por las reformas y nos eleváramos a las nubes de un vago “desarme”, para huir de una realidad lamentable. El “desarme” es precisamente la huida frente a una realidad detestable, y en modo alguno la lucha contra ella.

En semejante programa nosotros diríamos aproximadamente: “La consigna y el reconocimiento de la defensa de la patria en la guerra imperialista de 1914-1916 no sirven más que para corromper el movimiento obrero con mentiras burguesas”. Esa respuesta concreta a cuestiones concretas sería teóricamente más justa, mucho más útil para el proletariado y más insoportable para los oportunistas que la reivindicación del desarme y la renuncia a “toda” defensa de la patria. Y podríamos añadir: “La burguesía de todas las grandes potencias imperialistas, de Inglaterra, Francia, Alemania, Austria, Rusia, Italia, el Japón y los Estados Unidos, es hoy hasta tal punto reaccionaria y está tan penetrada de la tendencia a la dominación mundial, que toda guerra por parte de la burguesía de estos países no puede ser más que reaccionaria. El proletariado no solo debe oponerse a toda guerra de este tipo, sino que debe desear la derrota de ‘su’ Gobierno en tales guerras y utilizar esa derrota para una insurrección revolucionaria, si fracasa la insurrección destinada a impedir la guerra”.

En lo que se refiere a la milicia, deberíamos decir: no somos partidarios de la milicia burguesa, sino únicamente de una milicia proletaria. Por eso, “ni un céntimo, ni un hombre”, no solo para el ejército regular, sino tampoco para la milicia burguesa, incluso en países como los Estados Unidos o Suiza, Noruega, etc. Tanto más cuanto que en los países republicanos más libres (por ejemplo, en Suiza) observamos una prusificación cada vez mayor de la milicia, sobre todo en 1907 y 1911, y que se la prostituye, movilizándola contra los huelguistas. Nosotros podemos exigir que los oficiales sean elegidos por el pueblo, que sea abolida toda justicia militar, que los obreros extranjeros tengan los mismos derechos que los obreros nacionales (punto de especial importancia para los Estados imperialistas que, como Suiza, explotan cada vez en mayor número y cada vez con mayor descaro a obreros extranjeros, sin otorgarles derechos). Y además, que cada cien habitantes de un país, por ejemplo, tengan derecho a formar asociaciones libres para aprender el manejo de las armas, eligiendo libremente instructores retribuidos por el Estado, etc. Solo en tales condiciones podría el proletariado aprender el manejo de las armas efectivamente para sí, y no para sus esclavizadores, y los intereses del proletariado exigen absolutamente ese aprendizaje. La revolución rusa ha demostrado que todo éxito, incluso un éxito parcial, del movimiento revolucionario —por ejemplo, la conquista de una ciudad, un poblado fabril, una parte del ejército— obligará inevitablemente al proletariado vencedor a poner en práctica precisamente ese programa.

Por último, contra el oportunismo no se puede luchar, naturalmente, solo con programas, sino vigilando sin descanso para que se los ponga en práctica de una manera efectiva. El mayor error, el error fatal de la fracasada II Internacional, consistió en que sus palabras no correspondían a sus hechos, en que se inculcaba la costumbre de recurrir a la hipocresía y a una desvergonzada fraseología revolucionaria (véase la actitud de hoy de Kautsky y Cía. ante el Manifiesto de Basilea). El desarme como idea social —es decir, como idea engendrada por determinado ambiente social, como idea capaz de actuar sobre determinado medio social, y no como simple extravagancia de un individuo— tiene su origen, evidentemente, en las condiciones particulares de vida, “tranquilas” excepcionalmente, de algunos Estados pequeños, que durante un periodo bastante largo han estado al margen del sangriento camino mundial de las guerras, y que confían poder seguir apartados de él. Para convencerse de ello basta reflexionar, por ejemplo, en los argumentos de los partidarios del desarme en Noruega: “Somos un país pequeño, nuestro ejército es pequeño, nada podemos hacer contra las grandes potencias” (y por ello nada pueden hacer tampoco si se les impone por la fuerza una alianza imperialista con uno u otro grupo de grandes potencias)..., “queremos seguir en paz en nuestro apartado rinconcito y proseguir nuestra política pueblerina, exigir el desarme, tribunales de arbitraje obligatorios, una neutralidad permanente, etc.” (¿“permanente”, como la de Bélgica?).

