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Unidas Podemos debe pasar a una oposición de izquierdas contundente

La tercera ola avanza sin control y lo peor es que desde el Gobierno de coalición no se toman decisiones para enfrentarla y superarla. Todo lo contrario. La opción de Pedro Sánchez y del PSOE de seguir el guión marcado por la CEOE y el IBEX 35 colocando los beneficios empresariales por encima del derecho a la salud, está detrás de unas cifras completamente inaceptables.

Tenemos que ser claros aunque cueste decirlo. Lo que ha ocurrido no tiene nombre. Una gestión infame, encubierta por propaganda y mentiras descaradas, ha dado como resultado que nos acercamos ya a los 100.000 fallecidos por la pandemia, y que enero de 2021 haya batido un récord con una cifra cercana a los 8.000 muertos. ¡El Estado español tiene la tasa de mortalidad más elevada de la UE! y la incidencia de contagios por cada 100.000 habitantes supera los 1.000 casos en numerosas CCAA.

La abrumadora mayoría de los epidemiólogos y expertos están reclamando medidas de contención duras, empezando por el confinamiento domiciliario. Pero nada de esto sucede ya que a los grandes poderes económicos les importa un bledo la vida de la población y son los que marcan la agenda política. ¿O no es así?

Que el ex ministro de Sanidad, Salvador Illa, o Fernando Simón, coordinador de alertas sanitarias, junto a los responsables políticos de las comunidades autónomas y los medios de comunicación culpen a la población y especialmente a la juventud de esta situación, merece una rotunda reprobación. El propio Simón ha llegado a decir en tono sarcástico que el problema es que “en Navidades la gente lo pasó mejor de lo que se debía haber pasado”. Unas declaraciones ofensivas llenas de cinismo e hipocresía.

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La abrumadora mayoría de los epidemiólogos y expertos están reclamando medidas de contención duras, empezando por el confinamiento domiciliario.

La desastrosa gestión de Illa, satisfecho con unos resultados que serían causa sobrada para un cese fulminante, queda disimulada: en el momento de escribir este artículo es aclamado por los poderes mediáticos y del Estado como su candidato a las elecciones catalanas, cuya celebración en las circunstancias descritas entraña un serio peligro para la salud pública.

Que Illa o Fernando Simón culpen a la población por su “irresponsabilidad” individual, no oculta el calvario que padecen los trabajadores sanitarios sometidos a una tensión insoportable, ni el colapso que sufre la atención primaria, o la interrupción de los suministros de vacunas por el ansia de beneficios de las grandes farmacéuticas.

La renuncia del Gobierno a romper con las políticas capitalistas se hace cada día más visible. Y esto es lo que envalentona a la derecha. Cuando Pedro Sánchez en el parlamento elogia a Santiago Abascal por su "sentido de estado" tras haberse abstenido en la votación de las ayudas europeas ¿qué mensaje esta enviando?  En Madrid el Gobierno de Ayuso no deja pasar oportunidad para dejar claro a favor de quién gobierna. Si en la primera ola de marzo-abril de 2020 las residencias privatizadas de mayores se convirtieron en un matadero sin que nadie pagara por ello, Ayuso se siente tan confiada que vuelve a firmar contratos multimillonarios con la sanidad privada para entregar 750 euros por paciente y día y 2.100 euros diarios por ingreso en UCI. ¡Y aquí no pasa nada porque la izquierda parlamentaria renuncia a poner a esta reaccionaria en su sitio!

Unidas Podemos debe abandonar el Gobierno de coalición y pasar a una oposición de izquierdas contundente

Ha transcurrido un año desde la formación del Gobierno de coalición y las perspectivas para Unidas Podemos son cada vez más sombrías. De la euforia que Pablo Iglesias y Alberto Garzón trasmitían cuando firmaron el acuerdo con el PSOE poco queda. El afán por marcar diferencias con numerosas decisiones del Ejecutivo, y las cabriolas para justificarlo como una normalización de la discrepancia, indican que las contradicciones están llegando a un punto crítico.

En política no se puede jugar al gato y al ratón, no se puede estar en el Gobierno y en la oposición a un mismo tiempo. Pablo Iglesias conocía perfectamente las presiones a la que se enfrentaría si entraba en el Ejecutivo de la mano del PSOE, y aun así optó por esa vía. Un año después los hechos se imponen con tozudez: en lugar de empujar a la socialdemocracia hacia la izquierda, es Podemos la que se asimila al sistema.

