Desde el 19 de diciembre Sudán está siendo sacudido por protestas sin precedentes, tanto por la extensión geográfica como por la duración, contra el Gobierno. También, muchos sudaneses que se fueron del país han protestado frente a las embajadas de Sudán en todo el mundo, mostrando su solidaridad con la lucha heroica de sus hermanos y hermanas. En contraste, la mayoría de los medios de comunicación en los países vecinos lo han silenciado, temiendo que el colapso de las tres décadas de dictadura de Omar al-Bashir pueda provocar una nueva ola de levantamientos en toda la región.

El desencadenante inmediato de estas enfurecidas protestas fue la eliminación de los subsidios estatales a la harina, lo que ha aumentado considerablemente el precio del pan. Ésta ha sido la última de una serie de medidas contra los pobres adoptadas por el régimen de al-Bashir para cumplir con las “recomendaciones” del Fondo Monetario Internacional. El Gobierno ha superado el límite de endeudamiento con el FMI y para pagar sus deudas impone las políticas que éste le dicta: que los trabajadores y pobres sudaneses se traguen cada vez más píldoras de austeridad.

El detonante y la extensión de las protestas

La primera manifestación comenzó en Atbara, históricamente un foco de protesta de la clase trabajadora contra el Gobierno y el lugar de nacimiento del movimiento sindical sudanés, ubicado en el estado nororiental del río Nilo. Temiendo que un aumento de los precios del pan en la capital, Jartum, conllevara demasiado riesgo político, el régimen decidió utilizar este estado como laboratorio. El precio del pan se triplicó de la noche a la mañana y la táctica del régimen fracasó y provocó las mayores protestas en esta parte de Sudán en años.

Después de que el Gobierno anunciara que se duplicarían los costes de la comida escolar, los estudiantes de Atbara salieron a las calles y a ellos se unieron cientos de personas en su marcha hacia el centro de la ciudad. Los manifestantes incendiaron la oficina principal del partido gobernante (Partido del Congreso Nacional, PCN), así como la sede del gobierno local y saquearon las oficinas de los infames NISS (servicios de seguridad). Las protestas continuaron durante la noche y se extendieron a otras ciudades del mismo estado, así como en Port Sudán, la capital del estado del Mar Rojo. Las consignas apuntaban al régimen y al empeoramiento de las condiciones de vida. Se declaró el estado de emergencia y el toque de queda en Atbara y se cerraron todas las escuelas en la ciudad.

El segundo día las manifestaciones continuaron en todas las ciudades del río Nilo a pesar del estado de emergencia y se extendieron a Al-Gadarif, en el extremo este del país, donde al menos seis personas fueron asesinadas por las fuerzas de seguridad, que incluían a francotiradores. Las protestas comenzaron en Al-Obeid, la capital del estado del norte de Kurdufán, en Dongola, donde los manifestantes incendiaron los edificios de la secretaría del Gobierno. También estallaron protestas en áreas dispersas de la capital, la más grande fue en la Plaza de Jackson, el principal centro de transporte público en el centro de Jartum, donde los manifestantes repelieron a la policía.

El 21 de diciembre, después de las oraciones del viernes, continuaron y se extendieron las protestas. Los manifestantes en el estado del Nilo Blanco incendiaron la sede del partido gobernante y el edificio del gobierno local. Para entonces, cinco estados ya habían declarado el toque de queda nocturno. Para tratar de detener la expansión del movimiento, el Gobierno prohibió todas las aplicaciones de las redes sociales, cerró Internet y el ministro de Educación suspendió las clases, cerrando todas las universidades y escuelas. Al día siguiente, las ciudades y pueblos de la parte occidental del país se unieron a las protestas, incluso en el norte y el sur de Darfur.

