El 31 de diciembre de 1968 el presidente de Francia, Charles de Gaulle, concluía su mensaje de fin de año con el siguiente deseo: “Enterremos finalmente a los diablos que nos han atormentado durante el año que se acaba”. Pero, ¿qué atormentaba a este general megalómano que se consideraba la encarnación personal del Estado1? ¿Quién era el demonio para un individuo capaz de llegar al poder mediante un golpe típicamente bonapartista2? Su motivo de aflicción no era otro que la revolución, y la fuerza a la que adjudicaba un carácter diabólico, el movimiento obrero y la juventud que la protagonizó.

Se cumplen cincuenta años del mayo francés, y los grandes medios de comunicación reducen este aniversario a una revuelta estudiantil en busca de la “utopía”. Mienten. Hace cinco décadas la clase obrera y la juventud francesa pusieron en jaque al capitalismo encabezando una gran revolución. ¿Cómo lo hicieron? En primer lugar resistiendo la salvaje represión del Estado —desatada inicialmente contra los estudiantes—, e inmediatamente después organizando una huelga general indefinida que implicó a más de 10 millones de trabajadores y que rápidamente se transformó en una ocupación masiva de fábricas y centros de trabajo. En este proceso, el movimiento en ascenso creó una situación de doble poder, desarrollando comités de huelga en centros de estudio, empresas y ciudades que no sólo paralizaron la vida académica y la producción, sino que ejercieron un control democrático sobre aspectos esenciales del funcionamiento económico, político, social y cultural del país, dejando el poder de la burguesía suspendido en el aire. La transformación socialista de la sociedad estaba en el orden del día.

La lucha antimperialista

A principios de los años 60, la clase dominante de Europa occidental y EEUU respiraba confianza. La ola revolucionaria que derrotó al fascismo en Francia, Italia, Grecia y otras naciones quedaba atrás y, aunque el estalinismo se había consolidado en la URSS, Europa del este y China, el mundo capitalista vivía una prolongada etapa de auge tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial. Las direcciones reformistas y estalinistas de las organizaciones obreras en Occidente estaban deslumbradas por los “logros” de la economía de mercado. Con una media de crecimiento de entre el 5 y 6% desde 1948 hasta finales de los 60, los países capitalistas avanzados parecían haber superado sus contradicciones. Las dictaduras en Grecia, Portugal y el Estado español constituían una mancha en el expediente, en todo caso insuficiente para emborronar la supuesta victoria del capitalismo de ‘rostro humano’.

A pesar del triunfalismo dominante, una mirada más profunda mostraba otra cara del asunto: el esplendor de la economía europea y estadounidense se sustentaba sobre una explotación inhumana de los pueblos de África, Asia, y Latinoamérica. Y fue precisamente este factor el que encendió la chispa. Los levantamientos contra el yugo imperialista se extendieron por todos los continentes oprimidos, poniendo en evidencia el carácter criminal y explotador de las democracias ‘avanzadas’. La burguesía francesa tenía un largo y sangriento expediente de atrocidades. Cuando en 1962 se retiró de Argelia tras ocho años de guerra, dejó 8.000 aldeas destruidas y un millón de muertos.

Cada levantamiento popular, cada insurrección, conmocionaba la conciencia de la clase obrera y la juventud de todo el mundo. La guerra de liberación nacional de Argelia, la revolución triunfante en Cuba, la irrupción de Nasser en Egipto…, hubo un sinfín de ejemplos que inspiraron a las masas en Occidente. Y, de entre todos ellos, la resistencia del pueblo vietnamita contra las potencias militares más poderosas del planeta ocupó un lugar de honor.

La fuerza del Vietcong3, integrada por cientos de miles de campesinos en harapos, no residía en su armamento, sino en la conciencia colectiva de estar combatiendo en una guerra revolucionaria para acabar con el capitalismo, el latifundismo y el dominio imperialista. Su resistencia heroica frente a un enemigo que descargó más bombas que en toda la Segunda Guerra Mundial y cometió atrocidades espantosas para doblegarla, puso en pie a millones.

En EEUU se desató un gran movimiento de la juventud contra la guerra que ­alcanzó proporciones gigantescas en 19684. Ese mismo año, y por el mismo motivo, se produjeron ocupaciones universitarias en Alemania, Gran Bretaña, incluso en el Estado español el movimiento estudiantil entró en ebullición desafiando a la dictadura franquista. En Italia las movilizaciones de universitarios contra la intervención en Vietnam anticiparon el Otoño Caliente revolucionario que se produciría al año siguiente, con huelgas y ocupaciones de fábrica por todo el país. Hubo también protestas masivas en Río de Janeiro, Buenos Aires, Montevideo y México DF, donde el gobierno del PRI perpetró una atroz matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco el 2 de octubre…

Aquella rebelión no respetaba fronteras. Los países del mal llamado ‘socialismo real’, en realidad Estados obreros deformados burocráticamente a semejanza de la URSS estalinista, también fueron sacudidos por este huracán. La clase obrera checoslovaca intentó establecer un genuino régimen de democracia obrera en lo que fue conocido como Primavera de Praga.

De todos estos países, Francia fue uno de los epicentros de la movilización antimperialista y, en muy poco tiempo, las protestas estudiantiles se transformaron en un poderoso movimiento revolucionario.

¿Cómo empieza una revolución?

En 13 de mayo de 1968, el régimen gaullista se disponía a celebrar por todo lo alto sus 10 años ininterrumpidos en el poder, y los partidos y sindicatos de la izquierda no tenían en perspectiva la posibilidad de un estallido social, mucho menos una revolución. Norman Macrae, un afamado economista y periodista británico, reflejaba el estado de ánimo de la burguesía en The Economist: “... la gran ventaja de Francia sobre su vecino al otro lado del Canal: sus sindicatos son patéticamente débiles”.

Es interesante comprobar como en los momentos que preceden a las grandes sacudidas sociales, los comentaristas pro sistema tienden a confundir la actitud timorata y conciliadora de los dirigentes reformistas de la izquierda con el estado de ánimo real entre la clase trabajadora. Cuando los trabajadores no responden de inmediato a un ataque, o ‘toleran’ que sus representantes pacten con la burguesía sin una reacción inmediata, muchos se lamentan clamando contra el “bajo nivel de conciencia”. Pero la dialéctica de la lucha de clases no funciona así, con esquemas mecánicos. La clase obrera no anuncia mediante una declaración pública que está preparada para hacer la revolución. Acumula experiencia, soporta ataques, es decepcionada una y otra vez por sus dirigentes, aprende de las victorias y, sobre todo, de las derrotas y de las traiciones. Cuando ese proceso subterráneo e imperceptible a primera vista alcanza su punto de inflexión, cualquier accidente puede canalizar sus ansias de transformación social.

