¿Qué sirve y qué no en la lucha contra el sionismo y el imperialismo?
La fulminante caída del régimen de Al-Assad a manos de las milicias yihadistas de HTS, financiadas, armadas y apoyadas por Turquía y EEUU, ha sacudido el tablero de Oriente Medio y descargado un duro golpe sobre Irán, Rusia y China. La posibilidad de que este país clave, desangrado por una guerra civil auspiciada desde Occidente, oscile finalmente hacia la órbita de influencia de Washington. Ankara y Tel Aviv, subraya el carácter encarnizado de la batalla por la hegemonía mundial.[1]
A nadie se le escapa el blanqueamiento mediático que ha tenido lugar en Siria. En una operación de propaganda diseñada por la CIA y el resto de las agencias de inteligencia occidentales, y contando con el soporte activo de los medios de comunicación que han puesto al servicio de esta todas sus artimañas para la manipulación, las antiguas milicias fundamentalistas escindidas de Al Qaeda, y que hasta hace muy poco estaban incluidas en la lista de organizaciones terroristas de EEUU y la UE, han pasado a ser alabadas como fuerzas “insurgentes” que han liberado Siria de una dictadura feroz, y ahora se disponen a emprender el camino de la normalización política.
De esta manera el líder de las HTS, Abu Mohammed al-Julani, ha cambiado su estética integrista para reciclarse en una especie de guerrillero de la libertad, que viste trajes occidentales sin el menor problema, y concede entrevistas a la CNN, la BBC y todo tipo de agencias confiables en las que propone una hoja de ruta de moderación y búsqueda de consensos: desde la convocatoria de una “Asamblea Constituyente” y la redacción de una nueva constitución, hasta la formación de un ejército que respete la diversidad religiosa del país y donde todas las minorías nacionales estén representadas.
Un cuento de hadas para consumo de la opinión pública internacional con el fin de mantener alejada la mirada de lo que realmente sucede entre bambalinas: el reparto territorial del país en distintas zonas de influencia bajo el control de EEUU, de Turquía, y también de Israel, la potencia sionista y colonialista que ha realizado cientos de operaciones militares para destruir el 80% de las capacidades militares sirias, consolidar su ocupación ilegal de los estratégicos Altos del Golán y asegurarse el dominio de una franja de territorio dentro de las fronteras sirias.
En definitiva se trata de un desenlace profundamente reaccionario que nada tiene que ver ni con la primavera árabe ni con cualquier atisbo de revolución. Es absolutamente demencial que se intente considerar que los acontecimientos actuales tengan algo de progresista, por mucho que condenemos la dictadura sangrienta de Al-Assad y su régimen totalitario. Pensar que el avance de EEUU, Israel o Turquía es algo que debamos celebrar no tiene el más mínimo sentido. Es una completa abominación desde el punto de vista del comunismo revolucionario.
El gran juego imperialista en Oriente Medio
Obviamente también hay sectores en la izquierda provenientes del naufragio del estalinismo, que no hacen más que lamentar la caída de Al-Assad y cuidarse mucho de intentar profundizar en las causas del colapso de su régimen y el papel que sus aliados y patrocinadores internacionales han jugado. O mejor dicho, que no han jugado, pues es más que evidente que ni desde Moscú, ni desde Beijing, se ha movido un solo dedo para mantenerlo en el poder. Y este hecho nos lleva a realizar otras consideraciones de fondo, sin las cuales es muy difícil entender lo sucedido.
La caída del régimen sirio ha puesto en evidencia, de manera muy relevante, que el papel de potencias como China, Rusia o Irán no es ayudar a los pueblos a su liberación. Por el contrario, la carcoma del régimen sirio y su caída han sido contempladas como un mal inevitable. Un colapso que echa por tierra el discurso de una parte de la izquierda estalinista, y de algún grupúsculo que se dice marxista, sobre el llamado “eje de la resistencia”, al que caracterizan como antiimperialista e incluso revolucionario, y al que apoyan acríticamente, porque, en este contexto geopolítico dicen, representa una alternativa para vencer al sionismo y al imperialismo estadounidense.
Los intentos de embellecer los intereses imperialistas del capitalismo de Estado en China y en Rusia han sufrido un duro contratiempo en Siria, al igual que la demagogia de los mulás en Teherán también se ha visto muy comprometida.
