¡Hay que continuar la lucha en las calles! ¡Por el socialismo, abajo Piñera asesino!
El domingo 25 de octubre se celebró en Chile el referéndum para ratificar el inicio del proceso que culminará con la aprobación de una nueva Constitución. El objetivo de la consulta era establecer si debía sustituirse la carta magna vigente, sancionada bajo la dictadura de Pinochet y, en caso de aprobarse, decidir el organismo encargado de realizar el nuevo texto: una Convención Constitucional (CC) compuesta por ciudadanos independientes o una Comisión Mixta (CM) formada a partes iguales por independientes y parlamentarios.
El resultado de la votación fue absolutamente rotundo. Un 78,27% (5.884.076 votos) a favor de acabar con la Constitución pinochetista y un porcentaje casi idéntico (78,99%, 5.644.418 de votos) para que la misma sea realizada por una Convención Constituyente independiente del Parlamento, donde hoy la derecha tiene mayoría.
Nada más terminar la votación, decenas de miles volvieron a tomar la Plaza Dignidad para dejar claro que las fuerzas que levantaron la revolución chilena siguen activas y que la batalla contra el Gobierno criminal de Piñera continúa en las calles.
El Apruebo recibe un apoyo masivo de las comunas obreras
Los análisis realizados por la prensa burguesa tienen que reconocer que el refrendo deja meridianamente claro un voto que no se limita a conseguir una mera renovación constitucional, sino que refleja algo mucho más profundo: el enorme ansia de las masas por deshacerse de una vez por todas de la herencia de la dictadura y por un cambio radical de la sociedad, acabando con la lacra de los recortes y las privatizaciones, los privilegios de una oligarquía que se ha hecho de oro gracias a las recetas neoliberales, y con la represión de un aparato estatal que continúa sin depurar de fascistas y torturadores.
Esta tesis se reafirma al comprobar el recuento en las comunas más pobres del país. Allí donde la crisis económica y las políticas capitalistas han tenido un efecto más catastrófico, el golpe a la derecha ha sido aún mayor. El Apruebo supera en estas localidades la media nacional, mientras que el Rechazo solo triunfa en las zonas con la renta más alta: apenas en 5 de las 346 comunas que existen en todo el país.
En Santiago, la capital, encontramos un ejemplo muy ilustrativo de esta división del voto en líneas de clase. En Las Condes —una de las 3 comunas donde triunfó el Rechazo— el ingreso medio mensual por habitante es de 900.000 pesos, mientras que en Puente Alto, al sur de la ciudad y donde el Apruebo ha vencido con el 88%, es de 136.000, casi ocho veces menos.
A pesar de que este referéndum fue un compromiso del régimen asesino de Piñera con los dirigentes reformistas de la izquierda, y que tenía como fin desviar el proceso revolucionario iniciado con el levantamiento popular de octubre de 2019, la votación ha representado una derrota sin paliativos para las fuerzas de la derecha y ha puesto de manifiesto la enorme fuerza de la clase obrera chilena. Por eso la clase dominante ha decidió mover ficha para intentar garantizar que el proceso constituyente no se le escapa de las manos.
La burguesía “blinda” su control sobre la futura Constitución
Tras conocerse los resultados electorales, Piñera salió en rueda de prensa rodeado de todos sus ministros para intentar dar una imagen de fuerza tras el estacazo recibido. En un burdo intento por dar la vuelta a la situación, asumió el éxito del Apruebo como si fuese una victoria de su propio Gobierno, llegando a afirmar que se trata de “un triunfo de todos los chilenos y chilenas que amamos la democracia, la unidad y la paz”.
¡Qué hipocresía más grande! El máximo dirigente de la represión, de las torturas, de los asesinatos de manifestantes, el mismo que impuso el estado de excepción para intentar frenar las movilizaciones, se presenta ahora como el adalid de la democracia.
Pero si este plan falla y el proceso constituyente amenaza con escapar de su control, la derecha cuenta con varios mecanismos para boicotearlo. La primera de estas formas de veto es la mayoría cualificada de 2/3 del Parlamento necesaria para poder aprobar la Constitución. Es decir, que si tan solo poco más de un tercio de la cámara electa está representado por la derecha, esta tendrá total legitimidad para frustrar la aprobación.
Y aunque se consiguiese sacar esta iniciativa adelante, existe otro gran obstáculo: los propios plazos fijados para la aprobación de la Constitución. En el mejor de los casos estará redactada y lista para su aprobación en ¡mayo de 2022!
El objetivo de esta dilación es que, mientras tanto, Piñera y los capitalistas tengan total libertad para seguir aplicando su agenda represiva, recompongan sus fuerzas y preparen un nuevo golpe —cuando encuentren el momento oportuno— con el objetivo de fulminar el proceso.
Pero siendo claros y yendo al fondo del asunto, aun consiguiendo que todo este tortuoso camino culmine en un nuevo texto constitucional, ¿realmente supondrá un cambio real para la clase obrera chilena?
Una nueva Constitución no cambiará las condiciones de vida de los oprimidos
La izquierda reformista y parlamentaria —el Partido Socialista, el Partido Comunista y los sindicatos oficiales (encabezados por la Central Única de Trabajadores, CUT)— ha legitimado esta maniobra de la oligarquía chilena al plantear que una Asamblea Constituyente burguesa podrá acabar con las privatizaciones, la represión, incluso las desigualdades sociales. En un vergonzoso ejercicio de cretinismo parlamentario, tratando en todo momento de sacar a las masas de las calles, han convertido la AC en la panacea para acabar con los grandes problemas que sufre la clase obrera.
