Defender las conquistas revolucionarias exige acabar con el poder de capitalistas y burócratas
Durante los últimos 16 años la revolución consiguió distribuir más justamente el ingreso petrolero y aumentar los niveles de vida de los sectores más pobres mediante distintas medidas y planes sociales (Misiones, etc). Incrementó el acceso a la salud y la educación superior, redujo los índices de pobreza y pobreza extrema, impidió la privatización de la petrolera estatal PDVSA, nacionalizó varias grandes empresas anteriormente privatizadas (la telefónica CANTV, la empresa eléctrica o la siderúrgica SIDOR) y expropió numerosas fábricas amenazadas de cierre, protegiendo miles de empleos. El número de empleados públicos aumentó (de 1,5 millones a 3 millones) y servicios como luz, agua o teléfono, así como el gas o la gasolina, siguen aún subvencionados, manteniendo un coste sensiblemente inferior al de otros países.
Estas medidas, unidas al discurso anticapitalista de Chávez, su llamado a luchar por el socialismo y desarrollar el control obrero y el llamado poder popular, han sido la causa de que el chavismo haya mantenido una base social de millones de personas todo este tiempo. Los trabajadores y el pueblo han mostrado una enorme conciencia revolucionaria, movilizándose una y otra vez para salvar el proceso revolucionario. Pero, como hemos explicado en otros artículos, la revolución se ha quedado a medio camino. El poder económico sigue en manos de la burguesía (el 75% del PIB no petrolero lo controlan empresarios privados). A ello se une la extensión de una burocracia dentro del estado y las empresas públicas que habla de socialismo y se declara chavista pero estrecha lazos con la burguesía, participa de la corrupción inherente al sistema capitalista y frena, o incluso reprime, los intentos de los trabajadores de defender sus derechos y aplicar el control obrero. El mantenimiento del capitalismo y el desarrollo de la burocracia son la causa principal de los problemas que sufre el pueblo.
El año 2014 cerró con una inflación interanual reconocida oficialmente del 63,6% (la mayor del mundo). En realidad, el golpe para las familias obreras es aún mayor. Una docena de huevos, por ejemplo, pasó de costar 15-18 bolívares a fines de 2013 a oscilar entre 130 y 150 actualmente. Subidas no tan espectaculares pero muy fuertes afectan a prácticamente todos los productos de la canasta básica. Varios han doblado, triplicado e incluso multiplicado por cuatro o cinco sus precios en el último año o dos años. El desabastecimiento afecta a varios alimentos básicos y se extiende a los medicamentos y otros bienes. Las colas interminables se han hecho cotidianas.
La burguesía achaca todos estos problemas a “la existencia de controles” o “el intervencionismo estatal”, e intenta confundir y desmoralizar a las masas identificando socialismo con colas, escasez, precios altos e incluso con la corrupción y desmanes burocráticos. La realidad es que la causa de los problemas que sufre la economía venezolana es precisamente el mantenimiento del capitalismo. Más aún siendo un capitalismo especialmente parásito como el venezolano. Los empresarios venezolanos han vivido históricamente de saquear el ingreso petrolero. El 97% de las divisas del país provienen de PDVSA. La actividad fundamental de los capitalistas es llenarse los bolsillos especulando con los precios, burlando y manipulando en su beneficio los controles de precios y cambio existentes y comerciando en el mercado paralelo con los dólares que el estado les facilita a precios preferentes para (supuestamente) importar insumos y otros bienes. Incluso cuando Venezuela crecía un 8% anual y las políticas de distribución del ingreso del gobierno aumentaron espectacularmente el consumo, los empresarios (venezolanos y extranjeros) no utilizaban (según sus propios datos) más de un 50% de la capacidad productiva instalada. Hoy utilizan todavía menos.
La “guerra económica” y las medidas anunciadas por el gobierno
El presidente Nicolás Maduro y varios miembros del gobierno han denunciado la existencia de una “guerra económica” por parte de la burguesía. Sin embargo, como decía un activista revolucionario en una asamblea: “no sé si llamarlo guerra porque sólo disparan ellos. Nosotros nos quejamos, amenazamos y les facilitamos las balas (los dólares) para que sigan haciéndolo”. Esta frase refleja la inquietud y el ambiente crítico que crece entre sectores de las masas y especialmente entre la vanguardia. Las voces exigiendo “ni un dólar más a la burguesía” aumentan e incluso algún dirigente se ha hecho eco de ellas pero las nuevas medidas anunciadas por el gobierno a principios de año insisten en la misma dirección de los últimos tiempos.
