Publicamos un artículo de Jesús Rodríguez Barrio, activista de la Comuna, para el diario Público
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Querido Salvador:
El 20 de enero de 1974 cumplí mis 20 años en el Reformatorio de la Cárcel de Carabanchel.
Desde el día 11 de enero de ese año estaba encarcelado por defender tu vida y el día 2 de marzo conocí, en la cárcel, la noticia de tu asesinato. Desde ese día, hasta hoy, un hilo invisible ha entrelazado tu muerte con mi vida.
Salí de la cárcel, pero la militancia antifranquista me llevó otra vez a prisión. Y, muchos años más tarde, la lucha por la justicia volvió a unir mi vida con tu memoria.
Una memoria que es, en gran parte, la memoria del tiempo que nos tocó vivir: el franquismo tardío.
Ese fue nuestro tiempo. Un tiempo muy duro, que los propagandistas del régimen actual han blanqueado. Porque no fue solo el final de la dictadura sino, también, el origen de la monarquía que nos dejó Franco.
En ese tiempo, fuiste condenado a muerte por un tribunal militar franquista en un juicio lleno de irregularidades y carente, por completo, de garantías. Aún hoy, 50 años después de tu muerte, los jueces franquistas que dominan la justicia en nuestro país se siguen negando a revisar tu caso a pesar de la abundancia de evidencias que demuestran que tu juicio no fue más que el envoltorio legal de un asesinato en el que la sentencia ya estaba dictada antes de empezar (*).
Fuiste condenado por enfrentarte al franquismo con las armas en la mano. Y la jurisdicción militar de nuestro país, que sigue dominada por jueces franquistas, no puede legitimar hoy el hecho de la resistencia armada contra la dictadura franquista, la última dictadura fascista de Europa.
Porque de eso es de lo que se trata. Más de una vez, en charlas y conferencias, se nos ha hecho la pregunta sobre la legitimidad de la resistencia armada frente a la dictadura de Franco. Y la respuesta siempre ha sido la misma: frente a una dictadura criminal, la resistencia armada no solo era un acto legítimo sino, también, un acto de valentía moral.
Un acto de valentía, arriesgar la vida. Luchando contra el fascismo. Luchando por un mundo mejor.
Lo mismo que hicieron Celestino Alfonso y sus 22 compañeros de la Red Manouchian fusilados el 21 de febrero de 1944 por constituir un grupo armado de la Resistencia que cometía atentados contra las fuerzas de ocupación de la Alemania nazi y el gobierno fascista de Vichy.
Celestino Alfonso y sus compañeros fueron inmortalizados en L’affiche rouge y hace unos días, al cumplirse el 80 aniversario de su fusilamiento, han ingresado en el Panteón. El lugar donde Francia reconoce a los grandes hombres. Aquellos que merecen que su nombre sea escrito en un lugar de honor, para ser recordados por las generaciones futuras.
Celestino, en Francia, es un héroe por haber ejercido la resistencia armada contra el fascismo. Y ha recibido justicia, honor y memoria. Cosas que, por cierto, se le han negado en España, el país en el que nació.
Pero tú, Salvador, en España sigues siendo un terrorista. Porque la democracia cobarde que tenemos en nuestro país ha sido incapaz, hasta el día de hoy, de reconocer a quienes arriesgasteis la vida contra el franquismo, luchando por un mundo mejor.
Han pasado 50 años desde tu asesinato, pero yo no te veo mirando hacia el pasado. Te veo en el presente, mirando a quienes pensamos que ese mundo mejor es posible.
Y hoy más necesario que nunca.
Salvador, uno de los nuestros.
Justicia, verdad y memoria.
(*) Sobre esto, ver el excelente estudio de Jordi Panyella: SALVADOR PUIG ANTICH, CASO ABIERTO. Ed. Lectio. Barcelona, 2015.