En los asuntos de fondo, Pablo Iglesias y la dirección de UP no hace más que ceder y justificar sus renuncias de mil maneras. Ya sea con el Emérito y la monarquía, con los militares golpistas, con la negociación del SMI, con el gran negocio de la sanidad privada y de las eléctricas, con los desahucios o con la reforma laboral…, en cuanto se trata de adoptar medidas que pudieran reorientar la política gubernamental en beneficio de la mayoría de la población, el PSOE impone sus criterios y UP traga y legitima.

¿Cuáles son las ventajas de prolongar esta estrategia? Ninguna para la clase trabajadora, ni para los jóvenes, los parados o los pensionistas. La contrarreforma laboral sigue en vigor por orden de Nadia Calviño, la CEOE y el IBEX 35. La ley Mordaza se aplica masivamente mientras la campaña de criminalización contra la juventud es ensordecedora. El aparato del Estado dominado por una judicatura plagada de fascistas destituye al presidente de la Generalitat, mantiene presos a los dirigentes independentistas, encarcela raperos y condena a sindicalistas. Los despidos fraudulentos y disciplinarios se extienden como una mancha de aceite. El ministro Escrivá prepara una durísima contrarreforma de las pensiones. El derecho a una vivienda pública digna no existe, pero los grandes tenedores y especuladores siguen llenándose los bolsillos con los decretos aprobados. Se vota una nueva ley educativa que da a la privada concertada una financiación multimillonaria a cargo del Estado, pero la educación pública se deshace por los recortes.

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La renuncia del Gobierno a romper con las políticas capitalistas se hace cada día más visible. Y esto es lo que envalentona a la derecha.

Pablo Iglesias nota la presión social y el descontento que crece imparable. Pero no hace más que recurrir a justificaciones que simulan “sentido común” cuando en realidad son la negación de la propia historia de Podemos: “la correlación de fuerzas es desfavorable”, “solo contamos con 35 diputados”, “gobernar no es lo mismo que tener el poder”. ¿Acaso Pablo Iglesias, al que se le reconoce una sólida formación académica, incluso marxista, no sabía que el Gobierno bajo el sistema capitalista es el comité que vela por los intereses generales de la clase dominante? ¿Pensaba que la dirección el PSOE le iba a dejar actuar en contra de los poderes económicos y financieros desde su cargo de vicepresidente?

Podemos nació como una expresión política de la gran rebelión que se inició el 15M de 2011, hace ya diez años. Aupado por una movilización social sin precedentes desde los años setenta, desafiando a la casta política, a la oligarquía y al régimen del 78, despertó una expectativa extraordinaria entre millones de personas. El golpe que asestó al bipartidismo no provenía de su “experiencia parlamentaria”, sino de su aparente determinación por sacudir el tablero político y abrir el camino para grandes transformaciones políticas, económicas y sociales. Pero desde hace ya bastante tiempo, la dirección de Podemos ha renunciado a sus señas de identidad, ha sustituido la lucha de clases por la diatriba parlamentaria y se ha conformado con ser la pata izquierda de la socialdemocracia tradicional.

El resultado de esta deriva se está escribiendo todavía, pero puede terminar en un desastre completo. Poniendo todos los huevos en la cesta del cretinismo electoralista y parlamentario, renunciando a defender un programa socialista y a construir una fuerza revolucionaria en los centros de trabajo y estudio, en los sindicatos, en los barrios y los movimientos sociales, UP se ha convertido en una maquinaria electoral que cosecha retroceso tras retroceso.

En el parlamento gallego no lograron ningún escaño, en las últimas elecciones vascas perdieron dos tercios de su apoyo, y pueden estar a punto de sufrir otro batacazo en las elecciones catalanas. Las razones de esto no es la falta de “implantación territorial” o la debilidad de los círculos, algo por otra parte evidente, sino la merma de credibilidad por  unas posiciones conciliadoras y respetuosas con un régimen que, en teoría, venían a derribar, y el escepticismo y la desilusión que cunde hacia la formación morada entre amplios sectores de la juventud.

Si el fin es apuntalar una política que no cuestione el sistema, el futuro de UP está claro: acabará peor aún que Syriza, fagocitado y engullido por el PSOE. Un esfuerzo completamente baldío, que generará mucha frustración, mucha abstención entre las capas populares y permitirá a la derecha avanzar con más rapidez.

