El pasado 17 de junio, el candidato ultraderechista Iván Duque, títere de Uribe, se alzó con la mayoría de los votos, el 54%, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, venciendo al candidato de Colombia Humana, Gustavo Petro.

La burguesía, por primera vez en la historia, ha tenido que concentrar sus apoyos políticos en un solo candidato. Prácticamente todos los partidos representados en el Senado hicieron campaña a su favor. La familia del presidente Santos, poseedora de la mayoría de la prensa del país, prestó gustosa sus servicios a la campaña de la derecha, el establishment bogotano sacrificó sin problema al Partido Liberal, en un ridículo intento de quitar votos a la izquierda, e incluso el falso líder progresista Sergio Fajardo, cabeza de la socialdemocracia en la primera vuelta, pidió el voto en blanco, llamando en la práctica a apoyar a Duque. Con toda la carne en el asador, la diferencia de poco más de 2 millones de votos a su favor parece una victoria difícil de celebrar.

La candidatura de Petro ha conseguido más de 8 millones de votos (41,77%), gracias a una campaña que se ha basado en la autoorganización, apoyada por los sectores más empobrecidos del país, con manifestaciones que acababan en mítines del candidato, y que movilizó a sectores de la población que nunca habían participado en política. Para entender la magnitud de este resultado basta compararlo con los resultados obtenidos por la segunda candidatura de izquierdas más votada en la historia: la de Carlos Gaviria y el Polo Democrático Alternativo (PDA), que en las elecciones del 2006, consiguió 2,5 millones de votos.

Tal y como se veía en las calles de todo el país, la realidad es que la movilización y la izquierda han sido los grandes vencedores de la jornada. Se trata de unos resultados históricos, que abren una época de ruptura y de lucha social. El primer síntoma de esto fue la rebelión en las bases del PDA y de la Alianza Verde (AV). Ambos partidos, que apoyaron a Sergio Fajardo y cuyas direcciones vacilantes planeaban poner en bandeja el triunfo a la derecha, tuvieron que apoyar enérgicamente a Petro ante el temor de perder no sólo a su base electoral, sino a su propia militancia. Por otra parte, tras la primera vuelta y ante la sospecha de un posible fraude electoral el centro de Bogotá fue tomado por protestas espontáneas de los estudiantes.

No es casualidad que, lejos de la celebración, los titulares de la prensa de derecha sentenciaran que habrá una dura oposición, y será en las calles. De hecho, muy correctamente Gustavo Petro, al que se le reserva una plaza en la cámara baja al ser el segundo candidato más votado, proclamaba en la noche electoral que “aquí no hay derrota. Volvemos al Senado no a ver cómo se negocian los articulitos sino para recorrer las plazas públicas”. Incluso, se espera que la toma de posesión de Duque se celebre entre movilizaciones, demostrando la actitud ofensiva y la fuerza del movimiento.

Qué duda cabe que hay un potencial enorme para construir un movimiento unitario de la izquierda en Colombia, superado el lastre del terrorismo individual de las FARC. Colombia Humana y Petro han recogido las aspiraciones de cambio de los oprimidos; apoyándose en esos millones de mujeres, indígenas, campesinos, trabajadores empobrecidos y estudiantes que llenaron con sus votos las urnas, y basándose en la movilización en las calles y plazas, podrá hacer frente a las embestidas de la oligarquía colombiana, no sólo en defensa del Acuerdo de Paz que amenaza el uribismo, sino contra la corrupción y por la transformación socialista de la sociedad.

El país no es ajeno a la ola de polarización política e inestabilidad generalizada que recorre el mundo, y a pesar de que las fuerzas parezcan igualadas en las urnas, la burguesía del país está más debilitada que nunca, por lo que no hay razones para no estar abiertos a que, en uno de los bastiones del imperialismo norteamericano en Latinoamérica, este giro pronunciado de las masas hacia la izquierda termine con décadas de dominación de la oligarquía.

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