Detrás de la burguesía rusa y china, de los grandes monopolios que determinan las relaciones de producción de ambos países, de los privilegios de una casta burocrática, política y militar, que controla con mano de hierro el aparato del Estado en Moscú y Beijing, no hay el menor atisbo de extender ni de propiciar la revolución socialista internacional. Solo hay intereses económicos y geoestratégicos por el dominio de las materias primas esenciales, la tecnología, los mercados emergentes de la agroalimentación, la minería, el coche eléctrico y otros muchos más, y, por supuesto, el sector financiero, las rutas comerciales y las cadenas globales de producción y suministros.
Es decir, en las decisiones de ambas potencias solo existe el cálculo frío en función de objetivos económicos y políticos. Y teniendo en cuenta los acreditados crímenes del imperialismo estadounidense, su determinación a la hora de invadir países y reducirlos a cenizas, de apoyar golpes militares y dictaduras sangrientas, de saquear continentes enteros y esclavizarlos económicamente, o de tejer una alianza criminal con el ente sionista para perpetrar un genocidio sin parangón contra el pueblo palestino… el recurso a la retórica antimperialista es también un arma política que tanto Putin como Xi Jinping saben utilizar a fondo y de la que sacan provecho evidente.
Cuando contemplamos el martirio del pueblo palestino, la heroicidad indiscutible de los milicianos palestinos y libaneses, muchos de ellos en las filas de Hamas o Hezbolá, cuando entendemos que el legítimo derecho a la autodefensa armada frente al ocupante sionista es indiscutible, se hace aún más necesario mirar la realidad de cara si queremos sacar las conclusiones adecuadas.
Hace un año, cuando se desató el genocidio en Gaza, nadie habría podido imaginar que el Gobierno de Netanyahu podría llegar tan lejos. Hoy asistimos a un holocausto con más de 50.000 asesinados, la mayoría niños y niñas, mujeres y mayores, cifra que entre víctimas directas e indirectas se eleva a 200.000 según la revista The Lancet. Por si esto fuera poco, los neonazis supremacistas que pilotan el Gobierno de Tel Aviv después de reducir a escombros el 80% de las viviendas, la casi totalidad de las infraestructuras hospitalarias, destruir el suministro de agua y cualquier servicio público digno de tal nombre, han impuesto el embargo total de ayuda humanitaria para generar una hambruna devastadora.
En las semanas que ha durado su intervención militar en Líbano han sembrado el terror causando 5.000 muertos y 20.000 heridos, destruyendo miles de casas y provocado el desplazamiento interno de un millón de personas, al tiempo que han golpeado duramente a Hezbolá descabezando a su dirección y atentando cobardemente contra cientos de sus combatientes.
Pero esta barbarie no es fruto de la locura de Netanyahu y sus socios nazisionistas, como algunos afirman de forma simplista, sino parte de una estrategia en la que el imperialismo norteamericano ha jugado un papel decisivo. La lucha contra su propia decadencia y por seguir manteniendo su estatus de potencia dominante, explican el apoyo criminal de la Administración Biden a este genocidio. Y con Trump las perspectivas siguen siendo las mismas. Nada de lo que ha sucedido en Gaza, Cisjordania o el Líbano hubiera sido posible sin el firme apoyo de la Casa Blanca.
Y a pesar de esta destrucción, de la retrasmisión de un genocidio en vivo y en directo, el pueblo palestino y el pueblo libanés han sido abandonados a su suerte. En primer lugar, por los corruptos Gobiernos árabes de Egipto, Jordania o las monarquías absolutas del Golfo. También por la Turquía de Erdogan, alabada por algunos desde la izquierda como defensor del pueblo palestino por sus declaraciones contra Netanyahu y el Estado sionista, pero que ahora ha jugado un papel decisivo en connivencia con EEUU e Israel para dar la puntilla al régimen sirio y masacrar al pueblo kurdo.
En segundo lugar, ni China, ni Rusia, ni la dictadura de los mulás en Irán, más allá de proclamas o discursos de cara a la galería, han adoptado medidas decisivas, en los hechos, para frenar la masacre en Gaza o contener a los supremacistas nazisionistas.
