Treinta años después de la caída de la URSS, la situación en Europa del Este vuelve a concentrar la atención del mundo y muestra las debilidades del imperialismo norteamericano y sus aliados europeos. Si en 1991 el desplome de los regímenes estalinistas y la restauración capitalista en el llamado bloque soviético se saldó con un triunfo sin paliativos para Washington, tres décadas después los avances espectaculares de China en el plano económico y militar, y la recuperación de Rusia como una potencia de primer orden, han modificado profundamente las relaciones internacionales.
En pocos meses hemos asistido a un duro enfrentamiento entre Polonia y Bielorrusia con los refugiados como víctimas propiciatorias de esta batalla. La hipocresía de la Unión Europea justificando las leyes racistas y el discurso antiinmigración ha sido especialmente repugnante, tal como explicamos en nuestra última declaración. Ahora, la situación se ha vuelto aún más tensa a tenor de la escalada en el enfrentamiento de Ucrania y Rusia que está implicando la movilización de un gran número de tropas en la frontera.
Por supuesto, esto no quiere decir que una guerra abierta entre Ucrania y Rusia sea algo seguro. Una confrontación bélica entre los dos países abriría un escenario de consecuencias impredecibles. En esta nueva “guerra fría” es importante considerar los intereses en juego y no dejarse deslumbrar por las apariencias. EEUU está utilizando el régimen reaccionario ucranio, como ya hizo en el pasado, para acelerar su lucha contra Rusia y lanzar una seria advertencia a China. Pero sus pretensiones de incluir a Kiev en la OTAN y convertir Ucrania en su punta de lanza contra el régimen de Putin se ha encontrado con una respuesta contundente.
Rusia irrumpe en el tablero mundial
Para una parte considerable de la izquierda heredera del estalinismo, el conflicto actual se reduce a meras consideraciones de geopolítica. Putin es presentado como el continuador de la URSS, y se le pinta como un nacionalista dispuesto a resistir al embestida occidental que merece ser apoyado incondicional y acríticamente. Pero la realidad dista mucho de esta imagen evocadora y reduccionista. El régimen de Putin responde a los intereses de la oligarquía capitalista rusa, que sobre las ruinas de la propiedad nacionalizada, sobre el saqueo del patrimonio de la URSS y del robo al pueblo soviético, se alzó a la cabeza de un sistema de capitalismo salvaje.
Putin no es ningún factor progresista, ni lidera un Gobierno a favor de los intereses de los trabajadores y los oprimidos del mundo. La Rusia capitalista de hoy, con el águila bicéfala de la bandera zarista restaurada, es una potencia imperialista que maniobra en la escena internacional para asegurar los privilegios y los negocios de la clase dominante y de una plutocracia ligada al complejo militar-industrial.
Dicho esto, sería de una ingenuidad bochornosa tragarse la propaganda occidental que presenta a EEUU y la UE como los garantes de la democracia y la libertad de Ucrania frente a las ansias expansionistas de Rusia. No. La lucha que se está librando en estos momentos en la frontera entre Ucrania y Rusia es parte de otra mucho más amplia por la hegemonía mundial.
En los últimos años el avance de Rusia es indiscutible. La guerra de Georgia fue un punto de inflexión para el Kremlin, y la anexión de Crimea en 2014 fue una demostración clara de este cambio. A partir de ahí las intervenciones militares en Libia y Siria han puesto de relieve que Rusia ha vuelto al tablero internacional con fuerzas renovadas. Su intervención en los asuntos mundiales ha ido in crescendo de la mano de China. En África ha conquistado posiciones país tras país: en octubre de 2019 tuvo lugar una primera cumbre ruso-africana en la que se firmaron contratos por un valor de 11.300 millones de euros con cuarenta países del continente, y su presencia militar es tan amplia que ya ha provocado la denuncia histérica de la CIA y el Departamento de Estado (países como Mali han formado convenios de asistencia militar con Rusia para enfrentar el avance de las milicias yihadistas).
En los últimos meses Rusia ha llevado adelante maniobras militares conjuntas con China, Bielorrusia, Tayikistán, Uzbekistán, Abjasia, Armenia, India, Pakistán, Kazajistán, Egipto, Osetia del Sur y por primera vez también con la ASEAN que engloba a diez países del sudeste asiático. El régimen de Putin ha logrado firmar con la India, un firme aliado de Estados Unidos, un acuerdo de cooperación técnico-militar hasta el año 2031. India fabricará 500.000 fusiles de asalto rusos AK-203 y realizará ejercicios militares con Rusia. Actualmente, las inversiones de Rusia en India ascienden a unos 38.000 millones de dólares y el comercio bilateral ha aumentado en un 38% en el último periodo. Además, a pesar del veto norteamericano, finalmente India compró los misiles tierra-aire rusos S-400.
