Italia se ha convertido en el epicentro de la crisis sanitaria provocada por el Covid-19. En el momento de escribir estas líneas, los datos son desoladores: casi 6.000 muertos, más de 60.000 contagiados (más del 10%, personal sanitario) y una tasa de mortalidad cercana al 10%. Sin haber llegado aún al pico de difusión, que algunos expertos aplazan a dentro de un mes, cuando se podría alcanzar la cifra de 200.000 contagiados, la pregunta es: ¿se podría haber evitado? La respuesta es clara: sí.
Un epidemiólogo de la Universidad de Hong Kong, entrevistado para la BBC, fue tajante al respecto de la descontrolada crisis italiana: “No creo que la razón principal de las muertes en Italia sea su población de adultos mayores. (…) mucho tiene que ver con la cantidad de control y pruebas que se están haciendo (…) Italia está enfocando sus test en las personas que ya están bastante enfermas en el hospital, por lo tanto la mayoría de estos casos son graves y el riesgo de muerte es bastante alto” y, sin embargo, añade “no hay médicos suficientes ni espacio en las unidades de cuidados intensivos. En muchos casos, tampoco quedan respiradores disponibles ni el equipamiento necesario para combatir el brote”.
Ocultación de la realidad
En los medios italianos, y también españoles, se está ocultando conscientemente la realidad. La falta de previsión y la falta de medios materiales y humanos (ya evidenciada en la tragedia de los grandes terremotos que sacudieron Abruzzo en 2009) es completamente sangrante y el sistema sanitario –a un mes de la llegada del virus y lejos de alcanzar el pico– está prácticamente colapsado.
Las 5.000 camas en las UCI con las que cuenta el país ya estaban al completo antes de que comenzase la propagación del virus. Por otra parte, los médicos están haciendo turnos de 12 y hasta de 24 horas para poder atender el torrente de infectados, y muchos de ellos no cuentan con los dispositivos de protección individual básicos, con lo que se convierten en víctimas y en potentes propagadores. Se han viralizado imágenes de médicos protegiéndose con bolsas de basura. Este es el resultado de décadas de privatizaciones y recortes en los servicios esenciales por parte de los Gobiernos de Berslusconi, del Partido Democrático (PD) de Renzi, del reaccionario Gobierno de la Liga y el Movimiento 5 Estrellas (M5E), y que han continuado con el actual Ejecutivo del PD-M5S, presidido por Giuseppe Conte.
Los políticos burgueses, a través de sus medios de comunicación, quieren ocultar su responsabilidad e intentan echar la culpa de la situación a una población muy envejecida y poco concienciada, que sale de manera irresponsable de su casa a pesar de las prohibiciones. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Es cierto que Italia es un país muy envejecido, el 22% de la población tiene más de 65 años, pero ese no es el factor determinante. Lombardía, con grandes núcleos urbanos e industriales, no está entre las regiones más envejecidas del país y cuenta, en teoría, con un sistema público de salud más amplio que otras zonas. En cambio, está siendo la zona más castigada de todo el mundo con casi 30.000 contagios y cerca de 4.000 muertes.
Hay que paralizar toda la actividad no esencial
Tampoco es la imprudencia de los lombardos lo que explica esta situación, es el capitalismo salvaje. A 19 de marzo, un mes después del primer caso diagnosticado de Coronavirus en Italia, precisamente en el norte, el 73% de las empresas de Lombardía sigue funcionando, lo que supone que medio millón de personas se desplazan a diario para ir a trabajar, según datos de la patronal italiana. Los datos oficiales indican que el 40% de los lombardos se desplaza habitualmente. El propio Gobierno regional por boca su asesor de finanzas, Giulio Gallera, ha tenido que reconocer este desastre: “creo que hay que cerrar el transporte público local, vemos siempre el metro abarrotado y los trenes llenos de personas”.
Se está condenando a la clase trabajadora lombarda, e italiana, a un contagio seguro y masivo en nombre de los beneficios empresariales. En los grandes núcleos urbanos de la región las cifras son estremecedoras: en la capital, Milán, hay una persona contagiada por cada 630 habitantes, y en Bérgamo, otra de las principales ciudades, una por cada 179.
Otro factor que está agravando la situación, principalmente en Lombardía y en las zonas más industrializadas del norte del país, es el alto grado de contaminación del aire al que está expuesta la población, causada en su mayor parte por una actividad industrial descontrolada. Según un estudio de la Sociedad Italiana de Medicina Ambiental los mayores y anómalos porcentajes de mortalidad, en la Val Padana (norte) coinciden con las zonas de mayor concentración de partículas PM10. Convivir con este grado de contaminación durante décadas ha hecho que los problemas respiratorios y pulmonares sean particularmente habituales en la región, de ahí que la mortalidad de los afectados por el Covid-19 sea tan alta.
Las medidas del Gobierno: salvar a los capitalistas, migajas para los trabajadores
Esta crisis está siendo un auténtico terremoto para una economía que ya estaba en recesión antes de la pandemia. Las estimaciones más esperanzadoras, provenientes del Instituto Oficial de Estadística, hablan de una caída del ¡8% del PIB para el primer semestre de 2020! y el principal índice bursátil italiano (FTSE-MIB) acumula un retroceso global del 30% en las últimas semanas. Las previsiones para el mercado laboral indican una destrucción de empleo masiva.
