Las elecciones británicas celebradas el pasado 6 de mayo despertaron una gran expectación. Según las encuestas, todo apuntaba a una victoria arrolladora de los Conservadores después de 13 años de gobierno laborista, también parecía que los Demócrata Liberales iban a conseguir un aumento significativo gracias al desgaste laborista. Finalmente, los resultados no han satisfecho a ninguno de los tres principales partidos, sobre todo a los capitalistas británicos, que desde hace tiempo anhelaban un gobierno Tory fuerte y homogéneo, preparado para aplicar los mismos planes de austeridad que ya están poniendo en práctica otros gobiernos europeos.
Las elecciones británicas celebradas el pasado 6 de mayo despertaron una gran expectación. Según las encuestas, todo apuntaba a una victoria arrolladora de los Conservadores después de 13 años de gobierno laborista, también parecía que los Demócrata Liberales iban a conseguir un aumento significativo gracias al desgaste laborista. Finalmente, los resultados no han satisfecho a ninguno de los tres principales partidos, sobre todo a los capitalistas británicos, que desde hace tiempo anhelaban un gobierno Tory fuerte y homogéneo, preparado para aplicar los mismos planes de austeridad que ya están poniendo en práctica otros gobiernos europeos.
Se preveía una abstención importante, pero al final la participación fue en torno al 65%, superior al 61,5% de las anteriores elecciones de 2005. La participación ha sido desigual, más elevada en los feudos conservadores tradicionales como East Anglia o el Sureste del país, donde ha superado el 70%, e inferior en los feudos laboristas como Liverpool o Lancashire (entre el 50 y 60%). También ha llamado la atención que en Gran Bretaña, una de las principales potencias capitalistas del mundo, las elecciones estuvieran salpicadas por toda una serie de irregularidades que han provocado la impugnación de las elecciones en algunas circunscripciones. Por ejemplo, el inesperado aumento de la participación hizo que en Newcastle, Leeds, Liverpool, Manchester, Sheffield y algunos distritos de Londres faltasen papeletas, en algunos colegios se impidió votar a aquellos que no llevaban su identificación electoral, algo que no es obligatorio según la ley electoral británica, en otros casos no estaban actualizadas las listas y hubo colegios que cerraron puntualmente sus puertas dejando sin votar a cientos de personas que hacían cola y que aún no habían podido votar.
Los Conservadores han conseguido un 36,1% de los votos (10,6 millones de votos, 1,9 millones más que en las elecciones de 2005), ahora tendrán 306 escaños, a 20 de la mayoría absoluta parlamentaria, eso les obliga a gobernar en minoría o formar un gobierno de coalición, que parece lo más probable y, dado los resultados, también parece ser la opción preferida por los capitalistas británicos. El voto tory se ha concentrado sobre todo en la mitad sur del país y en zonas tradicionalmente conservadoras como Norfolk o Suffolk. Aquí los tories han conseguido incrementar sus votos mientras que el voto laborista, en algunos casos, se reducía a casi la mitad.
En cuanto a los Demócrata Liberales que antes de las elecciones parecía que podrían dar la sorpresa con un aumento espectacular de los votos -además de recibir una impresionante cobertura en los medios de comunicación no sólo británicos, sino también europeos-, finalmente tampoco han podido capitalizar el descontento de sectores de la clase media con el laborismo. Han conseguido 800.000 votos más (en total 6,8 millones) que en las pasadas elecciones, pero debido a la ley electoral británica tendrán menos diputados que antes. Por eso una de las condiciones que exige este partido para entrar en una coalición de gobierno es el cambio de la ley electoral.
En cuanto al Partido Laborista los pronósticos antes de las elecciones eran bastante sombríos ya que desde 2008 las encuestas no les daban más del 20% de los votos. Sin embargo, el temor a las consecuencias que tendrá el regreso de los conservadores al poder ha movilizado al electorado laborista, suavizando una derrota que todos presagiaban que sería histórica. Aún así, consigue los peores resultados desde 1983, un 29% de los votos (8,6 millones de votos, 957.000 menos que en 2005). Esta movilización final del voto laborista se ha podido ver en Liverpool, Glasgow, Lancashire o Manchester donde han conseguido un mayor porcentaje de votos que en 2005. Es evidente que muchos trabajadores no han olvidado la amarga experiencia de los gobiernos conservadores de los años ochenta con Margaret Thatcher a la cabeza.
En Escocia el laborismo ha conseguido 41 de los 59 escaños, con más del 42% de los votos, los conservadores sólo consiguen mantener el escaño que ya tenían, los liberales caen un 16,8% y el Partido Nacionalista Escocés sube ligeramente pero pierde Glasgow East a favor del laborismo. En Gales la sangría de votos laboristas continúa, aunque consiguen un 32,6% de los votos, por encima de la media nacional. El resultado es el peor desde 1918 pero le ha bastado para conseguir 26 de los 40 escaños.
