Este texto es el prefacio a una recopilación de escritos sobre los primeros años de la Internacional Comunista publicada en 1924. De hecho sirvió para preparar políticamente el V Congreso de la IC (junio de 1924). En dicho congreso, la troika Stalin-Zinoviev-Kámenev se impondrá manteniendo la línea de la ‘bolchevización’ de los partidos comunistas, una mezcla de ultraizquierdismo y rumbo profundamente derechista, combinado con la destrucción del régimen interno que imperaba en la Internacional en tiempos de Lenin.
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La media década de existencia de la Internacional Comunista está dividida en dos periodos por su tercer congreso mundial. Durante los dos primeros años, la vida y la actividad de la Komintern estuvieron íntegra y exclusivamente marcadas por la guerra imperialista y sus consecuencias. Las perspectivas revolucionarias fueron elaboradas a partir de las consecuencias de la guerra. A causa de las convulsiones sociales que provocó la guerra, todos consideramos evidente que la fermentación política entre las masas iba a intensificarse constantemente hasta la conquista del poder por el proletariado. En los manifiestos del primer y segundo congresos que se incluyen en este volumen se hace evidente esta apreciación de los acontecimientos. La valoración principista que estos documentos hacen de la situación de posguerra sigue conservando aún hoy día toda su fuerza. Pero el ritmo de estos procesos se manifestó diferente.
La guerra no condujo directamente a la victoria del proletariado en Europa occidental. Hoy es absolutamente evidente que para lograr la victoria en 1919 y 1920 faltaba un partido revolucionario.
Los jóvenes partidos comunistas comenzaron a adquirir una cierta entidad —apenas un esbozo de lo que deberían ser— cuando ya comenzaba a refluir el poderoso fermento que había actuado entre las masas. Lo sucedido en Alemania en marzo de 1921 ilustra perfectamente la contradicción que existía entre las condiciones reales y la política de la Internacional Comunista. Algunos Partidos Comunistas, o al menos sus alas izquierdas, se afanaban en desencadenar la ofensiva mientras que millones de proletarios, tras las derrotas iniciales, sufrían las consecuencias de la posguerra y se limitaban a observar atentamente a los partidos comunistas. En el tercer congreso mundial, Lenin constató la creciente diferenciación entre el desarrollo del movimiento de masas y la táctica de los partidos comunistas, y con mano firme impulsó un giro decisivo en la política de la Internacional. Nos encontramos ahora lo suficientemente lejos del tercer congreso para poder evaluar sus trabajos con la necesaria perspectiva, pudiéndose afirmar que para la Internacional Comunista el giro efectuado en el tercer congreso tuvo la misma importancia que el de Brest-Litovsk para la república soviética.
Si la Tercera Internacional hubiera seguido mecánicamente por el mismo camino, una de cuyas etapas fueron los acontecimientos de marzo en Alemania, puede que en un año o dos solo hubieran quedado los restos de los partidos comunistas. En el tercer congreso se inicia un nuevo curso: los partidos toman en consideración el hecho de que aún deben ganar a las masas y que el asalto al poder tendrá que estar precedido por un prolongado periodo de preparación. Ahí es donde entra en escena el Frente Único, la táctica para llegar a las masas a través de reivindicaciones transitorias. A este “nuevo curso” están dedicados los discursos y artículos que contiene la segunda parte de este volumen.
El segundo periodo de desarrollo de la Internacional Comunista, en el que tuvo lugar un incremento de la influencia de sus principales secciones entre las masas trabajadoras, abarca la poderosa oleada revolucionaria que sacudió Alemania a finales de 1923. Una vez más Europa se encontraba presa de convulsiones en cuyo centro estaba la cuestión del Ruhr. Una vez más se plantea en Alemania, en toda su crudeza y acuidad, el problema del poder. Pero la burguesía sobrevivirá una vez más. Se abrió entonces un tercer capítulo en el desarrollo de la Internacional Comunista. La tarea del V Congreso mundial consiste en identificar las características de este nuevo periodo y deducir de ellas las tareas tácticas.
