El capitalismo mata el planeta. ¡Por un ecologismo anticapitalista!
A principios de este año hemos asistido al surgimiento de un importante movimiento de la juventud en distintos países europeos y a nivel mundial contra la catástrofe medioambiental. Estas movilizaciones han puesto de relieve la preocupación cada vez mayor ante un problema global que pone en evidencia el callejón sin salida a que nos aboca el sistema capitalista. Sin embargo, también han puesto de relieve la existencia de dos tendencias claramente diferenciadas en el seno del movimiento. Una tendencia procapitalista e institucional, fundamentalmente vinculada a los partidos verdes y a numerosas ONGs como Greenpeace, que rechazan romper con el sistema capitalista y que delegan en Parlamentos, Gobiernos y multinacionales, responsables de la situación que padecemos, evitar la catástrofe ecológica. Y otra, anticapitalista, que sí señala a los verdaderos responsables, las y los capitalistas y los políticos a su servicio.
En este sentido, y de cara a ocultar la responsabilidad de Gobiernos y grandes corporaciones capitalistas, los partidos verdes han impulsado una campaña para que los distintos Parlamentos de todo el mundo declaren el “estado de emergencia climática”, una medida absolutamente vacía de contenido de cara lavarse la cara ante la población.
El último ejemplo lo hemos tenido en el Estado español, donde el pasado martes, ya con la convocatoria de elecciones encima de la mesa, se aprobaba la misma en el Congreso de los Diputados, con los votos favorables de todos los partidos excepto VOX. Una declaración abstracta que ni señala responsables, que los hay, ni políticas o medidas concretas de cara a hacer frente a esta grave amenaza, y que por eso sin duda ha podido ser votada también sin problema por el PP y Ciudadanos. Mientras luchar contra el cambio climático no suponga tocar los negocios y el bolsillo de los grandes capitalistas, no tendrá problema en aprobar todas las declaraciones que sean necesarias. Y mientras tanto, como hemos visto estos días en Almería, Murcia o Alicante, seguirán pagando los de siempre las consecuencias del desastre ecológico, las familias trabajadoras.
Canadá: Emergencia climática y negocios petroleros multimillonarios.
Otro ejemplo es el de Canadá. Según un reciente informe gubernamental, las temperaturas en Canadá han aumentado el doble que la media mundial y desde 1948 el calentamiento del país ha sido de 1,7 grados centígrados, mientras que, en el mismo periodo, las temperaturas han aumentado una media de 0,8 grados en el conjunto del planeta. Además, se prevé que los glaciares en las montañas del oeste perderán entre el 74 % y el 96 % de su volumen de hielo hacia finales de siglo.
Fruto del impacto en la sociedad de este demoledor informe, y en un evidente acto de sacudirse responsabilidades ante esta situación, el pasado 17 de junio el Parlamento canadiense declaraba el “estado de emergencia climática” por 186 votos a favor y 63 en contra, siendo noticia en todo del mundo. Una noticia ampliamente celebrada por los Partidos Verdes y las ONGs ecologistas.
Lamentablemente, tan solo 24 horas después, el ejecutivo canadiense confirmaba la decisión de construir la segunda línea del oleoducto Trans Mountain, empresa que diariamente genera 300 mil barriles de petróleo, y cuya obra supondrá un impacto nefasto para el ya de por si maltrecho ecosistema de la zona, además de afectar a los derechos de muchas comunidades indígenas. Desgraciadamente, tanto los medios de comunicación como esos mismos sectores ecologistas, no se hicieron especial eco de esta noticia, y no denunciaron el cinismo y la hipocresía tanto del Gobierno como del Parlamento y las instituciones canadienses.
Dicho oleoducto se construirá de cara a transportar un tipo de petróleo denominado “Betún” o “Bitumen”, de muy baja calidad, cuya extracción requiere separar el mismo de las arenas de alquitrán. A diferencia del crudo que se extrae en los pozos petrolíferos, el bitumen requiere una operación de minería a cielo abierto, arrasando el ecosistema donde se encuentra. Una de las consecuencias ya visibles es la destrucción masiva de los bosques boreales y la contaminación de suelo y de los ríos, ya que es necesario lavar grandes extensiones de terreno con una mezcla de agua y sustancias químicas para separar el betún de una mezcla de arena y arcilla. La extracción de este tipo de petróleo ha llevado a envenenar el río Athabasca, y ha contaminado hasta tal punto la región que se produce lluvia ácida. Para colmo, se requiere de ingentes cantidades de agua para extraer y procesar el bitumen en comparación con el petróleo convencional, agua que obviamente termina completamente contaminada.
