Tras de semanas de vomitar verborrea imperialista y colonialista arropándose con los líderes de la extrema derecha mundial, de amenazar duramente a sus viejos aliados de la UE y demonizar a ese pelele de Zelenski para encubrir la derrota de EEUU en la guerra de Ucrania, y de numerosos anuncios contradictorios, aplazamientos y vacilaciones, finalmente Trump ha dado luz verde a los aranceles contra China, Canadá y México, iniciando lo que podría convertirse en una guerra comercial global.

Según las directivas aprobadas las exportaciones chinas serán castigadas con un arancel del 20% que se suma a los aranceles y sanciones comerciales ya en vigor. Para sus aliados Canadá y México, que junto a China representan el 41% de las importaciones norteamericanas y casi la mitad de su déficit comercial, el palo es mucho mayor: un arancel del 25% que viola abiertamente el Tratado de Libre Comercio promovido y firmado por el propio Trump en su primer mandato. Los intercambios de Estados Unidos con México y Canadá suman más de 1,5 billones de dólares anuales.

Las consecuencias de estas medidas han sido inmediatas: bajadas en las bolsas mundiales, que han sido muy acusadas en el Dow Jones, depreciación del peso mexicano y del dólar canadiense, críticas de numerosos sectores empresariales norteamericanos que dependen de materias primas y manufacturas de estos países para su producción, y un clima de incertidumbre que se extiende por el mundo financiero.

Las advertencias que muchos economistas han lanzado de una inminente recesión en EEUU, que podría extenderse a todo el mundo, no se pueden tomar a la ligera. Según el Instituto Peterson, unos aranceles del 25% a México y Canadá podrían reducir el PIB de Estados Unidos unos 200.000 millones de dólares en cuatro años. Canadá podría perder 100.000 millones de dólares, y la economía mexicana podría retroceder un 2%[1].

Trump está jugando con fuego y generando más contradicciones en una economía mundial estancada, y de la que ningún actor puede desacoplarse fácilmente. La integración de las cadenas de producción, del comercio y del mercado financiero ha llegado a una escala sin precedentes en la historia, y la vuelta a las fronteras económicas de hace un siglo, como algunos “teóricos” insinúan que podía pasar haciendo gala de una completa estupidez, no es posible sin provocar un cataclismo salvaje para el orden capitalista.

La respuesta a la ofensiva trumpista no ha tardado en llegar. China ya ha anunciado una batería de medidas de represalia que afectarán duramente a las exportaciones agrícolas de EEUU a ese país. En Canadá no solo se han aprobado aranceles contra su vecino del sur, sino que se ha levantado una ola de indignación popular contra Trump que amenaza con un boicot a los productos, bancos y destinos vacacionales norteamericanos. El Gobierno mexicano ha aplazado hasta el próximo domingo su respuesta, pero se espera que también esté a la altura del ataque que Trump ha lanzado contra su estabilidad económica y social.

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Trump está jugando con fuego y generando más contradicciones en una economía mundial estancada, y de la que ningún actor puede desacoplarse fácilmente. 

La guerra comercial contra China ha sido, hasta ahora, un completo fracaso

Todo indica que las nuevas medidas profundizarán aún más los efectos negativos sobre la economía de EEUU que la guerra comercial contra China, iniciada por Trump en su primer mandato y continuada e incluso endurecida por Biden, ha tenido hasta el momento. Las cadenas de suministro se verán gravemente alteradas y es casi seguro que los precios se incrementarán, perjudicando gravemente a los consumidores norteamericanos. Y lo peor, se destruirán miles de puestos de trabajo.

La experiencia de casi ocho años de sanciones a China es inequívoca. Ni uno solo de los objetivos declarados por los impulsores de la guerra comercial se ha cumplido. Ni las industrias han retornado a suelo estadounidense, ni los precios de los productos importados han bajado, ni se han conservado los puestos de trabajo bien pagados, ni el déficit comercial de EEUU se ha reducido. Todo lo contrario.