En estos meses de agresión sin precedentes contra el pueblo palestino, las fuerzas integrantes del llamado “eje de la resistencia” —con excepción de los hutis en Yemen— han mantenido una sorprendente contención sobre el terreno incluso cuando sufrían duras agresiones por parte de Israel. Ningún llamamiento a la movilización popular para derrocar a los regímenes reaccionarios del mundo árabe. Ningún intento serio de apoyarse en la lucha de clases para modificar la correlación de fuerzas. Ningún boicot económico contra Israel desde estas supuestas potencias “antimperialistas”, ninguna ruptura de relaciones diplomáticas con Tel Aviv, ninguna medida para cesar el intercambio comercial.
¿Qué hay detrás de esta política tan calculada? Las razones son múltiples, algunas de ellas de carácter interno, pero la primera y más relevante, es el gran juego entre las grandes potencias imperialistas, entre EEUU y China, en una zona tan decisiva como Oriente Medio donde se acumulan las mayores reservas mundiales de petróleo y gas.
Tal y como Lenin desarrolló en su brillante texto sobre el imperialismo, las grandes potencias se reparten el mundo en una lucha a muerte mediante la violencia y la fuerza, cuya máxima expresión es la guerra. No es el interés de los pueblos y sus necesidades, ni la democracia o los derechos humanos lo que mueve su acción, sino el control de los recursos naturales, el comercio y las zonas de importancia geoestratégica, sin importar las consecuencias que pueda acarrear para la clase obrera y los pueblos oprimidos.
China y Rusia mantienen sus relaciones con el Estado sionista
Es evidente que los regímenes capitalistas de China y Rusia no tienen el historial de crímenes contra la humanidad que acumula el imperialismo occidental, pero la barbarie desatada contra el pueblo palestino sí ha puesto en evidencia que su papel como potencias en las que los oprimidos podemos confiar es absolutamente cuestionable.
Todos sus discursos y propaganda contra la agresión sionista, y sobre la actitud cómplice de EEUU y el imperialismo occidental, se han quedado en eso, en meras palabras que han sido desmentidas en la práctica. La sangre derramada en Gaza no les ha impedido mantener sus relaciones militares, diplomáticas y económicas con el Gobierno supremacista de Tel Aviv.
El caso de China es paradigmático, al tratarse del segundo socio comercial del Estado sionista. Las relaciones de Xi Jinping con el Gobierno de Netanyahu no han dejado de profundizarse. El comercio bilateral se ha incrementado un 57% entre 2019 y 2022, alcanzando ese último año la cifra récord de 24.500 millones de dólares, y convirtiéndose en su primer socio comercial desde el punto de vista de las importaciones en 2021.[2]
Con una influencia tan significativa en la economía israelí, Xi Jinping y su Gobierno podían haber hecho mucho más que dar discursos, votar resoluciones en la ONU o aparecer como mediador en el conflicto. Pero son gobernantes de una potencia imperialista y su única preocupación es garantizar los intereses de su propia burguesía.
Y así han hecho: la participación de empresas chinas en el estratégico puerto de Haifa, el liderazgo chino en la expansión del puerto de Ashdod, la construcción del tren ligero en Tel Aviv, así como la colaboración en numerosos proyectos tecnológicos, especialmente en un sector tan decisivo como el de la vigilancia, control y ciberespionaje,[3] están por encima de la causa palestina. Y en el caso de Rusia, a pesar de unas relaciones económicas mucho más modestas, ocurre en esencia lo mismo.
China y Rusia están patrocinando numerosas reuniones de las diferentes facciones palestinas de cara a preparar el terreno para un acuerdo en Gaza con el ente sionista. La última se celebró en Beijing y se pactó agrupar a todas las organizaciones, incluida Hamas, bajo el paraguas de la OLP, es decir, de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), con el fin de propiciar un Gobierno de esta última en la Franja de Gaza en el que Hamas ocupe un lugar residual y subalterno. Una estrategia que podría culminar con el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Israel.
Pero esta solución sería un nuevo aborto que no impediría el control absoluto de Israel de los territorios palestinos que ya ocupa militarmente. El papel despreciable de la ANP en Cisjordania, actuando como subcontratista político y policial de los diversos Gobiernos sionistas, y su subordinación a los dictados de Washington en su estrategia fraudulenta de los dos Estados, se volvería a repetir pero esta vez en unas condiciones de vasallaje aún más lacerantes. ¿Y esta es la solución que ofrecen Beijing y Moscú a la causa nacional palestina? ¿Este es su “internacionalismo” y su “papel dirigente” en la lucha contra la ocupación sionista, el genocidio y la agresión norteamericana en Oriente Medio?