¿Por qué no ha podido triunfar la revolución alemana? Todas las razones hay que buscarlas en la táctica y no en las condiciones objetivas. Nos hemos enfrentado a una situación revolucionaria clásica y la hemos dejado escapar. A partir de la ocupación del Ruhr, y más aún cuando se hizo evidente la bancarrota de la resistencia pasiva, hubiera sido necesario que el Partido Comunista adoptara una orientación firme y resuelta hacia la conquista del poder. Solo un valiente giro táctico hubiera podido cohesionar al proletariado alemán en su lucha por el poder. Si en el tercer congreso, y en parte en el cuarto, dijimos a los camaradas alemanes: “no os ganaréis a las masas más que combatiendo con ellas sobre la base de reivindicaciones transitorias”, a mediados de 1923, la cuestión se planteaba ya de otro modo: después de todo lo que el proletariado alemán tuvo que sufrir en aquellos años podría haber sido arrastrado a la batalla decisiva si hubiera estado convencido de que la lucha iba en serio, o como dicen los alemanes aufs ganze (lo que se plantea no es tal o cual aspecto parcial, sino lo esencial), que el Partido Comunista estaba dispuesto a emprender la lucha y era capaz de lograr la victoria.
Pero el Partido Comunista rectificó tarde y sin la firmeza necesaria. Incluso en septiembre-octubre de 1923, las corrientes de izquierda y derecha, a pesar de los duros enfrentamientos que mantuvieron, mostraron ambas el mismo fatalismo ante el desarrollo de la revolución. Cuando la situación objetiva exigía un giro decisivo, el partido se limitó a esperar la revolución en lugar de organizarla. “La revolución no se hace con órdenes”, argüían tanto la derecha como la izquierda, confundiendo la revolución como un todo con una de sus etapas, la de la toma del poder. Mi artículo ¿Se hace la revolución con órdenes? estaba dedicado a esta cuestión y en él se resumen las innumerables discusiones y polémicas que tuvieron lugar.
Ciertamente la política del partido había sufrido un giro radical en octubre. Pero ya era demasiado tarde. Durante 1923 las masas trabajadoras comprendieron, o sintieron, que se acercaba el momento del combate decisivo. Pero no vieron en el Partido Comunista la resolución y la confianza necesarias. Y cuando comenzaron los preparativos apresurados para la insurrección, perdió inmediatamente el equilibrio y, también, sus lazos con las masas. Lo mismo le ocurre al jinete que llega suavemente ante un obstáculo elevado y clava, nervioso, las espuelas en los flancos del caballo. Aunque este intente saltar la barrera, es muy probable que se rompa las patas. En lo que a nosotros respecta, se detuvo ante la barrera y rodó por tierra. Estas son las razones de la cruel derrota que sufrió el Partido Comunista alemán y la Internacional el pasado noviembre de 1923.
Cuando se produjo un vuelco en las relaciones de fuerza y los fascistas legalizados actuaron a la luz del día mientras los comunistas se hundían en la ilegalidad, algunos de nuestros camaradas estimaron que “habíamos sobreestimado la situación; la revolución no está aún madura”. Pero en realidad, la revolución no fracasó porque en general “no estaba madura”, sino porque su eslabón decisivo —la dirección— se quebró en el momento decisivo. “Nuestro” error no residía en “nuestra” sobrestimación de las condiciones de la revolución, sino en “nuestra” subestimación de estas condiciones. “Nuestro” error consistió en que durante semanas continuamos repitiendo las mismas banalidades porque “la revolución no se hace con órdenes” y dejamos pasar así el momento propicio.
¿Se había ganado el Partido Comunista a la mayoría de los trabajadores durante los últimos meses del año? Es difícil decir cuál hubiera sido el resultado de un sondeo en ese momento. Estas cuestiones no se deciden mediante una encuesta, sino por la dinámica del movimiento. A pesar de que en las filas de la socialdemocracia aún estaban encuadrados gran número de obreros, solo una fracción insignificante hubiera estado dispuesta a adoptar una postura hostil, ni siquiera pasivamente, al giro. La mayoría del partido socialdemócrata, y de los partidos burgueses, estaba profundamente afectada por el opresivo impasse del régimen democrático-burgués y se limitaba a esperar el desenlace. Todas las discusiones sobre las temibles fuerzas de la reacción, los cientos de miles de miembros de la Reichswehr negra, etc., se revelaron como monstruosas exageraciones que no afectaban para nada el ánimo de los elementos capaces de un sentido revolucionario. Solo la Reichswehr oficial representaba una fuerza real. Pero numéricamente era muy débil y hubiera sido barrida por el asalto de millones de hombres.
Junto a las masas cuya afección se había ganado ya el Partido Comunista, gravitaban masas aún más numerosas que esperaban la señal para el combate y una dirección. Como no las recibieron, empezaron a alejarse de los comunistas tan espontáneamente como se les habían aproximado. Así se explica el rápido cambio en la relación de fuerzas que permitió la victoria política de Secker sin apenas resistencia. Paralelamente, los políticos que lo apoyaban, escudándose en su rápido éxito proclamaban: “Veis, el proletariado no quiere combatir”. De hecho, tras media década de luchas revolucionarias, los trabajadores alemanes no buscaban solo un combate, buscaban un combate que les condujera por fin a la victoria. Como no encontraron la dirección necesaria evitaron el enfrentamiento, demostrando que habían asimilado profundamente las lecciones de 1918-21.