La manifestación que se convirtió en la chispa que incendió el bosque se produjo el 20 de marzo de 1968 y congregó a poco más de 300 estudiantes. Fue la detención de varios jóvenes de un comité de solidaridad con el pueblo vietnamita, acusados de romper los escaparates del banco American Express en París, lo que desencadenó las primeras manifestaciones más amplias. La primera ocupación fue el 22 de marzo en la universidad de Nanterre, y sólo participaron 142 estudiantes. De Gaulle, fiel defensor de la mano dura, respondió con la represión. Pero el movimiento no se arredró, y el gobierno recrudeció la violencia. El 2 de mayo la policía intentó impedir una nueva manifestación y, al día siguiente, disolvió por la fuerza una asamblea de apoyo a los estudiantes de Nanterre en la universidad de la Sorbona en París.

La actuación brutal de la policía francesa, especialmente la de los tristemente famosos CRS5, consiguió el objetivo contrario al que perseguía, despertando una ola de solidaridad que atizó la extensión de la lucha desde las facultades a los liceos. En semanas los manifestantes, los huelguistas y los ocupantes de universidades, liceos y fábricas pasaron de ser cientos a ser millones.

El Barrio Latino se llenó de barricadas. Los enfrentamientos en la noche del 3 al 4 de mayo se saldaron con un gran número de heridos y detenidos, mientras la simpatía hacia la rebelión de la juventud siguió creciendo irresistiblemente. Esa misma noche los vecinos del Barrio Latino ofrecieron refugio en sus casas a los estudiantes, gritando su indignación a la policía mientras les arrojaban toda clase de objetos por las ventanas. En esa jornada fueron muchos los trabajadores que se unieron a los estudiantes en las barricadas.

No es de extrañar que los jóvenes fueran los encargados de iniciar la revuelta. Las derrotas del pasado no eran un lastre para ellos, ni tampoco mantenían una gran fidelidad a las direcciones reformistas y estalinistas de las organizaciones obreras, mucho menos a sus políticas conservadoras.

Los estalinistas confunden la revolución con la reacción

La dirección estalinista del Partido Comunista Francés6 (PCF) jugó un papel central en estos acontecimientos, pero no para animar y dirigir el proceso revolucionario a su victoria, sino para sofocarlo. Los dirigentes del PCF lejos de dar la bienvenida a la movilización de la juventud, desataron una campaña furiosa contra los estudiantes.

En la edición de L’Humanité —periódico diario del partido— del 3 de mayo, el futuro secretario general del PCF, Georges Marchais, escribía: “Es preciso desenmascarar a estos falsos ‘revolucionarios’ ya que objetivamente sirven a los intereses del poder gaullista y de los grandes monopolios capitalistas. (…) Las ideas y actividades de esos ‘revolucionarios’ podrían hacernos reír, más teniendo en cuenta de que se trata en general de hijos de grandes burgueses —que desprecian a los estudiantes de origen obrero— que rápidamente se olvidarán de su ímpetu ‘revolucionario’ para dirigir la empresa de papá y explotar a los trabajadores”.7

Por supuesto que un sector de la dirección del movimiento estudiantil tenía prejuicios pequeñoburgueses, y no provenían de familias trabajadoras. A la cabeza del movimiento no se encontraba la tradicional UNEF8, que desde hacía tiempo mantenía un funcionamiento burocrático y una política moderada y conciliadora, sino nuevas organizaciones como el Movimiento Veintidós de Marzo. Uno de sus máximos dirigentes, Daniel Cohn-Bendit, estudiante de sociología, se definía como anticapitalista, anticomunista y anarquista. Pero no era tan difícil comprender que el anticomunismo de Cohn-Bendit y otros expresaba un justificado rechazo al mal llamado ‘socialismo real’. A cientos de miles de estudiantes les repelía la deformación burocrática y autoritaria del comunismo encarnada por los regímenes estalinistas de la URSS y del Este de Europa9.

Lo que un genuino dirigente comunista hubiera valorado es que sectores mayoritarios de la juventud odiaban al sistema burgués. Prueba de ello fue la gran manifestación estudiantil del 6 de mayo, encabezada por una gran pancarta que rezaba “Viva La Comuna” en homenaje a la primera insurrección proletaria de la historia (París, marzo de 1871) y en la que resonó La Internacional. Eran estudiantes que se manifestaban contra el imperialismo francés, en apoyo al pueblo vietnamita, que se identifican con el Che, al que consideraban un revolucionario honesto y un ejemplo a seguir. Sí, rechazaban el capitalismo, pero la nueva sociedad que querían construir no tenía nada que ver con los Estados burocratizados del Este de Europa.

Los dirigentes del PCF confundían los primeros pasos de una revolución con la agitación de elementos contrarrevolucionarios. Y, partiendo de ese supuesto, cometían el gravísimo error de situarse en la barricada equivocada en lo que respecta a la represión. A pesar de la brutal actuación policial durante la noche del 3 al 4 de mayo que se saldó con cientos de heridos y decenas de detenidos, la Federación de París del PCF repartió una octavilla los días 4 y 5 donde se leía: “Hoy se ve claramente adónde llevan los actos de los grupos izquierdistas (…) Favorecen al mismo tiempo la intolerable agitación fascista y racista de Occident10. Crean un terreno propicio a las intervenciones policiales y a los propósitos del ministro Peyrefitte”.11

Al calor de estas afirmaciones es difícil no recordar las lamentables declaraciones de dirigentes como Pablo Iglesias o Alberto Garzón, reprochando al pueblo catalán haber despertado al fascismo por su lucha ejemplar en defensa de la república y el derecho de autodeterminación.12

Ayer como hoy, la cuestión es concreta. ¿Cómo deben actuar las organizaciones que se denominan anticapitalistas y revolucionarias en una situación semejante? En primer lugar, frente a la represión del Estado burgués, colocándose incondicionalmente al lado de los estudiantes. En segundo lugar, intentando comprender los procesos políticos que se desarrollaban en las entrañas de la sociedad, el carácter progresista y rupturista de un movimiento estudiantil que despertaba enormes simpatías entre los trabajadores, y adoptar todas las medidas necesarias para impulsarlo con un programa de clase capaz de derrocar el capitalismo.

