El 16 de septiembre cerca de 50.000 trabajadores de General Motors (GM), la mayor empresa de automoción en EEUU, salieron a la huelga paralizando la producción en 33 fábricas y 22 centros de distribución en nueve estados. Esta huelga, que ha entrado en su segunda semana, es la más larga desde hace 50 años. La empresa está sufriendo pérdidas millonarias y ha tenido que cerrar dos de sus fábricas en Canadá debido a la falta de componentes.

Uno de los motivos que explica la determinación de la plantilla es la experiencia hecha en las luchas de 2007, cuando la multinacional chantajeó a los trabajadores y utilizó a los dirigentes sindicales para hacerles tragar una degradación enorme de sus condiciones: usó como excusa su situación de quiebra, en pleno estallido de la crisis, para que la United Auto Workers (sindicato mayoritario en la empresa) firmase, tras tres jornadas de huelga, recortes de hasta el 50% del salario en nuevas contrataciones, una triple escala salarial y reducciones salvajes en las pensiones y la cobertura médica de los trabajadores.

Poco después GM fue rescatada con 50.000 millones de dinero público y desde entonces ha venido disfrutando de millonarias reducciones fiscales. Pero las condiciones para los trabajadores no mejoraron y esas medidas “temporales” para la plantilla se hicieron permanentes. Los datos son claros: hoy los salarios son casi un 30% más bajos que en 1969. Por si no fuera suficiente, en 2018 GM anunciaba 14.000 despidos y el cierre de cuatro centros de trabajo en EEUU, a pesar de haber obtenido 10.800 millones de euros en beneficios ese mismo año.

Aunque recientemente la empresa hacía una “generosa” oferta para impedir el conflicto (inversión de 7.000 millones, 5.400 nuevos empleos y mejoras salariares) los trabajadores la han rechazado: han aprendido de su experiencia y han dicho basta al chantaje continuo de la gran multinacional de llevar la producción a países con mano de obra más barata. Piden mejoras salariales, cobertura sanitaria y pensiones dignas, no al cierre de fábricas y centros de trabajo, se niegan a aceptar más despidos y exigen limitar y reducir drásticamente la temporalidad entre la plantilla.

La simpatía y el apoyo a las reivindicaciones es generalizado. Y es que esta huelga se produce en un contexto de auge de las luchas obreras, el año 2018 ha batido récords en jornadas de huelga desde 1986. Va camino de convertirse en un ejemplo que pueda contagiar a otras plantillas como las de Ford, Fiat, Chrysler o la propia GM en Canadá y México, donde ya ha habido despidos por acciones de solidaridad con la plantilla norteamericana, o incluso para otros sectores, como ocurrió con la huelga de los profesores en West Virginia.

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