El Gobierno italiano ha anunciado la movilización de 350.000 millones de euros, una inyección de dinero público para garantizar la liquidez de las empresas y ahorrar a los empresarios el sueldo de los trabajadores, abonando las prestaciones por desempleo de aquellos que se han quedado en la calle o que han visto reducida su jornada. Un nuevo rescate a los capitalistas, mientras para la clase trabajadora quedan unas migajas que poco paliarán la verdadera catástrofe social que estamos viviendo.
Estas medidas se han formalizado con el decreto “Cura Italia”, aprobado el 16 de marzo, y firmado por Gobierno, patronal y sindicatos, y aplaudido por la burguesía italiana e internacional, que respondía con un retroceso en la prima de riesgo, de 330 a 182 puntos.
El contenido de dicho decreto es un auténtico insulto para los miles de fallecidos e infectados. La medida estrella es un paquete de 25.000 millones de euros “para ayudar al sistema económico italiano, a las empresas y las familias”, de los que 10.000 millones irá a “ayudas al empleo” (es decir, a los bolsillos de los empresarios a través de facilidades fiscales). Aunque se han prohibido (desde el 23 de febrero) los despidos económicos durante dos meses –mientras el Estado siga inyectando a las empresas, en lugar de usar los beneficios amasados por los empresarios todos estos años–, ¿qué pasará a finales de abril? Una oleada de expedientes de regulación de empleo, despidos masivos recorrerán las empresas italianas.
El paquete económico del Gobierno recoge también prórrogas en los pagos de alquileres e hipotecas, un bono de 600 euros para los autónomos que hayan perdido su trabajo, aumento de 15 días del permiso de paternidad y maternidad para progenitores (solo para uno de ellos y siempre y cuando el otro trabaje) con niños de hasta 12 años y con un 50% del salario –en un contexto en el que ya han anunciado que posiblemente no se vuelva a las aulas este curso–, pago de las prestaciones por desempleo durante nueve semanas sin que descuenten de lo acumulado, en marzo habrá ayudas de hasta un 60% para los alquileres de locales comerciales… Estas medidas se toman para evitar una explosión social a corto plazo, pero son claramente insuficientes.
Nacionalizar la banca y los servicios esenciales
Este decreto perpetúa la gravísima situación actual e impide que los contagios puedan detenerse ya que la producción, aunque lenta y reducida, y con ella el contacto entre trabajadores en las empresas y en los medios de transporte, continúa.
Que los principales sindicatos, empezando por la dirección de la CGIL, al igual que la UIL y CISL, hayan aceptado sin rechistar los planes del Gobierno es una demostración de la bancarrota política de sus políticas reformistas y de conciliación de clases. Han abandonado por completo a la clase trabajadora sin proponer ninguna alternativa y mirando hacia otro lado ante las numerosas huelgas espontáneas que han sacudido el norte del país exigiendo el cierre de empresas.
La FIOM (perteneciente a la CGIL), principal sindicato del sector metalúrgico, en vez de unificar estos paros, extenderlos por todo el país y promover una gran huelga general para paralizar toda la actividad industrial, ha hecho lo posible por aislarlos y negociar provincia por provincia o empresa por empresa, de ahí que los resultados sean desastrosos: algunas pocas fábricas se han visto obligadas a cerrar por la presión de los trabajadores pero la mayor parte solamente han cerrado un día para realizar labores de desinfección o siguen produciendo pero a ritmo más lento. Rocco Palombella, secretario general de UILM, segundo sindicato metalúrgico del país, afirmó al diario La Repubblica “hemos sugerido a las empresas y al Gobierno ralentizar la producción”. Sugerir y ralentizar, esa es su alternativa.
La solución no pasa solo por cerrar los transportes sino por paralizar inmediatamente todos los sectores que no sean de primera necesidad. Simultáneamente, deben ser nacionalizadas aquellas industrias y sectores económicos que sirvan para abastecer a la población de lo más esencial (alimentación, electricidad, gas…) y para combatir la pandemia, empezando por la banca. Las nacionalizaciones deberían afectar a la industria farmacéutica, pero también a las fábricas de automoción y del textil, dos de los principales sectores en el norte del país, que podrían fácilmente ponerse a funcionar para producir mascarillas, ventiladores, trajes protectores... Hay que poner toda la capacidad financiera y productiva del país, así como los beneficios acumulados por los capitalistas, al servicio de los intereses de toda la población. Solo con la nacionalización de las principales palancas de la economía se puede combatir la pandemia con los mínimos costes posibles, y al mismo tiempo evitar una catástrofe social que hunda a la mayoría de población a una situación de miseria.
El capitalismo italiano está mostrando su verdadera naturaleza, y a través de sus lacayos en el Gobierno, está condenando a la población a un contagio masivo en nombre de los beneficios empresariales sin que ninguna organización de la izquierda plantee ninguna alternativa. Sin embargo, los acontecimientos no caerán en saco roto. La clase trabajadora italiana está extrayendo duras lecciones que, en el futuro, se transformarán en combustible para un inevitable gran estallido social que pondrá en jaque al sistema capitalista en Italia.