La detención de Ekrem Imamoglu, alcalde de Estambul y favorito según todas las encuestas para destronar a Erdogan de la presidencia de Turquía, ha hecho estallar un levantamiento de masas que se extiende imparable por todo el país. Desafiando la prohibición gubernamental contra las protestas y manifestaciones, los estudiantes de Estambul, la ciudad más grande del país con 16 millones de habitantes, tomaron masivamente las calles iniciando un movimiento que se ha contagiado a la clase obrera.
La represión contra estas primeras protestas, con varios centenares de detenidos, lejos de infundir la parálisis como esperaba el régimen totalitario de Erdogan, hizo que la respuesta se extendiese inmediatamente a la capital Ankara, Esmirna y el resto de grandes ciudades, movilizando a decenas de miles de trabajadores.
La chispa que ha hecho estallar el malestar social
Como expresaban muchos manifestantes, la detención de Imamoglu, que este fin de semana iba a ser elegido candidato a la presidencia por el Partido Republicano del Pueblo (CHP), ha sido la chispa que ha hecho estallar un malestar que lleva años acumulándose, y que tiene su origen en la profunda crisis que sufre el capitalismo turco. Las políticas semidictatoriales de Erdogan y de la clase dominante para cargar el peso del desastre económico sobre la clase trabajadora y los sectores más desfavorecidos, se han convertido en el precipitador del levantamiento.

Turquía es el país más desigual de Europa con el 40% de la población recibiendo el 16,5% del ingreso total, mientras un 1% de superricos controla el 40%. Entre esta plutocracia destaca un 10% de multimillonarios que poseen el 70% de la riqueza. El robo al pueblo y el saqueo del patrimonio público no tiene precedentes. La deuda externa se ha duplicado desde 2022, alcanzando un récord de 525.800 millones de dólares en el tercer trimestre de 2024 y la inflación ronda el 70%. El salario mínimo, que perciben dos tercios de los trabajadores, apenas ha aumentado y 14 millones de asalariados (43% del total) perciben ingresos que les sitúan en el umbral de pobreza.
La derrota electoral de Erdogan y su partido (AKP) en las municipales de abril de 2024 encendió todas las luces de alarma en el círculo presidencial. El varapalo fue aún más espectacular porque se produjo pese al férreo control que mantiene el sátrapa turco sobre todas las instituciones estatales, desde los tribunales al ejército y la policía, que utiliza junto a las redes clientelares mafiosas y bandas paramilitares fascistas del propio AKP y sus aliados del ultraderechista MHP.
Turquía pasa por ser una “democracia parlamentaria” pero eso no es más que una mascarada. En realidad el régimen burgués bonapartista de Erdogan tiene los rasgos de una dictadura policial, donde la represión es utilizada masiva y sistemáticamente para atemorizar a la población, atacar a sus opositores, especialmente a la izquierda, de la que hay miles de activistas encarcelados, y aplastar los derechos democráticos del pueblo kurdo, que representa el 20% de la población.
El AKP ya perdió en 2019 las alcaldías de las tres ciudades más grandes: Estambul, Ankara y Esmirna. En abril de 2024, pese a la implicación directa del propio Erdogan en la campaña, no solo no pudo recuperarlas sino que obtuvo el peor resultado desde su llega al poder, con apenas un 35% de los votos. También perdió la cuarta y quinta ciudades más pobladas, Bursa y Antalya, y decenas más. Además, en el sur la fuerza más votada fue el DEM, integrado por sectores de la izquierda turca y el movimiento de liberación nacional kurdo (sucesor del HDP ilegalizado por Erdogan).
Otro revés para Erdogan y su camarilla fue el crecimiento del Nuevo Partido del Bienestar, que se declara conservador e islamista, y disputa al AKP una parte de su electorado entre los sectores más religiosos y atrasados.

La demagogia de Erdogan ya no engaña
Erdogan ha mantenido una demagogia despreciable respecto al genocidio sionista en Gaza. Por un lado ha realizado abundantes declaraciones de apoyo al pueblo palestino, por otro ha seguido haciendo grandes negocios con el régimen asesino de Netanyahu y ha establecido una alianza militar con Tel Aviv para invadir y repartirse Siria.
Uno de los factores que empujó a Erdogan a pactar con Israel y el imperialismo estadounidense para derrocar a Al Assad fue precisamente desviar la atención del malestar social interno que reflejaron las municipales y recuperar a sectores del electorado que habían votado a fuerzas islamistas. Erdogan pretendía aparecer como un líder fuerte colocando a sus peones integristas del Estado Islámico al frente del Gobierno de Damasco, y reforzando su discurso chovinista de la Gran Turquía.
Como parte de esta estrategia para afianzar su control en el norte de Siria, Erdogan no ha dudado en utilizar al ejército turco y sus peones sirios, con la complicidad de Donald Trump, para asesinar a centenares de kurdos en el noreste (Rojava) y fomentar las sangrientas matanzas de miles de civiles indefensos de la minoría alauita en el noroeste.
Erdogan ha dejado claro que no rehúsa hacer las maniobras que sean necesarias con el único objetivo de mantenerse en el poder. Mantiene acuerdos comerciales con Putin pero se presenta como defensor del Gobierno neofascista de Zelenski para mantener el apoyo económico y político de la Unión Europea.
Utiliza el llamamiento de Abdullah Öcalan a disolver el PKK y entregar las armas para presentarse como un hombre de paz… pero sigue reprimiendo brutalmente al movimiento de liberación kurdo tanto en Turquía como en Siria y hasta justifica la detención del alcalde de Estambul, Imamoglu, acusándole de “apoyar a una organización terrorista como el PKK”.
Como explican muchos participantes en las manifestaciones, la detención de Imamoglu ha sido la gota que ha desbordado el vaso. Erdogan reprimió duramente las manifestaciones del 1 de mayo, ha intervenido decenas de municipios del sur destituyendo a los alcaldes electos en listas del DEM con montajes y falsas acusaciones, y está reabriendo numerosas causas judiciales contra militantes de izquierda.
El papel del CHP y la oposición burguesa
Aunque los medios de comunicación presentan al alcalde de Estambul y su partido, el CHP, como centro-izquierda, hay que explicar que en realidad se trata de un partido tradicional de la burguesía turca. De hecho, la dirección del partido trató en un primer momento de limitar la respuesta a la represión a un escandaloso llamamiento para votar en las primarias organizadas este domingo 23 de marzo y proclamar a Imamoglu su candidato presidencial. De trataba de una maniobra patética para evitar que las movilizaciones desbordaran la calle.