El Partido Comunista Alemán contaba con 3.600.000 electores. ¿Cuántos ha perdido? También es difícil responder a esta cuestión. Los resultados de las elecciones parciales a los Landstag, municipalidades, etc., confirman que el partido comunista ha participado en las elecciones al Reichstag en una situación de extrema debilidad. ¡Y a pesar de todo ha obtenido 3.600.000 votos! “Mirad”, se nos dice, “el Partido Comunista Alemán ha sido severamente criticado, ¡pero aún representa una fuerza poderosa!” Después de todo, el quid de la cuestión reside en que 3.600.000 votos en mayo, cuando ya había pasado el momento culminante de la acción espontánea de las masas y el retroceso del régimen burgués, prueban que el partido comunista era la fuerza decisiva hacia finales de año, pero que, desgraciadamente, ello no fue comprendido ni utilizado a tiempo. Los que hoy en día incluso se niegan a admitir que la derrota se debe a la subestimación, o más precisamente a una evaluación tardía de la situación excepcionalmente revolucionaria del año pasado, los que persisten en ello, corren el riesgo de no aprender nada y se niegan a reconocer la revolución la próxima vez que llame a la puerta.
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Las circunstancias en las que el Partido Comunista Alemán ha renovado sus órganos dirigentes se inscriben en este estado de cosas (1). El partido entero esperaba y deseaba la lucha y la victoria, en cambio se encontró con una derrota sin combate. Es natural que volviera su vista hacia su antigua dirección. La cuestión de saber si la izquierda hubiera podido asumir mejor sus tareas si hubiera ostentado la dirección no tiene demasiada importancia. Francamente no lo creemos. Ya hemos dejado claro que a pesar de la intensa lucha fraccional, el ala izquierda compartía la política del antiguo comité central respecto a cuestiones esenciales: la toma del poder y una orientación política vaga, semifatalista, dilatoria. Pero el solo hecho de que la izquierda estuviera en la oposición la convertía en el recambio natural de una dirección que había sido recusada. Ahora la izquierda tiene la dirección. Se abre una nueva etapa en el desarrollo del partido alemán. Es preciso tenerlo en cuenta como punto de partida.
Es imprescindible hacer todo lo posible por ayudar a la nueva dirección del partido a asumir sus obligaciones. Y para ello es necesario ante todo identificar claramente los peligros. El primero podría ser el de observar una actitud insuficientemente seria ante la derrota del año pasado, una actitud que intentara hacer creer que no ha pasado nada extraordinario, solamente un ligero retraso, que la situación revolucionaria volverá a presentarse; continuaremos como antes: hacia el asalto decisivo. ¡Es falso! La crisis del año pasado constituyó un despilfarro descomunal de la energía revolucionaria del proletariado. La clase obrera necesitará tiempo para digerir la trágica derrota del año pasado, una derrota sin combate decisivo, una derrota sin tentativa siquiera de combate decisivo. Necesitará tiempo para orientarse de nuevo de forma revolucionaria en una situación objetiva. Esto, evidentemente, no significa que tengan que pasar muchos años. Pero unas pocas semanas no bastarán. El mayor peligro es que la estrategia del partido alemán intente pasar por encima de los procesos que ocurren en el seno del proletariado alemán a consecuencia de la derrota del pasado año.
En último análisis, como ya sabemos, la economía decide. Los limitados éxitos económicos que ha logrado la burguesía alemana son en sí el resultado inevitable del debilitamiento del proceso revolucionario, un cierto reforzamiento —muy superficial e inestable— de la “ley y el orden” burgueses, etc. Pero el restablecimiento del mínimo equilibrio capitalista en Alemania no ha podido hacerse substancialmente más que en el periodo de julio a noviembre del año pasado. La vía de la estabilización provoca siempre tales conflictos entre Trabajo y Capital, y Francia pone tantas dificultades en el camino, que el proletariado alemán tiene garantizados los fundamentos económicos favorables para la revolución por un periodo indefinido. Siendo esto así, estos procesos parciales que ocurren en los fundamentos económicos —agravaciones temporales o, por el contrario, remisiones temporales de la crisis y sus manifestaciones auxiliares— no nos son para nada indiferentes. Si un proletariado relativamente bien alimentado y poderoso se muestra siempre sensible al menor deterioro de su situación, a la inversa, el proletariado alemán, agotado, sufriendo y pasando hambre desde hace mucho tiempo, será también sensible a la menor mejora de su situación. Se comprende así el actual reforzamiento —otra vez, pero extremadamente inestable— de la socialdemocracia alemana y de la burocracia sindical. Hoy más que nunca estamos obligados a observar atentamente las fluctuaciones de la situación comercial e industrial en Alemania y cómo repercuten en el nivel de vida del obrero alemán.
