A Donald Trump se le ha atragantado la digestión de su primera semana como presidente. Después de mostrar al mundo su pretensión de colocar al imperialismo estadounidense en la cresta de la ola, de vocear su apoyo al genocida Netanyahu y amenazar con una política nazi a la población inmigrante, la irrupción de la IA china DeepSeek ha dejado a su Administración, y a los grandes monopolios tecnológicos que la arropan, sin aliento.El lunes 27 de enero será recordado como un día de pesadilla.
La lucha por la hegemonía mundial que libran Washington y Beijing acaba de registrar un nuevo salto de calidad. Y que nadie lo dude. Esta es una respuesta inequívoca del régimen de Xi Jinping a las bravuconadas lanzadas por Trump a diestro y siniestro en su primera semana como inquilino de la Casa Blanca, y a la ofensiva militar en Oriente Medio. Sí, los aliados yihadistas y sionistas del imperialismo norteamericano han tomado el control de Damasco y han infringido un genocidio sangriento al pueblo palestino. Pero en tan solo un día, que no se olvide, las empresas tecnológicas de Wall Street y los Fondos de Inversión especulativos que parasitan en torno ellas han perdido ¡1,4 billones de euros en capitalización bursátil!, el equivalente al PIB español.
El golpe ha sido brutal y sus consecuencias serán muy dolorosas. El misil ha impactado precisamente en las grandes multinacionales que son el modelo estratégico por el que apuesta Trump para Volver a hacer grande América otra vez. Tan solo reseñar una pizca de lo que la prensa burguesa ha dicho al respecto, ilustra la dimensión de este cataclismo. Citamos algunas referencias que aclaran muchas cosas.
Por ejemplo, El País:
“La aparición de la última versión de DeepSeek, un modelo de IA disponible gratis en internet y desarrollado en China, sacudió de golpe los mercados y dejó en evidencia la valoración estratosférica de algunas compañías tecnológicas norteamericanas. DeepSeek ofrece al usuario básicamente lo mismo que ChatGPT, de la norteamericana OpenAI, pero ha sido construido por un coste mínimo en comparación. No se trata solo de la competencia de un producto bueno y barato. Occidente se enfrenta a una potencial invasión global de una herramienta que cuestiona la senda de negocio hasta ahora establecida y que aspira a disponer de datos mundiales con una capacidad inédita para utilizarlos.
El shock se produce menos de una semana después de que el presidente de EEUU, Donald Trump, anunciara la llamada alianza Stargate que supondría una inversión de 500.000 millones de dólares en IA, una cantidad similar a la que Nvidia perdió en bolsa el pasado lunes. La aparición de DeepSeek cuestiona la necesidad de gastos tan millonarios al afirmar que su plataforma se ha desarrollado con seis millones de dólares. Se ha entrenado en dos meses con un equipamiento mínimo. Más importante aún, la IA china requiere de mucha menos electricidad para funcionar que los modelos norteamericanos, lo que cuestiona las enormes inversiones en fuentes de energía que reclama la industria.
El órdago no es solo económico. DeepSeek es de código abierto, lo que supone que su programación es accesible a cualquiera para usarlo, corregirlo o mejorarlo. Esta decisión asegura transparencia y facilita que el programa sea mejorado por un ejército multitudinario de programadores en todo el mundo a coste cero, lo que deja también en el aire la viabilidad del modelo de pago por suscripción premium implantado por las tecnológicas de EEUU. Con una herramienta buena, barata y de acceso libre y gratuito, China ha sacudido el mercado tecnológico y cuestionado sus cimientos financieros…”.[1]
También el diario económico Cinco Días hace sangre con lo ocurrido:
“Nvidia se desplomó el 17% y con ello perdió 556.400 millones de euros de capitalización bursátil. Se trata de la mayor destrucción de valor en un solo día vista hasta ahora en el mercado (…) también se desplomaron otros de los protagonistas del auge de la inteligencia artificial. Broadcom perdió el 17,4%; Alphabet, el 4,2% y Oracle, el 13,8%. Microsoft retrocedió menos, el 2,14%, pero contribuyó con 129.200 millones de dólares a la pérdida de capitalización del lunes negro tecnológico. (…)
Los fondos cotizados han contribuido de forma notable al impulso bursátil de los gigantes tecnológicos de EEUU. Canalizan de forma directa el apetito voraz que han mostrado los inversores por la inteligencia artificial (…) Para el Leverage Shares 3x NVIDIA ETP, un vehículo cotizado en Londres, el lunes fue una jornada aciaga (…) El derrumbe de la acción dejó una pérdida en el fondo del 52%, antes de que se interrumpiera su cotización. Otro fondo que cotiza en EEUU, el GraniteShares 2x Long NVDA Daily ETF, sufrió una pérdida récord del 36%. La euforia inversora que ha rodeado a Nvidia en los dos últimos años, y que ha disparado su cotización el 818% entre 2023 y 2024, ha sido uno de los ingredientes clave para el rápido crecimiento del mercado estadounidense de los ETF, que mueve 11 billones de dólares.”.[2]
Teniendo en consideración la guerra comercial desatada por Trump en su primer mandato, y que fue profundizada por Biden en estos últimos cuatro años, la conclusión es evidente. Todos los esfuerzos por bloquear el acceso de China al mercado de microprocesadores, por levantar aranceles que penalicen sus exportaciones, por imponer a terceros países condiciones draconianas si siguen comprando componentes chinos, todo este intento de sabotear la influencia del capitalismo chino ha fracasado.