La permanencia de UP en el Ejecutivo solo servirá para legitimar las políticas del PSOE, tragar con nuevos recortes sociales y en los derechos democráticos, y todo ello a cambio de migajas insignificantes que no cambiaran el curso de los acontecimientos. El argumento de que sin Podemos en el Gobierno todo sería peor no sirve. Con Podemos en un Ejecutivo dominado por el PSOE, es Nadia Calviño quien decide y Pablo Iglesias quien sale cada dos por tres a justificarse.

Los y las ministras de Unidas Podemos no deben ser cómplices de este espectáculo un día más, no pueden amparar este desastre para las familias trabajadoras. Si no pueden cambiar radicalmente la acción de Gobierno, deben pasar inmediatamente a la oposición de izquierdas e impulsar la movilización más contundente defendiendo un programa anticapitalista. Los dirigentes del PSOE no renunciarán a sus políticas en hábiles negociaciones privadas, solo la fuerza de la clase obrera en acción puede doblegarlos. Se acaba el tiempo y ahora es el momento de dar un giro decisivo.

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Los y las ministras de Unidas Podemos no deben ser cómplices de este espectáculo un día más, no pueden amparar este desastre para las familias trabajadoras.

Construir la izquierda revolucionaria

La tercera ola de la pandemia muestra a las claras cuales son las intenciones de la clase dominante. Los capitalistas han colocado el derecho a la salud muy por detrás de sus beneficios y la actividad productiva que los genera. Si tenemos en cuenta que la economía enfila su segundo año de recesión, su rapacidad se hará aún mayor y estarán dispuestos a todo.

2020 se ha cerrado con un desplome del PIB del 11% (en el peor año de la Gran Recesión, 2009, la caída fue del 3,8%), y los principales registros presentan un panorama desolador: la inversión (formación bruta de capital) ha retrocedido un 14,3%, el consumo de los hogares un 12,4%, el comercio, el transporte y la hostelería un 20%, la construcción un 19% y la industria un 4,7%. El INE calcula que se han perdido un millón de puestos de trabajo el año pasado y la cifra de parados registrados en enero de 2021 ronda los cuatro millones. El número de hogares con todos sus miembros desempleados roza 1,2 millones y la tasa de desempleo juvenil es la más alta de la UE, superando el 50%.

No aceptamos los discursos que ciegan y hacen retroceder la conciencia de clase, que culpan de los contagios a los trabajadores y los explotados para que los dirigentes de la izquierda reformista y los grandes sindicatos puedan escurrir el bulto. Ellos y su política de pactos sociales, de desmovilización y defensa de las instituciones capitalistas están asfaltando el camino a la derecha y su demagogia.

Solo una política genuinamente socialista puede sacarnos de este atolladero. Hay que defender la nacionalización de las farmacéuticas y la sanidad privada para garantizar la salud pública, el abastecimiento de vacunas para la población y la contratación de decenas de miles de profesionales sanitarios para acabar con el colapso actual. Se tiene que paralizar ya la actividad económica no esencial para facilitar el confinamiento domiciliario, decretando por ley permisos retribuidos con el 100% de los salarios, la prohibición de los despidos y un seguro de desempleo de 1.200 euros al mes financiado con impuestos a las grandes fortunas.

La catástrofe se puede enfrentar si arrancamos los enormes recursos que controlan un puñado de parásitos para colocarlos bajo el control democrático de los trabajadores. Nacionalizando la banca y los grandes monopolios, sí podríamos acometer un plan de choque para resolver las necesidades de empleo, vivienda y educación, combatir la pobreza y salvar millones de vidas.

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La catástrofe se puede enfrentar si arrancamos los enormes recursos que controlan un puñado de parásitos para colocarlos bajo el control democrático de los trabajadores.

Las conquistas de la civilización humana, los derechos y libertades arrancadas por generaciones están amenazadas. Necesitamos pelear por un futuro que merezca la pena. Hay que construir una izquierda revolucionaria basada en la fuerza de la clase trabajadora, la juventud y los oprimidos para llevar a cabo verdaderas políticas transformadoras. Esto no es ninguna utopía, es la única manera de acometer la disyuntiva histórica que vivimos. Y hay que hacerlo con la máxima urgencia.


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