En este mes de junio se celebrará el congreso del Partido Popular, marcado por la derrota electoral del pasado 9 de marzo y por el enfrentamiento interno más importante desde 1989. Para asombro de propios y extraños los cuchillos han vuelto a brillar en las filas de la derecha española y, en esta ocasión, parece que tardarán mucho tiempo en ser enfundados de nuevo.

En este mes de junio se celebrará el congreso del Partido Popular, marcado por la derrota electoral del pasado 9 de marzo y por el enfrentamiento interno más importante desde 1989. Para asombro de propios y extraños los cuchillos han vuelto a brillar en las filas de la derecha española y, en esta ocasión, parece que tardarán mucho tiempo en ser enfundados de nuevo.

El giro "centrista" de Mariano Rajoy y su decisión de deshacerse de los dirigentes políticos que han encarnado de forma más llamativa la era "Aznar", ha desatado una oleada de dimisiones, críticas y furiosa oposición a lo largo y ancho del partido, que ha tenido su expresión más aguda en la concentración que el pasado 23 de mayo realizaron centenares de militantes peperos en la sede de Génova. Gritos de "Mariano traidor", insultos contra Ruiz Gallardón, al que numerosas personas concentradas tildaron de mentiroso y asesino, pancartas reclamando la vuelta de María San Gil, no sólo a la presidencia del PP vasco sino también a la del PP nacional, ilustran el grado que ha adquirido la crisis.

La derecha es la derecha

En el artículo que publicábamos en el pasado mes de mayo señalábamos que la crisis del PP sería larga y profunda, reflejando las debilidades de la clase dominante de este país y el nuevo contexto de la lucha de clases nacional e internacional. Pensar que el PP podría desembarazarse fácilmente de una política que le ha proporcionado una capacidad de movilización entre la pequeña burguesía nada desdeñable y que ha unificado ideológicamente a sectores de la reacción que antes andaban dispersos y desmoralizados, es enfocar la dinámica de la lucha de clases de una manera formalista. La cadena de dimisiones en el PP, empezando por Zaplana, anterior portavoz parlamentario, Acebes, actual secretario general del partido, o María San Gil la presidenta del PP vasco; la renuncia a la militancia de Ortega Lara, símbolo de la embestida callejera de la derecha contra la política antiterrorista del gobierno Zapatero, y la oposición pública beligerante a las decisiones de Rajoy por parte de José María Aznar y de sus antiguos ministros Francisco Álvarez Cascos y Mayor Oreja1, son una expresión acabada del profundo descontento tanto en las filas del partido como en la base social del PP.
Es completamente obvio que hay sectores del capital buscando acabar con la polarización política de la legislatura anterior, en un momento en el que es necesario fortalecer el frente político contra los trabajadores y hacer descargar sobre estos el peso de la crisis. Pero no hay una unidad de criterio absoluta entre la burguesía española sobre el camino a seguir. Precisamente ante un auge de la lucha de los trabajadores y enfrentamiento entre las clases, muchos estiman necesario prepararse para romper el espinazo al movimiento obrero y desgastar más profunda y contundentemente al PSOE. Y esta contradicción en que se mueve la burguesía no se va a resolver a corto plazo, como demuestran los ejemplos de Francia e Italia.
Los mayores éxitos del PP se han producido, precisamente, alentando una estrategia de confrontación abierta con la izquierda, recurriendo al santoral programático del nacionalismo españolista más beligerante, azuzando el clericalismo más casposo2. Pero a pesar de todo, es evidente que la derecha tiene un techo, y este techo es el producto del enorme odio que despierta entre la clase obrera y la juventud y en las nacionalidades históricas. Los hombres que Rajoy ha designado para rediseñar la estrategia del PP, como el sociólogo Pedro Arriola y los diputados José María Lasalle, Jorge Moragas y Esteban González Pons, han insistido en que hay que abandonar la imagen de partido antipático, basarse en el desgaste que sufrirá el PSOE en esta etapa de crisis económica, y moderar el discurso para garantizar la desmovilización electoral de la izquierda. En esas condiciones, aseguran estos nuevos teóricos de la derecha, el PP puede alcanzar el poder. Una fórmula brillante, sin duda, si se aplicara en las condiciones asépticas de un laboratorio y no en un contexto social, económico y político marcado por una profunda polarización entre las clases.

