Por una política internacionalista y de independencia de clase contra la guerra
La invasión de Ucrania por el ejército ruso representa un acontecimiento de envergadura histórica, confirmando los dramáticos cambios que la lucha interimperialista ha sufrido en los últimos años. La decadencia estadounidense, simbolizada en su humillante derrota en Afganistán el pasado septiembre; la emergencia de China como superpotencia económica, tecnológica y militar, y la respuesta de Putin a la agresiva expansión de la OTAN desatando la guerra en Ucrania, subrayan la profunda crisis del orden mundial tejido por Washington tras la descomposición de la URSS.
Millones de trabajadores y jóvenes en todo el mundo observan horrorizados la brutal intervención del régimen imperialista y despótico de Putin, los bombardeos y los asedios cada vez más destructivos contra las ciudades ucranianas, y el éxodo de más de dos millones de mujeres y niños huyendo de la guerra. Sin embargo, este genuino sentimiento de rechazo y de solidaridad con el pueblo ucraniano es utilizado por el imperialismo estadounidense y europeo, y por sus medios de comunicación, para lanzar una avalancha de propaganda y presentar una visión totalmente deformada del conflicto.
La guerra de Ucrania, con todo el sufrimiento humano que conlleva, no es una excepción en las últimas décadas. Que Estados Unidos, la OTAN o la UE alcen la voz indignados por esta violación “del derecho internacional” y la “soberanía nacional” de un país, es un insulto a la razón. Los mismos que han reducido a escombros países enteros como Serbia, Iraq, Afganistán, Siria, Libia, Yemen… y que han causado al menos 900.000 muertos y 38 millones de desplazados y refugiados desde el 11-S, según la Universidad Brown de Estados Unidos, no tienen ninguna legitimidad para presentarse como los abanderados de la paz.
Estados Unidos, la UE y el resto de las potencias occidentales no defienden la libertad ni la soberanía del pueblo ucraniano. Ellos promovieron en 2013-2014 a las bandas fascistas y neonazis en las movilizaciones del Euromaidán, respaldaron a los sucesivos Gobiernos derechistas tras la destitución de Víktor Yanukóvich, e impusieron una agenda salvaje de recortes sociales, de criminalización contra la izquierda, y pogromos contra la población rusa en Odessa y numerosas localidades del Donbás.
Ahora, en un nuevo capítulo de esta farsa, conmueven a la opinión pública ante la llegada de los refugiados ucranianos, pero en realidad los utilizan como moneda de cambio en su guerra propagandística. Millones de personas se han visto obligadas en estos años a abandonar sus hogares huyendo de los conflictos bélicos promovidos por EEUU y las potencias europeas. Decenas de miles mueren antes de alcanzar las fronteras del viejo continente, pero aquellas que lo logran son internadas en campos de concentración (Lesbos en Grecia, Turquía), hacinadas en condiciones infames y sin derechos de ningún tipo.
Tan solo hace unos meses, el nuevo campeón del militarismo europeo, Josep Borrell, llamaba “invasores” a los refugiados afganos y sirios. Ahora, en un nuevo gesto de racismo y xenofobia despreciables, los responsables de la UE solo concederán permisos de residencia y ayudas a los nacionales ucranianos, excluyendo a los inmigrantes de terceros países (árabes, africanos, etc…) que también se han visto atrapados por el conflicto.
La propaganda cínica que el imperialismo occidental esparce a todas horas busca ocultar su enorme responsabilidad en el conflicto actual. Después de décadas de expansión militarista de la Alianza Atlántica en el Este europeo cercando a Rusia y desplegando armamento nuclear delante de sus fronteras, ahora alardean de su inocencia y se presentan como valedores de la paz y la diplomacia. Pero la verdad es siempre la primera víctima de la guerra.
EEUU y China
La guerra de Ucrania solo puede entenderse en el marco de la lucha por la hegemonía mundial entre las dos grandes potencias capitalistas de nuestro tiempo, Estados Unidos y China. Ucrania solo es una pequeña pieza en un tablero que abarca todo el planeta y, acabe como acabe, el conflicto solo habrá sido un paso más hacia un enfrentamiento de mayores dimensiones.