Los estudiantes conectan con la clase obrera

La política nefasta de los dirigentes estalinistas no impidió, por el momento, que el movimiento siguiese desarrollándose con fuerza. El 4 de mayo, la UNEF, presionada por el ambiente insurreccional que se vivía entre los estudiantes, se vio obligada a reaccionar y, junto con el sindicato de profesores SNEP-Sup, convocó una huelga indefinida hasta la liberación de todos los detenidos. El gobierno apostó por el recrudecimiento de la represión: el 6 de mayo decretó el cierre de todas las facultades de París y las manifestaciones, atacadas por los CRS, se saldaron con 739 manifestantes hospitalizados. Pero las movilizaciones y las barricadas eran cada vez más nutridas, y la presión obligó al primer ministro, George Pompidou, a reabrir la Sorbona el 11 de mayo, además de liberar algunos detenidos para proyectar una imagen dialogante. Sin embargo, el movimiento interpretó correctamente esta concesión como un síntoma de debilidad y la lucha continuó su ascenso.

A estas alturas, ninguno de los grandes sindicatos, ni la CGT dirigida por el Partido Comunista, ni Force Ouvriere, ni CFDT13 estaban por la labor de unificar al movimiento estudiantil con la clase obrera. A modo de coartada para justificar esta deserción, el PCF argumentó en las páginas de L’Humanité que la actuación de un sindicato es fundamentalmente reivindicativa, nunca aventurera. Los dirigentes estalinistas franceses, lejos de felicitarse porque había llegado el momento de expulsar a De Gaulle del gobierno, temían que la fuerza de las movilizaciones abriera las compuertas a un desafío revolucionario que trastocara la llamada “coexistencia pacífica”, el término con el que la URSS y los regímenes estalinistas justificaban el statu quo con el mundo capitalista gestado tras la Segunda Guerra Mundial. Por tanto, concentraron sus esfuerzos en evitar las huelgas y, sobre todo, en impedir la confluencia de obreros y estudiantes.

Todas estas maniobras no fueron capaces de frenar la enorme presión desde abajo, y el instinto certero de la clase obrera francesa se impuso. El 13 de mayo la CGT y la CFDT se vieron obligados a convocar una gran huelga general unitaria con los estudiantes. Fue una protesta extraordinaria. Las manifestaciones tuvieron una asistencia arrolladora, un millón en París, 50.000 en Marsella, 40.000 en Toulouse, 50.000 en Bordeaux, 60.000 en Lyon… Las masas sintieron su poder.

De Gaulle, intentando aparentar calma, decidió mantener su agenda y viajó a Rumania. Pero los gestos ya no contaban, el movimiento tenía su propia dinámica y entró en una fase superior. Ya no se trataba sólo de la juventud. La clase obrera se puso en marcha.

Huelga general indefinida

Los dirigentes estalinistas del PCF y la CGT tenían la esperanza de que esta convocatoria aliviara la presión, y que al día siguiente las aguas volvieran a su cauce. Nada de eso ocurrió.

En la mañana del 14 de mayo, los trabajadores de numerosas fábricas decidieron continuar con la huelga. En la Sud-Aviation de Nantes —donde la huelga se había iniciado con modestas reivindicaciones como el mantenimiento del salario o la reducción de jornada— no “sólo el conjunto de la fábrica se para sino que se decide tomar la empresa y secuestrar al director. En Renault-Cléon un grupo de jóvenes obreros de menos de 20 años con contratos precarios desbordan el llamado de la intersindical CGT-CFDT a parar una hora por turno y, cuando escuchan por la radio que los obreros ocuparon Sud-Aviation, terminan imponiendo el cese completo de la actividad y la ocupación de la fábrica”.14

Con el paso de las horas y los días, la huelga se extendió por toda Francia: el 19 de mayo había dos millones de huelguistas, el 20 eran cinco, el 21 ocho, y el 28 de mayo ya eran 10 millones los trabajadores en huelga. Fue la propia clase obrera, empezando por sus sectores más explotados y más jóvenes, quién desató la mayor huelga general indefinida de la historia de Francia en contra de las directrices de sus organizaciones mayoritarias. Había que remontarse a la crisis revolucionaria de mayo-junio de 1936 para encontrar un movimiento de estas dimensiones.15

Los trabajadores de las grandes empresas estaban a la cabeza de la huelga: Renault, Michelín, Peugeot, Citroën, las minas, los puertos, los astilleros, los ferrocarriles, el metro, el gas, la electricidad. Ningún sector de la producción escapaba. Millones de obreros ocuparon las fábricas. Siguiendo su instinto, hacían temblar el pilar básico del capitalismo: la sacrosanta propiedad privada y el control de la burguesía de los medios de producción. Los obreros se comportaban como los dueños de las fábricas.

En el Centro de Estudios Nucleares de Saclay, un trabajador describía como ejercían el control: “Agarramos un camión, dinero, gasolina y vamos a buscar en las cooperativas agrícolas pollos y las patatas necesarias para alimentar a los inmigrantes de un poblado chabolista cercano. Los hospitales necesitan radioelementos: se reinicia el trabajo en la parte donde se producen. Lo que se necesita es gasolina. El piquete de huelga de la Finac, en Nanterre, nos envía 30.000 litros. Cuando los estudiantes tengan heridos, se echará mano de los stocks locales: guantes, botellas de oxígeno, batas, alcohol, bicarbonato, todo enviado al mini hospital de la Sorbona”.16

Los trabajadores podían tomar el poder

No se trataba sólo de la paralización de la producción. Los obreros dieron la vuelta a la jerarquía en sus empresas. Eran ellos y no los jefes quienes mandaban. En última instancia, una revolución consiste en que las masas, educadas para permanecer pasivas, pasan a la acción y toman en sus manos el gobierno de su destino. Una situación de doble poder se extendió por toda Francia.

En numerosas ciudades surgieron comités para organizar la lucha. En Nantes la organización de los huelguistas llegó más lejos que en ninguna otra parte. El Comité del Barrio de Batinolles comprende el peligro del sabotaje económico y lanza el siguiente slogan: “Aumento masivo de los salarios sin cambio de las estructuras económicas y políticas = Aumento del costo de la vida y retorno a la miseria en unos cuantos meses”.17 No se trataba de hablar, sino de actuar. El 24 de mayo, las mujeres de este Comité deciden organizar los suministros y su distribución, para lo cual convocan a toda la población a una reunión. Tras ella, una delegación decide ir a la fábrica más cercana para contactar con los comités de huelga. Los trabajadores, que ya estaban tratando este importante asunto, se unen y se crea el Comité de Aprovisionamiento. Inmediatamente, el 26 de mayo, se organiza el Comité Central de Huelga (CCH) ante la necesidad de coordinar y unificar todas las fuerzas. Al día siguiente, el CCH se instala en el Ayuntamiento de Nantes: la clase obrera es el nuevo poder político de la ciudad.

