Brasil ha entrado en una nueva época de convulsiones políticas, sociales y económicas. El brutal asesinato de Marielle Franco, concejala del PSOL (Partido Socialismo y Libertad) en Río de Janeiro, muestra tanto la nueva era convulsa como la extrema polarización que se ha abierto en la sociedad brasileña.
La ejecución de Marielle, probablemente por milicias de extrema derecha vinculadas a la Policía Militar (PM), llegó después de su lucha por desenmascarar la violencia de la PM contra, principalmente, los jóvenes negros de las favelas de Río. Como mujer negra y lesbiana, originaria de las favelas, se convirtió en un símbolo de la lucha. Su ejecución simboliza la guerra que ha iniciado la clase dominante contra la clase obrera brasileña. La derecha ha pasado a la ofensiva con una serie de medidas represivas que alcanzan un nivel no visto en Brasil desde que acabó la dictadura militar.
La detención y encarcelamiento de Lula, el anterior presidente del país y líder del Partido de los Trabajadores (PT), es otra indicación más de la ofensiva lanzada por los sectores neoliberales de derechas de la clase dominante brasileña. Esto plantea nuevas tareas y desafíos para la nueva generación de luchadores en Brasil que luchan para construir una nueva alternativa socialista de izquierdas.
Brasil, en los primeros años del siglo XXI, como muchos otros países de América Latina, experimentó un crecimiento económico basado casi en su totalidad en el aumento de los precios de las materias primas, que duró desde el año 2003 a 2011. En este período, aunque la economía crecía, el componente de la producción industrial de la economía cada vez se debilitaba más.
Este proceso, como advirtieron en su momento los seguidores del CIT, significaría que en caso de una nueva recesión la economía brasileña entraría en ella con una posición aún más débil.
En los años de crecimiento los comentaristas y los políticos se dejaron llevar. Entre la población crecieron las expectativas cuando se les prometió que Brasil estaba en el umbral de incorporarse al “primer mundo”. La clase dominante en esta época era feliz y permitió al PT y a su líder, Lula, gobernar sobre la base de la “conciliación de clases”.
Los burgueses podían tolerar que se diera alguna concesión a los más oprimidos y pisoteados. Más de 29 millones de personas fueron sacadas de la pobreza y la “clase media” crecía aunque en gran parte basándose en un boom del crédito. El programa social “bolsa familia” proporcionaba ayudas a los que tenían salarios más bajos y así podían acceder a apartamentos baratos que estaban disponibles a un precio asequible. En este período Lula arrollaba en las encuestas.
Sin embargo estas concesiones sociales, tenían una decisiva contrapartida. Lula y el PT habían girado a la derecha y abrazado el capitalismo. Junto con el paquete de reformas también hubo ataques a los trabajadores del sector público, especialmente la reforma de las pensiones que provocó la expulsión del PT de algunos diputados que votaron contra ella. Esto preparó el camino para la formación del PSOL en 2004.
Las esperanzas y las expectativas de la nueva era de progreso en Brasil se hicieron añicos con las consecuencias del crack económico global de 2007/2008. Aunque su impacto llegó más tarde a Brasil, en 2014 se había hundido en su peor recesión económica en más de cien años. El PIB se deprimió un 8,6% entre 2014 y 2016. Todas las reformas se paralizaron y revertieron mientras el desempleo se disparaba y millones eran arrojados a la pobreza y la miseria. El aumento dramático de la falta de vivienda provocó el incremento impactante de los sin techo durmiendo en el centro de Sao Paulo.
Cuando la Constitución impidió que Lula se presentara a la reelección, su sucesora en el PT, Dilma Rousseff, carecía de la fuerte autoridad y reputación que él había acumulado. El PT había girado profundamente a la derecha y estaba inundado de corrupción, como todos los partidos políticos capitalistas en Brasil.
La clase dominante, a pesar de sus escisiones y divisiones, llegó a la conclusión de que ya no podían basarse en un Gobierno dirigido por el PT para aplicar la brutal agenda neoliberal que ahora están exigiendo frente al histórico colapso económico que ha devastado el país.