Tanto la burguesía rusa como china están jugando a la diplomacia más hipócrita, proponiendo que sea la ANP la que lidere una paz igual de sangrienta y opresiva que la guerra de exterminio que el pueblo palestino ha sufrido. Es una propuesta para aceptar una derrota que estas potencias han favorecido con su inacción política. Exactamente igual que cuando apoyaron y empujaron a la izquierda palestina y a sus facciones armadas, y al conjunto de la izquierda árabe, a apoyar los Acuerdos de Oslo y que ha resultado en un completo desastre para el pueblo palestino.
El colapso del régimen de Al-Assad
El segundo factor que explica esta contención por parte de los actores que integran el “eje de la resistencia” son sus propias debilidades y contradicciones internas. El mejor ejemplo de ello ha sido lo ocurrido en Siria, con un régimen podrido que se ha desmoronado en menos de una semana, y que demostró carecer de cualquier tipo de apoyo social.
Es evidente que tanto el imperialismo norteamericano como el sionismo no han dejado de conspirar contra el régimen Al-Assad, y que aprovecharon y alimentaron la brutal guerra civil desatada en el país para tratar de derrocar a uno de sus principales adversarios. La criminal intervención del imperialismo norteamericano en Oriente Próximo, en Iraq, Libia o la propia Siria, y sobre todo, sus maniobras para descarrilar los procesos revolucionarios desatados con la primavera árabe, han sido una realidad pero no bastan para explicar el completo colapso del régimen.
Determinados sectores de la izquierda estalinista han seguido ensalzando al régimen de Al-Assad como una continuación del llamado socialismo panárabe. Sin embargo, esta posición hace mucho tiempo que dejó de tener sentido. El estallido de la primavera árabe en Siria, en Egipto, Túnez o Libia, no fue fruto de ninguna conspiración imperialista, sino del hundimiento de las condiciones de vida de la población. Fueron levantamientos revolucionarios contra Gobiernos capitalistas autoritarios que aplicaban duras políticas de austeridad y privatizaciones, y estuvieron encabezados por una vanguardia de trabajadores y jóvenes militantes.
Bashar Al-Assad, que heredó el régimen de su padre Hafez Al-Assad al más puro estilo de una monarquía absoluta, aceleró desde su llegada al poder la negociaciones con el FMI y el Banco Mundial de cara a profundizar las privatizaciones de las empresas nacionalizadas, desmantelar los servicios públicos y acabar con los subsidios que aún existían para productos básicos o para acceder a una vivienda. Unas políticas abiertamente neoliberales que multiplicaron la pobreza extrema, que alcanzaba al 30% de la población, e incrementaron las desigualdades enriqueciendo a la corte de familiares, burócratas y empresarios en torno a Al-Assad y sus lucrativos negocios con Occidente.
Si bien es cierto que en la década de los 50 y 60 del siglo XX los procesos revolucionarios en el mundo árabe arrancaron importantes conquistas en países como Egipto, Iraq o Siria, todos ellos fueron finalmente descarrilados y algunos de los regímenes resultantes fueron influenciados por la burocracia estalinista de Moscú, la misma que a principios de los noventa protagonizó el desmantelamiento de la URSS y restableció el capitalismo en Rusia transformándose en la nueva burguesía rusa.
Hafez Al-Assad (padre), como Nasser en Egipto, alcanzó el poder en 1970 con un golpe de Estado que frenó el proceso revolucionario que venía desarrollándose durante los años 60 en Siria, y que había culminado con la nacionalización de gran parte de la economía, con una profunda reforma agraria que expropió a los terratenientes, y con la declaración del país como socialista.
Tras el golpe, Hafez Al-Assad consolidó un régimen bonapartista que, aunque en un primer momento mantuvo algunas de las conquistas revolucionarias como las empresas nacionalizadas, eliminó rápidamente a los sectores de izquierda tanto en el partido Baaz, como en el Partido Comunista y en los sindicatos. Esto implicó distanciarse del movimiento armado palestino, negando cualquier ayuda a la OLP durante el levantamiento revolucionario del Septiembre Negro en Jordania o, posteriormente en 1976, atacando militarmente los campamentos de la OLP en Líbano en connivencia con Israel.