La mezquina aspiración de los pequeños Estados a quedarse al margen, el deseo pequeñoburgués de estar lo más lejos posible de las grandes batallas de la historia mundial, de aprovechar su situación relativamente monopolista para seguir en una pasividad acorchada, tal es la situación social objetiva que puede asegurar cierto éxito y cierta difusión a la idea del desarme en algunos pequeños Estados. Claro que semejante aspiración es reaccionaria y descansa toda ella en ilusiones, pues el imperialismo, de uno u otro modo, arrastra a los pequeños Estados a la vorágine de la economía mundial y de la política mundial.

En Suiza, por ejemplo, su situación imperialista prescribe objetivamente dos líneas del movimiento obrero: los oportunistas, en alianza con la burguesía, aspiran a hacer de Suiza una unión monopolista republicano-democrática, a fin de obtener ganancias con los turistas de la burguesía imperialista y de aprovechar del modo más lucrativo y más tranquilo posible esta “tranquila” situación monopolista.

Los verdaderos socialdemócratas de Suiza aspiran a utilizar la relativa libertad del país y su situación “internacional” para ayudar a la estrecha alianza de los elementos revolucionarios de los partidos obreros europeos a alcanzar la victoria. En Suiza no se habla, gracias a Dios, un “idioma propio”, sino tres idiomas universales, los tres, precisamente, que se hablan en los países beligerantes que limitan con ella.

Si los 20.000 miembros del partido suizo contribuyeran semanalmente con dos céntimos como “impuesto extraordinario de guerra”, obtendríamos al año 20.000 francos, cantidad más que suficiente para imprimir periódicamente y difundir en tres idiomas, entre los obreros y soldados de los países beligerantes, a pesar de las prohibiciones de los Estados Mayores Generales, todo cuanto diga la verdad sobre la indignación que comienza a cundir entre los obreros, sobre su fraternización en las trincheras, sobre sus esperanzas de utilizar revolucionariamente las armas contra la burguesía imperialista de sus “propios” países, etc.

Nada de esto es nuevo. Precisamente es lo que hacen los mejores periódicos, como La Sentinelle, Volksrecht y Berner Tagwacht5, pero, por desgracia, en medida insuficiente. Solo semejante actividad puede hacer de la magnífica resolución del Congreso de Aarau algo más que una mera resolución magnífica.

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El mayor error, el error fatal de la fracasada II Internacional, consistió en que sus palabras no correspondían a sus hechos. 


La cuestión que ahora nos interesa se plantea en la forma siguiente: corresponde la reivindicación del desarme a la tendencia revolucionaria entre los socialdemócratas suizos? Es evidente que no. El “desarme” es, objetivamente, el programa más nacional, el más específicamente nacional de los pequeños Estados, pero en manera alguna el programa internacional de la socialdemocracia revolucionaria internacional.

[El programa militar de la revolución proletaria fue escrito en alemán en septiembre de 1916 para la prensa de los socialdemócratas escandinavos de izquierda, que durante la Primera Guerra Mundial se manifestaron en contra del punto del programa socialdemócrata relativo al “armamento del pueblo” y lanzaron la errónea consigna del “desarme”. En diciembre de 1916 el artículo, redactado de nuevo, fue publicado en la Recopilación del Socialdemócrata, T. II, con el título de La consigna del “desarme”. En abril de 1917, poco antes de salir para Rusia, Lenin entregó el texto del artículo en alemán a la redacción de la revista Jugend-Internationale. Fue publicado el mismo año en sus núms. 9 y 10.