Tras la ruptura de la URSS en 1991 parecía que el mundo estaría dominado para siempre por una única superpotencia, Estados Unidos. Un nuevo orden mundial, a medida de los intereses de Washington, se presentaba como la inevitable culminación de la historia moderna.
En este contexto, el imperialismo norteamericano impulsó una agresiva política militar en Europa: la OTAN se amplió entre 1999 y 2017 a Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Albania, Croacia y Montenegro, y nuevas bases militares norteamericanas se establecieron en estos países. La Casa Blanca abandonó en 2002 el Tratado de Misiles Anti-Balísticos y situó sistemas de defensa antimisiles en Polonia y Rumanía.
Todo ello era parte de la estrategia global de intervencionismo militar allí donde se pusieran en cuestión sus intereses: Iraq, Afganistán, Libia, Yemen… Por no hablar de la cantidad de golpes de Estado, y dictaduras sangrientas que el Departamento de Estado y sus aliados europeos han promocionado en estos años.
Pero este escenario se vio sacudido por otro proceso hasta cierto punto inesperado: el desarrollo acelerado del capitalismo en China hasta convertirse en una superpotencia. China ha registrado más de dos décadas de crecimiento espectacular, mientras la economía occidental lleva catorce años de recesión y estancamiento. Si en el año 2000 la formación bruta de capital fijo en el país asiático se estimó en 400.000 millones de dólares, en 2018 alcanzó los 5,5 billones, superando el registro de EEUU. No es casualidad que el punto de inflexión se produjera precisamente entre 2008 y 2010, cuando la economía occidental se sumió en una profunda recesión.
Gracias a esta inversión masiva de capital, China se transformó en la fábrica global y sus manufacturas producen ya un tercio del total mundial. En diciembre de 2021 sus exportaciones se dispararon un 21% interanual y su superávit comercial alcanzó el récord de 676.000 millones de dólares. China es actualmente acreedora de más de cinco billones de dólares, y ha desbancado a EEUU como banquero del mundo. En 2020, por primera vez, el gigante asiático superó a EEUU como primer destino de Inversión Extranjera Directa (IED): 163.000 millones de dólares contra 134.000 millones.
En marzo de 2020 la Asamblea Popular de China aprobó un nuevo “plan quinquenal”, destinando 1,4 billones de dólares a impulsar nuevos desarrollos tecnológicos. En 1990, EEUU producía el 37% de todos los semiconductores, pero actualmente su cuota es el 12%, por debajo del 15% de China. Según datos del Banco Mundial, la producción de alta tecnología por parte de China ha pasado de representar un escaso 3% mundial en 1999 a un 26% en 2014, mientras que EEUU ha pasado de un 18% a un 7%.
Si comparamos cómo ha enfrentado la pandemia el régimen de Beijing y cómo lo ha hecho la clase dominante occidental, hay que reconocer que la superioridad mostrada por el capitalismo de Estado chino ha sido abrumadora. Atendiendo al número de muertos por cada 100.000 habitantes, EEUU multiplica por 400 la mortalidad de China, y Alemania lo hace por 200. Por supuesto, estos logros no pueden tapar la extrema explotación de la clase obrera, la ausencia de libertades democráticas y sindicales, y la extensión de una desigualdad lacerante: el 1% de los ricos chinos poseía el 30,6% de la riqueza del país en 2020.[1]
El imperialismo chino ha desalojado a Estados Unidos de sus tradicionales zonas de influencia en Asia, África y América Latina, donde sus inversiones masivas de capital le han permitido convertirse en el socio mayoritario de numerosas naciones. El desarrollo de sus canales comerciales, como el proyecto de la ruta de la seda, los bancos de inversión que patrocina en Asia, y la fortísima demanda de materias primas estratégicas que requiere su economía, les ha permitido atraer a su esfera a viejos aliados del imperialismo norteamericano como Paquistán, Turquía o Arabia Saudí.
Es un hecho que la posición preponderante de Washington en los asuntos mundiales está siendo duramente cuestionada, pero la burguesía estadounidense no puede quedar relegada a un segundo plano sin librar una lucha a muerte. La agresiva política antichina de Trump, su militarismo y chovinismo rampante, está teniendo plena continuidad con el Gobierno Biden.