En el plano económico abogó progresivamente por el abandono del socialismo de Estado en pos de una economía mixta y en defensa de la propiedad privada, reestableciendo los lazos con la burguesía comercial suní de Damasco. Una política que supuso la liberalización progresiva de la economía Siria, cuyo impulso definitivo se dio a partir de 1985 bajo la dirección del tecnócrata Muhammad al-Imadi como ministro de Economía.
A pesar del aura revolucionaria que algunos intenta otorgar al régimen sirio derrocado, igual que a la Rusia de Putin o la China de Xi, la realidad es que desde hace décadas nos encontramos ante una dictadura bonapartista que recurre a la represión contra su pueblo, y cuya camarilla gobernante ha realizado negocios multimillonarios con las burguesías árabes. Nada más ajeno a cualquier idea de socialismo.
Fundamentalismo islámico, capitalismo y socialismo
El resto de integrantes del “eje de la resistencia”, tanto el régimen de los mulás, como las organizaciones fundamentalistas Hezbolá y Hamas, han manifestado en estos acontecimientos lo lejos que están de ser una alternativa revolucionaria y antimperialista consecuente. Cualquier idea de presentarlos así, es una caricatura que no resiste un análisis serio.
Uno de los argumentos utilizados para defender al régimen de Al-Assad ha sido presentarlo como una alternativa “laica”. Pero este enfoque oculta que la Constitución siria de 1973 consagra la primacía del Islam, y que desde hace décadas mantenía una alianza con el fundamentalismo chiita encabezado por la dictadura capitalista de los mulás, que ha dejado claro su carácter anticomunista en decenas de episodios de represión sangrienta contra el movimiento obrero, los sindicatos, las mujeres que luchan por sus derechos, o las organizaciones militantes de la izquierda.[4]
Y algo muy similar podemos decir respecto al papel político de Hezbolá en el Líbano. En 2019, ante el colapso de la economía y el sistema bancario, y frente a una oligarquía sectaria corrupta que no ha dejado de saquear el país y de la que forma parte la cúpula de Hezbolá, se produjo un levantamiento revolucionario, con huelgas generales, barricadas en las calles, y enfrentamientos tanto con la policía como con las milicias fundamentalistas.
Esta crisis revolucionaria de 2019[5] puso en evidencia para cientos de miles de trabajadores y jóvenes libaneses el papel procapitalista de Hezbolá para garantizar la estabilidad de la élite de plutócratas que domina el país. A esto no es ajena su dependencia de los mulás iraníes, que nunca han dudado en emplearse a fondo para desbaratar cualquier amenaza revolucionaria en Oriente Medio que pudiera contagiar a su población. Sin duda, su pérdida de prestigio entre las masas libanesas tras la embestida militar del Gobierno sionista, ha sido un aspecto que ha tenido muy en cuenta tanto el imperialismo norteamericano como Netanyahu para golpear en Siria.
Irán es una potencia regional con ambiciones imperialistas, por supuesto en una escala inferior a otras potencias con mayor peso que operan en la zona. Pero su papel en los acontecimientos políticos y militares que han sacudido Iraq, Líbano o los territorios ocupados en Gaza y Cisjordania está fuera de duda. La burguesía iraní tiene su propia agenda económica y militar, y no está dispuesta a ser un espectador pasivo mientras otras potencias de su misma entidad, como Turquía, continúan su expansión.
La actitud de Teherán en estos acontecimientos revela dos hechos. El primero, que su dependencia económica de China se ha agigantado en los últimos años, y eso ha llevado a que sus decisiones frente a Israel estén muy condicionadas por los intereses de Beijing. La contención del Gobierno iraní se explica por el rechazo frontal de China a una guerra regional que pueda afectar de forma negativa a los múltiples lazos y acuerdos económicos que ha firmado por doquier en la zona, y que podría desatar una recesión global.
Y esta razón también se complementa con otra. La dictadura de los mulás no está segura de que su implicación en una guerra con Israel pudiera atizar el descontento y la ira popular dentro de sus fronteras. Es muy significativo que las movilizaciones pro palestinas en Irán han sido mucho más limitadas que en otros países del entorno. La identificación de Hamas con el régimen teocrático no ha sido vista con simpatía por una sección importante de la clase obrera y la juventud que sufre una represión despiadada.