El 29 de mayo el CCH establece en escuelas seis centros de abastecimiento para los que cuenta con la solidaridad de los sindicatos agrícolas. Bajo su gobierno nadie pasará hambre: emite bonos equivalentes a una cantidad de alimentos para utilizar en las tiendas y ejerce el control de los precios. El transporte también está bajo su mando: en las gasolineras sólo se distribuye combustible a quienes presentan una autorización del CCH. Se organiza la actividad docente, y se crean guarderías donde los trabajadores y las trabajadoras pueden dejar a sus hijos mientras participan en la lucha. Se organizan cuadrillas de trabajadores en solidaridad con los pequeños agricultores para recoger la cosecha de la patata.

La experiencia de Nantes, rebautizada como ‘la ciudad de los trabajadores’, es determinante. Demostró hasta donde podía llegar la clase obrera, su capacidad de asumir el control total de la vida social y gestionar todos los asuntos de manera democrática y colectiva. Es un momento decisivo en cualquier proceso revolucionario: cuando los trabajadores comprenden que la burguesía, sus instituciones y su Estado ya no son necesarios para hacer funcionar la sociedad.

¿Hasta dónde hubiera llegado el movimiento de haber contado con una dirección revolucionaria que propusiera extender la experiencia de Nantes a todo el país?

Las capas medias giran a la izquierda

La determinación de los huelguistas irradiaba tal fuerza, que numerosos sectores de las capas medias, la base tradicional de la reacción, participaron activamente en la lucha. Los pequeños agricultores organizaron manifestaciones de protesta contra la política agrícola del gobierno. En Nantes, una manifestación de campesinos transcurre tras la siguiente pancarta: ‘No al régimen capitalista, sí a la revolución completa de la sociedad’18. Los intelectuales y artistas se suman: los actores ocupan el teatro Odeón, las artistas del Folies Bergère redactan sus reivindicaciones, cinco premios Nobel franceses declaran su solidaridad con los estudiantes. Los arquitectos discuten apasionadamente nuevos planes urbanísticos más humanos para garantizar vivienda y espacios para el disfrute de todas y todos.

La atmósfera revolucionaria se respira por doquier: “En solidaridad con los movimientos estudiantil y obrero, y decidido a cuestionar radicalmente las estructuras de la sociedad burguesa y capitalista, el cine reunió a sus Estados Generales el 17 de mayo (…) Las primeras consecuencias de estos Estados Generales fueron la completa suspensión del Festival de Cannes y la decisión tomada por el Sindicato de los técnicos de films de ponerse en huelga general e ilimitada”.19

Los medios de comunicación también fallan para la burguesía. Los trabajadores de artes gráficas se suman a la batalla y hacen una aportación enormemente valiosa: a través de sus comités de control censuran las mentiras de las editoriales de la prensa burguesa contra la lucha de los estudiantes y las huelgas obreras.

Una prueba importante del ambiente explosivo que vive Francia fue el fracaso estrepitoso de la reacción en su intento de reagrupar fuerzas. El 18 de mayo, con el regreso de De Gaulle tras su viaje a Rumanía, los llamados comités por la defensa de la República convocan una manifestación. Sólo acudieron 2.000 personas. Es inútil, las capas medias, la pequeña burguesía, participan en la movilización, pero al otro lado de la barricada.

El aparato del Estado muestra su impotencia

Hasta las fuerzas represivas muestran fisuras. Con las calles llenas de manifestantes empiezan a surgir simpatías en sus filas. “La portada del Evening Standard del 23 de mayo llevaba por título: ‘La Policía de Francia en Huelga’. Un representante de los sindicatos policiales había declarado que ‘tal vez empezarían a cuestionar las órdenes si seguían siendo llamados para atacar a los huelguistas que luchaban por sus derechos’. ‘Entendían perfectamente’ los motivos de los huelguistas y aborrecían no poder hacer lo mismo debido a la ley vigente”.20

Era una verdadera pesadilla para los defensores del capitalismo: la clase obrera, como otras veces en la historia de Francia, parecía tocar el cielo con las manos. La enorme maquinaria del Estado burgués, omnipotente en circunstancias “normales”, chirriaba y se atascaba. François Mitterrand, que más tarde sería presidente de Francia por la coalición del Partido Socialista y el Partido Comunista, increpaba al primer ministro Pompidou: “¿Qué ha hecho usted con el Estado?”. En la forma de entender el mundo de este líder reformista, el colapso de la herramienta en la que se sustenta la opresión ideológica y física de la clase obrera era algo inaceptable.

Años después, el embajador de EEUU en París recordaría lo que De Gaulle le confesó durante aquellos días: “Se acabó el juego. En pocos días los comunistas estarán en el poder”. Efectivamente, derribar el capitalismo en Francia era absolutamente posible. Sólo faltaba un partido revolucionario que coordinara y unificara la acción de los miles de comités de huelga de todo el país partiendo de la experiencia de Nantes, y tomar el control político y económico en todas las ciudades. A partir de ahí, la tarea sería sencilla: establecer un Comité Central de Huelga de todo Francia, con delegados y delegadas electos democráticamente, para imponer no sólo las reivindicaciones económicas más inmediatas, sino la formación de un gobierno revolucionario que transformara la república burguesa francesa en la república socialista de los trabajadores y la juventud.

¿Cómo abortar una revolución?

Es un hecho notorio que todas las actuaciones de los estalinistas fueron orientadas a desactivar la revolución. Como hemos citado, la primera reacción de la dirección del Partido Comunista fue presentar a los estudiantes como agentes de la reacción. Esta caracterización, desautorizada por los trabajadores a través del éxito de la huelga del 13 de mayo, tenía, a pesar su carácter lunático, una explicación. Los líderes estalinistas, plenamente comprometidos con la estabilidad del sistema, temían que el optimismo que irradiaba la juventud respecto al derrocamiento del capitalismo prendiera entre la clase obrera.

