Cuando todavía no se han extinguido los ecos de la campaña de criminalización hacia el movimiento feminista, el tablero político vuelve a sufrir un nuevo terremoto: el PP de Isabel Díaz Ayuso da un paso al frente y convoca elecciones anticipadas en la Comunidad de Madrid. De esta forma no solo neutraliza una posible moción de censura como la impulsada por Ciudadanos y el PSOE en Murcia, también intenta asestar un duro golpe a la izquierda parlamentaria madrileña. Tanto en la táctica militar como en la política, muchas veces la mejor defensa es un buen ataque.
Apelando a su base social y electoral con un eslogan arrebatador, ¡Socialismo o libertad, elecciones el 4 de mayo!, Ayuso ha lanzado un desafío al más puro estilo trumpista. Teniendo en cuenta que durante este año de pandemia, tanto el PSOE, como Más Madrid y Unidas Podemos han sido completamente incapaces de presentar una oposición contundente a su gestión criminal, la apuesta, a pesar de su riesgo, podría salirle bien.
Ayuso quiere obtener una victoria electoral clara que ofrezca una alternativa a la crisis que sacude al PP. Su reconocida ineptitud y su arrogancia despreciable no han impedido que se fortaleciese frente a una izquierda descabalgada, que no ha sabido ni ha querido frenarla. Los apoyos que obtuvo de Pedro Sánchez en los momentos más críticos —basta recordar la famosa rueda de prensa conjunta cuando la presidenta madrileña decretó el confinamiento de los barrios obreros—, los elogios de Carmen Calvo a su gestión sanitaria, el silencio ridículo de Ángel Gabilondo durante meses y meses, o más recientemente las decisiones autoritarias del delegado de Gobierno en Madrid prohibiendo las manifestaciones del 8M, no han hecho más que reforzarla.
El PSOE ha jalonado con su política de “unidad nacional” los avances de Ayuso en Madrid. Y para hacer honor a la verdad, Más Madrid y UP se han subordinado al guión escrito desde Ferraz sin diferenciarse en nada. ¡Ni siquiera han sido capaces de pedir su dimisión! Esta nueva finta les ha pillado con el paso cambiado, en babia, presentando a prisa y corriendo dos mociones de censura para impedir el adelanto electoral, que serán tumbadas con casi toda seguridad en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid y en el Constitucional. El miedo a esta convocatoria anticipada por parte de la izquierda parlamentaria es la mayor confesión del fracaso de su oposición de terciopelo.
Ayuso ha decidido tomar la iniciativa y golpear dos veces. Sabe de la importancia estratégica de la Comunidad de Madrid y está envalentonada. Ha comprobado que ostentar el lamentable record de muertos por la pandemia, organizar una auténtica matanza en las residencias de mayores privatizadas, someter a la sanidad pública a una dieta de recortes sangrantes o salpicar de colas del hambre los barrios… no es ningún problema. Sus oponentes en la bancada de la izquierda han carecido de nervio y determinación para combatirla, renunciando a la movilización porque perjudicaría a la “gobernabilidad del país”. Con este tipo de adversarios, Ayuso se siente muy cómoda.
Reagrupar las fuerzas de la derecha
El PP se encuentra sumido en una profunda crisis marcada por la presión de Vox y la desorientación de sus actuales dirigentes sobre el camino a tomar. Las constantes contradicciones de Pablo Casado, debatiéndose permanentemente entre apoyar pactos de Estado o copiar el discurso de Abascal, señalan también el callejón sin salida de la derecha española: no puede desentenderse de su tradición histórica.
A la socialdemocracia oficial, y a la nueva versión 2.0, les encantaría una derecha moderna y a la “altura del momento histórico”, que les bailara el agua y fuera comprensiva con las dificultades de gobernar en tiempos de pandemia. En definitiva, buscan una utopía. Pero la derecha española esta modelada por la lucha de clases y la contrarrevolución. Nos podríamos remontar al siglo XIX, a la configuración del bloque de poder terrateniente, nobiliario y burgués y a su carácter profundamente reaccionario, que bebe de los pronunciamientos militares, que apuntaló una monarquía borbónica corrupta, que se basó en el caciquismo, el somaten y el pistolerismo patronal, en la represión de los derechos democráticos de las nacionalidades históricas, en el aplastamiento del movimiento obrero y jornalero, y que patrocinó un golpe militar fascista en julio de 1936. La derecha de hoy es heredera de la que gobernó con puño de hierro el país durante cuarenta años de dictadura. ¿Acaso no es evidente?