Desde el principio, la determinación de los manifestantes, en particular de mujeres y jóvenes, pilló por sorpresa al régimen y a sus fuerzas de seguridad. Un seguidor del CIT en Jartum informa de escenas nocturnas de “guerra de guerrillas” en las afueras de la capital, con jóvenes en las calles usando cócteles Molotov para engañar y agotar a la policía y a las unidades NISS fuertemente armadas.

Al menos han muerto 37 personas y cientos han resultado heridas; hay decenas de manifestantes detenidos y torturados. Pero este derramamiento de sangre no ha disuadido a la gente, que continúa con la lucha. Una de las consignas contra el régimen es: “Las balas no matan, pero la sumisión sí lo hace”. Hay un sentimiento generalizado en el pueblo sudanés de que la situación se ha vuelto tan mala que lo peor es no hacer nada, incluso aunque eso signifique arriesgar la vida. Una mujer sudanesa fue entrevistada en la BBC: “Si sales puedes morir en una protesta, pero si te quedas en casa mueres de hambre... Bien, entonces protestemos”. Este estado de ánimo explica por qué las acciones del régimen hasta ahora sólo han ayudado a expandir y radicalizar el movimiento.

Una economía en desorden, un régimen en pánico

La eliminación del subsidio al pan fue la gota que colmó el vaso. Según los datos del Gobierno, la inflación está cerca del 70% y la libra sudanesa se ha desplomado. El final de las sanciones económicas de EEUU, en octubre de 2017, no ha mejorado la vida de la población. En cambio, con la desaparición de las sanciones, el régimen ha quedado al descubierto, sin nadie a quien pueda culpar de los problemas.

La mayoría de las personas luchan por sobrevivir. La escasez de productos, incluido el pan y el combustible, es recurrente en muchas áreas, incluido Jartum. Distintos informes hablan de personas que duermen en sus coches durante dos días para llenarlos de combustible, y cientos de personas hacen cola para comprar pan o retirar dinero de los bancos. En la capital no hay trabajo, pero la gente va a Jartum de otras partes del país para buscar empleo y una vida mejor. La ciudad está superpoblada, hay falta de viviendas asequibles, la violencia y el crimen son rampantes. Todo esto se ha agravado. Pero lo más importante es que las protestas se han extendido rápidamente al terreno político, adoptando desde el primer día un carácter explícitamente anti-régimen. Las consignas y los cánticos para derrocar al despreciable y opresivo régimen de al-Bashir se han extendido, han encontrado eco hasta en los estadios de fútbol, y existe la percepción de que este movimiento tiene el potencial de ser la sentencia de muerte del régimen. En algunas localidades, los imanes que pedían obediencia fueron retirados de sus púlpitos en la mezquita. Los manifestantes en al-Nuhud y Al-Gadarif irrumpieron en los depósitos de la cámara Zakat* y reclamaron los alimentos almacenados para ellos. Este coraje y temeridad son testimonio de una situación revolucionaria.

La clase dominante se encuentra impotente, vacila y tiene pánico. El movimiento ha golpeado incluso al corazón del PCN, evidenciando el colapso de la base de apoyo del régimen. Un observador local comentaba: “Es impactante ver estos últimos días que las mismas personas a las que recurrió el Gobierno durante mucho tiempo, como guardianes del chovinismo sudanés en el norte y los beneficiarios de las ventajas fluviales, ahora patalean para derrocar al régimen”.

El propio Al-Bashir está vacilando. Por un lado, adopta un tono conciliador y pide a las fuerzas de seguridad que respeten el derecho a protestar y promete reformas económicas; y, por otro lado, criminaliza a los manifestantes calificándoles de traidores, mercenarios y agentes extranjeros.

El 25 de diciembre, en Jartum, una serie de sindicatos profesionales y partidos de la oposición organizaron una marcha al palacio presidencial para exigir la dimisión de Al-Bashir. Fue la protesta más grande en años, con miles de manifestantes cantando consignas como “El pueblo quiere derrocar al régimen” y “Libertad, paz, justicia y revolución” y la represión de las fuerzas de seguridad fue brutal, recurriendo a palizas, gases lacrimógenos, balas de goma, arrestos en masa y munición real. Antes de la marcha, Al-Bashir abandonó asustado la capital.