Apenas unos días después de haber salido de Afganistán con el rabo entre las piernas, Estados Unidos suscribió el Aukus, un tratado militar con Australia y Reino Unido, que supone un fortísimo rearme y despliegue militar, incluyendo armamento nuclear, y cuyo objetivo es claro: dominar el mar de China Meridional y, llegado el momento, impedir el trasporte de mercancías hacia y desde China y, en caso de que China intente defender sus intereses, ser capaces de derrotarla militarmente.
Estados Unidos no puede, bajo ningún concepto, renunciar a Europa y facilitar que el progreso de China sea mayor. Ucrania es un buen ejemplo de ello. El Gobierno de Zelenski firmó en 2021 acuerdos con China para desarrollar infraestructuras que convirtieran a Kiev en una de las puertas de entrada de sus mercancías al viejo continente; China además es el principal socio comercial de Ucrania y ha comprado el 9% de la tierra cultivable del país.[2]
Los avances de China y de su socio estratégico, Rusia, han llegado a un punto completamente inaceptable para el imperialismo norteamericano. En Grecia, en Italia, en Alemania… los pasos adelante de sus dos adversarios son cada día más evidentes. El proyecto del gaseoducto Nord Stream 2, que incrementaría aún más la dependencia energética europea del gas ruso, que ya cubre el 44% de sus necesidades, hizo estallar las voces de alarma en Washington, que lo boicoteó hasta lograr su suspensión. Y en este punto es donde Ucrania pasa a ocupar un papel protagonista.
El imperialismo norteamericano ha hecho oídos sordos a cualquier negociación con Rusia. Su diplomacia ha sido una completa estafa, y jamás ha tenido intención de renunciar a que el Gobierno títere de Zelenski se una a la OTAN para desplegar armas y bases norteamericanas en suelo ucraniano.
La guerra en Ucrania no ha empezado ahora
Aunque la maquinaria de propaganda occidental nos intente convencer de que Ucrania era un oasis de paz y tranquilidad hasta la invasión rusa, la realidad es muy diferente. Como resultado del conflicto interno que desgarró al país en 2014, Ucrania se ha convertido en un Estado completamente dependiente de Washington.
Desde 2014 la corrupción gubernamental, la pobreza de la inmensa mayoría de la población y la riqueza de los oligarcas que dominan la economía del país no han dejado de aumentar. Los sucesivos Gobiernos ucranianos, incluido el de Zelensky, han integrado en la policía y en el ejército a las milicias neonazis y los grupos de extrema derecha, como el Batallón Azov, tristemente conocido por sus atrocidades contra la población rusohablante del este del país, y que llevó al levantamiento popular de Donetsk y Lugansk y a la separación de una parte de estos territorios. Un conflicto que en estos 7 años se ha cobrado 14.000 víctimas.
Esas dos repúblicas nacieron como resultado de un genuino levantamiento popular, pero Putin vio en ellas una oportunidad para reforzar su posición frente a Occidente e intervino para convertirlas en un instrumento de su política exterior y de los negocios y prebendas de la oligarquía local.
Por eso es mil veces mentira que la burguesía chovinista rusa persiga con esta guerra ningún objetivo progresista. Sus intereses no son defender a la población rusa del Donbás, ni “desnazificar” Ucrania. Los lazos de Putin con la extrema derecha europea son demasiado evidentes para caer en esta trampa. Los capitalistas y el Gobierno ruso tienen objetivos imperialistas claros.
En el discurso que pronunció 48 horas antes de la intervención militar en Ucrania, Putin denunció a Lenin y los bolcheviques por el “crimen” de haber puesto en práctica, después de la revolución de Octubre de 1917, el derecho de autodeterminación y la independencia de Ucrania, favoreciendo su integración en pie de igualdad, con Rusia y otras naciones, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En este discurso, Putin dejo en evidencia que es un chovinista gran ruso, un imperialista, un enemigo acérrimo del bolchevismo y, en todo caso, un continuador de la política represiva, centralizadora y rusificadora de Stalin.