En Europa, la construcción del gaseoducto Nord Stream 2, que permitirá enviar gas desde Rusia a Alemania sin pasar por Ucrania, ha sido otro punto importante de fricción entre el imperialismo occidental y el ruso. No solo reportará grandes beneficios a Rusia, este acuerdo supondrá un golpe para Ucrania, que se quedará privada de miles millones de dólares por aranceles de paso que ya no cobrará. De momento, Alemania ha frenado la puesta en funcionamiento del gaseoducto ante las presiones de Estados Unidos, que ha puesto el grito en el cielo por la extrema dependencia de Europa occidental del gas ruso. Pero los intereses crematísticos de los grandes monopolios europeos para asegurarse el flujo de esta materia prima esencial, y del Gobierno alemán para abastecer su mercado interno, pesarán más que las exigencias de Washington.
Movimientos de tropas en un escenario cada día más crítico
En 2021 se firmó el AUKUS, el tratado de defensa entre Reino Unido, Australia y Estados Unidos en el Pacífico, en una clara provocación hacia China. Además el imperialismo norteamericano y sus socios de la OTAN han realizado en el Mar Negro las maniobras militares más grandes desde la disolución de la URSS. Han enviado barcos de guerra, sobrevolado el espacio aéreo ruso y desplegado miles de soldados en los países del Báltico y Polonia.
Por su parte Rusia y China lejos de retroceder han respondido con contundencia. En octubre realizaron de forma conjunta su primera patrulla marítima en aguas del Pacífico. La operación, en la que se practicaron ejercicios antisubmarinos y simulacros con fuego real, contaba con diez buques de guerra que pasaron siete días navegando por el Mar de Japón, el Pacífico occidental y el Mar de China Oriental.
Además en la nueva carrera armamentística que se está desarrollando en relación con las armas hipersónicas, China y Rusia no solo han realizado pruebas con éxito, sino que Rusia ya está lista para armar sus buques de guerra con este tipo de misiles crucero. Mientras tanto, las pruebas que ha realizado el imperialismo norteamericano han sido un completo fiasco.
Es en este contexto donde tenemos que situar la escalada de amenazas que EEUU y la UE están lanzando contra Rusia. El Gobierno ucraniano, con el respaldo de Occidente, ha situado casi 10.000 soldados en la frontera rusa, amenazando invadir las repúblicas de Donetsk y Lugansk. Además, en la última reunión entre la OTAN y Rusia, los dirigentes americanos insistieron en integrar a Ucrania dentro de la alianza militar occidental. La respuesta del Ministerio de Exteriores ruso ha sido inmediata, amenazando con desplegar misiles en Venezuela y Cuba. Podríamos suponer cómo habría reaccionado la Casa Blanca en el caso de que China o Rusia llegaran a acuerdos militares con Canadá o México.
Ucrania, los fascistas y la guerra del Donbás
En 2013 el imperialismo estadounidense maniobró para un cambio de régimen en Ucrania con sus usuales intrigas. Aprovechando el descontento popular contra el régimen capitalista del presidente pro ruso Víktor Yanukóvich, financió y armó a grupos paramilitares de extrema derecha en el movimiento Euromaidán. Después de semanas de violencia extrema, EEUU y la UE consiguieron derrocar a Yanukóvich y reemplazarle por un cipayo de su confianza, el empresario Petró Poroshenko, que abrió de par en par las puertas del país al FMI y sus planes de ajuste. Los niveles de vida colapsaron y los derechos democráticos fueron pisoteados con la ayuda de las bandas fascistas incorporadas a la policía y el ejército ucranianos.
Una de las consecuencias de los actos del imperialismo en 2013 fue la guerra en el Donbás. Según la ONU, el conflicto militar ha provocado más de 13.000 muertos, más de 30.00 heridos, 1,4 millones de desplazados y que 3,4 millones de personas dependan para subsistir de algún tipo de ayuda humanitaria. La aplastante mayoría de la población de Donetsk y Lugansk es de etnia rusa, como sucede en Crimea. Estas dos regiones concentran la mayor parte de la industria y minera ucraniana y precisamente la numerosa clase obrera de esta región fue decisiva para derrotar al Euromaidán y a los grupos fascistas en la región. El resultado del levantamiento popular fue el nacimiento de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk.
