Una bomba política más se cocina en el panorama electoral nacional. Lo que era absolutamente impensable, que Santos pudiera arrasar en primera vuelta, se está convirtiendo en un hecho sobre el que se cierne un enorme manto de sombría duda. Dejando de lado las encuestas, que mostraban cristalinamente un empate técnico entre el candidato del oficialismo y Mockus, el ambiente social que se respiraba en todas partes era sintomático en cuanto a que la puja por el solio de Bolívar sería muy reñida. Y sobre estos resultados es preciso hacerse unas cuantas preguntas.
Una bomba política más se cocina en el panorama electoral nacional. Lo que era absolutamente impensable, que Santos pudiera arrasar en primera vuelta, se está convirtiendo en un hecho sobre el que se cierne un enorme manto de sombría duda. Dejando de lado las encuestas, que mostraban cristalinamente un empate técnico entre el candidato del oficialismo y Mockus, el ambiente social que se respiraba en todas partes era sintomático en cuanto a que la puja por el solio de Bolívar sería muy reñida. Y sobre estos resultados es preciso hacerse unas cuantas preguntas.
La primera de ellas es ¿guarda esto alguna relación con la reunión entre Santos y el presidente del sindicato de la Registraduría, el pasado viernes en un restaurante de la capital? Según el candidato, la cita tuvo como objetivo garantizar la transparencia en las presentes elecciones. Sin embargo, como argumentaron desde el MOE, esto es algo que está en poder del registrador nacional, no de Daniel Bohórquez, y por tanto la escusa suena a una "picardía" más de Santos.
La segunda pegunta es la que hizo el candidato Gustavo Petro en el debate del viernes en Caracol: ¿a dónde fueron a parar el millón de votos del PIN, que anunciaron era para un candidato del Uribismo, pero cuyo nombre se reservaron? A la luz de los resultados, no fue, ciertamente, ni para Noemí ni para Vargas Lleras. Esto es indicativo de los estrechos vínculos que, aún hoy, guarda el oficialismo con los barones del clientelismo electoral en departamentos como el Valle del Cauca y en el Magdalena. O cuando menos deja mucho que pensar, y más aún que sospechar en este país de "picardías" non sanctas.
La tercera pregunta es ¿cómo es posible que Mockus esté siendo derrotado tan duramente en Bogotá? Por no decir en Medellín o Cali. El punto es que la ciudad de mayor aceptación de los verdes, la capital, por las tres exitosas alcaldías de los tenores, contrasta demasiado con los actuales resultados electorales. El que haya un precedente en la derrota de Peñalosa a manos de Samuel Moreno no sería suficiente, en lo absoluto, para comprender esta debacle tan escandalosa.
La cuarta pregunta tiene que ver con las denuncias masivas de propaganda negra y fraude que han prevalecido durante todo este mes y lo que va del día. ¿Qué tratamiento se les ha dado desde la Registraduría, la Fiscalía y los entes de control en la materia? Desde la presión vía Familias en Acción o Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, pasando por el uso de la voz presidencial en una cuña llena de "picardía", hasta lo denunciado en Soledad, Atlántico, donde a los testigos verdes no se les dejó entrar por orden de la registradora regional, o los volantes repartidos en las entradas del Transmilenio en Bogotá contra Mockus, o la suplantación de votos en las comunas de Medellín y así, un larguísimo etcétera. Tantas irregularidades sobrevenidas como aluvión en esta cita electoral invitan a la reflexión y la preocupación sobre los resultados de las presentes justas.
Todo esto, sumado a extrañas declaraciones provenientes del palacio de Nariño y de Santos, en momentos en que el brazo largo de la Corte Penal Internacional se asoma en el país. Que Roy Barreras proponga designar a Uribe como "senador vitalicio", que Santos proponga que sea el presidente quien designe al Fiscal General, y no la Corte Suprema, en una estrategia de tapen-tapen, como denunció Rafael Pardo el viernes en el debate de Caracol; que Uribe haga declaraciones difamatorias contra el Nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel, contra el sacerdote jesuita Javier Giraldo, y hasta contra el diario norteamericano The Washington Post, calificándolos de "idiotas útiles" del terrorismo. Tantas declaraciones venidas de las toldas uribistas, que manifiestan un diáfano temor sobre las consecuencias penales de escándalos como las "chuzadas", los "falsos positivos" o la vinculación de Santiago Uribe con la banda paramilitar de los doce apóstoles, sumada a la tradición de uso y abuso del poder Ejecutivo y de los cargos públicos para sobornar a congresistas y funcionarios públicos, repartiendo ministerios, notarias y embajadas, son indicativas de, por lo menos, una proclividad a priori hacia la corrupción como mecanismo de presión electoral.
No se puede aún afirmar ni negar nada, pero las dudas y preguntas son tantas que no pueden pasar de agache en la reflexión sobre los resultados electorales de esta primera vuelta. Los vientos de fraude, de fraude en cascada, masivo, son demasiado fuertes para no sentirlos en la piel y la conciencia.
Esbozo aquí una hipótesis provisional. ¿Y si existiese una estrategia de fraude escalonado, en el que la primera vuelta es un golpe de opinión para preparar la victoria de Santos en la segunda? Es que los resultados son tan extraños, que invitan a pensar en múltiples vías. Y a mí se me ocurre que, para maquillar la manipulación de las elecciones, el oficialismo podría apostarle a ganar sobrados en primera, para desanimar al conjunto del electorado polista y mockusiano, y así preparar la victoria definitiva en la segunda. Esto no reduciría las sospechas de fraude, pero sí las disiparía, en la esperanza de unos de la revancha en la próxima contienda, frente a la desesperanza de otros, que retornarían a su tradicional apatía política.
Sea lo que sea, el piso no es tan estable como parece. Lo que han evidenciado estas elecciones, y todo el fenómeno de la ola verde y la revolución política de las redes sociales, es que, bajo la superficie social, existe un descontento, un malestar ciudadano acumulado frente a las políticas del actual gobierno en materia económica y sobre las consecuencias de la aplicación de la doctrina de "seguridad democrática". Este descontento, que no aparece del todo reflejado en el "estado de opinión" que son estos resultados, está buscando una vía de expresión política, y tal vez, la sombra de fraude que se cierne, no genere tanto la apatía como la radicalización de un amplio espectro de la sociedad. Algo semejante sucedió en 1970 cuando fue derrotado el dictador Gustavo Rojas Pinilla, y ya sabemos las consecuencias que se sucedieron en los años subsiguientes.
Los uribistas no deberían sentirse tan alegres con los resultados. Porque entre más se tapa el descontento social, más se acumula este debajo del cerco mediático, y cuando estalle, podría sacudir como terremoto todo el panorama político actualmente existente, y apuntalado en la corrupción y la guerra jurídico-política frente a la oposición y el conjunto de la sociedad. A fin de cuentas, en la era del capital: "todo lo sólido se desvanece en el aire".