A pesar de que la confluencia entre los trabajadores y los estudiantes era un hecho en las grandes manifestaciones, el PCF no renunció a sabotearla. El 16 de mayo comenzó la ocupación de Renault-Billancourt, y al día siguiente, a primera hora de la mañana, se difundió la noticia en la Sorbona. “El entusiasmo es delirante. La clase obrera de París se pone en marcha, desborda a la CGT. Hay que ir a la puerta de la fábrica a manifestar la solidaridad activa con los obreros-ocupantes. (…) A mediodía, la Sorbona es inundada por una octavilla del Syndicat CGT-Renault, en el que se desaconseja vivamente a los estudiantes la realización de la marcha prevista”.21 En la octavilla se puede leer que “nuestra voluntad, y la de los trabajadores en lucha por sus reivindicaciones, es dirigir nuestra huelga y rechazamos toda injerencia exterior…”.22

Hay muchos ejemplos de este intento desesperado por aislar a los trabajadores de los jóvenes. En Marsella, el servicio de orden de la CGT de la manifestación del 13 de mayo impidió a los estudiantes integrarse con los trabajadores y los mantuvo separados por un cordón durante toda la marcha.23

Pero los estalinistas iban más lejos, intentaban sabotear cualquier desarrollo de la conciencia en líneas socialista. Marx y Engels afirman en El Manifiesto Comunista el necesario salto que se produce cuando la clase obrera deja de ser una clase en sí y se convierte en una clase para sí. En otras palabras, cuando los trabajadores y trabajadoras descubren que el papel que juegan en la producción les confiere el poder para construir una nueva sociedad sin explotadores. Ese salto en la conciencia había madurado en la Francia de 1968. Lejos de consolidar ese proceso, el PCF, no sólo evitó las consignas que lo alimentaran, sino que movilizó a todos sus cuadros sindicales para obligar a las masas a respetar las reglas de juego capitalistas.

Cuando la huelga general indefinida y la ocupación de fábricas, que el Partido Comunista no había organizado, era una realidad arrolladora, intentaron por todos los medios aislar a los obreros dentro de cada empresa. Se trataba de evitar la unidad, el debate y la coordinación, impedir el florecimiento de cualquier aspecto que hiciera sentirse al movimiento más fuerte y ambicioso en sus objetivos. La situación llegó a tal punto, que prohibieron la colaboración entre asalariados de una misma empresa. Tal fue el caso de la planta de Renault-Billancourt, “donde los huelguistas de la planta de Renault-Flins tienen prohibida la entrada hasta el 6 de junio con el pretexto ¡de que no pertenecen a la misma empresa!”.24

Era indispensable recuperar el funcionamiento habitual de la sociedad burguesa, cuando hay unos pocos jefes y muchos subordinados obedientes. Mitterrand, un experimentado defensor de los intereses del poder establecido, afirmaba: “Conviene desde ahora mismo constatar el vacío de poder y organizar la sucesión”.25 Necesitaban que el movimiento abandonara la acción directa y que las masas olvidaran cualquier pretensión de decidir su propio destino. El camino más corto hacia este objetivo era desviar el tempestuoso caudal revolucionario a las tranquilas aguas del parlamentarismo burgués.

El 19 de mayo, el PCF y la CGT llaman a “la conclusión urgente de un acuerdo de las formaciones de izquierdas sobre un programa común de gobierno de contenido social avanzado, que garantice los derechos de los sindicatos y la satisfacción de las reivindicaciones esenciales de los trabajadores”.26 La alternativa del Partido Comunista era volver a casa y abandonar las asambleas, disolver los comités y finalizar las ocupaciones a cambio de depositar un voto cada cinco años para que los políticos profesionales resolvieran los problemas de la población. Mitterrand no pudo dejar de reconocer que los dirigentes estalinistas eran los garantes más eficaces de la estabilidad capitalista: “Sabía que ni su papel, ni su número (…) podía preocupar a la gente razonable ya que, en aquel mismo momento, se podía ver en Séguy27 y en la CGT las últimas murallas de un orden público que el gaullismo se revelaba incapaz de proteger ante los golpes de los aprendices de revolucionarios”.28

La revolución descarrilada

La convocatoria electoral necesitaba complementarse con otro aspecto decisivo. Había que reconstruir la autoridad de los ‘agentes sociales’, esos especialistas en resolver los conflictos entre las clases, pero siempre a favor de la burguesía. ¿Qué era eso de que los trabajadores debatieran y decidieran libremente en asambleas de base? ¿Cómo era posible que los banqueros y los grandes empresarios no fueran los únicos en tomar decisiones trascendentales? La clase obrera debía volver al redil.

El 25 de mayo a las tres de la tarde se iniciaron las conversaciones entre el gobierno, la patronal y los sindicatos. El 27 de mayo, a primera hora de la mañana, los negociadores alcanzaron un pacto bautizado como los Acuerdos de Grenelle. La burguesía concedió reivindicaciones que habían sido rechazadas durante años, con la esperanza de enfriar los ánimos: subidas salariales, rebaja de la jornada laboral semanal en una hora, aumento de los días de vacaciones pagadas, etc. Como siempre, las reformas eran el resultado de la lucha revolucionaria de las masas.

Séguy, secretario general de la CGT, declaró en la radio esa misma mañana: “la vuelta al trabajo es inminente”.29 Pero no iba a ser tan fácil. Los bastiones de la huelga rechazaron masivamente el acuerdo. Los dirigentes estalinistas propusieron entonces continuar negociando por sectores. Sería más fácil desanimar a la clase si estaba dividida. Se iniciaron así varias mesas de diálogo —educación, minería, transportes urbanos, correos y telecomunicaciones, ferrocarril— con el fin de imponer dinámicas, ritmos y propuestas diferentes. El sindicato en vez de unir, separaba. En las actividades públicas del PCF La Internacional es sustituida por La Marsellesa. “El 5 [de junio], el buró confederal [de la CGT] declara que ‘en todos los lados donde las reivindicaciones esenciales fueron satisfechas, el interés de los asalariados es pronunciarse masivamente por la reanudación del trabajo en la fábrica”.30

