El pasado 6 de diciembre el diario The Sunday Times, reveló que en diversas instancias del Parlamento británico se habían detectado rastros de cocaína. En concreto en 11 de los 12 lavabos examinados se habían hallado restos de esta sustancia. La propia presidenta de la Cámara de los Comunes reconoció inmediatamente que el consumo de drogas en la sede de la "soberanía popular" es un hecho que se produce desde hace un tiempo “muy extendido”.

Cuando estas reveladoras noticias saltaban a la luz, Boris Johnson acababa de anunciar en sus redes sociales un plan antidroga de 10 años y medidas especiales para combatir el crimen en Inglaterra y Gales: “Nos estamos volviendo más duros con el crimen para blindar la seguridad, la protección y el apoyo que las comunidades necesitan”, escribió en su Twitter.

Pero esto no es todo ni mucho menos. La denuncia del consumo habitual de coca por parte de sus señorías fue acompañada de otro escándalo mayúsculo: las fiestas organizadas en Downing Street por Johnson y miembros de su Gabinete en pleno confinamiento.

El estilo de la decadente y decrépita burguesía británica y de sus representantes políticos nunca defrauda. Son unos auténticos artistas: su moralina provinciana siempre esconde la más grotesca degeneración y una podrida doble moral.

“Haced lo que yo diga, no lo que yo haga”. La hipocresía por bandera

Hace unos días, el Ejecutivo británico decretó elevar la alerta sanitaria del nivel 3 al 4. Esto significa que “el contagio es alto y que la presión sobre los servicios de salud es generalizada, significativa y está en aumento”. El siguiente escalón, el 5, es el grado máximo e indica que el sistema de atención médica se encuentra al borde del colapso.

Cualquiera podría pensar lo mucho que Johnson se preocupa por la salud pública. Pero no. Justo cuando se hacían públicos estos anuncios, la prensa publicaba fotos y filtraba la noticia de que Boris  y sus colaboradores habían protagonizados alegres fiestas privadas, sin medidas de seguridad y en pleno confinamiento, en la sede de Downing Street.

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Justo cuando el Gobierno británico elevaba la alerta sanitaria, la prensa publicaba que Boris Johnson y sus colaboradores habían celebrado fiestas privadas en pleno confinamiento en Downing Street.

Estos deplorables hechos han desatado una gran polvareda mediática de la que el jefe tory intenta zafarse desplegando grandes dosis de cinismo y desvergüenza. 

El primer ministro, con  la popularidad por los suelos (un 66% de los británicos desaprueban su gestión), se ha apresurado a pedir perdón por las fiestas asegurando (por supuesto) que la información que él tenía era la de que en estas se cumplían todas las normas anticovid, y ha prometido una “exhaustiva investigación” para depurar responsabilidades.

La asesora de comunicación de Johnson ha dimitido claro, aunque esto no ha evitado que numerosos parlamentarios conservadores, observando la caída libre de la popularidad de Johnson, hayan criticado duramente la actitud del “premier” británico. Como protesta, alrededor de 100 diputados “tories” han votado en contra de las nuevas medidas para frenar la pandemia que ha propuesto el Ejecutivo, aunque estas han sido finalmente aprobadas gracias al apoyo de los laboristas.

Por su parte, la oposición laborista, dominada por el ala más derechista del partido, ha criticado al Gobierno pero ni siquiera ha pedido la dimisión de Johnson, algo que solo ha hecho Ian Blackford, portavoz del Partido Nacional Escocés.

En cuanto al hallazgo de cocaína en el Palacio de Westminster, todos, en una muestra de infinita hipocresía, se han mostrado consternados y exigido que se investigue hasta el final. ¡Hasta el final, ni más ni menos!

El espectáculo es tremendo, pero no es más que un reflejo de la podredumbre y la decadencia senil que corroen al Estado capitalista y sus instituciones en Reino Unido. La profunda degeneración a la que han llegado sus representantes políticos se ha labrado durante años de impunidad, austeridad y recortes sociales.

Las instituciones burguesas se retratan mientras el drama social se profundiza

Toda la crítica al Gobierno conservador y a su primer ministro proveniente de los medios de comunicación, el propio Partido Conservador y el Partido Laborista, no pasa de la retórica vacía y los calificativos más o menos ingeniosos. Esto no es ninguna casualidad.

Las vergonzosas fiestas en Downing Street, la cocaína en los lavabos del Parlamento, etc., están siendo utilizadas para verter más moralina podrida. Pero en cambio muy pocos señalan las nefastas consecuencias que está teniendo la política, al servicio de los ricos, que el Gobierno “tory” está  llevando a cabo y del auténtico drama social que las familias trabajadoras británicas y la mayoría de la población en general están sufriendo.

Mientras sus señorías representan su función circense, las condiciones de vida de las masas siguen deteriorándose. Hasta la fecha la Covid ha matado en Gran Bretaña a más de 146.000 personas y actualmente, en esta “nueva ola”, se están produciendo en torno a 50.000 contagios diarios. La estrategia contra el virus del Gobierno está centrada en la vacunación y la realización  de pruebas PCR, lo que está generando pingües dividendos a las farmacéuticas y las empresas del sector, pero, por sí solos no están sirviendo para frenar la expansión de la enfermedad.

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Mientras sus señorías representan su función circense, las condiciones de vida de las masas siguen deteriorándose. En esta nueva ola de la Covid-19 se están produciendo en torno a 50.000 contagios diarios.

El Sistema Nacional de Salud público británico (NHS, por sus siglas en inglés), que viene sufriendo profundos recortes desde hace décadas, se ha visto obligado a hacer frente a la pandemia al límite de sus fuerzas humanas y materiales, y sigue deteriorándose inexorablemente. Aunque el Reino Unido dedica en torno al 10% de su PIB al gasto sanitario, gran parte de este porcentaje va directamente a engrosar las arcas de los empresarios de la sanidad privada.

En el NHS, las listas de espera no dejan de crecer. Solo en Inglaterra, el número de pacientes que se encuentran en ellas para operarse o recibir tratamiento ha llegado ya a la cifra récord de 5,5 millones. El tiempo medio de espera ha pasado de 25 semanas antes de la Covid, a 44 (El Periódico 7-09-21).

Por otro lado, la pobreza sigue avanzando imparable y el número de los más desfavorecidos crece sin parar. El Trussell Trust, la organización de bancos de alimentos más importante de Gran Bretaña, informó el pasado 22 de abril que en el último año distribuyó 2,5 millones de paquetes de comida de emergencia, una cifra nunca alcanzada.

Como en otros muchos países capitalistas supuestamente avanzados, la pobreza se ensaña con los más pequeños. Según un estudio del Grupo de Acción Contra la Pobreza Infantil, 1,7 millones de niños pasan hambre porque sus familias no pueden pagar alimentos suficientes. El número de escolares inscritos para recibir comidas gratuitas en el colegio aumentó de 200.000 personas durante el primer año de pandemia, a más de 1,6 millones, un quinto de los 8,2 millones de niños que hay en la escuela estatal. Según datos oficiales, el 47% de los menores de familias británicas con tres o más hijos viven en la pobreza.

Estos y otros muchos datos, son los que revelan la auténtica pesadilla que supone el capitalismo para la clase obrera británica. La quinta economía mundial, con un PIB de 2,6 billones de dólares solo puede ofrecer miseria y explotación a la mayoría de la población, mientras los representantes políticos de la clase dominante británica muestran una doble moral despreciable.

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