Por eso el PP acusa la presión de los acontecimientos de una manera brutal. Como ocurre en muchas partes del mundo, el partido de Casado ha sufrido una escisión de su propio organismo. VOX ofrece una bandera de lucha levantando sin remilgos un discurso reaccionario a la ofensiva. Y en un momento de crisis social aguda, de deslegitimación del régimen del 78, de ascenso de la lucha de clases que ha cristalizado en la formación de un Gobierno PSOE-UP, la extrema derecha lejos de desinflarse se crece y envalentona.
La polarización política no es una construcción artificial, es el síntoma inequívoco de la profunda crisis que corroe al sistema capitalista. La ruptura global con el bipartidismo es el resultado de la nueva fase histórica en la que ha entrado no solo el Estado español sino todo el mundo. La burguesía lo comprendió y se apresuró a construir una formación “moderada” para frenar el ascenso de Podemos y que pudiera actuar como bisagra con el PP y el PSOE para asegurar la estabilidad.
Esa era la función de Ciudadanos, el partido del Ibex 35. Pero la lucha de clases no entiende de planes acabados, ni sigue un curso rectilíneo. Albert Rivera y los suyos, empujados por los acontecimientos de Catalunya, creyeron que podían explotar el nacionalismo españolista en beneficio propio y lograr la hegemonía de la derecha. El resultado, como es sabido, ha sido un completo desastre y la razón es evidente. El giro a la izquierda que se concretó en las dos convocatorias electorales de 2019, y la persistencia del movimiento de liberación nacional en Catalunya, evitó la conformación de un gobierno de coalición entre el PSOE y CS, que era la apuesta del capital y también de Ferraz.
Desde entonces Ciudadanos ha recibido la puntilla definitiva. En las generales de noviembre de 2019 lograron solo diez diputados. A eso siguió la dimisión de Albert Rivera y el relevo de Inés Arrimadas, que intentó ofrecerse al PSOE como socia alternativa. Pero el batacazo en las elecciones catalanas del 14 de febrero ha sido bestial: perdieron 30 diputados. No hay espacio para la formación naranja. Y el destino para un partido condenado se manifiesta en los movimientos desesperados de la actual dirección. Su pacto con el PSOE en Murcia para descabezar al PP escribirá su epitafio.
Con Cs fuera de juego, la patata caliente sigue estando en el tejado de Pablo Casado y del Partido Popular. En este contexto un personaje tan mediocre como Ayuso ha emergido con un discurso que toma la iniciativa, y no teme decir lo que piensan muchos dirigentes tradicionales que ven con profundo desconcierto lo que está sucediendo. Este es otro de los aspectos más relevantes del adelanto electoral.
Asesorada y apoyada por el aguirrismo y el aznarismo, Ayuso y sus mentores reivindican una reorganización estratégica del bloque de derechas cimentada en una alianza con VOX. La lógica de este planteamiento es aplastante. Aznar lo expuso con claridad en un acto público con el propio Casado: hay que unir a la reacción cueste lo que cueste, dejarse de vacilaciones, medias tintas y concesiones a la galería. Si se quiere volver a la Moncloa no hay que temer una alianza con la extrema derecha. Lo natural, dicen, es levantar con fuerza y decisión un programa que comparten desde siempre. Defensa del orden, de la familia, de la represión, de la monarquía, la bandera, la unidad sagrada de la patria, del machismo, la homofobia y el racismo.
Y para conseguir los votos hay que hacer un llamamiento firme a la pequeña burguesía golpeada por la crisis pero dispuesta a lo que sea para no perder su status privilegiado, que necesita explotar sin ninguna cortapisa mano de obra barata y beneficiarse de una precariedad extrema. Ese torrente de pequeños comerciantes, hosteleros, agricultores, caseros sin escrúpulos, rentistas y gente de orden, que ha hecho su estilo de vida a partir del pelotazo inmobiliario y la expansión del turismo, y al que se suman miles de altos funcionarios del escalafón administrativo, judicial, de la policía y del ejército excitados hasta el paroxismo por el nacionalismo españolista… en definitiva, ese polvo social que Vox ya moviliza, es el que el PP tiene que volver a recuperar cueste lo que cueste.
Los planes de la socialdemocracia y el papel de UP
Lo ocurrido en Madrid refleja la enorme inestabilidad y volatilidad de la situación política, y la fuerte presión de la lucha de clases a pesar de todos los esfuerzos del PSOE para preservar la paz social. La decadencia del capitalismo español, agravada formidablemente durante la pandemia, está socavando los pilares fundamentales de la gobernabilidad. Numerosos factores se interrelacionan rompiendo una y otra vez los cortafuegos que se improvisan para evitar la desestabilización.