Algunas reacciones por parte del aparato del Estado han revelado signos de debilidad, divisiones y miedo. “Nunca los había visto entrar en pánico de este modo”, comentó un activista en The New York Times. El Ejército, de momento, parece no querer intervenir contra el movimiento. Con las cámaras de teléfonos móviles se grabaron imágenes de militares sudanés mezclados con manifestantes en Atbara y Al-Gadarif, e incluso protegían a los manifestantes de la represión mortal llevada a cabo por la policía, el NISS y las milicias del régimen. Incluso, la propia policía en más de una ocasión se ha hecho a un lado.

El alto mando militar emitió una declaración pública en apoyo al Gobierno del país, pero no mencionó a Al-Bashir por su nombre, para mantener abiertas todas las opciones ante los diversos escenarios políticos que se abren. Unos días después se grabó al principal líder de la “Fuerza de Apoyo Rápido” —unidad paramilitar muy violenta— diciendo a varios miles de soldados que debían mostrar “solidaridad” con el pueblo sudanés, que el Gobierno era el culpable de la inflación y que provocó las protestas. El 27 de diciembre, el ministro de Salud del Estado del Norte renunció a su cargo. Es el primer funcionario de alto rango que abandona desde el inicio de la revuelta.

Huelgas sectoriales, comités populares… Es necesaria una huelga general para derribar al Gobierno

Los médicos y el personal sanitario iniciaron una huelga indefinida el 24 de diciembre con el objetivo de “paralizar” al Gobierno, llamando a otros sectores en todo el país a que se unieran en solidaridad con el movimiento. El 27 de diciembre, los periodistas hicieron lo mismo con una huelga de tres días en protesta por la “violencia desatada por el Gobierno contra los manifestantes”, y también por el secuestro regular de periódicos por parte de agentes de seguridad y las palizas y arrestos de trabajadores de los medios de comunicación que cubren las protestas.

Varios sindicatos independientes de profesionales (médicos, farmacéuticos, ingenieros...) han convocado una huelga general, pero ésta aún no se ha materializado. Los sindicatos oficiales están férreamente controlados por el Gobierno y, por lo tanto, han guardado silencio ante el movimiento de masas. Sin embargo, la furia social está profundamente arraigada y las huelgas iniciadas por algunos sectores profesionales, junto con la valentía de los jóvenes, pueden animar a los sectores más oprimidos de la clase obrera para que entren en acción.

Sudán tiene una larga historia de luchas obreras. Si la clase obrera sudanesa se uniera mediante huelgas masivas y acciones de protesta podría significar el fin del Gobierno de al-Bashir, como sucedió con los regímenes militares de Abboud y Nimeiri en el pasado. Echar a los dirigentes sindicales favorables al régimen de los centros de trabajo, su sustitución por representantes genuinos de los trabajadores y la creación de comités obreros y sindicatos independientes en los centros de trabajo son tareas urgentes. Los sindicatos profesionales y las redes de activistas de base no deben esperar, tienen que fijar ya una fecha para la huelga general y comenzar una campaña masiva, invitando a estudiantes, jóvenes, agricultores pobres, desempleados y pequeños comerciantes a unirse a un movimiento masivo para derribar el actual régimen.

En algunos lugares, como en Atbara, han surgido comités populares de vecinos. Estos órganos pueden ayudar a estructurar la lucha a nivel local, a unir a las personas y discutir todas las cuestiones prácticas y políticas del momento. Si se amplían en todas las comunidades, lugares de trabajo y entre las filas del ejército, pueden ayudar a coordinar la resistencia contra el régimen y su represión, mantener el orden, organizar suministros vitales..., sobre todo si están estructurados a nivel local, estatal y general. A nivel nacional, pueden proporcionar la columna vertebral para una estructura de poder alternativa basada en la voluntad del pueblo revolucionario, que podría arrebatar el poder al régimen corrupto y represivo de al-Bashir, y anticiparse a los intentos de hacer descarrilar la lucha actual.