La economía decide, pero solo en último análisis. Los procesos político-psicológicos que tienen lugar en el seno del proletariado alemán, y que seguramente tienen una lógica propia, adquieren ahora una significación más directa. El partido ha conseguido 3.600.000 votos: ¡eso es un gran núcleo proletario! Sin embargo, una situación revolucionaria directa siempre se caracteriza por el flujo de elementos dudosos hacia nuestras filas. Muchos obreros socialdemócratas, suponemos, han debido plantearse lo siguiente ante las elecciones: “somos perfectamente conscientes de que nuestros dirigentes son unos miserables redomados, ¿pero a quién vamos a votar? Los comunistas prometían tomar el poder, pero se han mostrado incapaces y solo han beneficiado a la reacción. ¿Vamos a apoyar a los nazis?”. Y haciendo de tripas corazón han votado a los socialdemócratas. Podemos esperar que la escuela de la reacción burguesa haga que buena parte del proletariado alemán asimile pronto una orientación revolucionaria, más definitiva y firmemente.
Es preciso alimentar este proceso por todos los medios. Es preciso acelerarlo. Pero es imposible saltarse las etapas inevitables. Caracterizar la situación como si nada extraordinario hubiera pasado, como si solo se hubiera producido una ligera sacudida, etc., sería completamente falso y solo auguraría los más groseros errores estratégicos. Lo que ha sucedido no es solo un ralentizamiento superficial sino una enorme derrota cuya significación debe ser asimilada por la vanguardia proletaria. Apoyándose en estas lecciones, la vanguardia proletaria debe acelerar los procesos de reagrupamiento de las fuerzas proletarias en torno a los 3.600.000. El flujo revolucionario asciende, después refluye, para inmediatamente volver a subir en un proceso que tiene su propia lógica y sus propios plazos. Las revoluciones no solo surgen, repetimos, las revoluciones se organizan.
Solo es posible organizar una revolución sobre la base de su evolución interna. Ignorar un estado de ánimo crítico, precautorio, escéptico, de amplias capas del proletariado después de lo que ha pasado es prepararse para un nuevo fracaso. Al día siguiente de la derrota ni el más valeroso de los partidos revolucionarios puede llamar a una nueva revolución, igual que el mejor ginecólogo no puede disponer un parto cada tres o cinco meses.
Que el brote revolucionario del año pasado abortara no cambia el fondo de las cosas. El proletariado alemán tiene que pasar por una fase de recuperación y reagrupamiento de sus fuerzas para un nuevo envite revolucionario antes de que el Partido Comunista, evaluando la situación, pueda llamar a un nuevo asalto. Sabemos además que corre el peligro de no reconocer una nueva situación revolucionaria y mostrase así incapaz de utilizarla para sus fines.
Marzo de 1921 y noviembre de 1923 han constituido dos de las mayores lecciones que ha recibido el Partido Comunista Alemán. En el primer caso, el partido pagó su impaciencia revolucionaria; en el segundo, fue incapaz de identificar una situación revolucionaria y la dejó escapar.
A “derecha” e “izquierda” hay grandes peligros que constituyen los límites de la política del partido proletario en nuestra época. Seguimos esperando que en un futuro no lejano, enriquecido por las luchas, las derrotas y la experiencia, el Partido Comunista Alemán consiga gobernar su nave entre la Escila de “marzo” y la Caribdis de “noviembre” para proporcionar al proletariado alemán lo que tan arduamente se ha merecido: ¡la victoria!
Mientras que en Alemania las últimas elecciones parlamentarias, celebradas cuando aún estaba reciente el impacto de los acontecimientos del año pasado, han dado un impulso hacia la derecha al campo burgués, en el resto de Europa y en América la tendencia de las distintas coaliciones burguesas se orienta hacia el “conciliacionismo”. En Inglaterra y Dinamarca la burguesía gobierna por medio de los partidos de la segunda internacional. La victoria del Bloque de Izquierdas en Francia significa una participación más o menos encubierta (probablemente abierta) de los socialistas en el Gobierno. El fascismo italiano ha tomado el camino de la “regulación” parlamentaria de su política. En los Estados Unidos, las ilusiones conciliacionistas se han movilizado bajo la bandera del “Tercer Partido”. En el Japón, la oposición ha ganado las elecciones.