La realidad es que, a pesar de la declaración de emergencia climática, al día siguiente de su aprobación, tanto el Gobierno como las instituciones canadienses demostraron qué es lo cuenta para ellos, los beneficios privados multimillonarios de petroleras y empresas extractivas, sea cual sea el coste ambiental generado por las mismas, e incluso, como es el caso, aunque se ponga en peligro la salud de la población.
Gran Bretaña: Recortes, pobreza y emergencia climática
Otro buen ejemplo es el de Gran Bretaña, un país que se verá enormemente afectado por la subida del nivel del mar y por constantes inundaciones, que ya se han disparado de forma exponencial en las dos últimas décadas. El pasado 2015 las lluvias torrenciales anegaron gran parte de los condados de Lancashire y Yorkshire, el área del Gran Manchester y Cumbria, provocando millares de evacuados y millones de pérdidas económicas.
No es ninguna casualidad que esto ocurriese una vez más en zonas desfavorecidas, como ahora ha ocurrido en el caso de la gota fría. Al azote del temporal se le sumaron los millonarios recortes que el gobierno central impuso y que provocaron que las estructuras de contención preparadas para evitar inundaciones se viesen superadas por la fuerza del agua, llegándose incluso a romper. Algo impensable y que no ocurrió en el caso de la ciudad de Londres, donde sí se habían realizado las inversiones necesarias y el mantenimiento adecuado de las mismas. Lo mismo que ocurrió con el Katrina en Nueva Orleans, una de las ciudades más pobres de los EE.UU.
Pero las inundaciones no son el único problema que enfrenta Gran Bretaña. Se estima que la contaminación mata a 40.000 personas en todo el país, 9.500 solo en la ciudad de Londres y se ceba especialmente en los barrios más humildes e industrializados de la ciudad, donde el porcentaje tanto de muertos como de enfermedades relacionadas con la polución es muy superior al de las zonas ricas, con más parques y jardines, y un modelo de urbanismo más equilibrado y saludable.
Fruto de esta situación, las movilizaciones que protagonizó la juventud en toda Europa fueron especialmente significativas en Gran Bretaña, donde se extendieron durante semanas forzando que la Cámara de los Comunes declarase finalmente el “estado de emergencia climática” el pasado 1 de mayo. Sin embargo, de nuevo, ninguna medida concreta, y ninguna política concreta, más allá de una declaración meramente cosmética de cara a tratar de mandar a casa a las y los jóvenes que se manifestaban en las calles, y con el apoyo de políticos conservadores y liberales responsables de las brutales políticas de recortes de los últimos 9 años.
El cambio climático, ¿nos afecta a todos por igual? ¡No, es una cuestión de clase!
Desde los medios de comunicación, desde los Parlamentos y la política oficial, y desgraciadamente desde muchas ONGs ecologistas y partidos verdes se nos trata de vender que todos sufrimos las consecuencias del cambio climático por igual. Los que defendemos un ecologismo anticapitalista nos rebelamos contra esta idea falsa que pretende igualar la responsabilidad de aquellos que no tenemos ninguna capacidad de decidir sobre qué se produce y cómo se produce, con la de aquellos que dominan y arrasan cada centímetro del planeta tierra con el objetivo de llenarse los bolsillos.
Según un reciente informe de Transport&Environment, Carnival Corporation, la mayor empresa del mundo en el sector de los cruceros de lujo, emitió en 2017 casi 10 veces más dióxido de azufre en las costas europeas que los 260 millones de coches europeos. Royal Caribbean Cruises, la segunda mayor empresa del mundo en el mismo sector, supera cuatro veces la polución emitida por el conjunto de la flota europea de coches. Es solo un ejemplo, pero demuestra quiénes son los verdaderos responsables de esta situación.
Los representantes del sistema tienen un objetivo claro y es que los efectos del cambio climático recaigan una vez más sobre los hombros de los más oprimidos, quienes precisamente tenemos menos capacidad de contaminar. La mitad más pobre de la población mundial –unos 3.500 millones de personas– sólo genera el 10% del total de las emisiones mundiales atribuidas al consumo individual, mientras que el 10% más rico de la población mundial genera el 50% de estas emisiones.
La búsqueda a toda costa de más y más beneficios privados por parte de un puñado de capitalistas esta matando el planeta y amenaza de forma muy seria la propia supervivencia de la raza humana. Solo mediante la planificación racional y democrática de la economía a nivel internacional, frenando drásticamente el derroche masivo de recursos, y mediante medidas reales, efectivas y directas, podremos acabar con esta amenaza. Pero eso no será posible sin tocar la propiedad de los grandes capitalistas, que se han apropiado del agua, la energía, el suelo, y todos los recursos naturales que pertenecen al conjunto de la humanidad. La lucha para salvar el planeta es la lucha contra el sistema capitalista.