Tal y como insistió Lenin en numerosos escritos, y tal como fue la práctica del bolchevismo en sus años heroicos antes de la degeneración estalinista, pensar que la liberación de los pueblos oprimidos puede venir de la mano de alianzas con potencias imperialistas secundarias, o que están en pugna con las potencias imperialistas dominantes en una determinada fase histórica, es una traición abierta al socialismo y conduce inevitablemente a la derrota.
La historia está llena de ejemplos de cómo los imperialistas pueden apelar a los más elevados sentimientos de los pueblos oprimidos para sus objetivos políticos y económicos. Los pueblos balcánicos saben muy bien de esto, al punto de que fueron utilizados por uno y otro bando de bandidos imperialistas como peones en el gran juego que condujo a la Primera Guerra Mundial. El imperialismo británico supo hacer lo mismo durante la lucha por la independencia en India, provocando una guerra civil sangrienta en líneas religiosas y que terminó en la participación del país y la formación de Paquistán. Y ahora el pueblo kurdo está sufriendo en Rojava la misma amarga experiencia tras los pactos militares y políticos de sus dirigentes con el imperialismo estadounidense.
A una escala superior sucedió con el nacimiento del Estado sionista de Israel, tras la experiencia terrible del holocausto judío a manos de los nazis. En 1948 la inmensa mayoría de la izquierda internacional, socialdemócratas y estalinistas, estuvo a favor de la fundación del Estado de Israel con el patrocinio de la URSS de Stalin. De hecho Ben-Gurión siempre reconoció el papel esencial que jugaron las armas suministradas por la URSS y Checoslovaquia en la primera guerra árabe israelí con que culminó la Nakba.[6] Ahora vemos las terribles consecuencias de esos errores políticos.
El único camino para barrer la opresión sionista e imperialista en Oriente Medio es levantar una verdadera solidaridad internacionalista de clase, defendiendo un programa socialista que ponga en el punto de mira a las corruptas burguesías árabes, ligadas por miles de negocios con el sionismo, EEUU y la UE, pero también a esas fuerzas fundamentalistas que utilizan la retórica antimperialista y que en sus propios países defienden un capitalismo igual de salvaje.
Una alternativa comunista que nunca renunciará a la autodefensa armada, pero que supeditará la acción legítima de las armas a una política revolucionaria basada en la movilización de masas, en las huelgas generales, en los comités de acción y en la insurrección, y que una a todos los oprimidos por encima de cualquier diferencia étnica, nacional o religiosa en el objetivo de derrotar y expropiar al enemigo común: las burguesías locales y sus amos imperialistas. No será fácil, pero todo el supuesto pragmatismo que nos han vendido ha terminado en un río de sangre para los nuestros, tanto en Palestina como en Siria.
La opción está clara: ninguna confianza en el imperialismo, ni en las potencias en decadencia con un reguero de crímenes a sus espaldas, ni en las que ahora disputan la supremacía. Por una política de independencia de clase, por el derrocamiento del Estado sionista supremacista, por acabar con los regímenes capitalistas en toda la región, por la plena liberación del pueblo palestino en una Federación Socialista de Oriente Medio.
Notas:
[1] Un primer análisis de los acontecimientos en Siria en: La caída de Al-Assad en Siria. Una nueva fase en la lucha por la hegemonía mundial
[2]La intrincada postura de China respecto al conflicto palestino-israelí
[3]China’s Ties With Israel Are Hindering the Palestinian Struggle for Freedom
[4] El régimen iraní ha aplastado sin contemplaciones sucesivos levantamientos de trabajadores, jóvenes y mujeres contra la represión y por condiciones de vida dignas frente a la corrupción y privilegios galopantes de la elite clerical capitalista que domina el país desde hace más de 40 años. Las últimas en 2022, ante el salvaje asesinato de la joven kurda Mahsa Amini por la policía de la moral por llevar un "hijab inadecuado".
Los trabajadores y la juventud iraní responden a la represión extendiendo el levantamiento popular
La revolución iraní abre una brecha en la dictadura capitalista de los Mulás
[5]Revolución en Líbano. Las masas ponen en jaque al régimen
[6] Para conocer un análisis en profundidad del surgimiento del Estado sionista y la cuestión nacional palestina, consultar el artículo de la revista Marxismo Hoy, El genocidio sionista en Gaza y la cuestión nacional palestina.
El genocidio sionista en Gaza y la cuestión nacional palestina