Operación Lava Jato
La Operación Lava Jato (Auto lavado) descubrió una red sin precedentes de corrupción que se había extendido como un cáncer por todo el aparato político y las grandes y las medianas empresas. Reveló el carácter totalmente corrupto y podrido del capitalismo moderno. Cuando salieron a la luz los detalles de la corrupción la prensa brasileña la describió como el mayor escándalo de corrupción de la historia del país. Cuando sus tentáculos se extendieron internacionalmente lo calificaron como ¡el mayor escándalo de corrupción del mundo! Se centró en Petrobras, la compañía petrolera brasileña que pagó de más a contratistas de varias empresas de la construcción de oficinas, plataformas de perforación, refinerías y buques de exploración. Luego el dinero se repartía a políticos de todos los partidos para garantizar los contratos gubernamentales y los pagos.
El escándalo implicó a empresas como Odebrecht, la mayor constructora de América Latina. Odebrecht incluso creó un departamento especial para gestionar sus planes de corrupción (División de Operaciones Estructuradas) para comprar políticos en Brasil y en otros países latinoamericanos. Este departamento desembolsó ¡800 millones de dólares en pagos ilícitos para más de 100 contratos en más de 15 países! Rolls Royce es una de las empresas investigadas por los sobornos pagados para lograr contratos con Petrobras.
Se calcula que Petrobras desvió 2.000 millones de dólares en sobornos y pagos secretos. Odebrecht pagó otros 3.300 millones en sobornos. Más de 1.000 políticos fueron pillados en la empresa empaquetadora de carne JBS. Dieciséis empresas estaban implicadas y 50 congresistas fueron acusados de corrupción. Cuatro antiguos presidentes están siendo investigados. Todos los partidos están implicados en un grado u otro.
Se suponía que el PT sería diferente, pero también se ha visto implicado en la corrupción. Después de ganar las elecciones de 2002 Lula tenía minoría en el Congreso. Su jefe de Estado Mayor arregló pagos mensuales a políticos y partidos en el Congreso y el Senado para asegurar la mayoría (pagos hechos habitualmente por empresas constructoras para conseguir contratos del Gobierno).
Cuando quedó al descubierto este escándalo, los pagos se cortaron y Lula contactó con el PMDB, un partido capitalista que es un batiburrillo de diferentes fracciones de terratenientes rurales, políticos urbanos y líderes de la iglesia evangélica. En 2015 el tesorero del PT fue detenido acusado de corrupción por aceptar dinero de los ejecutivos de Petrobras.
El PMDB ha estado implicado en cada caso de corrupción de Brasil. Michel Temer, el líder del PMDB, finalmente se convirtió en el vicepresidente de Dilma. Su partido obtuvo el control de la división internacional de Petrobras y todos los fondos acumulados en ella. Como han descubierto ahora el PT y Lula, si cenas con el diablo el precio que tendrás que pagar será elevado.
Las revelaciones de corrupción enfurecieron a la población brasileña. Los sectores decisivos de la clase dominante brasileña, aceptaron al principio la Operación Auto lavado como una manera de intentar limpiar el sistema. Sin embargo, cuando ésta continuó, temieron que se fuera de control, que llegara más lejos de lo esperado y ahora quieren cerrarla.
Todo el sistema político y judicial quedó tocado y desacreditado. Junto con la crisis económica, Brasil se hundió en su peor crisis política y social desde los años treinta.
En este contexto la clase dominante finalmente, después de alguna vacilación, procedió a llevar a cabo un golpe parlamentario contra la sucesora de Lula, organizando un “impeachment” contra Dilma Rousseff en agosto de 2016. De manera hipócrita la acusaron de corrupción con pruebas muy endebles. El golpe parlamentario se realizó cuando la clase capitalista brasileña había decidido que su Gobierno ya no era fiable para poner en práctica las brutales políticas neoliberales que exigían. Concluyeron que necesitaban una mano dura al timón.
Golpe parlamentario
El golpe también fue motivado por los intereses propios de algunos de los políticos capitalistas más corruptos. Dilma no estaba dispuesta a cerrar la operación Auto Lavado. El movimiento para echar a Dilma comenzó en noviembre de 2015 por uno de los políticos más corruptos de Brasil, Eduardo Cunha, un aliado de Michel Temer del PMDB. Cunha fue uno de los objetivos de las investigaciones de la operación Auto Lavado. Cuando el PT se negó a proteger a Cunha de los cargos en su contra, él contraatacó. Como presidente de la Cámara Baja de Brasil, facilitó las peticiones de “impeachment” contra Dilma.