Y así lo demuestra también la brutal represión contra los manifestantes que en Moscú, San Petersburgo y otras ciudades rusas han salido a las calles contra la guerra, y que se ha saldado con miles de detenidos, o la posterior aprobación de una ley de censura para condenar con hasta 15 años a quien difunda “noticias falsas” sobre las Fuerzas Armadas o cuestione los partes de guerra rusos. ¡Ningún revolucionario puede apoyar a este Gobierno despótico que nada tiene que envidiar al de los zares!
El papel de las sanciones y las perspectivas para la guerra
En estos momentos la ofensiva del Kremlin sobre Ucrania se está intensificando, con consecuencias terribles para la población civil. Y aunque es difícil determinar las perspectivas para la guerra, con la maquinaria propagandística de Putin y Occidente a pleno rendimiento para generar la máxima confusión, sí podemos señalar algunos aspectos que han ido aclarándose desde el comienzo de la invasión.
En primer lugar, la ayuda militar del imperialismo occidental a Ucrania no va a suponer ningún cambio sustancial frente al poderío de la maquinaria bélica rusa. La resistencia ofrecida por el ejército y las milicias de ultraderecha no ha sido de la envergadura con que la intentan pintar los medios occidentales, reflejando también la falta de arraigo popular del Gobierno de Zelenski.
Por otro lado, más allá de los discursos triunfalistas, tanto EEUU como Europa siguen mostrando serias vacilaciones a la hora de imponer las sanciones hasta sus últimas consecuencias. Es cierto que estas golpearan a la economía rusa, o para ser más exactos a los trabajadores rusos y sus familias que verán muy mermado su poder adquisitivo (el rublo se ha desplomado más de un 30%), pero el régimen de Putin seguirá obteniendo amplios recursos de Occidente por las compras de gas, petróleo y otras materias primas fundamentales a las que Europa no puede renunciar. La propia división en el seno de la UE, momentáneamente aplacada por el impacto inicial de la guerra, puede volver a emerger con virulencia si EEUU incrementa la presión para imponer sanciones contra el gas o petróleo rusos. Cortar completamente el suministro del mercado ruso podría hundir la economía europea.
Las sanciones han sido diseñadas como parte de la guerra económica interimperialista, y se pueden volver como un boomerang contra Occidente. El castigo a Rusia excluyendo a sus bancos del sistema de pagos interbancarios SWIFT, podría paralizar el comercio entre Alemania y Rusia, además de empujar a China y Rusia a poner en marcha sistemas alternativos que ya están diseñados y preparados. En cualquier caso los efectos ya son muy negativos para Europa y los EEUU: la inflación está desbocada, el precio del barril Brent supera los 135 dólares, el de la luz y el gas están en niveles históricos, las bolsas han sufrido batacazos notables…. Si se materializa la perspectiva de la estanflación, o de una recesión global muy dura, los efectos sociales y políticos serán colosales, alimentando la movilización masiva y el descontento contra los Gobiernos capitalistas.
En tercer lugar, el supuesto aislamiento internacional de Rusia no se corresponde con la realidad. Sigue contando con el firme apoyo de China, lo que es decisivo. Y muchos otros países, como la India o Pakistán, e incluso aliados tradicionales de EEUU, como Arabia Saudí, se niegan a tener un discurso hostil y sumarse a las sanciones.
La mediación de China, tal y como han solicitado sectores del Gobierno ucraniano, con el apoyo de países europeos con fuertes intereses en Rusia, puede ser una posibilidad real, pero contará con el furioso boicot de Washington, interesado en que la guerra se prolongue para empantanar a Putin.
Dicho esto, a pesar de su probable victoria militar, una ocupación prolongada de Ucrania o la anexión del Donbás, tras la destrucción de infraestructuras claves, con miles de muertos, millones de refugiados, la economía paralizada… tendrá un enorme coste político para el régimen de Putin. Rusia podría lograr que Ucrania no entre en la OTAN, algo que no es descartable por supuesto, pero el sentimiento antirruso prenderá profundamente entre la población durante generaciones, atizando el chovinismo reaccionario ucraniano, y creando las condiciones para movimientos de masas que serán aprovechados por la extrema derecha y el imperialismo occidental. Las consecuencias reaccionarias de la invasión son más que evidentes.
