Macri tiene un enemigo poderoso: la clase obrera
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Argentina, con cerca de un 78% de participación, ha puesto de manifiesto la gran polarización social que vive el país. El candidato de la derecha golpista y neoliberal, Mauricio Macri, ha logrado una victoria pírrica, muy lejos del holgado triunfo que todas las encuestas prometían: con un 51,40% y 12.903.301 sufragios, se impone por menos de tres puntos a Daniel Scioli, candidato del kirchnerista Frente Para la Victoria (FpV), que alcanza el 48,60% y 12.198.441 papeletas.
La debilidad de la oligarquía argentina se hace nuevamente visible. Como señalábamos en anteriores artículos, el discurso de Scioli y sus continuos guiños a los sectores empresariales y financieros, su ansia por copiar a Macri aumentando la represión policial para “combatir la inseguridad”, sus lazos con la burocracia sindical más corrupta, y sus orígenes menemistas de los que siempre se ha jactado, eran un obstáculo evidente para derrotar a la derecha macrista. Por eso, la lectura de este resultado tan ajustado es significativa: la clase obrera argentina ha dado un sonoro puñetazo sobre la mesa, para dejar claro a Macri que no va a tolerar la aplicación de sus políticas pro FMI, de recortes y austeridad, sin una dura pelea.
La derecha es la derecha
La noche electoral no fue tan festejada como era de esperar, no se desató el delirio en Macri y sus seguidores, y en los discursos desde el escenario se intentó moderar los mensajes. Tanto Macri como Gabriela Michetti, su candidata a la vicepresidencia, pidieron “unir a los argentinos”. “Les pido a los que no nos votaron que se sumen a este cambio”, afirmó Macri. “Esta Argentina no va a ser fruto de un iluminado que tiene todas las soluciones. Eso no existe. Mi tarea es ayudarlos a encontrar el camino”. Ni más ni menos. Michetti por su parte tuvo la desfachatez de dirigirse a la otra trinchera con el tono paternal de la oligarquía, aunque mostrando entre líneas su debilidad por una victoria tan precaria: “Muchos hogares humildes están preocupados. Quiero decirles que no tienen nada que temer”. ¡Faltaría más! Los lobos se visten con piel de cordero, pero engañan a muy pocos. En la misma tribuna había una invitada de honor, Lilian Tintori, la mujer de Leopoldo López, el golpista venezolano encarcelado por instigar una violenta guarimba contra el gobierno de Maduro. Toda una señal de por dónde van a ir los tiros de la legislatura.
Por supuesto, la acogida ha sido entusiasta en la bolsa y en los mercados de inversión, así como en toda la prensa de derechas argentina que no ha dejado de alabar el “nuevo orden social” que promete Macri. En el Estado español el diario El País no se ha quedado atrás en sus muestras de entusiasmo. En un editorial titulado Cambio profundo hablan descarnadamente de los objetivos del mismo: “ (…) los males de Argentina no son solo económicos; tienen también que ver con una extrema polarización política, que obedece a las formas populistas con las que ha gobernado Cristina Fernández, y con una cada vez mayor irrelevancia en el tablero regional, por el afán de la presidenta de vincularse al proyecto que ha capitalizado Venezuela en los últimos años (…) Macri podría tener que enfrentarse a una situación más delicada aún porque las reservas del Banco Central han caído de manera notable y quizá deba articular medidas de choque frente a una oposición que no va a darle cuartel (…) La otra pata en la que el presidente electo va a apoyarse para romper con la dinámica de confrontación que instaló su antecesora es la de recuperar la voz de Argentina en un continente en el que la marca bolivariana atraviesa horas bajas. Macri afirmó que en la próxima cumbre de Mercosur pedirá que se aplique la cláusula democrática contra Venezuela, porque las denuncias de los atropellos que allí se están produciendo contra la oposición ‘son claras, son contundentes, no son un invento’. Toma así, y con urgencia, la bandera de otra transformación, la que pretende darle la vuelta al ajado proyecto del socialismo del siglo XXI”.
Así es. Macri es el mirlo blanco con el que la burguesía del continente y sus amos de Washington quieren combatir a la revolución bolivariana y a todos los gobiernos que, aupados por la lucha revolucionaria de las masas, osaron llevar a cabo reformas en contradicción con la agenda política neoliberal y privatizadora. El objetivo inmediato después de desalojar al kirchnerismo de la Casa Rosada pasa por derrocar a Maduro, Correa y Evo Morales, pero el fin es aplastar la voluntad de lucha de la clase obrera y los oprimidos de América Latina y conjurar la amenaza de la revolución socialista. Que lo consigan es otro cantar.
Un periodo turbulento
La clase dominante argentina sabe que tiene por delante una dura travesía. Menos de tres puntos de diferencia no es ningún triunfo, sino algo más parecido a un empate. Romper ese equilibrio inestable pasa en primer lugar por agudizar la crisis interna del Frente para la Victoria, donde se agrupa el kirchnerismo. Para ello buscarán la concurrencia de los barones conservadores del peronismo y la burocracia sindical de cara a llegar a acuerdos y sostener los ajustes y recortes que en breve pondrán en el orden del día. Cuentan para ello con el propio Scioli, quien, tras conocerse los resultados, no dudó en mandar mensajes conciliadores a Macri.