Como concluye un estudio publicado hace pocos días por la Tax Foundation[2]: “estimamos que la guerra arancelaria impuesta por Trump en 2018-2019 y mantenida por Biden redujo el crecimiento a largo plazo del PIB en un 0,2%, el stock de capital en un 0,1% y el empleo en el equivalente a 142.000 puestos de trabajo a tiempo completo”.

Más específicamente, los aranceles al acero y el aluminio, que Trump quiere ahora reforzar, tampoco produjeron los resultados previstos. Las industrias estadounidenses del acero y el aluminio no se expandieron en lo más mínimo, pero en cambio las empresas que utilizan aluminio o acero en sus factorías radicadas en territorio de EEUU redujeron entre 2018 y 2021 el valor de su producción en 3.400 millones. “Un informe reciente de la Comisión de Comercio Internacional de EEUU reveló que los aranceles incrementaron el precio medio del acero y el aluminio en un 2,4 y un 1,6%, respectivamente, dañando desproporcionadamente a las industrias [estadounidenses] que lo usan en sus procesos productivos”[3].

Los datos del crecimiento del déficit comercial de EEUU prueban que los aranceles de la primera legislatura de Trump y la siguiente de Biden no consiguieron cortar una tendencia que refleja la debilidad de la industria manufacturera estadounidense. En concreto, EEUU pasó de un déficit de 151.575 millones de dólares con la UE en 2017 a otro de 182.579 millones en 2020. Bajo la presidencia de Joe Biden, la diferencia escaló hasta alcanzar un récord en 2024 de 235.571 millones de dólares. Con respecto a China, en 2024 importó bienes por valor de 438.947 millones de dólares, y exportó al país asiático mercancías por un monto de 143.546 millones, con déficit comercial resultante de 295.402 millones.

Como hemos explicado en otras ocasiones, la causa de este fracaso es el debilitamiento del músculo económico norteamericano y el ascenso de China como nueva potencia imperialista. En el inicio de este siglo, el dominio comercial de EEUU era indiscutible. Más del 75% de los países tenían como principal socio comercial a EE UU frente a una minoría cuyo primer socio era China. En 2020 la posición se invirtió y China se convirtió, con gran diferencia, en el principal exportador del mundo. Como resultado, China acumuló gigantescas reservas en divisas que, por ejemplo, el pasado mes de enero se situaban en más de 3,2 billones de dólares.

Hasta la crisis de 2008 China destinaba una gran parte de su superávit comercial a comprar deuda pública de Estados Unidos, ayudando así a este país a financiar su gigantesco déficit comercial. Pero a partir de la Gran Recesión el ejecutivo de Beijing decidió dedicar esos fondos a construir grandes infraestructuras en los países emergentes y a financiar proyectos de desarrollo en África, Asia y Latinoamérica. De esta forma no solo la industria china dio un nuevo y decisivo salto adelante, sino que el prestigio de su Gobierno creció como la espuma en los países que habían sufrido el colonialismo y el imperialismo occidentales.

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Tras casi ocho años de sanciones a China ni uno solo de los objetivos se ha cumplido. Ni las industrias han retornado a suelo estadounidense, ni se han conservado los puestos de trabajo bien pagados, ni el déficit comercial de EEUU se ha reducido, etc. 

Como resultado de todo ello, el mercado interno chino creció hasta alcanzar unas enormes dimensiones, y no ha hecho más que progresar tras la pandemia y la guerra de Ucrania mientras aumenta la debilidad de sus competidores occidentales. Según datos de la OIT, entre 2008 y 2015 los salarios reales en China se duplicaron, justo en la misma época en la que los salarios europeos y norteamericanos sufrían una aguda devaluación.