Un senador, Romero Juca, que apoyaba la destitución de Dilma, fue pillado en una grabación planificando el golpe. Refiriéndose a la operación Auto Lavado fue grabado diciendo: “Tenemos que detener esa mierda… poner a Michel Temer es la forma más fácil…”. Después continuaba: “Estoy hablando a los generales, a los comandantes militares. Están de acuerdo con esto, ¡lo garantizarán!” Éstas provocaron rabia, eran una prueba clara de que el ejército estaba implicado en el complot, en este golpe parlamentario en un país donde el gobierno militar finalizó en 1985. La creciente implicación del ejército ha sido una tendencia desde que Dilma fue destituida y sustituida por Temer, aunque no en la forma de un golpe militar.
No ha salido ninguna prueba de beneficio personal de Dilma debido a la corrupción. Sin embargo, ellos han sobornado y comprado para asegurarse una mayoría en el Congreso y Senado. Dilma fue sustituida por su antiguo vicepresidente, Michel Temer del PMDB, que está siendo investigado por corrupción.
Esta crisis provocó un gran debate entre la izquierda brasileña sobre cómo responder a este intento de golpe parlamentario. Mientras se oponían a las políticas del Gobierno de Dilma, los compañeros de la LSR (sección brasileña del CIT) defendían que era un error apoyar el intento de golpe parlamentario de los neoliberales de la derecha que llevaría al poder a un régimen de derechas aún más corrupto y con una agenda de ataques todavía más brutales contra la clase trabajadora. Era necesario oponerse al “impeachment” de la derecha y, al mismo tiempo, luchar contra la política antiobrera de Dilma y construir una auténtica alternativa socialista a través del PSOL, los sindicatos y los movimientos sociales.
Esta posición fue aceptada ampliamente por la mayoría del PSOL. Algunos en la izquierda, como el PSTU, adoptaron una posición muy sectaria, defendiendo en esencia que no había diferencia si era un Gobierno encabezado por Dilma o por Temer. Estos grupos como el PSTU están aislados de grandes capas de los trabajadores que habían votado al PT y querían luchar contra Temer.
A las pocas semanas de la llegada al poder de Temer, la realidad del nuevo Gobierno quedó clara, cuando anunció un brutal programa contra la clase trabajadora de privatización, recortes, ataques a los derechos de las pensiones y nuevas leyes laborales. Incluso propuso enmendar la Constitución para incluir una cláusula que consagrara los paquetes de austeridad para los próximos veinte años y evitar déficits presupuestarios por parte del Gobierno.
En estados importantes, como Río de Janeiro, los trabajadores del sector público y profesores han sufrido recortes salariales, ataques a las pensiones y en algunos casos llevan meses sin cobrar porque los estados no tienen dinero.
Estos ataques han provocado una oposición furiosa en todo el país. En abril de 2017 en Brasil hubo la huelga general más grande hasta el momento, 40 millones de trabajadores en pie de lucha contra el Gobierno. Esta huelga demostró la ardiente furia que se había acumulado y la voluntad de luchar. Sin embargo, la dirección sindical no aprovechó este masivo acontecimiento para defender inmediatamente una huelga general de 48 horas con el objetivo de preparar un movimiento de masas para derribar al Gobierno Temer, como defendía la LSR.
El fracaso de no hacer que a esta huelga masiva le siguieran más movilizaciones de masas, dio a la derecha la oportunidad de preparar una nueva ofensiva.
El colapso social y económico ha tenido como consecuencia un ascenso de la violencia urbana. En Río de Janeiro, según cifras oficiales, hay más de 6.700 asesinatos al año. Bandas organizadas, la más célebre Comando Vermelho (Comando Rojo), funcionan como unidades militares. A menudo trabajan en colaboración con las milicias procedentes de la Policía Militar, estas fuerzas son conocidas por su brutalidad y asesinatos, especialmente de jóvenes negros pobres de las favelas. Controlan zonas de la ciudad y jugando con los temores de muchos trabajadores el Gobierno lanzó una campaña sobre esta cuestión.
Actuando de forma cada vez más autoritaria, el Gobierno elaboró el Plan de Seguridad Nacional para Río de Janeiro y desplegó 8.500 soldados en la ciudad con el pretexto de luchar contra el crimen violento. Las tropas se desplegaron por las favelas más pobres de la ciudad donde han llevado a cabo una represión indiscriminada.