De esta manera, los dirigentes reformistas han presentado la redacción de una nueva Constitución y la conformación de una nueva Asamblea Constituyente, como la única alternativa. Esta es la principal razón por la que se ha producido un voto masivo en los barrios proletarios, reflejando el profundo deseo de cambio entre la clase obrera chilena y los oprimidos en general.
Piñera, acorralado por la movilización decidida, contundente y masiva de la clase obrera, respondió en un primer momento con la represión dura e indiscriminada. Las cargas policiales, las detenciones generalizadas, las palizas a manifestantes, etc., lejos de debilitar el movimiento, le insuflaron energía y radicalidad.
Las luces de alarma se encendieron en los despachos de los grandes capitalistas y banqueros chilenos, que son los que realmente ejercen el poder en el país austral.
Fue entonces cuando el presidente chileno, siguiendo las directrices de los oligarcas, puso encima de la mesa (sin abandonar las medidas represivas) el referéndum constitucional y la Asamblea Constituyente, como una forma de desactivar un movimiento que cada vez adquiría un cariz más revolucionario. El objetivo era canalizarlo hacia las más tranquilas e inofensivas aguas del parlamentarismo.
Para conseguirlo necesitaba de la colaboración de los dirigentes obreros, que no dudaron en brindarle todo su apoyo justo en el momento en que el odio hacia su figura era más intenso entre capas cada vez más amplias, y la posibilidad de hacer caer su Gobierno era más clara.
Por su parte, la izquierda chilena que se reclama revolucionaria ha opuesto al proceso constituyente pactado por los dirigentes reformistas con el Gobierno Piñera, la lucha por una Asamblea Constituyente pero realmente “libre y soberana”.
Es necesario decir alto y claro que ningún parlamento burgués, y la Asamblea Constituyente por muy “libre y soberana” que se autoproclame, lo es, resolverá los problemas de las masas chilenas.
¡Abajo Piñera! ¡Por un Gobierno de los trabajadores y por el socialismo!
No somos sectarios, valoramos el resultado del referéndum como un tremendo golpe a la derecha y como una demostración de fuerza de la clase obrera. Pero plantear la transformación de la sociedad sin la lucha revolucionaria es una completa quimera que solo llevará a la frustración de millones tras una amarga experiencia.
Si algo demuestra la experiencia histórica es que hasta la más democrática de las constituciones y el más progresista de los parlamentos chocan siempre contra un insalvable obstáculo: el carácter de clase del Estado capitalista. El Estado burgués y todas sus expresiones institucionales —como el Parlamento y sus leyes— no son neutrales. Responden a los intereses de la clase dominante, de aquellos que tienen el control económico y político de la sociedad.
Esto es el abecé para cualquier marxista pero parece que la izquierda chilena lo ha olvidado por completo. El ejemplo más claro de cómo se conquistan unas mejores condiciones de vida lo han puesto sobre la mesa las propias masas chilenas. Han conseguido en un año de lucha más cambios y mejoras que toda la izquierda parlamentaria en los últimos treinta.
¿De verdad creen sus señorías que estas conquistas sociales históricas —entre las que se encuentra la celebración del propio referéndum— se han producido por sus hábiles tácticas parlamentarias y no han sido fruto del movimiento huelguístico más espectacular desde los años 70?
Si la CUT, el PC y toda la izquierda hubiese planteado continuar con el proceso huelguístico acompañándolo de la ocupación de las fábricas, de la creación de comités de acción en los centros de trabajo, en los centros de estudio y en los barrios… En definitiva, si hubiesen dotado a la clase obrera de un programa que permitiese construir un modelo de sociedad alternativa para desterrar la opresión capitalista de sus vidas, la situación en Chile ahora mismo sería radicalmente distinta.
Los acontecimientos chilenos han vuelto a señalar la necesidad de levantar una estrategia de clase, revolucionaria y socialista para hacer avanzar la revolución, y no para descarrilarla o estrangularla. Este programa debe ser concreto, consecuente y práctico. Debe plantear soluciones que den respuesta a las necesidades más acuciantes para la población y que pueden ser conquistadas a través de la acción directa de los jóvenes y trabajadores:
Frente al hambre y la miseria, nacionalización de la banca, de los monopolios y de la tierra, sin indemnización y bajo el control democrático de los trabajadores y sus organizaciones; salarios dignos y empleo estable; derecho a una vivienda pública asequible; jubilaciones dignas cien por cien públicas, y fin de las AFP.
Hay que poner fin a la catástrofe de la pandemia, declarando cuarentenas totales, manteniendo el 100% de los ingresos para las familias. A la vez hay que expropiar la sanidad privada y fortalecer una red hospitalaria pública, digna, gratuita y universal. De la misma forma, establecer una educación 100% gratuita en todos los niveles.
¡Abajo la represión de Piñera! Libertad para todos los presos políticos y depuración inmediata de fascistas del ejército, la policía y la judicatura; juicio y castigo a los responsables de la represión y los crímenes de la dictadura; todos los derechos al pueblo mapuche.
En lugar de un parlamento capitalista, controlado por el régimen, hay que extender los cabildos y las asambleas populares. Estos organismos deben ser coordinados nacionalmente, mediante delegados elegibles y revocables, en una Asamblea Revolucionaria que elija un Gobierno de los trabajadores para romper con el régimen capitalista.
La experiencia de este proceso constituyente, que no solucionará ninguno de los principales problemas que sufren los trabajadores y sus familias, creará las condiciones para que la lucha vuelva a ser la protagonista.
Las maniobras de Piñera, apoyadas y avaladas por los dirigentes reformistas del movimiento obrero, no traerán consigo un periodo duradero de estabilidad. El capitalismo no tiene nada que ofrecer a las masas pobres y trabajadoras que, más pronto que tarde, volverán a la ofensiva contra el capitalismo, poniendo en primer plano la lucha por el socialismo.