Otra dificultad que debe encarar Macri es que en el Parlamento sólo podrá disponer de mayoría sumando sus diputados a los de Sergio Massa, el otro candidato de la derecha desgajado del peronismo que obtuvo la tercera plaza en las elecciones del 25 de octubre. Pero en el Senado ni siquiera podrá darse esa posibilidad, pues los escaños kirchneristas son mayoría absoluta. La alianza electoral encabezada por Macri, Cambiemos, es un pacto entre su organización, Propuesta Republicana (PRO), y la histórica Unión Cívica Radical (UCR); Macri tiene su base de apoyo fundamental en la ciudad de Buenos Aires, pero en el resto del país sus fuerzas organizadas son mucho más débiles. En resumen: el desgajamiento del kirchnerismo es esencial para que Macri pueda sacar adelante sus leyes, y esa será la tarea más importante para la clase dominante en los meses que vienen.
La derrota electoral obviamente va a profundizar la crisis del FpV, del Partido Justicialista (Peronista), y de todo el movimiento político y social que gira en torno al kirchnerismo. La crítica a la decisión de presentar un candidato como Scioli desde los sectores más combativos de la clase obrera y la juventud —que sostuvieron con su movilización los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández— fue evidente durante toda la campaña electoral. Y estos sectores entrarán en contradicción con un aparato anquilosado en el FpV y una burocracia sindical corrupta, que oscilará hacia el acuerdo con Macri aunque aparente oposición y discrepancia.
Las condiciones para que la izquierda clasista y revolucionaria progrese en el próximo periodo están maduras, pero la condición es abandonar las posiciones sectarias que la alejan de la clase obrera argentina. El desdichado llamamiento del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) de votar en blanco en la segunda vuelta ha recibido el repudio de la inmensa mayoría de los trabajadores y la juventud: sólo se han contabilizado 305.229 papeletas en blanco, un 1,19%. En unas elecciones como estas era necesario conectar con el instinto de los trabajadores, que correctamente veían en el triunfo de Macri un peligro muy concreto y real.
La clase obrera sabe lo difícil que es conquistar mejoras, por mínimas que estas sean, y no las arrojarán por la borda a la ligera. Como señalamos en el artículo anterior: “…meter en el mismo saco al FpV y a Macri es un error. Por supuesto que Scioli no dudaría en hacer la misma política de recortes que cualquier socialdemócrata europeo. Pero ningún marxista serio podría, por ejemplo, afirmar que Syriza y Nueva Democracia son políticamente lo mismo, aunque muchos estalinistas lo hagan sin el menor rubor. Si el FIT desplegara de cara a la segunda vuelta una potente campaña de propaganda dirigida a la base del kirchnerismo, planteando un voto muy crítico a Scioli para evitar la llegada de Macri y sus secuaces a la presidencia, denunciando todas sus inconsecuencias (como se ha hecho hasta ahora), insistiendo en la necesidad de no confiar en las urnas sino en la capacidad de lucha del pueblo, en pelear por arrancar a Scioli las reivindicaciones que la clase obrera exige, una tarea obligada como cualquier trabajador peronista entiende... Si esta política se planteara por parte de la dirección del FIT, ¿la izquierda revolucionaria estaría en mejores o en peores condiciones para avanzar entre este sector fundamental del movimiento obrero? ¿Se trataría de una traición a los principios políticos del marxismo? En febrero de 1936, Trotsky, tan vanamente mentado por muchos, declaró que los revolucionarios deberían plantear públicamente un voto muy crítico al Frente Popular español (una alianza entre los republicanos burgueses y las organizaciones obreras) sin confundir ni las banderas ni los programas, manteniendo la independencia política más completa. Una postura semejante permitiría desplegar toda la iniciativa a los revolucionarios de cara a ganar el oído de los trabajadores ligados al kirchnerismo, sin renunciar a ningún principio”.
La lucha de clases en Argentina entra en una nueva etapa. El fin del ciclo kirchnerista acaba con un cierto equilibrio entre las clases, derivado de la gran explosión revolucionaria que significó el Argentinazo. Las reformas políticas y económicas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, que representaron sin duda una ruptura con los gobiernos neoliberales y privatizadores anteriores pero dejaron intactas las estructuras capitalistas del país, no han resuelto los problemas de fondo. La crisis golpea con fuerza, azuzada por la caída de la economía china y el hundimiento de los precios de las materias primas, preparando una ofensiva contra los trabajadores en todos los frentes. Y el proceso no se desarrolla solo en Argentina, es en el conjunto de América Latina. En este periodo muchas de las ilusiones alimentadas por la izquierda reformista sobre la posibilidad de un capitalismo de rostro humano o un “socialismo de mercado” —capaz de conciliar los intereses de explotadores y explotados—, dejarán paso a otras ideas mucho más consistentes y necesarias, las del programa del genuino socialismo. Será una nueva etapa llena de duros acontecimientos, pero que prepara nuevos estallidos revolucionarios.