Normalizando a los militares
Todo esto forma parte de un intento consciente del Gobierno y la clase dominante de “normalizar” el uso del ejército por un Gobierno cada vez más autoritario. El asesinato de Marielle Franco formó parte de esta atmósfera represiva azuzada por el Gobierno. Esto ha permitido a grupos locales de derechas y a individuos particulares hacer de las suyas sin control. Ya se ha producido el asesinato de activistas y de un alcalde del PT. Ejemplo de este régimen represivo fue el caso de Camila Campos, militante de la LSR, que se presentó a las elecciones municipales con el PSOL. Ella informó que durante una protesta un oficial de la policía dirigió directamente su automóvil contra un manifestante. Sin embargo, debido a que no tiene una prueba en video de esta acción ¡la enviaron dos días a prisión y con una sentencia comunitaria! Han aparecido otros ejemplos de grupos de derechas, semifascistas, atacando abiertamente a individuos en la calle por llevar camisetas o chapas radicales o de izquierdas.
En este contexto el Tribunal Supremo aprobó el procedimiento de acusar y encarcelar a Lula para impedir que se presentara a las elecciones de octubre. El tribunal se dividió en esta decisión. El día antes del fallo judicial, Eduardo Villas-Boas, el comandante en jefe del ejército, hizo una declaración “rechazando la impunidad y exigiendo respeto por la Constitución…”, evidentemente pretendía presionar a los jueces y de nuevo introducir directamente al ejército en la escena política.
La ofensiva represiva del Gobierno Temer y sectores del aparato del Estado ha conmocionado a la generación más joven. No recuerdan la represión ejercida por la extrema derecha y el ejército en el pasado. Los asesinatos de activistas del MST en las áreas rurales parecen algo lejano para la juventud de las ciudades. Ahora, reflejo de la aguda polarización de clase que se ha abierto, estas luchas brutales han regresado a las ciudades. Habrá que recordar las lecciones de las duras luchas pasadas, incluidos los sacrificios y las batallas libradas por las generaciones anteriores para construir el PT y la federación sindical CUT en los años setenta y ochenta.
La ofensiva autoritaria y neoliberal de Temer ha provocado en la izquierda brasileña la discusión sobre si una “ola conservadora” recorre Brasil. El crecimiento del apoyo a Jair Bolsonaro, un antiguo oficial del ejército y populista de extrema derecha que va el segundo en las encuestas para las elecciones presidenciales, es una justificación de este diagnóstico.
No se debe subestimar la amenaza que representa para los trabajadores y los explotados por el capitalismo estos ataques y el crecimiento del apoyo a la extrema derecha. Pero no representan la apertura de una nueva era en la sociedad brasileña. Más que una “ola conservadora” encarna el comienzo de la polarización dentro de la sociedad. Los ataques de la derecha y el crecimiento de la extrema derecha también van acompañados de un rechazo a la mayoría de los aspectos del programa neoliberal.
La búsqueda del Macron brasileño
La victoria de Bolsonaro no es el ‘Plan A’ preferido por la clase dominante. En esta etapa no tiene un candidato claro. Están buscando un Macron o un Macri brasileño. Están apareciendo varios posibles candidatos que se espera jueguen este papel, como Mariana Silva, antigua senadora del PT que en 2010 se presentó por el Partido Verde. La clase dominante parece, en este momento, estar poniendo sus esperanzas en Geraldo Alckmin, un antiguo alcalde del PSDB de Sao Paulo. Otros posibles contendientes son Joaquim Barbosa del procapitalista PSB (Partido Socialista Brasileño) y antiguo miembro del Tribunal Supremo, aunque actualmente ¡nadie puede decir con seguridad qué programa defiende!
Esta incertidumbre sobre quién debería ser el candidato preferido de la clase dominante, a pocos meses de las elecciones, es una indicación de la crisis en la que actualmente se encuentran.
En realidad, desde que se desarrolló la crisis política y social, ha habido un crecimiento del apoyo a las ideas de izquierda más radicales. Según una encuesta, entre 2014 y 2017, los que pensaban que la pobreza estaba vinculada a la falta de oportunidades creció del 58% al 77%. Los que creían que la pobreza se debía a la nula disposición a trabajar pasó del 37% al 21%. Y el 76% opinaba que el Estado debería ser la principal fuerza responsable del crecimiento económico. Una aplastante mayoría apoya la idea de que el Estado garantice igualdad de oportunidades y proteja a las capas más pobres de la sociedad. Una cifra record de ocho de cada diez brasileños prefería mejores servicios en sanidad y educación que la reducción de impuestos. El 74% defendía la aceptación de las personas LGBT y una clara mayoría se oponía a la criminalización del aborto.