En las provincias hay empresas que se reincorporan el 27 de mayo al trabajo. En Carbones de Francia, el mismo 28 de mayo ya hay un acuerdo por encima de lo logrado en Grenelle. Los sectores que resisten fueron literalmente empujados a casa. Así ocurrió en la metalúrgica Hispano-Suiza. “El lunes 17 de junio, en la asamblea general del personal, la CGT habla de reiniciar el trabajo, pero bajo ciertas condiciones que abandonará al día siguiente. El martes 18, durante el último mitin de la huelga, el dirigente de la CGT considera la vuelta al trabajo como algo ganado, y dobla solemnemente la bandera roja afirmando que volverá a servir de nuevo algún día. A continuación, llama a los trabajadores a volver a sus puestos. Nadie se mueve. Sigue un momento de gran confusión. Algunos entran en la fábrica pero para retomar su rutina de ocupantes. La mayoría se quedan en la plaza frente a la fábrica. (…) Algunos trabajadores lloran. La vuelta al trabajo tendrá lugar el miércoles 19”.31

Los dirigentes del PCF renunciaron una vez más a transformar la sociedad, igual que lo hicieron en 1936 y tras la derrota del fascismo en los años 40. Así destruyó el estalinismo en Francia, y en todo el mundo, la herencia de la Revolución Rusa de 1917 enterrando el programa de Lenin y los bolcheviques. Si alguien albergaba todavía alguna duda sobre las intenciones del PCF, el 27 de mayo L’Humanité publicó la carta que el secretario general del partido, Waldeck Rochet, había dirigido a François Miterrand, y en la que proponía “asegurar el relevo del poder gaullista mediante un gobierno popular y de unión democrática con participación comunista sobre la base de un mínimo programa común”.32

La crítica de un obrero de la Citroën, empleado en la fábrica desde los 15 años y con dos décadas de afiliación a la CGT a sus espaldas, sintetiza muy bien la actuación del estalinismo: “En el ‘36, todavía no estábamos preparados. En el ‘45 tampoco estábamos preparados porque estaban los norteamericanos. En el ‘58, seguíamos sin estar preparados porque el ambiente no estaba para bromas, las OAS33 no se sabían adonde iban. En el ‘68, no estábamos preparados porque el ejército, por la correlación de fuerzas, por esto y por lo otro”.34

Un partido genuinamente comunista hubiera conectado con el sentimiento revolucionario de las masas ofreciendo una estrategia para la toma del poder. En las condiciones de mayo del 68, en lugar de ofrecer como opción el camino del parlamentarismo burgués, la cáscara “democrática” en la que envuelve la burguesía su dictadura, y donde la corrupción y la charlatanería son la norma, hubiera propuesto la formación de un auténtico gobierno de los trabajadores y la juventud electo por una Asamblea Revolucionaria, cuyos diputados y diputadas habrían sido elegidos democráticamente en los comités de huelga formados en cada centro de trabajo, universidad y localidad. Representantes controlados por sus electores, revocables en cualquier momento y con unos ingresos no superiores a los de cualquier familia trabajadora.

Ese gobierno revolucionario, apoyándose en un movimiento de millones, no habría tenido mayores dificultades en nacionalizar los grandes medios de producción, la banca y los monopolios, y colocarlos bajo el control democrático de la clase obrera y sus organizaciones. Medidas como la reducción de la jornada laboral y mejoras salariales para garantizar a los trabajadores y las trabajadoras el tiempo necesario para intervenir en la gestión de los asuntos económicos, políticos, y culturales de la sociedad, habrían abierto la senda para una democracia real y plena. Inmediatamente, los nuevos órganos de poder obrero habrían establecido un plan de producción para cubrir todas las necesidades: viviendas, escuelas, universidades, hospitales, y todo tipo de infraestructuras sociales, culturales y deportivas.

A su vez, un gobierno revolucionario en Francia habría lanzado un llamamiento internacionalista a todos los pueblos de Europa, a su clase obrera y a los jóvenes oprimidos, a seguir su ejemplo. Habría liberado a las colonias del yugo imperialista francés, promoviendo la revolución en todos estos territorios. ¿Cómo hubieran recibido la experiencia de sus compañeros franceses la clase trabajadora y la ­juventud portuguesa y del Estado español que todavía soportaban horribles dictaduras, o el pueblo de Vietnam? La revolución triunfante en Francia habría estremecido el mundo a una escala mucho mayor que la Revolución Rusa de 1917.

La burguesía recupera el control

Aunque en ese momento, como en otros tantos de la historia, la correlación de fuerzas era extremadamente favorable para la transformación socialista de la sociedad, la abnegación de la clase obrera no era suficiente para garantizar la victoria. La ausencia del factor subjetivo, es decir, la existencia de un partido revolucionario, y la traición activa del estalinismo hicieron naufragar la revolución.

Revolución y contrarrevolución van indisolublemente unidas. La burguesía nunca renunciará voluntariamente al poder que le garantiza sus privilegios. Prueba de ello fue el viaje de Charles De Gaulle a Baden-Baden el 29 de mayo, para entrevistarse con el comandante en jefe de las fuerzas francesas estacionadas en Alemania, el general Massu —responsable de la represión sangrienta del imperialismo francés en Argelia—. El objetivo de De Gaulle era sondear la posibilidad de una acción armada del Ejército contra el movimiento revolucionario. El 30 de mayo las tropas del general Massu iniciaron maniobras militares en la frontera.

Aunque la burguesía estudió esa posibilidad y la mantuvo en la recámara, no estaba en absoluto convencida de que la intervención del Ejército resolvería la situación a su favor. Era consciente de que recurrir a tropas integradas por soldados jóvenes, que no eran inmunes a la marea revolucionaria, representaba una apuesta muy arriesgada que podría volverse en su contra. Por ese motivo confiaron una vez más en la labor de los dirigentes reformistas de la izquierda política y sindical para derrotar la revolución desde dentro.

El 30 de mayo la derecha organizó una manifestación “En defensa de la República”, y más de medio millón de personas desfilaron por los Campos Elíseos. Ese mismo día De Gaulle regresó a París de su viaje a Alemania, y se dirigió por radio a la nación anunciando que no dimitiría, al tiempo que disolvía la Asamblea Nacional y convocaba elecciones para junio.

Es una ley de la revolución que si el momento propicio se deja escapar, y ese momento puede contarse en horas o días, la reacción tomará la iniciativa y movilizará a las capas más conservadoras con decisión, atrayendo a los sectores indecisos y vacilantes. Si a esto se añade que la política de la organización con más autoridad de la izquierda, como era el PCF, competía con De Gaulle en denunciar los excesos de los revolucionarios, puede entenderse el resultado final. Si se trataba de elegir entre De Gaulle y el PCF para gestionar el capitalismo, no había duda sobre quién ofrecía más garantías.