Cuando un barco pierde su timón, a veces es preciso hacer funcionar alternativamente sus motores izquierdo y derecho: el barco navega en zigzag y desperdicia mucha energía, pero sigue avanzando. Hoy en día esta es la forma en que navegan los Estados capitalistas europeos. La burguesía se ve forzada a alternar métodos fascistas y socialdemócratas. El fascismo es el principal partido en los países en los que el proletariado ha estado más cerca del poder, pero sin lograr tomarlo o conservarlo: Italia, Alemania, Hungría, etc. Por el contrario, las tendencias conciliacionistas comienzan a ser preponderantes allí donde la burguesía siente menos directamente el ascenso proletario, pues si bien se considera bastante fuerte como para no tener que recurrir a la acción directa de las bandas fascistas, no se cree tanto como para avanzar sin la cobertura menchevique.
En tiempos del cuarto congreso del Comintern, que se desarrolló enteramente bajo el signo de la ofensiva capitalista y la reacción fascista, escribíamos que si la revolución alemana no encontraba una salida a la situación existente en ese momento y daba una nueva dirección a todo el proceso político europeo, podíamos tener la seguridad de que un periodo conciliacionista sucedería al periodo fascista, especialmente de la llegada al poder del Labour Party en Inglaterra y del Bloque de Izquierdas en Francia. En ese momento, esa previsión aparecía como la semilla de... ilusiones conciliacionistas. Algunos lograban continuar siendo revolucionarios cerrando los ojos.
Utilicemos, sin embargo, las citas. En el artículo Perspectivas políticas, publicado en el Izvestia del 30 de noviembre, polemizaba contra las opiniones simplistas, no marxistas, mecanicistas, para las que pretendidamente el proceso político conduce del reforzamiento automático del fascismo y del comunismo a la victoria del proletariado. En dicho artículo se puede leer:
“Desde el 16 de junio [de 1921], mi discurso al Ejecutivo de la IC desarrollaba la idea de que si un ascenso revolucionario no tenía lugar pronto en Europa y Francia, entonces toda la vida parlamentaria y política de Francia cristalizaría inevitablemente sobre el Bloque de Izquierdas, contrapuesto al Bloque “Nacional” que dominaba en ese momento. Pasó año y medio y la revolución no llegó. Cualquiera, pues, que haya seguido la vida política francesa no podrá negar que —con la excepción de los comunistas y los sindicalistas revolucionarios— todo el mundo se prepara actualmente para el reemplazo del Bloque Nacional por el Bloque de Izquierdas. Ciertamente, la situación en Francia continúa marcada por la ofensiva capitalista, interminables amenazas contra Alemania, etc. Pero paralelamente aumenta la confusión entre la burguesía, especialmente en sus capas intermedias, que viven con miedo al mañana, están desencantadas por la política de “reparaciones”, se aprietan el cinturón para yugular la crisis financiera que reduce los gastos en beneficio del imperialismo, albergan la esperanza del restablecimiento de relaciones con Rusia, etc.
“Esta atmósfera impregna también a una fracción de la clase obrera por medio de los socialistas y sindicalistas reformistas. De esto se deduce que la continuidad de la ofensiva del capitalismo y la reacción francesa no está en contradicción con el hecho de que la burguesía francesa se prepara claramente para una nueva orientación”.
Y un poco más adelante en el mismo artículo, escribíamos:
“La situación en Inglaterra no es menos instructiva. Como consecuencia de las recientes elecciones, el predominio de la coalición liberal-conservadora ha sido reemplazado por un gabinete puramente conservador. ¡Un evidente desplazamiento hacia la ‘derecha’! Pero, por otra parte, precisamente los resultados de estas pasadas elecciones prueban que la Inglaterra burgués-conciliacionista ya se ha preparado para una nueva situación, para el caso de un agravamiento de las contradicciones y de las dificultades (y estos dos aspectos son inevitables)... ¿Son estas bases serias para pensar que el actual régimen conservador conducirá inevitablemente a la dictadura del proletariado en Inglaterra? No vemos que existan tales fundamentos. Al contrario, consideramos que las actuales contradicciones insolubles —económicas, coloniales e internacionales— del Imperio británico ofrecerán un importante fermento para la oposición medio-plebeya que conforma el autodenominado Labour Party. Según todos los indicativos, en Inglaterra, más que en ningún otro país del globo, antes de llegar a la dictadura del proletariado, la clase obrera tendrá que pasar por la etapa de un Gobierno ‘laborista’ vertebrado por un Labour Party reformista-pacifista que ya ha recibido unos cuatro millones de votos en las últimas elecciones".