Es esta circunstancia lo que hace completamente imposible que los grandes monopolios de la UE y EEUU puedan prescindir del mercado chino. Las elucubraciones sobre un posible “desacoplamiento” respecto a China son un puro disparate. Sin el mercado chino y sin sus inversiones en China el capitalismo occidental vería seriamente dañados sus beneficios. Precisamente por eso, desmintiendo en los hechos la retórica antichina de su Gobierno, los capitalistas norteamericanos invierten cada vez más en China[4].

La mejor muestra de las consecuencias de la superioridad industrial de China la encontramos en el completo fracaso de las sanciones económicas y financieras a Rusia[5], que en medio de la guerra ha robustecido sus lazos con el  gigante asiático. Hasta cierto punto, Putin está copiando el capitalismo de Estado chino logrando una eficiencia mucho mayor.

Como era inevitable, el declive industrial y comercial de EEUU mina el papel del dólar en la economía global. Su peso como moneda de reserva mundial ha caído del 71% en 2000 al 55% en 2022, y su participación en el comercio internacional se ha reducido hasta el 58%. La consecuencia es que la hegemonía financiera de EEUU, impuesta al mundo capitalista tras la Segunda Guerra Mundial, se agrieta, y esto reduce severamente la capacidad de Trump a la hora de imponer represalias efectivas contra otros países. Por eso, las nuevas medidas arancelarias tienen todas las bazas para acabar en un nuevo fracaso.

Inmensos beneficios para un puñado de oligarcas

Pero la guerra comercial con China no perjudicó a todos. Evaluando las nuevas medidas arancelarias al acero que Trump ha anunciado, el Peterson Institute, un acreditado think-tank empresarial, planteaba que “las tarifas al acero aumentarán los beneficios antes de impuestos de las empresas norteamericanas del sector en 2.400 millones… Los consumidores de acero pagarán 5.600 millones de dólares adicionales por un acero doméstico más caro… Digan lo que digan el presidente Trump y sus lugartenientes sobre proteger la seguridad nacional o crear empleo en las acerías, los aranceles no tienen relación con la fuerza militar de EEUU ni con los trabajadores estadounidenses. Su propósito es enriquecer a las empresas del acero. Han tenido éxito, pero a un precio exorbitante”[6].

Efectivamente, la guerra comercial de Trump ha sido muy beneficiosa para el puñado de grandes magnates tecnológicos y financieros que lo rodean y sus nuevas medidas, creando un terreno fértil para que florezcan la especulación comercial, bursátil y financiera, incrementarán aún más esos beneficios a costa del empobrecimiento de sectores cada vez más amplios de la clase trabajadora estadounidense.

Ese empobrecimiento se agudizará aún más por la campaña de acoso y terror contra la población inmigrante[7] que Trump y Elon Musk,  el hombre más rico del mundo, han desencadenado, y que se extiende contra los obreros nativos y los empleados las administraciones y organismos públicos.

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La guerra comercial de Trump ha sido muy beneficiosa para grandes magnates tecnológicos y financieros que incrementaron sus beneficios a costa del empobrecimiento de sectores cada vez más amplios de la clase trabajadora estadounidense. 

En una guerra que tiene como objetivo destruir dos millones de empleos, las primeras víctimas han sido los trabajadores sanitarios. Más de 5.200, incluyendo a 1.300 empleados de Centro de Control y Prevención de Enfermedades y a varios centenares del Instituto Nacional de Salud, despedidos precisamente cuando el avance incontrolado de una pandemia de gripe aviar no solo ha desabastecido de huevos a los supermercados, sino que supone un grave riesgo de contagio a humanos.

Otra de las medidas antiobreras de estos ultraderechistas ha sido aprobar una ley para reducir el gasto público en dos billones de dólares, al tiempo que garantizan un aumento del gasto militar de 300.000 millones y un recorte de impuestos a los ricos de ¡cuatro billones y medio de dólares! El resultado será no sólo incrementar el déficit fiscal, sino destruir el precario sistema de salud pública norteamericano y eliminar las ayudas alimentarias a la inmensa masa de trabajadores pobres del país.