¿De dónde puede ganar votos el PP?

Para empezar, un giro a la moderación, o lo que ellos entienden por moderación (acercamiento a los nacionalistas burgueses, pacto antiterrorista con el gobierno, crítica parlamentaria más sosegada centrada en la economía...) no tiene por qué dar los réditos electorales que suponen en Cataluña o Euskadi. ¿Van a arrancar así votos del nacionalismo burgués, del PNV o de CiU, o del caladero electoral del PSOE? Muy difícilmente. Y en Madrid o en Valencia ¿Van a aumentar sus resultados en los barrios obreros, más de lo que han obtenido en las últimas elecciones? En una fase de crisis económica, con el desplome de la construcción y la actividad inmobiliaria, y con un notable crecimiento del desempleo, la lucha de clases en las comunidades autónomas gobernadas por la derecha va a agudizarse. Las últimas movilizaciones de masas en Madrid en defensa de la enseñanza pública y contra las medidas privatizadoras del gobierno de Esperanza Aguirre son una seria advertencia. No es probable que el voto obrero hacia el PP crezca significativamente.
Lo que sí podría ocurrir, y es algo que están advirtiendo los llamados duros del partido, es decir, el bloque aznarista que cuenta con apoyos fundamentales en la base, en los medios de comunicación afines y en el electorado de derechas, es que esta ambigüedad en la oposición al PSOE, esta forma edulcorada de marcar a Zapatero y renunciar a los "principios" de la política del PP, provoque un creciente desencanto de su base social y desmovilice a una parte considerable de su electorado. Y esta idea también esta calando en parte de los denominados "moderados", repitiendo la jerga utilizada por El País, que ante todo defienden la unidad del partido como condición necesaria para ganar las próximas elecciones. Las consecuencias de un enconamiento en la división interna podrían ser incalculables, incluyendo algo que hace temblar a todos: que la dinámica cristalizara, finalmente, en una escisión.

La crisis se prolongará

La posibilidad de una candidatura alternativa a Rajoy sigue completamente abierta. Diferentes nombres han sonado para encabezarla, entre ellos los de Esperanza Aguirre y Juan Costa. Éste último ha sido jefe de la campaña electoral de Rajoy en las últimas elecciones, y un hombre muy cercano a sectores estratégicos del gran capital y al que fuera ministro de economía de Aznar, Rodrigo Rato. En este sentido, el hecho de que Rato haya humillado públicamente a Rajoy, al negarle una entrevista que le había solicitado por mediación del ex ministro Trillo, demuestra que hay una oposición fortísima al camino emprendido por Rajoy. 
Exactamente igual de ilustrativa ha sido la espantada de su hombre de confianza durante años y jefe de campaña en 2004 Gabriel Elorriaga. En un artículo titulado ‘Así no es posible' publicado por El Mundo, el secretario de comunicación reivindica la generación surgida con Aznar como la más cualificada para ponerse al frente de la "renovación" del PP, una crítica transparente y contundente de las decisiones tomadas por Rajoy en las últimas semanas. "Hay proyecto y hay equipos disponibles lo que ahora se necesita es un liderazgo renovado, sólido e integrador, y eso es algo que, aunque me pese, Mariano Rajoy no está en condiciones de ofrecer" sentencia Elorriaga al final de su misiva.
El portazo de Elorriaga o las dudas no disipadas de Juan Costa para encabezar una candidatura alternativa, ponen de manifiesto con toda crudeza la absoluta falta de liderazgo que entre sectores fundamentales del PP tiene Mariano Rajoy. Pase lo que pase en el próximo congreso, la crisis del PP no acabará. Si Rajoy se impone finalmente, contará seguro con una terca oposición en la dirección y un amplio rechazo en su base militante y electoral. Por tanto, su candidatura a la presidencia del gobierno en las elecciones del 2012 no está ni mucho menos garantizada. Los aznaristas esperarán su oportunidad para un asalto con garantías de éxito. A pesar de los apoyos de Feijoo en Galicia, de Daniel Sirera, presidente del PP de Cataluña, o de Francisco Camps en Valencia, si los resultados electorales son aciagos en las próximas convocatorias de Galicia y Euskadi, el ánimo de revancha se hará más fuerte. Pero incluso este pronóstico puede concretarse mucho antes.

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