Y la razón de fondo que explica este fiasco es también clara: mientras en EEUU las fuerzas productivas se encuentran estancadas, su base industrial es cada día más precaria y menos competitiva, y su apuesta por la especulación financiera no deja de redoblarse, en China su músculo industrial, el crecimiento de su tecnología y su capacidad para liderar y controlar materias primas estratégicas y cadenas de suministros sigue fortaleciéndose.
La realidad es que ese flamante sector tecnológico estadounidense, representado por neofascistas y trumpistas acérrimos como Elon Musk, Mark Zuckerberg o Jeff Bezos, se asienta sobre una potente burbuja especulativa que tarde o temprano terminará pinchando. Los beneficios récord que han alcanzado en la bolsa contrastan vivamente con el modesto crecimiento económico de EEUU, un magro 2%, menos de la mitad del que ha registrado China.
La locura de este modelo ha sido reconocida por muchos analistas: “El mercado [bursátil] americano supone el 70% del total mundial (récord histórico) y tan solo los Siete Magníficos (Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon, Nvidia, Meta y Tesla) representan un 35% del mercado americano (récord de concentración histórico). Nvidia, por sí misma, tiene un nivel de capitalización bursátil superior a Alemania, Francia o Reino Unido.”[3]
La especulación financiera ha drenado la capacidad industrial de EEUU
Esta burbuja especulativa ha sido alimentada por ingentes inyecciones de liquidez de la FED, y por una deuda pública desbocada que aumenta en un billón de dólares cada 90 días. Este endeudamiento crónico robustece el peor de los parasitismos financieros, y es el modelo por el que apuesta Trump.
En un reciente estudio del lobby The American Conservative, se dan algunas claves que merece la pena subrayar:
“En 1992, las exportaciones e importaciones estadounidenses estaban más o menos equilibradas; en 2022, el déficit comercial superó los 900.000 millones de dólares por primera vez. Incluso en el caso de los productos de tecnología avanzada, en el mismo periodo de 30 años, Estados Unidos pasó de un superávit de 60.000 millones de dólares a un déficit de casi 250.000 millones (…) En el sector manufacturero, el crecimiento de la productividad se volvió negativo: las fábricas estadounidenses necesitaron más mano de obra en 2022 que en 2012 para producir lo mismo (…)
Al mismo tiempo, Estados Unidos perdió la distinción entre mercados productivos e improductivos, o el reconocimiento de que no toda la actividad económica es igual. Empezamos a equiparar la actividad improductiva, como la ingeniería financiera, con los usos productivos, como la fabricación de semiconductores... El empleo manufacturero en Estados Unidos fluctuó alrededor de 18 millones de trabajadores entre 1965 y 2000, antes de desplomarse un 18 por ciento entre marzo de 2001 y marzo de 2007...
Si bien aumentaron las barreras a la actividad económica productiva, como la construcción de nuevas fábricas, las regulaciones financieras siguieron el camino opuesto... se relajaron las restricciones sobre cuestiones como la recompra de acciones y las leyes antimonopolio, lo que facilitó la inversión en actividades que pueden haber creado valor para algunos, pero que no eran productivas para la economía en general...
El enfoque en dar a los inversores lo que querían a corto plazo impulsó a Boeing a devolver sistemáticamente más de 30.000 millones de dólares a los accionistas mediante recompras de acciones mientras desarrollaba el 737 Max, en lugar de invertirlos en una mayor calidad de la producción...”[4]
Trump ya ha manifestado que va a desregular aún más el sector de las criptomonedas, e incluso ha lanzado la suya hinchando más su fortuna estratosférica. ¿Por qué no aprovechar el privilegio de ser el presidente para hacerse más rico aún? Lo mismo podemos decir de Elon Musk. A pesar del bombo y fanfarria respecto a sus empresas señeras, Tesla o SpaceX, la realidad es que su capacidad productiva palidece frente a sus valoraciones especulativas.