Y en efecto, la contrarrevolución tomó la iniciativa con total decisión acentuando la represión contra el movimiento. La misma noche del 30 de mayo, el ministro de interior, Christian Fouchet, envió un telegrama a todos los prefectos35: “(…) Como les expuse por teléfono, reafirmar la autoridad del Estado, terminar con la parálisis de la economía, restaurar la vida normal son y deben ser vuestras preocupaciones permanentes. Stop. En el sector público, tomarán todas las medidas que sean útiles para favorecer la reanudación general del trabajo. Stop. En todo caso, vuestro deber inmediato es eliminar todas las obstrucciones a la libertad de trabajar y reducir la ocupación de las instalaciones administrativas prioritarias. Stop. En el sector privado, alentarán por todos los medios el movimiento de reanudación del trabajo. Stop. Determinarán las empresas donde esta reanudación es más urgente y más fácil, y donde sería más espectacular y fecundo. Stop. Estoy listo para las operaciones particulares que me propondrán llevar a cabo, y a poner a vuestra disposición medios materiales suplementarios. Stop”.36 Este documento prueba como muchas empresas seguían en huelga al empezar el mes de junio.

De Gaulle afronta los días posteriores insistiendo en una idea: “El caos o yo”, presentándose como la única garantía contra la “amenaza de una dictadura totalitaria”. Frente a esta propaganda, la respuesta del PCF supuso un nuevo jarro de agua fría. Lejos de rebatir políticamente los argumentos de la burguesía, animó a los trabajadores a abandonar la huelga e intentó presentarse como un baluarte de la estabilidad. En su cartel electoral se podía leer: “Contra la anarquía: por la ley y el orden, votad comunista”.

L’Humanité del 6 de junio insistía: “Las reivindicaciones esenciales de numerosos trabajadores han sido satisfechas gracias a la lucha… y los obreros han decidido volver al trabajo en la unidad… Grupos izquierdistas, a menudo ajenos al personal de las empresas, pretenden que la lucha por las reivindicaciones es un tema superado, e intervienen con violencia para oponerse a la voluntad de los trabajadores de volver al trabajo…”.37

La contrarrevolución interpreta muy bien este mensaje y busca revancha. A las 3 de la madrugada del 7 de junio, se escribe un nuevo capítulo represivo en el bastión revolucionario de la Renault en Flins: “…Desde las cinco de la mañana varios miles de estudiantes se han trasladado desde la Sorbona a Flins y bloquean la llegada de trabajadores, que a su vez se niegan a volver al trabajo mientras la policía se mantenga a la puerta de la fábrica. (…) A pesar de los desesperados esfuerzos de la CGT y sus delegados, la masa de congregados se dirige hacia la puerta de la empresa con la intención de reocuparla, lo cual es rápidamente impedido por la policía. Son los primeros enfrentamientos que se desarrollarán de forma continua durante tres días consecutivos (…) La resistencia de Flins repercute en otros sectores, en particular en Billancourt y en Citroën, donde la huelga se endurece”.38

Mientras los obreros y los jóvenes son brutalmente masacrados por la policía gaullista, L’Humanité del 8 de junio publica una nueva arenga escandalosa: “Basta de provocaciones. La ocupación de Flins por la CRS no la ha provocado la huelga”.

La represión sigue en ascenso. Entre los días 10 y 12 de junio son asesinados varios luchadores a manos de la policía: el joven Gilles Tautin en Flins, Philippe Mathérion en una barricada del Barrio Latino; Pierre Beylot y Henrin Blanchet, trabajadores de la factoría de Peugot, en Sochaux. La respuesta de la CGT ante estos gravísimos hechos, una tibia convocatoria de una hora de paro nacional, demostró que la traición estaba consumada.

El 12 de junio el gobierno declaró ilegales 12 organizaciones de la izquierda. Y, el 17 de junio, la universidad de la Sorbona fue desalojada por la fuerza.

El 29 y 30 de junio, las elecciones legislativas darán una mayoría aplastante al partido gaullista y sus aliados. La revolución de mayo de 1968 finalizaba, pero, tan sólo un año más tarde, De Gaulle abandonaría la política tras una sonora derrota en un referéndum.

La lucha sigue

Hoy, Macron, un millonario, es presidente de Francia. Su presencia en el Elíseo es el resultado de la bancarrota política del gaullismo y la socialdemocracia. Sin embargo, la popularidad que este candidato a Bonaparte cosechó tan rápidamente, cae incluso a mayor velocidad que la de sus predecesores.

Frente a Macron, la élite política y los capitalistas, la clase obrera preserva sus tradiciones de lucha, y no hay ninguna duda de que se presentarán nuevas oportunidades para reatar el nudo de histórico que tejió aquel mayo del 68. No sólo en Francia, en el mundo entero, las condiciones objetivas para la revolución están madurando a marchas forzadas, y la tarea sigue siendo construir el partido revolucionario que la clase obrera y la juventud necesitan para tomar el poder.

