El 28 de septiembre la NASA informaba de haber reunido suficientes evidencias de la existencia de agua líquida en Marte. Al día siguiente, el periódico británico The Guardian publicaba con sorna el siguiente titular: “Puede haber agua líquida en Marte pero, ¿hay vida inteligente en la Tierra?” A continuación, hacía un breve pero demoledor repaso al estado del agua en nuestro planeta, donde WWF calcula que se malgasta el 60% del agua destinada a regadío, que a su vez es alrededor del 70% del conjunto de agua dulce aprovechable.

De hecho, se alertaba de que importantes productores de alimentos como India, China, Australia, EEUU y también el Estado español están alcanzando el límite de sus recursos hídricos. Mientras, el agua salada de mares y océanos tampoco puede respirar tranquila: debido a la contaminación y al calentamiento global, la cantidad de peces puede haberse reducido a la mitad respecto a 1970.

Pero no sólo el agua está en peligro. Las emisiones vertidas a la atmósfera continúan empeorando la calidad del aire, dando lugar y agravando enfermedades cardiorespiratorias y contribuyendo al calentamiento global. Estos y muchos otros factores llevan años empeñados en romper el delicado equilibrio medioambiental del globo, que cada año se ve más alterado. A estas alturas, decir que la acción del hombre está llevando al límite la resistencia ecológica de la Tierra no es exagerar ni un ápice. Y de entre todo este desastre hay un país que se eleva por encima del resto y brilla con luz propia: China.

La magnitud de la devastación medioambiental china

China es un país enorme. Con más de 1.300 millones de habitantes (un quinto de la población mundial) produce el 16,3% del PIB mundial y abarca casi un 15% de la superficie terrestre continental. Sin embargo, la magnitud de su impacto medioambiental no es una simple extrapolación de su tamaño y peso económico, sino una devastación cualitativamente superior a la del resto de países. El espectacular crecimiento y desarrollo de las fuerzas productivas que ha protagonizado el gigante asiático en las últimas décadas no ha sido gratuito, ahora las autoridades chinas se enfrentan a una factura ecológica de grandes dimensiones mientras las masas chinas sufren en sus propias carnes una pesadilla medioambiental que pone en riesgo día a día sus propias vidas.

Un aire irrespirable

Uno de los principales problemas que afrontan la población y los ecosistemas es la contaminación atmosférica. El modelo energético chino está principalmente basado en el carbón, hasta el punto de producir el 45,6% del total mundial y aún así tener que importar un 4% más . Este factor, unido a otros como el espectacular crecimiento del parque móvil de unos 16 millones de coches en el año 2000 a casi 100 millones en 2014, sitúa a China como líder en emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, con el 26,7% del total. Esto ha provocado que las grandes urbes chinas vivan sumergidas en una densa nube tóxica. A lo largo de 2013 y 2014 el famoso smog (por las palabras en inglés smoke, humo, y fog, niebla) saltaba a los medios internacionales por los niveles descontrolados en Pekín, Shangai y otras grandes ciudades. Estas nubes están compuestas por partículas en suspensión de distintos tamaños, siendo las llamadas PM2.5 (por tener un radio inferior a 2,5 micras) las más nocivas para el organismo debido a que pueden penetrar en los pulmones.

Los records de contaminación vienen sucediéndose desde hace meses, obligando a cerrar los colegios varios días y colapsando los hospitales. En momentos límite se ha llegado incluso a paralizar la producción industrial de Pekín y alrededores y a restringir el tráfico en la ciudad. Pero no son sólo eso, se trata de un problema endémico: 157 millones de personas viven en áreas con concentración anual de partículas PM2.5 diez veces lo recomendado por la OMS. Los picos suelen producirse en los meses de invierno, cuando a las emisiones de los coches y las centrales térmicas se le suman las de las calefacciones domésticas, que en muchos barrios pobres funcionan a base de carbón y maderas altamente contaminantes. Toda una lección para los que dicen que la contaminación “no entiende de clases” y que “afecta a todos por igual”, pues son los suburbios próximos a las fábricas y las zonas más pobres las que presentan los niveles más nocivos.

Los efectos sobre la salud de la población están siendo devastadores, principalmente en grupos de riesgo como niños, ancianos o personas con afecciones pulmonares o cardiovasculares. También están apareciendo nuevas alergias, y los casos de cáncer de pulmón en Pekín y otras ciudades han aumentado un 56% entre 2001 y 2010, situándose como principal causa de muerte en varones y segunda en mujeres. Según datos del centro de Prevención y Control de Pekín, el cáncer mata cada año en China a 2,5 millones de personas, pero subirá a los tres millones en 2020.

