Mientras tanto, la burguesía se dedicaba a especular con la deuda pública (los tipos de interés son de los más altos del mundo) y a sacar capitales del país, sin invertir salvo lo imprescindible para garantizar sus beneficios (la inversión productiva, que nunca en este periodo superó el 20% del PIB, ahora está en el 17%), manteniendo la economía atrasada e incapaz de competir con la industria de los países avanzados.
El elevado crecimiento permitió financiar unas mínimas políticas sociales y crear empleos, principalmente en el sector servicios y la construcción e industrias asociadas, dando la sensación a los dirigentes del PT de que podían “cuadrar el círculo” y satisfacer a la clase trabajadora sin afectar los intereses de los capitalistas, fortaleciendo su giro a la derecha. Este modelo, en realidad una repetición del papel histórico de la economía brasileña en el mercado mundial, ha alcanzado su límite debido al parón de las economías china y europea y al final del efecto expansivo del crédito en la economía.
Incremento del malestar social
Ligadas a la situación económica están las protestas que sacudieron el país el año pasado. La situación del transporte, la sanidad, la educación y los aumentos de precios suponen un enorme drama para la clase trabajadora y los pobres brasileños, que han visto como los fastos de la Copa del Mundo servían para llenar los bolsillos de las grandes constructoras mientras no mejoraban sus condiciones de vida.
Dilma Rousseff ha obtenido el 41,5% de los votos, el porcentaje más bajo obtenido por un candidato del PT en la primera vuelta desde que Lula ganara por primera vez las elecciones (46,4% en 2002, 48,6% en 2006 y 46,9 en 2010). Sigue manteniendo sólidos apoyos en las zonas rurales y más pobres, donde las pequeñas ayudas de programas como “Bolsa Familia” han supuesto la diferencia entre el hambre y unas condiciones mínimas de vida, así como entre los sectores de la clase trabajadora que han conseguido un empleo legal en los últimos años. Sin embargo, es evidente que amplios sectores de las masas brasileñas están hartos del giro a la derecha y los continuos escándalos de corrupción del PT (convenientemente aireados por la prensa burguesa), mientras siguen esperando un cambio en los servicios públicos y las condiciones de vida y trabajo.
Significativamente en Sao Paulo, cuna de las protestas y con un alcalde del PT tremendamente impopular y un candidato a gobernador impuesto por la dirección del partido, Dilma obtiene su peor resultado (apenas un 25% de los votos), perdiendo incluso en el ABC paulista, el cinturón industrial más importante del país.
Debilidad de la derecha
Es muy sintomático que el debilitamiento del PT no se haya traducido automáticamente en un fortalecimiento de la derecha, a pesar de que ésta ha recurrido a un candidato más “simpático” para las masas: Aecio Neves, nieto de Tancredo Neves, una figura que en Brasil se identifica con la salida de la dictadura y las esperanzas de cambio. Sin embargo, obtiene el 34% de los votos, en línea con sus predecesores Alckmin y Serra, y mostrando que la clase trabajadora no quiere volver a la situación anterior renunciando a los avances conseguidos, sino acelerar los cambios.
También han sido las elecciones con una mayor abstención de la historia, el 21%, hay que tener en cuenta que el voto es obligatorio en Brasil y quien no lo ejerce se enfrenta a una multa, lo cual muestra el hastío de sectores crecientes de la población hacia la política burguesa.
En esta situación ha surgido con fuerza la candidatura de Marina Silva, del PSB, ex ministra de Medio Ambiente con Lula que, que amenazando con disputar la segunda vuelta con Dilma Rousseff, finalmente quedó en tercera posición, con un significativo 21%. Su discurso se ha centrado en la reivindicación de más democracia, el respeto al medio ambiente y la lucha contra la corrupción, capitalizando gran parte del descontento con el PT y las protestas del año pasado. Su programa es tremendamente confuso, y en temas como el aborto, la privatización de Petrobrás o el sector público se sitúa a la derecha del PT y para la segunda vuelta está apoyando al candidato de la derecha, Neves.
Con la economía en recesión, las presiones de los capitalistas sobre los candidatos para intensificar la privatización del petróleo, reducir las pensiones y otras “reformas” que llenen sus bolsillos están aumentando. Mientras, las masas vienen de un movimiento ascendente reivindicando una vida mejor y más participación en los beneficios de los últimos años. Lo más probable es que Dilma gane la segunda vuelta, en cualquier caso, el escenario que se abre es una receta acabada para el choque entre las clases.