Carta a la redacción
Las fuerzas de la reacción oscurantista volvieron a pasearse hace unos días por Madrid.
Las beatas de visón y los fachitas engominados acudieron obedientemente a la manifestación "en defensa de la familia" (heterosexual, burguesa y temerosa de Dios, debían de haber añadido) que convocaba la cúpula eclesial.
Un ejército de sotanas posaba en el estrado. La estampa recordaba fielmente a las fotos de Franco en el 39, arropado por una bandada de obispos medievales. Y el discurso de estos fundamentalistas cristianos fue casi calcado al de entonces: un gobierno laico radical, que ataca a la familia, que fomenta el divorcio y las uniones contranatura y que, avanza hacia la (sic) "disolución de la democracia". Si sus palabras no provocasen tanta repugnancia casi serían cómicas.
Zapatero, entretanto, no escarmienta. No para de hacer concesiones a la iglesia (aumenta su financiación, paraliza su propuesta de ampliar los supuestos de aborto...) y así se lo pagan. Igual, también, que los cobardes dirigentes republicanos de entonces.
La derecha saca pecho y pretende pasar a la ofensiva. Y para movilizar a las masas de la pequeña burguesía tiene que volver a recurrir a su basura reaccionaria de siempre. Dentro de su temática predilecta se encuentran los mitos y leyendas paleolíticos. Ideas religiosas, oscurantistas, que pertenecen a la prehistoria de la humanidad. Su parafernalia no se diferencia un ápice de la de los chamanes y animistas. Son el detritus de la sociedad, los restos de la mente infradesarrollada del homo erectus.
Las ideas que fomenta la cúpula eclesial son la antítesis de la mentalidad científica, racional, que tantos miles de siglos tardó en desarrollar el género humano. Son un eco de las fantasías mágicas que tuvo que superar nuestra especie para poder avanzar. Acusan al gobierno de querer poner en manos del Estado la educación de los niños. Y lo dice esta banda, que controló la educación -y aún lo hace- de varias generaciones, inculcando los mitos más arcaicos y los prejuicios más tenebrosos.
Y a estos monstruitos es a los que el Estado financia abundantemente con los impuestos de la clase obrera, cuando deberían estar encarcelados por obstaculizar el avance de la civilización e intentar que creamos en fantasmas.
Cómo entiendo a nuestros abuelos en los años treinta.