Para hacernos una idea de la magnitud del problema, existe un portal en Internet que recoge los datos en tiempo real de la calidad del aire por zonas. Si entramos en cualquier momento veremos como casi todo el globo tiene etiquetas verdes y amarillas mientras China se tiñe de rojo y granate a cualquier hora del día.

Escasez y contaminación del agua, la otra gran pesadilla

China posee aproximadamente el 7% de los recursos mundiales de agua, pero tiene el 20% de la población mundial. Además, el 80% de su agua se concentra en el sur del país. La escasez del agua y, especialmente la contaminación de la misma es otro de los grandes problemas.

China produce más de 3,5 millones de toneladas de aguas de desecho al día y se calcula que alrededor de 600 millones de personas ingieren agua que está contaminada con desechos humanos o animales y, por tanto, están sujetas a enfermedades y problemas de salud relacionados con el uso de agua contaminada. El 70% del agua de los ríos se considera no apta para el contacto con seres humanos, mientras que en el 80% de los mismos ya no se encuentra vida animal.

Las aguas de desecho vertidas por las industrias como la textil, la fabricación de papel, o la producción de productos químicos y farmacéuticos son responsables de buena parte de esta contaminación. Los residuos tóxicos se filtran por el subsuelo hasta llegar a contaminar los acuíferos de agua subterránea. Las imágenes que han dado la vuelta al mundo de ríos completamente rojos son debido precisamente al efecto que producen en las aguas fluviales los desechos sin tratamiento de la minería y la industria que dejan contaminadas algunas aguas con un elevadísimo contenido metálico. Se han registrado niveles de plomo en los ríos chinos que son 44 veces mayores que los niveles aceptados por las normas, y las consecuencias son devastadoras para la salud: la absorción de esos metales pesados por los cultivos de alimentos con esa agua pueden causar cánceres, cálculos renales y otros problemas de salud.

Totalmente relacionado con esto se encuentra el problema de la desecación de regiones enteras. La acción y el abuso de los recursos hídricos para uso industrial están provocando un proceso de agotamiento de los acuíferos, indispensables para la producción de la mitad del trigo chino y de un tercio del maíz. Las escenas de regiones secas, lagos que en su día fueron navegables, hoy desaparecidos conforman un escenario semiapocalíptico en regiones enteras. Un ejemplo es la situación del famoso río Yangtzé, el tercer río más grande del mundo, con 4.000 kilómetros, que representa el 40% de los recursos de agua dulce en China y sin el cual se perdería el 70% de su pesca, el cultivo de arroz y el 50% de los cereales. El primer estudio publicado por el gobierno al respecto, del año 2006, reconocía que había ya 600 kilómetros en estado “crítico” y revelaba que el río recibía cada año 14.200 toneladas de agua contaminada por pesticidas, fertilizantes y escapes de los barcos de pasajeros, equivalente al 42% del total desaguado en todo el país, especialmente en la zona de la presa de las Tres Gargantas, donde han construido la central eléctrica más grande del mundo, sepultando multitud de pueblos y ecosistemas.

Crece el descontento

En el mes de marzo el documental Under the Dome (de nombre completo, Bajo la cúpula: investigando la niebla tóxica e China), realizado por una periodista cuya hija nació con tumor benigno por efecto de la contaminación, causaba sensación en las redes sociales chinas. En cinco días más de 200 millones de personas lo vieron y la red social Weibo (el Twitter chino) registró más de 280 millones de comentarios al respecto. El documental, primero alabado y luego censurado y retirado por orden del gobierno chino los días previos a la celebración de la sesión anual del Legislativo chino, relaciona la contaminación con el incremento de enfermedades y denuncia los obstáculos que interponen las grandes petroleras, amenazando con cortar el suministro si se les obliga a tomar medidas al respecto. Las propias declaraciones del primer ministro, Li Keqiang, en la sesión inaugural prometiendo combatir “con mano dura” la “mancha” que la contaminación representa en la calidad de vida de los chinos, muestran la preocupación del gobierno chino respecto a las protestas y el malestar creciente.