Imamoglu es un empresario que no tiene diferencias de fondo con las políticas capitalistas de Erdogan, ni discrepa tampoco en afianzar a Turquía como una gran potencia regional. Su gestión al frente de Estambul y la del CHP en otros ayuntamientos desde 2019, no se ha traducido en ninguna medida a favor de las y los oprimidos.
Aunque hablan de combatir la pobreza y mejorar algo los salarios y el gasto social para conectar con el malestar existente, el CHP ha apoyado todas las medidas de ajuste, privatizaciones y recortes gubernamentales, cerrando filas con el AKP y la ultraderecha en la represión contra el pueblo kurdo y la izquierda.
Lo mismo se puede decir respecto a su posición de mantener la permanencia de Turquía en la OTAN o el doble lenguaje de condenar al sionismo mientras aprueban los acuerdos de Erdogan con EEUU e Israel para repartirse Siria. Imamoglu anunció que iniciaría su carrera presidencial viajando a Damasco para reforzar los acuerdos suscritos por Erdogan y dejar claro ante la burguesía turca, el imperialismo estadounidense y las burguesías europeas que mantendrá la esencia de sus políticas. Eso sí, su apuesta es presentarse ante sus amos imperialistas como una opción más confiable para desarticular el descontento social.
Pero el malestar entre las masas turcas ha llegado tan lejos que no han podido pararlo ni la combinación de la represión salvaje de Erdogan, ni los intentos de los dirigentes del CHP y la clase dominante que les apoya por controlar el movimiento, limitándolo a la liberación de Imamoglu y la aceptación de su candidatura.
El movimiento es tan profundo y poderoso que, tras negarse inicialmente a convocar y extender las protestas, el propio Imamoglu y otros dirigentes del CHP han tenido que endurecer su discurso llamando a mantener la lucha en las calles. Intentan que el movimiento no les desborde y se transformarse en una huelga general que paralice el país, como ya han empezado a exigir miles de manifestantes y han planteado los sindicatos más combativos y críticos con las políticas de contención de la burocracia sindical.
Por una huelga general y una política revolucionaria para acabar con Erdogan
Todo esto pone a la izquierda turca y el movimiento de liberación nacional kurdo, cuya militancia ha dado un ejemplo de resistencia heroica, ante una oportunidad histórica y ante un desafío colosal. La primera tarea de la izquierda anticapitalista es romper con cualquier seguidismo y colaboración de clases con el CHP.
La defensa de los dirigentes del DEM (antes HDP), el Partido Comunista Turco (TKP) y otras fuerzas de la izquierda a favor de establecer pactos y coaliciones electorales con esta fuerza burguesa ha dado un barniz izquierdista a dirigentes como Imamoglu y, lejos de servir para crear un “cordón sanitario” contra la represión del Gobierno de Erdogan, la han facilitado.
La izquierda anticapitalista tiene que romper totalmente con cualquier supeditación al CHP y a la oposición burguesa a Erdogan. Hay que levantar una política de independencia de clase, y concretarla con un plan de lucha que impulse el movimiento de masas, creando comités de acción en cada universidad, barrio y centro de trabajo, coordinándolos a nivel local, regional y nacional y planteando como su tarea inmediata organizar una huelga general que ponga a la clase obrera al frente del combate.

Una tarea central de esos comités debe ser organizar la autodefensa contra la represión del Estado y las bandas fascistas del AKP y el MHP. Hay que agitar intensamente por unir la lucha contra la represión y por la libertad de todos los detenidos y presos políticos, a un programa socialista claro, que explique que con la expropiación de la banca y los grandes grupos empresariales bajo control obrero si se podría enfrentar de una vez por todas el desempleo, la pobreza y la precariedad que sufren millones de personas, ofreciendo vivienda, educación, sanidad, salarios y pensiones dignas a todas y todos.
Turquía vive momentos decisivos. Es la hora de levantar una poderosa izquierda comunista que no caiga en la trampa de las alianzas con la “burguesía liberal”, ni en consignas etapistas como la de la Asamblea Constituyente, que solo servirá para disolver las energías revolucionarias en una lucha electoral por un supuesto parlamento democrático que nunca existirá mientras el capitalismo turco siga en pie.
No hay margen para una Turquía democrática bajo el capitalismo. Solo la transformación socialista del país puede abrir el camino a la genuina democracia basada en la justicia social.