SpaceX solo obtuvo sus primeros beneficios trimestrales en 2023, 55 millones de dólares, pero la empresa ha sido valorada, no se sabe en base a qué criterios ya que ni siquiera cotiza en Bolsa, en 350.000 millones de dólares. En el caso de Tesla los datos son aún más reveladores: en 2023 vendió 1,8 millones de coches eléctricos, con un 12% de cuota de mercado, mientras BYD, su competidor chino, colocó más de 3 millones alcanzando una cuota de mercado del 21%, ¡casi el doble! Y todo esto sin contar que Tesla solo produce coches eléctricos en un sector que sigue estando dominado por los vehículos de combustión. Solo en 2023 Volkswagen y Toyota vendieron 10 millones de coches cada una. Además, 4 de cada 10 dólares que ingresa Tesla provienen de vender créditos de carbono a industrias contaminantes, entre ellos los productores de vehículos de combustión. Una actividad puramente especulativa ajena a cualquier tipo de inversión productiva.[5]
Las medidas anunciadas por Trump en su primera semana de mandato van en la misma dirección, más especulación y mucha publicidad histriónica para encubrir los graves desequilibrios de la economía norteamericana. El anuncio de una inversión en IA de cerca de 500.000 millones de dólares ya nació rodeado de dudas, entre otros del propio Elon Musk.[6] Pero ahora, con la irrupción cataclísmica de la IA china, todos esos planes, muchos de los cuales nunca iban a pasar del papel, se han convertido en una entelequia.[7]
La especulación financiera y la economía de casino se convierten en un cáncer cuando se extienden y dominan el cuerpo económico. Esta deriva especulativa es una tendencia orgánica bajo el capitalismo monopolista de Estado, y por eso China tampoco puede escapar a la misma, como se ha visto con su sector inmobiliario y el gigantesco volumen que ocupa su banca en la sombra. Sin embargo, las dimensiones de este parasitismo en la economía norteamericana han alcanzado un punto crítico que obstaculiza muy seriamente el desarrollo de sus fuerzas productivas. Sobre estas bases podridas será muy difícil que Trump pueda revertir la decadencia industrial norteamericana.
Aranceles, nacionalismo económico y globalización
Trump ha amenazado con aranceles de hasta el 60% contra China, y del 10% al resto del mundo, pero una cosa son sus bravuconadas demagógicas para consumo de su base reaccionaria, y otra lo que finalmente pueda llevar a la práctica sin golpear aún más la maltrecha economía norteamericana.
Frente a aquellos que ponen el grito en el cielo por la supuesta vuelta del nacionalismo económico trumpista, especialmente la UE y determinados Gobiernos europeos, la realidad es que Biden nunca abandonó esta senda. Al revés, recrudeció la estrategia de Trump, golpeando especialmente a Alemania y la UE con su Ley de Reducción de la Inflación.
Y este es el problema de fondo. El conjunto de medidas arancelarias y proteccionistas adoptadas por la Administración Trump y luego por la de Biden, ni han frenado el empuje de China, como demuestra el desarrollo ahora de la IA DeepSeek, ni han supuesto pasos atrás en la globalización como algunos insisten en afirmar sin una base documentada. La globalización no se ha detenido, pero lo que sí ha ocurrido es que su liderazgo ha dejado de ser un hecho estadounidense en exclusiva, y ahora China está ocupando una posición cada vez más amenazante.[8]
El problema es que el nacionalismo económico choca inevitablemente con la base imperialista que ha desarrollado el capitalismo, y que traspasa las fronteras nacionales creando el marco de existencia para una economía mundial que no es la suma aritmética de cada economía nacional. No se puede desacoplar tan fácilmente las economías de cada nación de un organismo vivo e interdependiente con tantos vasos comunicantes como es el mercado y el comercio mundial. El todo es muy superior a la suma de las partes. Plantear tan a la ligera la tesis de la desglobalización, como hacen algunas sectas, es típico de quién fundamenta sus opiniones leyendo solo la prensa económica occidental, saturada hasta el tuétano de propaganda política contra China.