Junto al creciente descontento en las fábricas, con un aumento considerable de luchas obreras y oleadas huelguísticas, la cuestión medioambiental se está convirtiendo en un factor con enorme potencial revolucionario. El despertar de las masas en la “fábrica del mundo” no está siendo muy publicitado, pero avanza con fuerza y rapidez y miles de trabajadores despiertan políticamente a través de su participación en movilizaciones por la defensa de la salud y el medio ambiente. Este movimiento, en un país en el que actúa la censura en los medios e Internet, las protestas no están autorizadas y la represión es sangrienta, tiene un significado muy profundo. El gobierno chino sabe que los índices de desigualdad y los niveles de vida de miseria de las masas son un auténtico polvorín, y tiene auténtico pavor a que las protestas en alza contra el desastre medioambiental sean el eslabón por el que explote la situación social.

Ese es el motivo de su actitud contemporizadora, “el palo y la zanahoria”, alternando concesiones y represión. Por ejemplo, en 2013 el movimiento consiguió una sonora victoria al paralizar la construcción de una planta de procesamiento de uranio en Jiangmen (sur del país, en la provincia de Cantón) para abastecer tres centrales nucleares, después de manifestaciones en la propia Jiangmen, Macao y Hong Kong. Mientras, las duras movilizaciones “anti-PX” de Maoming, en marzo de 2014 (también en Cantón), contra una central de paraxileno (PX) fueron reprimidas salvajemente. El PX es un producto químico altamente nocivo e inflamable utilizado para fabricar plásticos y que China, principal consumidor mundial, debe importar en un 50%. Por este motivo la planta tenía una importancia estratégica y el Estado defendió el proyecto a capa y espada, y disolvió las protestas causando ocho muertos y centenares de heridos, además de realizar decenas de detenciones y bloquear los términos “Maoming” o “PX” en los motores de búsqueda de Internet y en Weibo.

¿Guerra a la contaminación? La demagogia capitalista contra el cambio climático

Frente a esta sangrante situación que amenaza directamente la vida de millones de personas y el futuro de la especie humana no sólo en China, sino a nivel internacional, la respuesta de los gobiernos y los grandes poderes económicos ha sido y es la misma en todos y cada uno de los puntos del planeta. Bonitas palabras, cumbres, conferencias y más cumbres en las que se aprueban tratados no vinculantes, que son incumplidos sistemáticamente por las grandes multinacionales bajo el amparo de los gobiernos. Y es que la demagogia contra el cambio climático no es sólo cosa del gobierno chino, es la respuesta global del poder económico mundial cuyos intereses entran en contradicción con la defensa de la vida y el medio ambiente.

Ante la cercanía de la próxima conferencia sobre el cambio climático de la ONU, que tendrá lugar en París el próximo mes de diciembre, se han sucedido las declaraciones de los principales mandatarios. Los presidentes Xi Jinping y Barack Obama presentaron el año pasado un “acuerdo histórico” contra el cambio climático entre los dos países que prevé que EEUU reduzca sus emisiones de gases de efecto invernadero entre un 26 y un 28% respecto a 2005… para 2025. Mientras, China directamente fija alcanzar su nivel máximo de emisiones… ¡en 2030! ¡Y hasta entonces nada! La UE no se queda a la zaga, anunciando un recorte de sus emisiones en un 40% también para 2030. Por si estos plazos fueran poco para darse cuenta de lo hueco de estas declaraciones, China anunciaba este año que crearía en 2017 el mayor mercado de emisiones del mundo, al estilo de los que ya funcionan en EEUU y la UE, y que consisten en que se impongan límites a las emisiones estableciendo una serie de cuotas. Así las compañías, y los países, pueden comprar cuotas a un precio determinado o vender las suyas si no las han consumido.

Algo tan irracional como luchar contra el cambio climático y la contaminación creando a su vez otro negocio, es una condena absoluta a los manejos y funcionamiento capitalista. El descontrol del capitalismo pone ya en jaque la pervivencia en mínimas condiciones de la especie humana en determinados puntos del planeta, y China es uno de ellos. Al igual que en el resto del mundo los más interesados en solucionarlo no son las grandes multinacionales, que obtienen sus beneficios provocando este gran desastre, ni los gobiernos en manos de estas multinacionales. Los pobres del mundo, los trabajadores y los oprimidos somos los únicos que podemos cambiar esta situación acabando con este sistema enfermo que amenaza con la destrucción del propio planeta por mantener las riquezas multimillonarias de una minoría.

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