Jugend-Internationale era el órgano de la Liga Internacional de las Organizaciones Socialistas de la Juventud, adherida a la izquierda de Zimmerwald, se publicó desde septiembre de 1915 hasta mayo de 1918 en Zurich. Lenin emite su juicio acerca de esta revista en la nota La Internacional de la Juventud (véase Obras Completas, T. XXIII).]

Notas:

1. Se alude a las tesis sobre la cuestión militar escritas por R. Grimm (uno de los lideres del Partido Socialdemócrata de Suiza) en el verano de 1916 con motivo de la preparación del Congreso Extraordinario del mismo Partido. Este Congreso, cuya celebración había sido señalada para febrero de 1917, tenía que resolver la cuestión de la actitud de los socialistas suizos ante la guerra.

2. Neues Leben (Vida Nueva) órgano del Partido Socialdemócrata de Suiza; se publicó en Berna desde enero de 1915 hasta diciembre de 1917.

3. Se alude a las conferencias socialistas celebradas en los pueblos de Zimmerwald y Kienthal (Suiza). La Conferencia de Zimmerwald, o I Conferencia Socialista Internacional, se celebró del 5 al 8 de septiembre de 1915. La Conferencia de Kienthal, o II Conferencia Socialista Internacional, se celebró en del 24 al 30 de septiembre de 1916. Ambas contribuyeron a agrupar, sobre la base ideológica del marxismo, a los elementos de izquierda de la socialdemocracia europea, que más tarde jugaron un papel decisivo en la lucha por la creación de partidos comunistas y la propia Tercera Internacional.

4. Los comités de la industria armamentista fueron creados en 1915 en Rusia por la gran burguesía imperialista. Tratando de someter a los obreros a su influencia y de inculcarles ideas defensistas, la burguesía ideó la organización de “grupos obreros” anejos a esos comités. A la burguesía le convenía que en esos grupos hubiese representantes de los obreros, encargados de hacer propaganda entre las masas obreras en favor de una mayor productividad del trabajo en las fábricas de materiales militares. Los mencheviques participaron activamente en esta empresa seudopatriótica de la burguesía. Los bolcheviques declararon el boicot a los comités de la industria armamentista y lo aplicaron eficazmente con el apoyo de la mayoría de los obreros.

5. La Sentinelle, órgano de la organización socialdemócrata suiza del cantón de Neuchatel (Suiza francesa), fundado en Chaux de Fonds en 1884. En los primeros años de la Primera Guerra Mundial, el periódico mantuvo una posición internacionalista. El 13 de noviembre de 1914, en el número 265 del periódico, fue publicado, en forma abreviada, el Manifiesto del CC del POSDR La guerra y la socialdemocracia de Rusia.

Volksrecht (El Derecho del Pueblo), órgano del Partido Social demócrata de Suiza y de la organización socialdemócrata del cantón de Zurich. Se publica en Zurich desde 1898. Durante la Primera Guerra Mundial el periódico presentó artículos de los zimmerwaldianos de izquierda. En él aparecieron también artículos de Lenin, como por ejemplo, Doce breves tesis sobre la defensa hecha por G. Greulich de la defensa de la patria, Sobre las tareas del POSDR en la revolución rusa o Las maniobras de los chovinistas republicanos. Más tarde el periódico adoptó una posición anticomunista y antidemocrática.

Berner Tagwacht (El Centinela de Berna), órgano del Partido Socialdemócrata de Suiza, publicado desde 1893 en Berna. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, el periódico insertó artículos de K. Liebknecht, de F. Mehring y de otros socialdemócratas de izquierda. A partir de 1917 apoyó abiertamente a los socialchovinistas y más tarde adoptó una posición anticomunista y antidemocrática.

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Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 14. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista. 

 

 

 

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