Como compensación, Trump promete eximir de impuestos las propinas a los trabajadores de hostelería. ¡Qué desprecio y que burla! Esta es la verdadera cara de unos reaccionarios fascistas que toda su demagogia no puede ocultar.

Las políticas de Trump agudizarán la inestabilidad global y la batalla interimperialista

Además de agravar la polarización política y social en su país, en el orden internacional las medidas de Trump son una receta acabada para agudizar la pugna interimperialista por los mercados y las materias primas estratégicas y, en consecuencia, para el incremento salvaje del gasto militar. Trump no es un amante de la paz, es un imperialista chovinista dispuesto a pelear duramente por mantener la supremacía norteamericana. Y está enseñando el palo a los que hasta hace poco eran sus perrillos falderos.

La recompensa de Trump a la sumisión demostrada por los Gobiernos de Canadá, México y la UE es ¡empobrecerlos y someterlos aún más! Esta es la función que cumple el incremento de los aranceles, o las exigencias para que compren masivamente armamento a las empresas norteamericanas, o para que sus fábricas se trasladen a territorio de EEUU. En realidad, no se trata de nada nuevo. El “amable” y “democrático” Biden ya impuso a la UE la compra de gas a EEUU a un precio cuatro veces superior al gas ruso –y para reforzar esa imposición voló el gaseoducto North Stream- y, mediante importantes subvenciones, consiguió que inversiones alemanas, suecas y de otros países europeos se dirigieran hacia la otra orilla del Atlántico.

El resultado de todo ello es conocido: la economía alemana se encuentra sumida en la peor recesión de los últimos setenta años, la extrema derecha avanza en todo el continente, y tanto Bruselas como Washington han perdido la guerra en Ucrania frente a Rusia. Y por más que ahora se desdiga Mr. Trump, esta guerra fue apoyada claramente por los congresistas y senadores republicanos que respaldaron con su voto todos los paquetes de ayuda militar y financiera que EEUU envió al Gobierno de Zelenski.

Una cosa es clara: la política de Trump supone otro punto de inflexión en las relaciones internacionales, uno más, y agudizará cualitativamente las contradicciones interimperialistas. Su estrategia, no es ningún secreto, está resquebrajando la unidad del bloque occidental, para disgusto de un sector importante de la clase dominante norteamericana y, al mismo tiempo, constituye una receta para avivar la lucha de clases en todo el mundo, empezando por EEUU.

Algunos insisten en que las maniobras de Trump buscan un nuevo acercamiento con Rusia, del que saldrían beneficiadas las empresas estadounidenses. No seremos nosotros quienes cuestionemos que entre machos alfa hay una sintonía evidente. Pero no se trata de esa predilección compartida por ideas reaccionarias, machistas y chovinistas. Se trata de que Rusia es una potencia imperialista que está avanzando seriamente en el tablero mundial, y que tiene intereses contradictorios con un país que, no lo olvidemos, le declaró la guerra en Ucrania y la ha perdido.

Vladimir Putin se ha reunido más de 40 veces con Xi Jinping desde que este se convirtió en el presidente de China. Que Putin rompa sus alianzas económicas y militares con Beijing para echarse en brazos de Trump no está dentro de ninguna perspectiva creíble. ¿Qué gana con ello? Más bien lo que está pasando es que, ante la rendición evidente de EEUU en Ucrania, Moscú está jugando sus bazas para llegar lo antes posible a un acuerdo de paz extremadamente beneficioso para sus intereses. Las invitaciones a las empresas estadounidenses a invertir nuevamente en Rusia forman parte de esta táctica. Pero es un hecho que las relaciones comerciales, económicas y militares de Rusia se han estrechado formidablemente con China.