Pero la ausencia de una dirección revolucionaria y la posición errónea del Partido Comunista Ucraniano, que tenía su principal base de apoyo en esta región, prefiriendo colaborar con los oligarcas del Donbás en lugar de apoyar la lucha revolucionaria de los trabajadores con un programa genuinamente comunista e internacionalista, dejó el camino libre a todo tipo de elementos nacionalistas prorrusos, con ideas antisemitas o incluso fascistas, que solo persiguen defender sus privilegios. A pesar de la retórica que utilizan los Gobiernos de estas “repúblicas populares”, se han convertido en meras camarillas obedientes de los intereses del gran capital ruso.
Hipocresía imperialista
Ocho años después de los acontecimientos del Euromaidán, la banda de oligarcas de Víktor Yanukóvich fue sustituida por otra y continuó el saqueo de Ucrania. En octubre de 2019 ganó las elecciones el cómico televisivo Volodímir Zelenski con una campaña más alejada del histerismo patriótico y el nacionalismo de su predecesor, prometiendo crecimiento económico, democracia y mejora de las condiciones de vida. Pero tan solo han transcurrido dos años y la insatisfacción con Zelinski es enorme.
La guerra en la región del Donbás lejos de terminar se ha intensificado y cada año consume miles de millones de euros de una economía muy debilitada. Según algunas fuentes absorbe más del 20% del PIB ucraniano. Otra causa del descontento es la gestión criminal de la pandemia, según los datos oficiales han muerto más de 89.000 personas, pero algunas fuentes sitúan la cifra por encima de los 120.000. Más de dos millones de personas se han contagiado y solo un 21% de la población está vacunada. La resistencia a la vacunación, como en la mayoría de los países, es promovida por la extrema derecha y en el caso ucraniano también por el clero ortodoxo.
En octubre la tasa de aprobación de Zelenski había caído hasta el 24,7%. Precisamente ese es uno de los factores del giro radical tanto en su política interior y exterior, recurriendo como su predecesor al patriotismo y el nacionalismo más reaccionarios. El pasado mes de febrero anunció la intención de recuperar la península de Crimea, que fue anexionada militar y políticamente por Rusia tras un referéndum en 2014. Desde entonces ha hecho todo lo posible para torpedear el cumplimiento de los Acuerdos de Minsk, que sancionaron el autogobierno de los dos territorios que forman la región del Donbás, las repúblicas de Donetsk y de Lugansk. Tampoco ha respetado ninguno de los altos el fuego y ha continuado con los ataques militares y actos terroristas contra la población del este ucraniano.
El Gobierno ucraniano, igual que el polaco en su enfrentamiento con Bielorrusia, cuentan con el apoyo y beneplácito de Washington y de la UE que han secundado cada una de sus decisiones. El doble rasero de los socios de la OTAN ha quedado en evidencia en todos sus actos: acusan a Rusia de planificar una invasión cuando se han dedicado a armar hasta los dientes al ejército ucranio.
La actitud beligerante y las constantes provocaciones a Rusia por parte del Gobierno Biden tampoco pueden entenderse al margen de la profunda crisis del capitalismo norteamericano. Una economía debilitada que subsiste gracias a una brutal explotación de su fuerza de trabajo, a un mercado bursátil sobrevalorado y las enormes inyecciones de dinero que suministra la Reserva Federal. Después del fiasco de la presidencia de Donald Trump, ahora Joe Biden y su Gobierno intentan recuperar la hegemonía mundial perdida recurriendo al militarismo y la amenaza bélica. El hecho de que haya aprobado el presupuesto militar más alto de la historia, 777.700 millones de dólares, más del triple de China, es una prueba incontestable.
Una guerra entre Ucrania y Rusia es difícil que se produzca en estos momentos. La matanza que desencadenaría, no solo entre las tropas combatientes sino entre la población civil, abriría una crisis política de incalculables consecuencias en los dos países. También afectaría directamente a la estabilidad europea, provocando un gran movimiento anti guerra en un momento de grave crisis social y económica. Pero que esta escalada no se traduzca en una guerra salvaje, como la que ha arrasado Siria, Iraq o Afganistán, no significa que la amenaza de conflictos armados a gran escala haya desaparecido.
La lucha de la clase obrera por encima de las fronteras, con un programa de clase, comunista e internacionalista, es el único camino para impedir nuevas masacres imperialistas y poner fin al caos capitalista. Comprender lo que está en juego y no caer en la trampa de la propaganda burguesa es el primer paso.