Mientras los trabajadores, los campesinos y la juventud, aguardan con expectativas que se comiencen a implementar los cambios imperiosos para solucionar los graves problemas sociales, desde la otra vereda las presiones no se hicieron esperar. El imperialismo, la oligarquía y la burocracia estatal se han abalanzado sobre el nuevo gobierno sin darle tregua. Para enfrentarlos se hace necesario avanzar en organización, movilización y en un claro programa de control de las palancas fundamentales de la economía.
Mientras los trabajadores, los campesinos y la juventud, aguardan con expectativas que se comiencen a implementar los cambios imperiosos para solucionar los graves problemas sociales, desde la otra vereda las presiones no se hicieron esperar. El imperialismo, la oligarquía y la burocracia estatal se han abalanzado sobre el nuevo gobierno sin darle tregua. Para enfrentarlos se hace necesario avanzar en organización, movilización y en un claro programa de control de las palancas fundamentales de la economía.
Enormes desigualdades sociales
Paraguay tiene un 40% de sus 6 millones de habitantes en la pobreza y 20% bajo la línea de miseria. La desocupación es del 16%, según los números oficiales. Otros casi dos millones han debido emigrar al extranjero.
El 50% de los paraguayos son campesinos, de los cuales 100 mil se desplazan por año a las ciudades, expulsados por la producción de soja transgénica. La otra mitad está formada por los trabajadores urbanos y una clase media ubicada en Asunción y alrededores, fundamentalmente ligada al comercio. La oligarquía está compuesta por sólo 200 familias que poseen la el 70% de la tierra y controlan el comercio exterior, legal e ilegal, junto a las empresas imperialistas y brasileñas. Además de la pobreza extendida, existe una corrupción profunda y generalizada en todos los estamentos estatales y privados.
Pero Paraguay es también un país rico en agua potable, ganado, agricultura, producción forestal, y tabaco, además de un gran exportador de energía hidroeléctrica.
El 15 de agosto Lugo asumió la presidencia ante una multitudinaria fiesta popular en la calles de la capital. Prometió promover la justicia social y la recuperación de los recursos naturales, habló de reforma agraria y de combatir a los ¨ladrones y dueños feudales¨. Pero también de favorecer las relaciones con los empresarios.
Planteó la necesidad de renegociar las tarifas de energía eléctrica que pagan Brasil y Argentina, (menos de la mitad de los 80 dólares el kwh que cuesta en Brasil). Los ingresos por la exportación de la energía de Itaipú y Yacyretá constituyen hoy el 19% del PIB (1,5 billones al año) y la renegociación podría ser fundamental para la implementación de planes sociales. Pero esto generó una gran tensión con Lula, que se volvió a Brasil sin compartir el almuerzo con la decena de presidentes de la región invitados.
La presencia de Chávez no pasó inadvertida ya que ofreció ¨todo el petróleo que haga falta para el Estado, la industria y la población¨. Paraguay depende totalmente de la importación de petróleo.
Entre las primeras medidas de Lugo está la remoción de las cúpulas militares y policiales, la designación una indígena como ministra, y el apoyo a los reclamos de tierras de los campesinos, aunque rechazó las ocupaciones. Las ambigüedades deberán ir aclarándose porque para responder a las expectativas de cambio es inevitable el enfrentamiento con los sectores privilegiados.
El imperialismo norteamericano, que ya posee una base militar en el Chaco Boreal cerca de Bolivia, intentaba convertir Paraguay en la ¨Colombia del cono sur¨: un lugar desde donde contrarrestar el giro a la izquierda de las masas de la región. También realizó maniobras para alentar conflictos en el Mercosur y la firma de tratados bilaterales de libre comercio, aprovechando la postergación de Paraguay frente a las burguesías brasileña y argentina.
Con los vientos de cambio ingresando en el país, han comenzado a acusar al nuevo gobierno con los viejos fantasmas del terrorismo internacional en la Triple frontera. Y la excusa es la designación como canciller de Alejandro Hamed, ex embajador en Líbano, al que atribuyen vinculaciones con Hamas y Hezbollah, y de ser el contacto con el régimen iraní. EEUU le ha prohibido volar en las aerolíneas estadounidenses y ha encontrado eco en la oposición a Lugo y hasta en las filas de sus aliados de centroderecha. También hay acusaciones de terrorismo hacia los movimientos campesinos, a los que se los vincula a las FARC.
La oligarquía comienza a conspirar
A través de los medios de comunicación se deja ver la presión de los grandes empresarios nacionales y ¨brasiguayos¨ (vinculados a la soja transgénica) en defensa de sus ¨intereses legítimos¨ y de la inversión extranjera. También buscan criminalizar lucha de los campesinos desplazados, acusándolos de usurpadores y violentos.
El presidente saliente, Duarte Frutos, se apuró a jurar como senador para evitar ser juzgado por corrupción. Y el viejo aparato estatal corrupto de los colorados, que mantienen la mayoría parlamentaria y varios gobiernos departamentales, ha comenzado a conspirar. Lugo denunció el robo de bienes estatales y un boicot que paraliza desde principios de agosto la actividad económica, con escasez de petróleo, alimentos y materiales de construcción.
Además, debemos mencionar las disputas internas en la precaria coalición gobernante compuesta por decenas de organizaciones sociales y varios partidos de centro y centroderecha, con rumores de distanciamiento del vicepresidente liberal Federico Franco.
Una política socialista
Se ha abierto un período agitado de giros a derecha y a izquierda. Grandes movilizaciones son inevitables. Aunque por ahora las acciones de los sectores privilegiados son más visibles, las masas no aceptarán fácilmente una nueva desilusión. La llegada de Lugo es expresión de sus ansias de cambio. No se contentarán con la reproducción de la miseria y la corrupción.
Son de esperar abiertos enfrentamientos de clase. Ante esto es imperiosa la construcción de una organización de masas de trabajadores, campesinos y jóvenes con un programa que contemple la expropiación de los terratenientes y de las grandes empresas y el control de la producción, el transporte y el comercio, fundamentalmente de las exportaciones de energía y soja. Para que esta política sea posible es imprescindible conformación de una corriente marxista sólidamente basada en la clase obrera y la juventud e inserta en el movimiento de masas.