Ni guerra entre los pueblos, ni paz entre las clases
Tanto la guerra de Ucrania, como la batalla entre las potencias por el reparto del mundo, no solo expresan el agotamiento del capitalismo como sistema, su carácter reaccionario, auguran también nuevos ataques a las condiciones de vida de los trabajadores y la juventud.
Es esta perspectiva la que explica el creciente tono chovinista y belicista de los Gobiernos europeos, asimilando plenamente los discursos de la extrema derecha y la reacción, y que están llevando a una escalada militarista en Europa sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. El anuncio del plan de rearme alemán, que significará incrementar sus gastos militares en 100.000 millones de euros, ha provocado una revalorización de las acciones de su industria armamentística cercana al 50%.
De la actual guerra de Ucrania, como de todas las guerras imperialistas del pasado y del presente, solo se beneficiarán la élite de las finanzas y los grandes monopolios, sea cual sea el país dónde se asienten. El aumento del presupuesto militar europeo, al que Pedro Sánchez se ha sumado con entusiasmo, saldrá de importantes recortes en el gasto social y de congelaciones salariales draconianas.
Complementando esta furia belicista, los países occidentales —exactamente igual que Putin— aprobarán nuevos ataques a los derechos democráticos e incrementarán notablemente la censura a la prensa independiente. Las declaraciones del inefable Josep Borrell en el Parlamento Europeo, señalando que “la información es el combustible de la democracia y si la información es mala y está contaminada por la mentira, los ciudadanos no pueden tener cabal conocimiento de la realidad y su juicio político estará sesgado”, son propias del universo orweliano de 1984. Borrell ha sido claro: "Para ser capaces de responder de una manera contundente en el futuro, voy a proponer un mecanismo para sancionar actores nocivos que desinforman, que será parte de una caja de herramientas en el que estamos trabajando para actuar”[3]. ¿En qué se diferencia esto de lo que propone el Kremlin?
En una guerra reaccionaria por ambos bandos como es esta, la primera obligación de los trabajadores con conciencia de clase, de la juventud antimilitarista, es negar apoyo a nuestra propia burguesía nacional, luchar contra el chovinismo capitalista con el programa del internacionalismo y el socialismo. ¡Proletarios de todos los países uníos contra la guerra imperialista!
Los comunistas revolucionarios, siguiendo el ejemplo de Lenin, defendemos el derecho de Ucrania a la autodeterminación y la independencia, pero no nos hacemos falsas ilusiones. Solo bajo el impulso de una acción revolucionaria de su clase obrera, que rompa todo tipo de subordinación a cualquiera de los bloques imperialistas, podrá Ucrania alcanzar un estatus real de nación independiente.
La socialdemocracia y la nueva izquierda reformista de Europa y EEUU han capitulado ante el programa imperialista de sus propias burguesías. Incluso los más “críticos” de ellos solo apelan a la acción “sanadora” de la diplomacia, pero los hechos demuestran que la diplomacia de la ONU o de los diferentes bandidos imperialistas, ha sido la que nos ha conducido a esta catastrófica situación.
Desde Izquierda Revolucionaria condenamos la invasión rusa de Ucrania y exigimos la retirada de sus tropas, pero no mantenemos ninguna equidistancia abstracta, ni hacemos el juego a la propaganda otantista. Las invasiones y guerras desencadenadas por el imperialismo occidental han tenido siempre objetivos contrarrevolucionarios y acarreado una destrucción sin parangón en la historia. La OTAN con sus provocaciones y su negativa a negociar con Rusia su propuesta de desmilitarización de Ucrania, es responsable de haber llevado la crisis hasta el punto actual.
En esta era de decadencia imperialista nuevas guerras son inevitables. La lucha por la paz es inseparable del desmantelamiento de la OTAN, de sus bases en Europa y en todo el mundo, y requiere de una izquierda que levante un programa internacionalista para impulsar la movilización masiva de la clase obrera y la juventud.
¡Frente a la guerra imperialista, revolución socialista!
Notas:
[1] Informe de Crédit Suisse citado en politica_china_2021_informe_anual.pdf
[2] La guerra trastoca los planes de China: la apuesta millonaria de Xi Jinping en Ucrania
[3] Borrell anuncia un “mecanismo para sancionar actores nocivos que desinforman” en la UE