Detalles técnicos aparte, la modificación del sistema cambiario anunciada el 21 de enero significará en la práctica devaluar nuevamente el bolívar y nuevos incrementos de precios que la subida salarial del 15% anunciada no podrá paliar (como ya ocurrió con las sucesivas subidas salariales aplicadas durante 2014). Tampoco solucionará problemas como la especulación con el dólar y los precios o el desabastecimiento. Los defensores de la medida argumentan que la reducción del diferencial entre el dólar oficial y el paralelo fomentará la inversión y hablan de un proceso de industrialización del país en alianza con el sector privado mediante la sustitución de importaciones. Es el mismo argumento de las devaluaciones anteriores. El fracaso será igual de estrepitoso (o peor, dada la caída del ingreso petrolero). El negocio más rentable hoy en Venezuela es especular con las divisas, y mientras el estado siga concediéndoselas los capitalistas se dedicarán a eso y a especular también con los precios.
Otra medida tomada recientemente por el gobierno es la ley de zonas especiales, que plantea la creación de varias zonas donde se “flexibiliza” la legislación laboral y se conceden beneficios especiales a los inversores, siguiendo el modelo chino. Esto va en la dirección contraria a lo que hace falta. En un contexto internacional de crisis, no está nada claro que lleguen inversiones en un volumen significativo. En cualquier caso, los trabajadores venezolanos –que vienen de un contexto de ascenso revolucionario- no aceptarán sin lucha unas condiciones laborales como las que intentarán aplicar los capitalistas, chinos o de donde sea.
Por un programa que unifique a la clase obrera. Todo el poder político y económico para los trabajadores.
Todas las contradicciones explicadas están incrementando la confusión y el escepticismo entre los sectores más desesperados de las masas. Si problemas como el desabastecimiento, la inflación, etc. no encuentran solución, es bastante posible que esto se refleje en un aumento de la abstención en las legislativas de este año que sólo beneficiaría a la derecha. Pero la lucha entre revolución y contrarrevolución sigue en desarrollo y tardará en definirse todavía un tiempo. Entre otros sectores de las masas, y especialmente entre los activistas, crece la búsqueda de alternativas a la izquierda que enderecen el rumbo de la revolución y derroten a sus enemigos, internos y externos.
Donde este ambiente se expresa más claramente es en el movimiento obrero. En SIDOR (principal siderúrgica del país) la represión puntual de la Guardia Nacional y las amenazas del presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, no impidieron que los trabajadores mantuviesen su justa lucha durante semanas y demandasen al presidente Maduro que se desmarcase de los ataques de Cabello. Los trabajadores pedían recuperar parte del poder adquisitivo perdido, inversiones para mejorar la capacidad productiva y garantías de que no entraría capital privado en la empresa, en referencia a rumores sobre una posible conversión en empresa mixta con capital chino. Finalmente, la mayoría de dirigentes del sindicato SUTISS aceptaron un acuerdo que mejoraba la oferta inicial del gobierno pero no satisfacía lo que pedían los trabajadores (que no fueron consultados en asamblea). Una cosa muy significativa fue el apoyo masivo a la lucha pese a los intentos burocráticos de aislar y desprestigiar a los sidoristas.
En otras empresas públicas y privadas ha habido conflictos a diferentes niveles que reflejan un ambiente cada vez más crítico con la burocracia al tiempo que apoyo al proceso revolucionario y rechazo a la derecha. El factor fundamental que impide que este ambiente de lucha pueda unificarse y encontrar un cauce político que le permita agrupar al conjunto de las bases revolucionarias es la ausencia de un programa y un plan en ese sentido por parte de los dirigentes sindicales. Pese a ello ha habido movilizaciones regionales como la marcha celebrada en Anzoátegui el 2 de agosto (la primera unitaria entre CBST y UNETE, organizada a propuesta de los marxistas de la CMR y la UNETE Anzoátegui). El ambiente crítico también se expresó en el Congreso nacional y, sobre todo, en los congresos regionales de la CBST así como con el surgimiento del Frente Nacional de Lucha de la Clase Trabajadora (FNCLT), que --impulsado inicialmente por el Partido Comunista— ha agrupado a sindicatos y colectivos de trabajadores de numerosas empresas y sectores en lucha. Respondiendo a ese ambiente, Maduro planteó en el congreso de la CBST la creación de un Consejo Presidencial Obrero de carácter consultivo para “debatir políticas con los trabajadores”
Hoy más que nunca, la clave de la revolución venezolana está en desarrollar una dirección que sea capaz de unificar a la clase obrera y presentar al conjunto de las bases revolucionarias un programa capaz de solucionar los graves problemas existentes. Ya no sirven las medidas parciales. Es imprescindible acabar de una vez con el poder de los capitalistas nacionalizando la banca, la industria y la tierra y erradicar al mismo tiempo el poder creciente de la burocracia. Para ello todo el poder económico y político debe pasar a manos de los trabajadores, y ser estos quienes dirijan la economía y el estado mediante consejos elegibles y revocables en todo momento.