El 2% es un insulto a los trabajadores ¡Recuperemos nuestro poder adquisitivo!
El 2% es un insulto a los trabajadores ¡Recuperemos nuestro poder adquisitivo!
Otra vez más, la patronal y los máximos dirigentes de CCOO y UGT han firmado un ANC (Acuerdo para la Negociación Colectiva) para este año que comienza. Aunque la inflación está desbocada, se vuelve a establecer como referencia para el incremento salarial en los convenios a negociar en 2008 la previsión de inflación fijada por el gobierno: el 2%, que no se la cree ni el propio Solbes, como demuestra que las tarifas de los servicios públicos suban muchísimo más (3,5% la electricidad, 4,7% el gas, 5,2% el butano...). Y ese 2% tampoco se justifica por el aumento a 600 euros/mes del salario mínimo, que, aunque positivo, es claramente insuficiente. Ningún trabajador debería cobrar menos de mil euros.
Pero si hace un año el 2% parecía un chiste, hoy, con el 4,3% de inflación en 2007, es un auténtico insulto a los trabajadores. José Mª Fidalgo y Cándido Méndez podrán decir que el poder adquisitivo de los salarios está garantizado porque el ANC recoge la cláusula de revisión salarial, pero esto no es verdad, por cinco razones: 1) también recoge que esa cláusula no debe truncar el objetivo de moderación salarial; 2) también recoge que, para no perjudicar la competitividad de las empresas, el aumento salarial debería también tomar como referencia los costes laborales unitarios; 3) también recoge que es preciso avanzar hacia una mayor relación entre salarios y productividad, aumentando los conceptos variables de la nómina y disminuyendo los fijos; 4) también recoge una cláusula de "inaplicación del régimen salarial" que, además, forma parte del contenido mínimo de los convenios de ámbito superior al de empresa (capítulo IV ANC 2008). Y el argumento definitivo e irrebatible: 5) la experiencia demuestra que esas cláusulas de revisión sui géneris de los ANCs, pese a aparecer en los siete firmados desde 2002, no han impedido que los salarios hayan perdido poder adquisitivo (un 4% en los últimos diez años), hasta el punto de que su participación en la renta nacional alcanzó en 2006 su mínimo histórico.
Mientras los empresarios y la banca se siguen forrando, nuestras condiciones de vida se deterioran día a día. Por si no llegase con la precariedad, miles de familias obreras también viven ahora con la angustia de las subidas del euríbor y de los precios de los alimentos. No es de extrañar la tensión que está apareciendo últimamente en toda una serie de luchas, como el metal de Vigo o la limpieza del Metro de Madrid. Esto no se puede seguir aguantando.
No podemos admitir que los convenios se negocien tomando como referencia una previsión de inflación irreal, ni aunque tengan cláusula de revisión. ¿Por qué tenemos que actuar como una financiera para la patronal? ¿Por qué debemos esperar a fin de año para cobrar lo que es nuestro? Hay que volver a tomar como referencia la inflación pasada. Pero ni siquiera el 4,3% es suficiente porque el IPC no refleja el aumento real del coste de la vida. Por eso cada vez hay más familias que no llegan a fin de mes. Recuperar el poder adquisitivo perdido, consiguiendo aumentos salariales superiores a la inflación, es una necesidad. Y que no nos vengan con el cuento de que los salarios crean inflación. No es verdad, como demuestran todos los datos. Puesto que el desmadre de la inflación es evidente, hay que exigir una escala móvil precios-salarios que actualice automáticamente los salarios conforme a la subida del IPC a lo largo del año.
Hay que acabar con la burocracia sindical
Estas propuestas sindicales de firmeza en defensa de los intereses de la clase obrera chocan con un gran obstáculo: los propios dirigentes sindicales, que están en otro mundo porque sus condiciones de vida no tienen nada que ver con las de los trabajadores de a pie. La gravedad política de vivir en tal situación material es que ejerce una poderosa presión ideológica que tiende a hacerles asumir los esquemas del enemigo de clase. Mª Jesús Paredes es un buen ejemplo de ello: destacada representante del sector oficialista de CCOO, mujer de confianza de Fidalgo, presidenta del último congreso confederal, dos décadas al frente de la federación de banca... y dice que no sabe lo que es un sindicato de clase. No hace falta que lo jure porque lleva años demostrándolo. Pero lo de Paredes no es un desvarío siquiátrico; es la consecuencia lógica del sindicalismo reformista que defiende. Por eso es absolutamente seguro que hay más que piensan igual, aunque no sean tan locuaces.
La acción sindical de Méndez y Fidalgo hace aguas por todas partes: las reformas laborales de 1997 y 2006 para reducir la precariedad han fracasado, los ANCs no sirven para mantener el poder adquisitivo de los salarios, la negociación colectiva está en un estado comatoso, la siniestralidad laboral es un mal generalizado, el autoritarismo patronal aumenta, los trabajadores perdemos derechos y cada vez vivimos peor... Su único éxito fue la huelga general del 20 de junio de 2002, es decir, precisamente la única ocasión en que, forzados por la chulería del PP, cuyo decretazo los dejó con el culo al aire, no tuvieron más remedio que abandonar la colaboración de clases y llamar a la lucha.
Pero a pesar de que el 20-J demostró, una vez más, tanto la utilidad de un sindicalismo combativo como que la clase obrera está dispuesta a luchar, los dirigentes de CCOO y UGT desaprovecharon la oportunidad de corregir el rumbo y volvieron rápidamente a sus cómodas negociaciones de salón. Que las disfruten mientras les duren porque, antes de lo que se imaginan, se pueden encontrar en una contradicción similar a la del 20-J, pero a un nivel muy superior: no por una medida concreta (un decretazo), sino porque, empujada por el ciclo económico descendente provocado por la crisis de las hipotecas basura, la burguesía intentará un ataque generalizado contra el movimiento obrero, para conseguir en un corto espacio de tiempo un retroceso brutal en nuestras condiciones de vida y trabajo. Debilitar la negociación colectiva (recordemos la vieja demanda patronal de acabar con la prórroga automática de los convenios, la llamada "ultraactividad") será uno de sus objetivos estratégicos.
Cada vez hay menos margen para los pactos y el consenso. Cada vez más la situación demanda otro sindicalismo. Pero para que pueda ser una realidad, primero hay que acabar con la burocracia sindical que está atrincherada en las cúpulas de nuestros sindicatos y obstaculiza que éstos cumplan la función para la que fueron creados: ser herramientas de lucha para que los trabajadores podamos defender nuestros intereses de clase.
¡Lucha con nosotros por un sindicalismo combativo, de clase y democrático!
¡Únete a El Militante!