“¿Pero acaso no implica esto que en su opinión se ha producido una atenuación de las contradicciones políticas? ¡Después de todo esto es un cierto oportunismo de derecha!”. Así han objetado los camaradas que no pueden protegerse de las tendencias oportunistas más que ignorándolas. ¡Como si prever un incremento temporal de las ilusiones conciliacionistas significara compartirlas de algún modo! Claro que es mucho más simple no prever nada, limitarse a repetir fórmulas sagradas. Pero ya no hay necesidad de seguir con la polémica. Los acontecimientos han verificado estos propósitos: el Gobierno de Mac Donald en Inglaterra, el ministerio Staunig en Dinamarca, la victoria del Bloque de Izquierdas en Francia y de los partidos de oposición en el Japón, y la figura de LaFolette se dibuja en el horizonte político de los Estados Unidos, una figura sin futuro, podemos estar seguros de ello.
Las elecciones en Francia proporcionan la verificación final de otra polémica: la que gira en torno a la influencia del Partido Socialista Francés (2). Como todos sabemos, este “partido” no tiene apenas organización. Su prensa oficial es muy limitada y apenas cuenta con lectores. Partiendo de estos hechos incuestionables algunos camaradas han concluido que el Partido Socialista es insignificante. Este punto de vista, confortable pero falso, ha encontrado expresión ocasional hasta en algunos documentos oficiales del Comintern. En realidad es radicalmente falso evaluar la influencia de los socialistas franceses basándose en su organización o la circulación de su prensa. El Partido Socialista es un aparato cuyo objetivo es atraer a los trabajadores hacia el terreno de la burguesía “radical”. Los elementos más atrasados de la clase obrera, al igual que los más privilegiados, no necesitan organización, ni prensa de partido. No se afilian ni al partido ni a los sindicatos, votan por los socialistas y leen la prensa amarilla. La relación entre militantes, abonados a la prensa del partido y electores no es la misma para socialistas y comunistas. Ya hemos tenido ocasión de hablar más de una vez sobre esto. Acudamos de nuevo a las citas. El 2 de marzo de 1922 escribíamos en Pravda:
“Si tenemos en cuenta el hecho de que el Partido Comunista tiene 130.000 miembros mientras que los socialistas son 30.000, entonces es evidente el enorme éxito del comunismo en Francia. Pero si ponemos en relación estas cifras con la fuerza numérica de la clase obrera en sí, la existencia de sindicatos reformistas y de tendencias anticomunistas en los sindicatos revolucionarios, entonces la cuestión de la hegemonía del Partido Comunista en el movimiento obrero se nos representa como una cuestión compleja que está lejos de ser resuelta por nuestra preponderancia numérica sobre los disidentes (socialistas). En ciertas condiciones estos últimos pueden manifestarse como un factor contrarrevolucionario en el seno de la clase obrera mucho más significativo de lo que parecería si se evaluaran las cosas solo sobre la base de la debilidad de su organización, la insignificante circulación y el contenido ideológico de su órgano de prensa, Le Populaire”.
Recientemente hemos tenido ocasión de volver a tratar el problema. A principios de este año, un documento describía al Partido Socialista como “moribundo” e indicaba que solo “algunos trabajadores” votarían por él, etc., etc. El 7 de enero de este año yo escribía a este respecto lo siguiente:
“Es muy fácil decir que el Partido Socialista francés está en las últimas y que solo ‘algunos’ trabajadores votarán por él. Esto es una ilusión. El Partido Socialista francés es la organización electoral de una importante fracción de las masas obreras pasivas y semipasivas. Si entre los comunistas la proporción ente los que están organizados y los que votan es, pongamos, de 1 por cada 10 o 20, entre los socialistas esta proporción puede estar alrededor de 1 por cada 50 o 100. Durante las campañas electorales nuestra tarea consiste, en gran medida, en captar un sector considerable de esta masa de trabajadores pasivos que se animan en las elecciones”.