El único tema en el que hubo más apoyo al programa defendido por la derecha fue la cuestión de la seguridad pública y el crimen. Esto está siendo utilizado cínicamente por la derecha para intentar fortalecer su apoyo.
En las encuestas para las elecciones presidenciales antes de que fuera encarcelado, Lula tenía un apoyo del 35% en la primera ronda y ganaba a todos los candidatos en la segunda. Incluso después de su encarcelamiento el apoyo a Lula rondaba el 30% en la primera vuelta. A pesar de que Lula no se presentaba con un programa de izquierdas radical ni defendía el socialismo, como hizo en el pasado (aunque solo de palabra), este apoyo no señala un giro a la derecha en la perspectiva del pueblo brasileño.
La cuestión decisiva es la necesidad de construir una alternativa de masas, combativa y socialista, con raíces en la clase obrera y los pobres. La formación del PSOL en 2004 representó un tremendo paso adelante. Sin embargo, no ha conseguido echar las raíces entre la clase obrera y los pobres que el PT logró antes del giro a la derecha y la aceptación del capitalismo. El PT aún mantiene un apoyo electoral significativo entre los trabajadores y pobres urbanos, incluido el movimiento social urbano más grande que organiza a los trabajadores sin vivienda y encabezó ocupaciones de tierra masivas en ciudades como Sao Paulo, el MTST. Esto es un reflejo de su historia y de las concesiones que hizo a los más oprimidos, durante un período, bajo la presidencia de Lula. Uno de los desafíos del PSOL en esta batalla electoral es intentar ganar el apoyo de estos trabajadores y los pobres urbanos.
Ahora existe una oportunidad importante de dar un gran paso adelante en la construcción de una nueva izquierda radical de masas. La decisión de Guilleme Boulos, el líder del MTST de ser el candidato presidencial del PSOL, es un punto de partida potencial importante, que puede llevar al PSOL y a la izquierda a un nivel nuevo.
La candidatura de Boulos ofrece la perspectiva de alcanzar a capas más amplias de la clase obrera y los pobres y de sentar las bases para la construcción de una alternativa socialista radical y fuerte durante la campaña electoral. Se puede convertir en un instrumento crucial en las luchas que seguro estallarán después de las elecciones. Aunque Guilleme Boulos se ha unido al PSOL, la masa de militantes y simpatizantes del MTST no lo han hecho. Pero el hecho de que Boulos sea el candidato del frente de izquierdas el PSOL, el MTST, el PCB y otros movimientos sociales representa un paso adelante importante, hay que construirlo y fortalecerlo.
Boulos ha dicho abiertamente que su objetivo es crear una especie de “Podemos brasileño”. Pero el limitado programa de Podemos en el Estado español se reflejó en su fracaso a la hora de apoyar el movimiento de masas en Catalunya y la ausencia de un partido de masas dirigido y controlado democráticamente son una advertencia clara de los peligros que implica esta posición política.
Guilleme Boulos ha defendido una serie de demandas radicales y un programa de “democracia radical”. Estas reivindicaciones pueden servir para movilizar a grandes sectores de los trabajadores y los pobres. También es necesario ir más allá. Si se quiere asegurar que en el frente electoral se plantean reivindicaciones radicales, entonces es necesario vincularlas a un programa de ruptura con el capitalismo. Para conseguirlo es importante extraer la experiencia de los Gobiernos del PT encabezados por Lula, como una advertencia de lo que puede significar el fracaso de una política que no plantee la ruptura con el capitalismo. Mientras Boulos y la izquierda tienen razón en oponerse a los ataques a Lula por los reaccionarios capitalistas de derechas, también es necesaria hacer una crítica del programa procapitalista defendido por Lula a pesar de que implantara algunas reformas para los brasileños más oprimidos.
Brasil ha entrado en una nueva era de polarización y lucha. Las próximas elecciones presidenciales abren una nueva oportunidad para que la izquierda socialista radical salga fortalecida preparándose para intervenir en las luchas que con seguridad estallarán con el nuevo Gobierno. Para hacer eso es importante que el PSOL junto con el MTST y otros movimientos sociales desarrollen un programa socialista de lucha que rompa con el capitalismo. La LSR (CIT Brasil) está luchando en estas elecciones y en el PSOL para que exista tal programa de acción.