Trotsky señaló los límites de esta pretensión de romper con la cadena capitalista global al referirse al nacionalismo en la Europa de los años treinta. Su reflexión vale tanto para los trumpistas norteamericanos como para los conservadores y neofascistas europeos atrapados por la lógica implacable de la decadencia imperialista occidental:
“¿Cómo garantizar la unidad económica de Europa y a la vez preservar la total libertad de desarrollo cultural a los pueblos que la componen? ¿Cómo incluir a la Europa unificada en una economía mundial coordinada? No se llegará a la solución de este problema deificando a la nación sino, por el contrario, liberando completamente a las fuerzas productivas de los frenos que les impone el Estado nacional. Pero las clases dominantes de Europa, desmoralizadas por la bancarrota de los métodos militares y diplomáticos, encaran el problema al revés; intentan, por la fuerza, subordinar la economía al superado Estado nacional. Se reproduce a gran escala la leyenda del lecho de Procusto. En lugar de dejarle mucho espacio libre a la expansión de la tecnología moderna, los gobernantes hacen pedazos el organismo vivo de la economía.
En un discurso programático que pronunció recientemente, Mussolini saludó la muerte del ‘liberalismo económico’, es decir del reinado de la libre competencia. La idea en sí no es nueva. Hace mucho que la era de los trusts, las corporaciones y los cárteles relegó al olvido la libre competencia. Pero los trusts se reconcilian con los restringidos mercados nacionales menos todavía que las empresas del capitalismo liberal. El monopolio devoró a la competencia en la misma proporción en que la economía mundial se apoderó del mercado nacional. El liberalismo económico quedó fuera de época al mismo tiempo que el nacionalismo económico. Los intentos de salvar la economía inoculándole el virus extraído del cadáver del nacionalismo producen ese veneno sangriento que lleva el nombre de fascismo (…)
Los criaderos del nacionalismo son también laboratorios de terribles conflictos futuros; como un tigre hambriento, el imperialismo se replegó en su cubil nacional a fin de prepararse para un nuevo salto.”[9]
Las medidas de la Administración Biden como la Ley de Chips, de cara a potenciar en suelo norteamericano la industria de los semiconductores y cerrar el paso a China en este campo, han resultado un completo fracaso.
Pero no solo es eso. A diferencia de EEUU, la economía china está potenciando su desarrollo en numerosos campos, no solo la IA o los semiconductores. Una economía poderosa no se basa en uno o dos sectores, sino en un desarrollo combinado de diversas ramas de la producción. Así lo hizo EEUU en los años 40, 50 y 60 del siglo pasado, y así lo está haciendo ahora China.
The New York Times tenía que reconocer recientemente tanto el fracaso de las políticas proteccionistas norteamericanas como el tremendo avance industrial chino:
“China ya ha alcanzado el liderazgo mundial en equipos de telecomunicaciones, destruyendo de hecho la industria de América del Norte. Ha hecho lo mismo en paneles solares y drones comerciales y está cerca de alcanzarlo en trenes de alta velocidad y baterías.
La Fundación para la Innovación y la Tecnología de la Información ha descubierto que en diez industrias avanzadas (entre ellas, los semiconductores, la robótica, la inteligencia artificial, la computación cuántica, el espacio y los productos químicos), China está avanzando hacia la vanguardia mundial de la innovación... Y en algunas industrias, como los vehículos eléctricos y la energía nuclear comercial, las empresas chinas ahora están a la cabeza.
El año pasado, China instaló más robots industriales y tiene más plantas de energía nuclear en construcción que el resto del mundo en conjunto. Gastó casi 50.000 millones de dólares en subsidios para ponerse al día con los semiconductores antes de que el Congreso de Estados Unidos respondiera con la Ley de Chips. Busca inundar el mundo con vehículos eléctricos, así como con modelos a gasolina. Ha gastado hasta tres veces más en subsidios a los semiconductores que Estados Unidos. Y está gastando miles de millones de dólares más en el desarrollo de tecnología cuántica que cualquier otro Gobierno, según un análisis de la consultora McKinsey. Las ventas del C919 por parte de COMAC (una empresa estatal) van camino de convertirlo en el avión a reacción más vendido del mundo este año, lo que contribuirá aún más a los problemas de Airbus y Boeing. Y China representa el 44 por ciento de la producción química mundial...”.[10]
La cantidad de ejemplos, cifras y datos en este sentido resulta interminable. Pero quizás, el mejor ejemplo de la decrepitud industrial norteamericana, que dificulta enormemente poder dar la vuelta a la situación y conseguir aquello que Trump pretende, es el estado en que se encuentra su industria naval. Numerosos informes del Pentágono alertan sobre los peligros de esta decadencia en el ámbito militar, pero el caso de la Marina, decisiva desde el punto de vista geoestratégico para el control de los océanos, es el más sangrante:
“La investigación cita datos que muestran que la participación de China en la industria de construcción naval mundial se ha expandido desde el 5% en 2000 a más del 50% en 2023, en gran medida ayudada por subsidios gubernamentales, mientras que los constructores navales estadounidenses, que alguna vez fueron dominantes, han visto su participación disminuir por debajo del 1% (…) En Estados Unidos hay apenas 20 astilleros públicos y privados, frente a los más de 300 que había a principios de los años 80 (…)”.[11]
Un estudio reciente del Center for Strategic and International Studies ha señalado que si China sigue incrementando su flota al ritmo actual y Estados Unidos no revitaliza su industria naviera, las posibilidades de que Beijing pudiera vencer en un escenario de guerra naval son bastantes: “China tiene una potencia industrial naval 230 veces superior a la de EEUU”.[12]
La lucha interimperialista se recrudecerá
La prensa occidental está saturada de artículos, desde hace años, que no dejan de anunciar una recesión inminente en China, de la que se hacen eco incluso organizaciones que se tildan de marxistas. Que el capitalismo de Estado chino tiene graves desequilibrios, una deuda pública y privada hinchada, paro juvenil creciente, una burbuja en el sector inmobiliario que provocó quiebras importantes… es algo evidente. Pero siempre hay que poner estos hechos en relación a la tendencia del capitalismo occidental y a la situación de sus competidores directos en el mercado mundial.