Las recientes elecciones han confirmado plena y definitivamente este punto de vista. Los comunistas, que cuentan con una organización y una prensa mucho más fuertes, han obtenido muchos menos votos que los socialistas. Incluso las proporciones aritméticas se han aproximado mucho a las que se habían previsto... Sin embargo, el hecho de que nuestro partido haya recogido aproximadamente 900.000 votos representa un importante éxito. ¡Especialmente si tenemos en cuenta el crecimiento real de nuestra influencia en el cinturón parisino!
Podemos estar seguros de que la entrada de los socialistas en el Bloque de Izquierdas y su participación en el Gobierno, crearán unas condiciones favorables para el aumento de la influencia política de los comunistas, ya que constituyen el único partido libre de todo lazo con el régimen burgués.
En América, las ilusiones conciliacionistas de la pequeña burguesía, principalmente de los campesinos, y las ilusiones pequeñoburguesas del proletariado, se orientan hacia la formación de Tercer Partido. Por ahora se movilizan alrededor del senador LaFolette o, más precisamente, alrededor de su nombre, pues el senador, de casi 70 años, nunca encontró el momento de abandonar el Partido Republicano. Todo esto entra dentro del orden normal de las cosas. Pero la posición de algunos dirigentes del Partido Comunista Americano exigiendo al partido que pida el voto para LaFolette con el fin de incrementar la influencia comunista entre los campesinos, es cuanto menos sorprendente (3). Además, se cita como ejemplo al bolchevismo ruso, que pretendidamente se habría ganado a los campesinos con este tipo de política (4).
En fin, que no se nos ahorran variaciones sobre un tema que ya ha perdido el menor atisbo de sentido, a saber, que la “subestimación” del campesinado sería uno de los rasgos fundamentales del menchevismo. La historia del marxismo y del bolchevismo en Rusia es ante todo la lucha contra los narodniki (populistas). Esta lucha anunciaba ya las primicias del combate contra el menchevismo y su objetivo fundamental era asegurar el carácter proletario del partido. Décadas de lucha contra los narodniki pequeñoburgueses permitieron al bolchevismo, en el momento decisivo, es decir cuando se libró la lucha abierta por el poder, destruir a los SR [social-revolucionarios] de un solo golpe, arrebatándoles su programa agrario y consiguiendo que las masas campesinas se alinearan tras el partido. La expropiación política de los SR era la condición previa para la expropiación económica de la nobleza y de la burguesía.
Es evidente que el camino que están dispuestos a seguir algunos camaradas americanos no tiene nada que ver con el bolchevismo. Para un Partido Comunista joven y débil, falto de temple revolucionario, jugar el papel de gancho electoral y concentrador de los “electores progresistas” para el senador republicano LaFolette significa avanzar hacia la disolución del partido en la pequeña burguesía. Después de todo, el oportunismo no se expresa solo por el etapismo, sino también por la impaciencia política: a menudo intenta cosechar antes de haber sembrado, obtener éxitos que no guardan relación con su influencia. ¡La subestimación del trabajo fundamental —el desarrollo del carácter proletario del partido— es el rasgo característico del oportunismo! La insuficiente confianza en las potencialidades del proletariado es la fuente de las piruetas que se hace para ganar la confianza del campesinado, unas acrobacias que pueden costarle la existencia al Partido Comunista.
Por supuesto, el Partido Comunista debe estar atento a las necesidades y el estado de ánimo del campesinado y utilizar la crisis política actual para extender su influencia en el campo. Pero lo que no puede hacer es acompañar a los campesinos, y a la pequeña burguesía en general, a través de todas sus etapas y zigzags. No puede secundar voluntariamente sus ilusiones y desilusiones, corriendo tras LaFolette para dejarlo después al descubierto. En última instancia, las masas campesinas seguirán al Partido Comunista en la batalla contra la burguesía solo cuando estén convencidas de que este partido represente una fuerza capaz de arrebatarle el poder a la burguesía. Y el Partido Comunista no puede convertirse en tal fuerza —incluso para los campesinos— más que actuando como vanguardia del proletariado, no como retaguardia de un tercer partido.