De hecho, si bien las masas han demostrado su implacable determinación, falta una dirección, y la mayoría de los partidos políticos y fuerzas de oposición no tienen un programa claro para hacer avanzar el movimiento. De hecho, muchos de ellos realmente temen el movimiento masivo de trabajadores y pobres como algo que puede amenazar al sistema capitalista que defienden. Algunos, como el Partido Nacional de la Umma, en el pasado han participado en alianzas con el régimen.

El llamamiento emitido por el Partido Comunista de Sudán para “unirse y trabajar juntos para coordinar el movimiento” es un paso positivo en la medida en que puede fortalecer el movimiento de masas que existe. Sin embargo, como sucede con “todos los partidos de la oposición”, desafortunadamente no tiene una posición de independencia de clase, por lo que no se separa de los sectores de la oposición política que están por la expulsión de al-Bashir, pero que no quieren una ruptura con los grandes capitalistas, ya  que sus intereses se oponen objetivamente a los intereses de las masas pobres y los trabajadores sudaneses, las fuerzas impulsoras del actual levantamiento.

El derrocamiento del régimen abriría la puerta a la transformación radical de la sociedad, no sólo a un mero cambio cosmético y superficial que mantuviera intactas todas las estructuras opresoras y la brutal explotación económica de las masas. En un artículo del CIT de 2014 decíamos: “El hundimiento del PNC ha significado que tanto el imperialismo como algunos sectores de la clase dominante estén planeando el futuro. Esperan poder controlar el movimiento del pueblo sudanés reemplazando el régimen del PNC con un nuevo Gobierno que asegure la continuación del capitalismo. Ésta es la razón por la que los marxistas nos oponemos a la idea de un Gobierno de “consenso”, eso no significaría un cambio social fundamental, los representantes burgueses de ese Gobierno no estarían de acuerdo en romper con el capitalismo, la fuente de su poder”.

La situación de hoy invita a realizar advertencias similares. Los organizadores de las marchas, aunque correctamente solicitaron a Al-Bashir que renunciara, también querían presentar una petición para exigir un “Gobierno de transición de tecnócratas con un mandato acordado por todos los segmentos de la sociedad sudanesa”.

La salida “tecnocrática”, un golpe militar que cambie las viejas caras políticas, la participación de figuras “frescas” de la oposición precapitalista, o variantes de estos escenarios no solucionarán ninguno de los problemas fundamentales que enfrentan las masas sudanesas. Las experiencias revolucionarias pasadas han mostrado, una y otra vez, lo que se puede esperar de este tipo de fórmulas: la eliminación de la figura desacreditada del régimen y su reemplazo por un Gobierno nominalmente civil, pero unido a la preservación de los pilares de la antigua maquinaria estatal y de las riquezas y poder económico de la parasitaria élite capitalista.

Para tener éxito, el movimiento revolucionario sólo puede confiar en sus propias fuerzas y en su organización interna. La construcción de una organización de izquierdas independiente es urgente, a fin de proporcionar un instrumento político poderoso que defienda los intereses de los trabajadores, las mujeres, los campesinos y todos los pobres en lucha para unirse en un gobierno revolucionario propio: un gobierno armado con un programa para hacerse cargo de los activos y la riqueza de la camarilla gobernante corrupta, nacionalizar las principales industrias y grandes explotaciones de Sudán, y elaborar un plan de producción socialista democrático que ponga en el centro las necesidades de la mayoría de la población.

* Como término religioso significa dar una parte de ciertos bienes a la gente pobre con el fin de agradar a Alá.

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