Estos acontecimientos se producen cuando las disensiones en el Gobierno de coalición son públicas y notorias. Pedro Sánchez no solo incumple descaradamente la mayoría de los acuerdos firmados con Unidas Podemos, tampoco se arruga a la hora de levantar un muro protector para los intereses de la oligarquía, del régimen del 78, de su monarquía y su aparato estatal, patrocinando incluso una infame campaña de criminalización contra el movimiento feminista que la derecha asume como propia.
Pedro Sánchez y el PSOE están tanteando diferentes opciones. Quieren beneficiarse de la implosión de Ciudadanos, tal como han hecho en Catalunya. Pero no está claro que esta jugada les salga bien. En Murcia conseguirán desbancar al PP de la mano de Arrimadas, pero no tendrán el mismo efecto en Madrid, ni en Andalucía, ni en Castilla-León. Es más, la parte mayoritaria de los cuadros y dirigentes de Cs se integrarán en el PP en el momento decisivo.
La socialdemocracia también se prepara para una aritmética parlamentaria que le permita romper con Unidas Podemos cuando lo consideren oportuno. No lo tienen fácil por supuesto. Sánchez y los suyos, aunque saben muy bien que el pacto con Pablo Iglesias es papel mojado y que su gestión de la pandemia y la crisis no se va a mover ni un milímetro de la hoja de ruta que dictan la banca, el Ibex 35 y la CEOE, lo quieren explotar en su propio beneficio.
Lo han demostrado sobradamente: ¿Derogar la reforma laboral? No. ¿Derogar la ley Modaza? No. ¿Liberar a los presos políticos catalanes? No. ¿Investigar la corrupción de la monarquía?, No, no y no. ¿Revertir los recortes y la austeridad? No. ¿Nacionalizar las eléctricas? Tampoco. ¿Poner límites a la especulación inmobiliaria, los precios de los alquileres, los desahucios? No, la vivienda es un bien de mercado. ¿Frenar a los fascistas y depurar un aparto del Estado infectado de ellos? Que va, es mucho mejor criminalizar la lucha de la juventud y el movimiento feminista.
El PSOE es un partido clave para la defensa de los intereses del gran capital. Su base de apoyo social y electoral lo obtiene mayoritariamente de la clase trabajadora, especialmente de sus sectores más conservadores y de la aristocracia obrera, y las razones de ello tienen mucho que ver con la memoria histórica y la represión franquista. Pero en los momentos clave la socialdemocracia presta un servicio inestimable, por no decir decisivo, para preservar la estabilidad de las instituciones capitalistas.
La verdad es concreta. El argumento de Pablo Iglesias y los dirigentes de Podemos de que con su presencia en el Gobierno arrastrarían al PSOE hacia la izquierda ha sido desmentido por los hechos. Precisamente las constantes discrepancias públicas de Pablo Iglesias son el reconocimiento de esta realidad, pero el problema es que la crítica retórica no es suficiente. Si estás en el Consejo de Ministros y legitimas sus decisiones, no estás en la oposición de izquierdas movilizando a los trabajadores y la juventud, y contribuyes a la parálisis del movimiento de masas que es precisamente lo que pretende la socialdemocracia y la burguesía. Y eso es lo que ha ocurrido durante la campaña de criminalización contra el 8M, con la subordinación de UP a la estrategia de Sánchez.
El PSOE va seguir exprimiendo a UP para dar una cobertura de izquierdas a su gestión, entregando migajas a un escudo social que es completamente impotente para resolver el drama diario de millones de familias. Las pruebas que están por llegar van a ser decisivas: nuevas contrarreformas de pensiones y nuevos recortes, igual que una nueva explosión de movilizaciones en el momento en que los efectos mortales de la pandemia cedan, y la bruma de la propaganda y el miedo se disipen.
Los acontecimientos de Madrid, que seguiremos analizando en detalle pues van a condicionar la política general en los próximos meses, dejan claro que hay una izquierda que no puede frenar a la derecha. La renuncia a la confrontación, a la movilización social y a la defensa consecuente de un programa contra los recortes y la austeridad, permitirá a la reacción seguir gobernando en la Comunidad y prepararse para el asalto a la Moncloa.
Es hora de actuar con audacia, con decisión, de sintonizar con lo que la clase obrera y la juventud necesitan. Hay que construir una izquierda que no tenga miedo a plantar cara al sistema y la reacción, que se base en la movilización masiva, que defienda un programa coherente peleando por la nacionalización de los sectores estratégicos para blindar la sanidad, la educación y los servicios públicos esenciales, para luchar contra el paro con un subsidio de desempleo de 1.200 euros mensuales financiados con impuestos a los ricos, o por una política de vivienda pública que prohíba los desahucios y expropie los millones de casas en manos de los bancos y fondos buitres.
Este es el camino.