Éxito de los candidatos del ala de izquierdas laborista
A pesar de la política de ataques a la clase obrera aplicada por el gobierno laborista durante estos últimos años, los trabajadores distinguen a los representantes del reformismo de derechas, el Nuevo Laborismo, con los candidatos del ala de izquierdas laborista que se han opuesto públicamente y en el parlamento a la participación británica en las guerras de Iraq o Afganistán, o a las contrarreformas del gobierno Brown. John McDonnell (presidente del Labour Representation Committee, que agrupa a este sector de izquierdas del Partido Laborista) ha conseguido su escaño con un 54,8% de los votos, Jeremy Corbyn con un 54,5%, Kelvin Hopkins un 49,3%, Mike Wood un 41,3% o Katy Clark con 47,4%, en total el LRC ha conseguido 20 parlamentarios. Su campaña se basó en la consigna: "... un mandato para resistir los recortes", conectando con el ambiente que existe entre los trabajadores británicos. Estos resultados demuestran que no es la izquierda en abstracto la que está en crisis, sino el Nuevo Laborismo que ha estado al frente del partido estos últimos 13 años, que ha aplicado una política que en muchos aspectos apenas se distinguía de la aplicada por los gobiernos de derechas en otros países europeos.
Otra muestra del ambiente que existe en la sociedad británica es lo que ha ocurrido con el ultraderechista BNP (Partido Nacional Británico). Éste ha hecho una campaña muy agresiva en zonas como el East End londinense donde viven muchos inmigrantes. La respuesta de la población fue la movilización en las calles durante semanas para contrarrestar la campaña del BNP y finalmente se expresó en un voto masivo a los laboristas. En Barking, por ejemplo, la candidata laborista ha conseguido el 54,3% de los votos (4,7 puntos más que en 2005), mientras que el líder del BNP, Nick Griffin, conseguía menos votos que en las anteriores elecciones.
Se abre un período de crisis e inestabilidad
La derrota de los laboristas hunde sus raíces en la política que ha aplicado la dirección del partido, primero con Blair y después con Brown, y que sólo ha beneficiado a los más ricos. Sólo en 2009, la riqueza de las mil personas más ricas de Gran Bretaña aumentó un 30%, mientras que 13,5 millones de personas (22% de la población) viven en la pobreza. El boom económico de estos últimos años ha tenido efectos devastadores para la clase obrera.
Durante la campaña electoral los principales candidatos, aunque sí han reconocido que tendrían que aplicar recortes económicos, han tenido mucho cuidado de no concretar la magnitud ni el alcance de las medidas de austeridad con las que pretenden reducir los 163.000 millones de libras de déficit público que tiene Gran Bretaña. Aunque los candidatos evitaran hablar del tema para no ahuyentar al electorado, los medios de comunicación e instituciones financieras británicas sí han hablado con claridad. The Financial Times publicaba una editorial el 1 de mayo en la que decía: "los tories necesitarán despedir trabajadores públicos, reducir sus salarios, reducir los beneficios, reducir las pensiones y servicios. En otro artículo titulado del mismo periódico decía: "La escala de ahorro necesaria es enorme. 37.000 millones de libras suponen aproximadamente el 25% del presupuesto total del NHS (instituto de salud británico) o la mitad de lo que cuesta el sistema básico estatal de pensiones. Representa dos veces el coste total de la policía, tres cuartas partes del presupuesto de defensa o 10 veces la cantidad que el NHS gasta en cuidado dental". Algunas fuentes sitúan en 1,5 millones el número de despidos necesarios.
The Independent el 7 de mayo, al día siguiente a las elecciones, publicaba un artículo diciendo que "el presupuesto de emergencia de Cameron en los primeros cincuenta días de gobierno incluye la congelación salarial en el sector público para todos los trabajadores con peores salarios, eliminación de miles de empleos públicos, elevación de la edad de jubilación de los funcionarios de 65 a 66 años (...) Eliminar los subsidios por invalidez y también los 19.700 millones de libras de ayuda a la vivienda". El programa será tan duro que el gobernador del Banco de Inglaterra, Merving King, avisó de que cualquier partido que aplique estos recortes estará fuera del poder "durante al menos una generación".
Por esa razón los capitalistas británicos querían un gobierno conservador con mayoría absoluta, como los gobiernos de Margaret Thatcher en los años ochenta, para aplicar sin ninguna vacilación el programa que necesita la burguesía británica. Aunque tanto laboristas como conservadores propusieron un acuerdo de gobierno a los liberales, finalmente estos últimos han aceptado la propuesta de los conservadores. El Partido Demócrata Liberal, a pesar de que en algunas ocasiones ha utilizado una retórica y lenguaje populistas, es otro partido capitalista que a lo largo de su historia ha zigzagueado entre conservadores y laboristas para conseguir su cuota de poder. Su actual líder, Nick Clegg, es el dirigente liberal más derechista en décadas y ya había expresado públicamente su preferencia por un gobierno conservador-liberal a cambio de puestos en el gabinete y el cambio de la ley electoral.
Este nuevo gobierno está muy lejos de ser el gobierno fuerte que necesita la burguesía para aplicar sus planes de austeridad y ataques a la clase obrera. El gobierno Thatcher tardó cinco años en lanzar su ataque contra los mineros, el sector más combativo de la clase obrera británica, pero el nuevo gobierno no tiene tanto tiempo. Gran Bretaña sufre la peor crisis económica desde los años treinta y los capitalistas necesitan atacar las condiciones de vida y laborales de los trabajadores inmediatamente. La reacción de muchos trabajadores votando al laborismo para frenar el camino a la derecha, es un síntoma de que no van a aceptar sin más esos ataques y por tanto Gran Bretaña se enfrenta al resurgir con fuerza de la lucha de clases, abriendo un nuevo período de inestabilidad y crisis social.