Notas

  1. 1. En julio de 1940 afirmó: “Francia soy yo”.
  2. 2. A mediados de los años 50, las crecientes denuncias contra la guerra sucia —torturas, asesinatos, detenciones, bombardeos contra población civil— que el imperialismo francés desarrollaba contra el movimiento por la independencia de Argelia provocaron una creciente oleada de protestas en amplios sectores de la sociedad francesa. Algunos círculos del poder también se empezaban a cuestionar el enorme gasto militar que implicaba mantener el dominio francés sobre Argelia. La cúpula reaccionaria del ejército francés estaba preparada para dar un golpe ante cualquier intento de cuestionar su papel en “sus” colonias. De Gaulle no sólo simpatizaba con el ruido de sables, sino que era parte destacada del complot. Finalmente, cuando Pierre Pflimlin fue nombrado primer ministro el 13 de mayo de 1958, estalló una rebelión militar en Argel al mando del general Jacques Massu. A pesar de ello, el gobierno atemorizado no tomó ninguna medida efectiva para pararla ni declaró el estado sitio, dando lugar a un enorme vacío de poder. Dos días después, el 15 de mayo, el general De Gaulle afirmó en una solemne declaración que estaba “listo para asumir los poderes de la República”. El 1 de junio la Asamblea Nacional apoyó su investidura como primer ministro y, al año siguiente, llegó a la presidencia del país mediante unas elecciones.
  3. 3. Francis Kennedy, dirigente del Partido Demócrata estadounidense en aquella época, reconoció que 500.000 soldados norteamericanos y 700.000 sudvietnamitas, con un dominio total del aire y respaldados por enormes cantidades de material y por los más modernos recursos, fueron incapaces de afianzar la seguridad de ninguna ciudad ante los asaltos del Vietcong.
  4. 4. Ese año los jóvenes reclutas se vieron arropados por el suficiente apoyo social como para desertar en masa, contabilizándose 2.572 soldados prófugos, casi 5.000 en fase de instrucción de acusación y 200.000 ausentes sin permiso oficial.
  5. 5. Compagnies Républicaines de Sécurité, fuerza policial especial antidisturbios.
  6. 6. En ese momento uno de los más poderosos partidos comunistas del mundo, el segundo en importancia de Europa con alrededor de 400.000 afiliados, sólo por detrás del Partido Comunista Italiano.
  7. 7. Cuando obreros y estudiantes desafiaron el poder. Reflexiones y Documentos. Ediciones IPS. Buenos Aires 2008, p. 52.
  8. 8. Unión Nacional de Estudiantes de Francia.
  9. 9. Waldeck Rochet, secretario general del PCF, justificaba en aquellos días la intervención militar soviética para aplastar el movimiento revolucionario del pueblo checoslovaco.
  10. 10. Grupo estudiantil de corte fascista que realizaba ataques en la universidad contra las organizaciones de izquierdas.
  11. 11. José Mª Vidal Villa, Mayo ‘68, Bruguera, Barcelona, marzo 1978, p. 178.
  12. 12. El 3 de diciembre de 2017 en una asamblea en Sant Adrià de Besòs, Pablo Iglesias afirmó que los soberanistas han “contribuido a despertar al fantasma del fascismo”.
  13. 13. CGT: Confederación General de Trabajadores || Force Ouvriere: Fundada en 1947 como una escisión de la CGT para contrarrestar la influencia del PCF entre la clase obrera || CFDT: Confederación Francesa Democrática del Trabajo, de orientación católica.
  14. 14. Cuando obreros y estudiantes desafiaron el poder. Reflexiones y Documentos, p. 56.
  15. 15. El Frente Popular había ganado las elecciones francesas del 26 de abril y 3 de mayo de 1936, con unos resultados históricos para la izquierda. Inmediatamente las masas se lanzaron a la ofensiva: el 14 de mayo, los obreros metalúrgicos de la fábrica Bloch se pusieron en huelga y ocuparon la fábrica; fue la señal para un movimiento huelguístico que se extendió a lo largo de todo el país: el 26 de mayo todas las fábricas del sector automovilístico, incluidos los 35.000 trabajadores de la fábrica Renault, y de la industria de la aviación del departamento del Sena, se pusieron en huelga, al igual que los obreros de la construcción. El PCF, siguiendo las directrices de Stalin, trató por todos los medios de disolver el movimiento, con llamadas continuas a la vuelta al trabajo. Maurice Thorez, secretario general del PCF, insistía una y otra vez en que la situación “no era revolucionaria”, y advertía a los trabajadores contra el peligro de “hacer el juego al fascismo”. Pero el 6 de junio el número de huelguistas superaba los 500.000. El 7 de junio se acercaba al millón. La ofensiva era tan potente, que en los círculos dirigentes se temía, y con razón, que la lucha culminara con una revolución victoriosa.

Igual que en otras circunstancias críticas, los capitalistas recurrieron a los dirigentes reformistas del movimiento obrero para salvar la situación, aunque no tuvieron más remedio que hacer concesiones ante la amenaza de perderlo todo: aceptaron un incremento salarial entre el 7% y el 12% en el sector privado, la semana de 40 horas, 2 semanas de vacaciones pagadas, el reconocimiento de la negociación colectiva y nuevos derechos sindicales. Cuando el 11 de junio se desata el rumor de que los obreros metalúrgicos se preparan para salir de las fábricas y marchar sobre el centro de París, Thorez amenaza con que el Frente Popular se rompería, “empeorando el desorden”. “Es necesario saber ceder en las transacciones, es necesario saber terminar una huelga (…) no ha llegado la hora de la revolución”, declaró rotundamente. El movimiento finalmente se disolvió ante las brutales presiones de los dirigentes estalinistas.

  1. 16. Bruno Astarian, Las huelgas en Francia durante mayo y junio de 1968, Traficantes de Sueños, mayo de 2008, p. 78.
  2. 17. Cuando obreros y estudiantes desafiaron el poder. Reflexiones y Documentos, p. 317.
  3. 18. Ibíd., pp. 17-18.
  4. 19. Ibíd., p. 268.
  5. 20. Francia 1968. El Mes de la Revolución, Clare Doyle. Fundación Federico Engels. Madrid 2018, p. 65.
  6. 21. José Mª Vidal Villa, p. 72.
  7. 22. Ibíd., p. 225.
  8. 23. Esta información procede de los testimonios recogidos en Las huelgas en Francia durante mayo y junio de 1968, pp. 26, 82 y 83, y en Cuando obreros y estudiantes desafiaron el poder. Reflexiones y Documentos, p. 16.
  9. 24. Cuando obreros y estudiantes desafiaron el poder. Reflexiones y Documentos, pp. 80 y 81.
  10. 25. https://es.wikipedia.org/wiki/Fran%C3%A7ois_Mitterrand.
  11. 26. Cuando obreros y estudiantes desafiaron el poder. Reflexiones y Documentos, p. 115.
  12. 27. Georges Séguy, secretario general de la CGT y miembro del Comité Central del PCF.
  13. 28. Cuando obreros y estudiantes desafiaron el poder. Reflexiones y Documentos, p. 61.
  14. 29. Ibíd., p. 59.
  15. 30. Ibíd., p. 87.
  16. 31. Bruno Astarian, Las huelgas en Francia durante mayo y junio de 1968, p. 118.
  17. 32. José Mª Vidal Villa, Mayo ‘68, p. 267.
  18. 33. Organisation de l‘Armée Secrète (Organización del Ejército Secreto), organización terrorista de extrema derecha que tuvo una gran influencia en el Ejército francés, y fue responsable de matanzas de activistas del Frente de Liberación Nacional de Argelia.
  19. 34. Cuando obreros y estudiantes desafiaron el poder. Reflexiones y Documentos, p. 126.
  20. 35. El prefecto es el representante del Estado en un departamento o una región, en Francia hay más de 100 prefecturas.
  21. 36. Cuando obreros y estudiantes desafiaron el poder. Reflexiones y Documentos, p. 84 y 85.
  22. 37. José Mª Vidal Villa, Mayo ‘68, p. 100.
  23. 38. Ibíd., pp. 100 y 101.
Marxismo Hoy
Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 26. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista.

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