La rapidez con la que un punto de partida erróneo desemboca en los peores errores políticos la demuestra un documento elaborado por el autodenominado Comité de Organización, constituido para proyectar el congreso del Tercer Partido en junio y designar a LaFolette como candidato a las presidenciales. El presidente de dicho comité es uno de los dirigentes del partido obrero-campesino de Minessota. Su secretario es un comunista, designado para este cargo por el Partido Comunista. Y ahora, este comunista ha puesto su firma en un manifiesto dirigido a los “electores progresistas”, declara que el objetivo del movimiento es lograr “la unidad política nacional” y, refutando la acusación de que la campaña está controlada por los comunistas, declara que estos no son más que una minoría insignificante y que incluso si intentaran apoderarse de la dirección no podrían lograrlo, pues el “partido” [obrero-campesino] tiene como objetivo lograr una legislación constructiva y no utopías. ¡Y el Partido Comunista asume la responsabilidad de estas abominaciones ante los ojos de la clase obrera! ¿Por qué? Porque los inspiradores de ese monstruoso oportunismo, imbuidos de escepticismo en cuanto al proletariado americano, están impacientes por transferir el centro de gravedad del partido hacia el campesinado —un entorno sacudido por la crisis agraria—. Volviendo a asumir, incluso con reservas, las peores ilusiones de la pequeña burguesía, no es difícil convencerse de que se dirige a la pequeña burguesía. Considerar que el bolchevismo consiste en eso es no comprender nada del bolchevismo.
Es difícil prever cuánto durará la actual fase de conciliacionismo. En todo caso la Europa burguesa no podrá restablecer su equilibrio económico interior, y tampoco su equilibrio económico con América. En lo concerniente a las reparaciones está habiendo, es verdad, una tentativa real para resolverlo amigablemente. El acceso al poder del Bloque de Izquierdas en Francia reforzará esta política. Pero la contradicción fundamental subsiste íntegramente: para pagar, Alemania debe exportar, para pagar mucho debe exportar mucho.
Ahora bien, las exportaciones alemanas son una amenaza para las exportaciones inglesas y francesas. Para tener de nuevo la posibilidad de competir victoriosamente en el mercado europeo, extremadamente reducido, la burguesía alemana tendrá que superar grandes dificultades interiores, lo que provocará, ineluctablemente, una exacerbación de la lucha de clases. Por otro lado, la misma Francia soporta enormes deudas cuyo pago aún no ha comenzado a satisfacer. Para empezar a hacerlo le es preciso ampliar sus exportaciones, es decir, acrecentar, en materia de comercio exterior, los obstáculos de Inglaterra, cuyas exportaciones están al 75% de su nivel anterior a la guerra. Ante los problemas económicos, políticos y militares esenciales, el Gobierno conciliador de Mac Donald manifiesta una incapacidad mayor de la que se podía esperar. No es preciso decir que las cosas no irán mejor en Francia con el Bloque de Izquierdas. La situación desesperada de Europa, disimulada actualmente mediante tratados internacionales e interiores se manifestará de nuevo en su esencia revolucionaria. Sin duda alguna, los partidos comunistas se mostrarán entonces más aguerridos. Las recientes elecciones parlamentarias en muchos países demuestran ya que el comunismo representa una poderosa fuerza y que esta fuerza sigue en aumento.
Notas:
1. En mayo de 1924, el congreso del KPD procedió a la renovación de sus órganos dirigentes tras el fracaso del “octubre alemán”. La izquierda, ligada a Zinóviev y dirigida por R. Fisher, reemplazó al grupo dirigido por H. Brandler. La nueva dirección adoptó un rumbo ultra-izquierdista. Así, nada más llegar al Parlamento, R. Fischer comienza declarando: "nosotros, comunistas, estamos dispuestos a cometer actos de alta traición". Por ello en este texto hay varios pasajes relativos a la necesidad de no intentar saltarse las etapas.
2. Este problema había sido ampliamente discutido en las sesiones celebradas por la comisión francesa de la IC (1922). La dirección de entonces del PCF consideraba, en efecto, despreciable la influencia de los disidentes de la SFIO. Esta dirección abandonó después el PCF. Cf., sobre todo, las intervenciones de Trotsky al respecto (mayo-junio de 1922).
3. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista rechazó, por supuesto, una política tan falsa y peligrosa. La dirección del CEIC estuvo plenamente acertada. Unos días después, el senador LaFolette lanzó un ataque en toda regla contra los comunistas y declaró piadosamente que él no tenía nada que ver con esa gentuza, fruto rojo de Belcebú y de Moscú. Esperemos que esta lección les sea provechosa a los superestrategas aludidos. [Nota de Trotsky].
4. El representante de la IC en los Estados Unidos, Pepper, está en el punto de mira. En agosto de 1923 había escrito: “América se dirige hacia su tercera revolución. (...) la revolución LaFolette. Esta revolución incluirá elementos de la gran revolución francesa y de la revolución rusa de Kérenski. En su ideología habrá elementos de jeffersonismo, de las cooperativas danesas, del Ku-Klux-Klan y del bolchevismo. Solo después de la revolución de LaFolette comenzarán a jugar un papel independiente los obreros y los granjeros explotados”.