Por su interés publicamos este artículo escrito por Olaia Alonso y Núria Velasco (ELA-Zerbitzuak) y publicado en ALDA, boletín del sindicato ELA.

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Los Sanfermines ya pasaron, pero la hostelería sigue ahí, con sus máximos representantes quejándose amargamente de que “no hay gente para currar”, “falta cultura del esfuerzo”, “y no es por dinero, sino por disposición; todo el mundo quiere trabajar en VW o de funcionario”. Son frases textuales de las dos patronales de la hostelería navarra, como colofón al estudio de la CEN donde decía que faltan 400 camareros/as, algo “inaudito cuando hay 32.000 personas en paro en Navarra”.

En ELA, además de hacer estudios, también se combate la realidad de un sector donde centenares de personas trabajan en condiciones de explotación. Lo contrario -respetar las condiciones legales de trabajo- no es lo más común, desgraciadamente. Y además, las empresas que cumplen sufren la competencia desleal de las que abaratan costes explotando al personal.

Lo ‘normal’ es trabajar 63 horas diarias en restaurantes y asadores de postín donde un menú se paga a 80 euros, por cierto. Es sencillo repasar apellidos de familias propietarias de negocios hosteleros de gran prestigio en el Ensanche, Labrit, Gorraiz, Huarte o incluso Roncesvalles (punta de lanza del turismo ‘peregrino’).

No hace falta dar más pistas; los datos ya figuran en las 21 denunciadas planteadas por ELA en Inspección de Trabajo en estos últimos meses, con casos bien concretos y sangrantes.

Por supuesto que hay un convenio sectorial (que tiene rango de ley, no lo olvidemos), donde se marca una jornada semanal de 38 horas, y las horas extras ‘habituales’ están prohibidas (y cuando se trabajan, deben pagarse a 20 euros cada una).

Sin embargo, las decenas de trabajadoras (la mayoría mujeres, y muchas de ellas inmigrantes) que cada semana entran por la puerta del sindicato refieren jornadas semanales de 50 o 60 horas, y con un montón de horas extras que, cuando se cobran, es a 10 euros (menos incluso que la hora ordinaria; y hay casos de 5 euros en la calle Iturrama, sin ir más lejos). Todo en negro, y a veces, en pleno siglo XXI, en un sobre que “mejor no te vean cómo te lo guardas”.

Siguen llegando mujeres sin contrato o, como esa camarera de la calle San Gregorio de baja por riesgo en el embarazo: se enteró de que solo le cotizaban por 10 horas semanales (pero trabajaba a jornada completa, más horas extras) cuando le llegó el primer cobro de la baja...Y no llegaba a 400 euros.

En casi ningún sitio se cumplen los dos días de descanso mínimo semanal, y mucho menos la compensación en vacaciones correspondiente... Por no hablar del espacio mínimo de 10 horas entre dos turnos, condiciones consideradas “un lujo” por los mismos que desprecian a miles de trabajadoras acusándolas de querer ser funcionarias o trabajadoras de VW. Y encima se extrañan: ¿quién va a querer ser camarera el resto de su vida?

Volviendo al convenio, el salario neto medio mensual anda por los 1.200 euros (jornada completa), a lo que habría que sumar los conceptos variables (nocturnidad, horas extras, etcétera), esos que no se declaran, no se cumplen y no se pagan. Aunque, bien mirado, ¿qué presión siente un empresario para cumplir la ley (el convenio) si cuando lo incumple no hay sanciones y no pasa nada? ¿Por qué van a dejar de pagar las nóminas con semanas de retraso -práctica habitual- si con un acuerdo en la víspera del juicio se pone el contador a cero sin ninguna consecuencia?

“Viene gente a currar, y al segundo día no vuelven”, hemos leído en entrevistas a empresarios de hostelería. Efectivamente, bastan unas horas ahí dentro para darse cuenta de que cualquier otra opción es mejor que trabajar 63 horas semanales (con jornadas partidas incluso en tres turnos: mañana, tarde y noche). ¿O acaso alguien abandona un buen empleo porque sí, porque no le apetece trabajar? ¿Cuánta gente renuncia a ser funcionaria o trabajadora de una empresa con buenas condiciones?

Nadie, ¿verdad? Entonces, ¿por qué ocurre en la hostelería?

Todo ello conforma un cóctel (hablando de hostelería...) cuyas víctimas son mayoritariamente personas muy vulnerables: mujeres, inmigrantes, personas muy jóvenes sin empleo anterior... que no tienen defensa posible ni en ocasiones la formación suficiente para distinguir “la sana cultura del esfuerzo” de la pura y dura explotación. Y cuando tienes que mandar dinero al otro lado del Atlántico para mantener a tu familia... tu obligación es buscar algo mejor, ¿no?

Así que volvemos al principio: no hay gente para currar... 63 horas a la semana.

 

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