Tan solo unos pocos datos: el comercio combinado entre ambas potencias alcanzó un nivel récord en 2024, 240.000 millones de euros (unos 245.000 millones de dólares), lo que supone un incremento del 1,9% respecto a los 235.300 millones de euros registrados en 2023 y que representaron a su vez un aumento del 26,3% respecto a 2022. Según la Administración General de Aduanas de China (GACC) las exportaciones de China a Rusia registraron un avance del 4% en 2024[8].

Otras naciones, que en el pasado eran firmes aliadas de EEUU, han comprobado lo que implica la dependencia de Washington y toman buena nota de los peligros que encierra una excesiva dependencia respecto al dólar, la banca y los sistemas de pago patrocinado por la Casa Blanca. En consecuencia, un movimiento de nuevas alianzas comerciales, políticas y militares se está avivando hacia un destinatario prioritario: China.

El enemigo interior es el objetivo del régimen reaccionario y bonapartista de Trump

La actuación de Trump no solo tiene como prioridad el exterior. Para su Administración el enemigo interior es fundamental, y están asimilando las lecciones de su primer mandato y de su fallido asalto al Capitolio. Se preparan para una fuerte confrontación con la clase obrera, los movimientos sociales y la izquierda, por eso están animando la proliferación de milicias ultraderechistas, estrechamente vinculadas a la policía y al ejército y fuertemente armadas.

La abierta colaboración de esas milicias en las operaciones contra los inmigrantes, organizadas por la Administración Trump en la frontera con México, es una señal más del creciente carácter bonapartista del sistema político norteamericano. Los elementos dictatoriales, de brutal represión, de totalitarismo, son rasgos de este tipo de régimen que Trump intenta implantar.

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La Administración Trump se prepara para una fuerte confrontación con la clase obrera, los movimientos sociales y la izquierda, por eso están animando la proliferación de milicias ultraderechistas, vinculadas a la policía y al ejército y fuertemente armadas. 

La cumbre de la extrema derecha mundial promovida por Trump celebrada en las cercanías de Washington durante la tercera semana de febrero es más de lo mismo. Que el genocidio de Gaza se haya convertido a ojos de estos multimillonarios criminales en un ejemplo a seguir y extender allí donde su dominación sea cuestionada, es una amenaza muy seria.

El Gobierno de Trump reúne algunas características relevantes de los regímenes bonapartistas parlamentarios que en los años 20 y 30 del siglo pasado precedieron y abrieron las puertas al fascismo. Falta mucho aún para un momento semejante, que implicaría una completa derrota del proletariado norteamericano. Pero es necesario comprender la gravedad de la situación y no tomarla a la ligera.  La clase obrera de EEUU y de todo el mundo es fuerte. Pero como nos demuestran las lecciones de la Historia, sin organización y sin un programa revolucionario esa fuerza puede acabar resultando impotente ante un enemigo dispuesto a todo.

Debemos ponernos manos a la obra para construir la gran fuerza comunista revolucionaria capaz de borrar para siempre la amenaza fascista de la faz de la Tierra. Las filas de Izquierda Revolucionaria están abiertas a todas y todos los que quieran contribuir a esta tarea. ¡Organízate con los comunistas revolucionarios!

 

Notas:

[1] Trump pone un muro a la integración económica de Norteamérica

[2] Trump Tariffs: Tracking the Economic Impact of the Trump Trade War

[3] How the Section 232 Tariffs on Steel and Aluminum Harmed the Economy

[4] Foreign direct investment position of the United States in China from 2000 to 2023

[5] Nueve meses de guerra en Ucrania: Rusia se atrinchera y la “unidad” occidental hace aguas:

[6] Steel Profits Gain, but Steel Users Pay, under Trump’s Protectionism

[7] Ofensiva fascista del trumpismo contra los trabajadores migrantes. Una seria advertencia para la clase obrera

[8] Comercio entre Rusia y China alcanza niveles históricos

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