No ha hecho falta que se cumplan cien días de gobierno para que se hayan producido importantes movilizaciones. La promesa electoral estrella de Bachelet era la reforma educativa, en un país que arrastra un infernal modelo —herencia de la dictadura pinochetista y que veinte años de gobiernos de la Concertación fueron incapaces de desmantelar— que mezcla un negocio garantizado para los empresarios de la privada (los llamados “sostenedores”, que a su vez gozan de subvenciones públicas) y una segregación absoluta por criterios económicos y sociales, sobre la base de la “selección” del alumnado por los centros educativos.
A pesar de que desde el gobierno se insiste en que están preparando una reforma hacia una educación pública y gratuita, cuando se concreta no hay nada que se parezca a esto: no hay una ley de reforma educativa, sino modificaciones de cuatro leyes en vigor; modificaciones, por otro lado, que no cambian el fondo de la cuestión: la enseñanza como un negocio y no como un derecho.
Por una educación pública y gratuita ya
Una educación pública, universal y gratuita es una reivindicación histórica para el movimiento estudiantil y la clase obrera en Chile. Los estudiantes lo demostraron en 2006 frente al primer gobierno de Bachelet y en 2011 frente al derechista Sebastián Piñera cuando dieron inicio a un terremoto social que desembocó en dos huelgas generales de 48 horas. Y no han tardado en volverlo a demostrar. En lo que va de año han convocado tres grandes manifestaciones: el 9 de mayo, el 10 de junio (junto a la CUT, principal sindicato, y trabajadores en lucha de diferentes empresas) y el 25 de junio (coincidiendo con una huelga de 48 horas en la sanidad en demanda de un sistema de salud público, universal y gratuito). Decenas de miles de manifestantes han llenado las calles de diferentes ciudades, 100.000 en Santiago de Chile el 10 de junio.
Las reivindicaciones son claras, según la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile: “Sacar el mercado de la educación, avanzar a una gratuidad universal y terminar con los mecanismos de financiamiento a través de la competencia” (esto es, las subvenciones que obtiene la privada basadas en la competencia entre centros).
En estas jornadas también han estado presentes los maestros, apoyando esas reivindicaciones y denunciando su precariedad, sobreexplotación y bajos salarios: un 36% no tiene contrato fijo, un 29% trabaja entre 10 y 12 horas extras no remuneradas y ganan un tercio menos que otros profesionales con los mismos años de estudio y a los cinco años se amplía a un 46,5% menos.
Otra reforma estrella del gobierno de Bachelet era la tributaria. Lo que prometía ser una reforma que hiciera pagar más a los que más tienen, para a su vez financiar la reforma educativa, se va descafeinando a medida que avanza su tramitación, a pesar de que en el parlamento haya sonoros desencuentros con la derecha, un escenario que recuerda bastante a los “duros enfrentamientos” que han tenido en el parlamento español Rubalcaba y Rajoy, para luego ponerse rápidamente de acuerdo en todas las cuestiones fundamentales.
La guinda a estos cien días de gobierno ha sido la visita de Bachelet a Obama, quien —tras garantizarse el apoyo de Chile en el Consejo de Seguridad de la ONU para las resoluciones que adopte el imperialismo sobre Iraq, Siria y Ucrania— se deshizo en elogios a la democracia chilena y en concreto a la propia Bachelet, de la que afirmó que es “su segunda Michelle favorita”.
Si el imperialismo elogia tu política, y la base social en que deberías apoyarte para llevar adelante las reformas sociales está frente a ti en la calle, algo estás haciendo mal.