La economía china cierra 2024 con un crecimiento del 5%, el doble que la economía norteamericana y casi cinco veces más que la alemana, que está atravesada por una crisis muy seria. Una cifra que, aunque despreciada por The Wall Street Journal y The Economist, resulta impresionante para un país que ya ha alcanzado un PIB de18 billones de euros.
Trump quiere dar marcha atrás en la historia y recuperar el poderío norteamericano, pero las bases que dieron lugar al mismo a lo largo del siglo XX se han esfumado. Sus constante apelaciones de cara a corregir el abultado déficit comercial estadounidense —no solo respecto a China sino respecto a la UE, Canadá e incluso México—, son una confesión de lo lejos que ha llegado la decadencia. Precisamente por esta razón de fondo, el imperialismo norteamericano no abandonará la escena sin luchar, generando más caos y destrucción.
La batalla por la hegemonía mundial quiera China o no, se resolverá sobre la base de la fuerza y, en última instancia, de la guerra imperialista. Nunca hemos estado tan cerca de una conflagración mundial desde 1945. La barbarie que dominó el siglo XX vuelve a resurgir con fuerza, demostrando que el capitalismo se ha convertido en un callejón sin salida. Solo cabe una alternativa para sacar a la humanidad de este callejón sin salida: la lucha consciente y organizada por el socialismo internacional.
Notas:
[1]El coste de la IA ‘low cost’ de China
[2]La onda expansiva de Nvidia en cifras: 1,4 billones evaporados y pérdidas de más del 50% en los fondos ultra agresivos
[3]Hasta el infinito y más allá con el optimismo desmedido de sumar más deuda
[4]Más que Disminución. Lo que el segundo mandato de Trump podría significar para una potencia industrial diezmada.
[5]El lucrativo negocio de Tesla: cobrar a terceros para que puedan contaminar
[6]Musk pone en duda el proyecto estrella de Trump para competir con China en inteligencia artificial
[7]Claves de la sacudida de la china DeepSeek en Bolsa: cómo repercute en el mercado y por qué castiga así a la estadounidense Nvidia “El año pasado, las inversiones ligadas a la infraestructura de IA, que incluyen infraestructuras, computación en la nube y chips superaron los 250.000 millones de euros y la carrera para este año ha sido aún mayor: Microsoft ha anunciado inversiones de 76.000 millones, Meta prevé destinar otros 62.000 y Amazon y Google, 42.000 y 24.000 millones cada uno. A ellos se ha sumado la alianza formada por OpenAI, Oracle y Softbank para invertir hasta 500.000 millones de dólares en IA (475.000 millones de euros), que ha sido apadrinada por el nuevo presidente de EEUU, Donald Trump, y que este año pondrá sobre la mesa una quinta parte del total. Y es solo el comienzo, BlackRock espera que a largo plazo la inversión se sitúe por encima del billón de dólares. Frente a todo ello, DeepSeek ha entrenado su modelo en dos meses por menos de seis millones de dólares.”
[8] Para un estudio más extenso sobre esta cuestión consultar: La crisis global del capitalismo y las tareas de los comunistas revolucionarios
[9]El nacionalismo y la economía de León Trotsky
[10]Estamos en una Guerra Industrial. China Está Empezando a Ganar
[11]Exclusive: US probe finds China unfairly dominates shipbuilding, paving way for penalties, sources say
[12]Monitor 2049®: Poder naval chino podría derrotar a Armada de EE.UU.