Responder con la movilización masiva y la huelga en todo el país. Ninguna confianza en Biden ni en Wall Street
La crisis política en EEUU ha sufrido un salto dramático con el intento de golpe de Estado de Trump y sus seguidores. En una acción planificada durante semanas a ojos de todo el mundo, miles de militantes de extrema derecha, racistas y supremacistas, armados y con evidente formación paramilitar, asaltaron el Capitolio después de ser arengados por el propio Trump y dispersaron la sesión parlamentaria en la que iba a confirmarse su derrota. Las imágenes de los congresistas evacuados tras permanecer durante minutos en el suelo o agazapados en sus asientos, han dado la vuelta al mundo.
Tras el caos inicial, que incluyó disparos dentro del Capitolio con un balance de 4 personas muertas y 14 heridas, Trump llamó cínicamente a la calma a sus perros de presa recordándoles que son el “partido de la ley y el orden”. Y es cierto. Son el partido de la reacción capitalista y racista contra los trabajadores blancos, afroamericanos o latinos, contra la juventud y las mujeres en lucha. Y lo peor de todo es que el presidente electo Biden no tuvo otra respuesta frente a esta insurrección fascista que pedir a Trump que se desmarcara de ella. ¡Increíble! En lugar de exigir la inmediata detención de Trump y sus colaboradores, les imploró que fueran buenos chicos y que pararan. ¿Esta es la manera en que el nuevo Gobierno va a defender la “democracia” frente a los que pretenden implantar una dictadura?
Sin duda, el golpe fascista del 6 de enero es la crónica de la época histórica en la que ya estamos inmersos: una época de revolución y contrarrevolución.
Divisiones en la clase dominante, ascenso de la amenaza fascista y el potencial para un estallido revolucionario
A nadie se le escapa que esta intentona golpista habría sido completamente imposible si no hubiera contado con la colaboración de sectores importantes del aparato del Estado, incluida la policía, la Guardia Nacional, el Pentágono y la CIA. Las imágenes de los agentes policiales que custodiaban el Capitolio abriendo las vallas de acceso para dejar paso a los seguidores de Trump, y de otros haciéndose selfies con los fascistas que se paseaban tranquilamente por el interior con sus banderas confederadas, dejan poco lugar a la duda.
Evidentemente las divisiones en el seno de la clase dominante después del golpe se han puesto aún más de relieve. Desde las elecciones, y especialmente en las últimas semanas, numerosos dirigentes republicanos han tomado distancia públicamente de Donald Trump. También el presidente del Estado Mayor de Estados Unidos, el general Mark Milley declaraba que “el Ejército ha jurado defender a la Constitución y no a un dictador”. Lo mismo hacía el Fiscal General William Barr, equivalente al ministro de Justicia, que renunció a su puesto dejando claro que no había ningún indicio de fraude electoral y que no abriría más investigaciones al respecto. Empresarios de conocida raigambre reaccionaria como Rupert Murdoch, copresidente de la Fox, se dirigió a Trump a través de su periódico The New York Post con una portada elocuente: “Pare la locura, usted ha perdido las elecciones”. También en las últimas horas el distanciamiento del Vicepresidente Pence y parte del gabinete presidencial ha sido evidente.
Pero, de forma paralela, un atronador silencio de connivencia, cuando no de colaboración activa, se ha hecho presente en la cúpula del Partido Republicano, empezando por la actitud pro golpista de su portavoz en el senado, Mitch McConnell, que justificó todas las soflamas mentirosas de Trump sobre el supuesto fraude electoral. Son muchos los que en las altas esferas de la administración han “dejado hacer” al todavía presidente y apunta a que no se rendirán en sus objetivos.
Los medios de comunicación, Biden y Wall Street están ocultando deliberadamente estos hechos, blanqueando al Partido Republicano y llamando a la unidad y el consenso para defender la “democracia y la constitución estadounidense”. Muchos ya hablan de una escisión en las filas republicanas. Pero la cuestión es concreta: ¿quién se llevará a esa base electoral de millones de pequeño burgueses encolerizados y dispuestos a todo para defender sus privilegios y su modo de vida, y a los que el magnate fascista ha llenado de confianza?
No podemos descartar la formación de un nuevo partido de extrema derecha dirigido por Trump, que levante sin complejo la bandera de la reacción extrema, del racismo y el supremacismo, del neoliberalismo crudo y mezquino, y que luche por encauzar las aspiraciones de una parte considerable de los 74 millones de votantes que arrastró el pasado 3 de noviembre.
Por supuesto, esta fractura en las filas republicanas, y los deseos de los demócratas por cerrar las heridas y volver al tranquilo bipartidismo anterior, aunque eso suponga dejar sin castigo la acción de Trump y de sus bandas fascistas, refleja el pánico a un potencial estallido revolucionario. Ya tuvieron un aviso muy serio este verano, con el levantamiento antirracista tras el asesinato de George Floyd que provocó las movilizaciones más multitudinarias de la historia de los Estados Unidos. Tras la explosión de ese cóctel cargado de desigualdad, racismo, y miseria, al que se suman los cerca de 400.000 muertos por la pandemia, la oligarquía siente cómo se mueve el suelo bajo sus pies.
No es para menos. El cuestionamiento de una democracia burguesa podrida hasta la médula y dominada por una élite que se hace cada día más rica, de unas instituciones, un Congreso, una justicia y una policía a su servicio exclusivo…. ha bombeado mucho combustible para precipitar una explosión. Toda esa estructura política fue increíblemente útil para la dominación de la oligarquía financiera durante mucho tiempo, envolviéndola en legitimidad democrática ante las masas. Por eso un sector de la burguesía —alineada con Biden y el Partido Demócrata por el momento— se resisten a renunciar a las formas externas de la “democracia” más vieja del mundo. Es cierto que Wall Street no quiere más polarización y añora la estabilidad y la paz social de los buenos viejos tiempos, pero hará todo lo que esté en su mano para evitar una revolución social. ¿Acaso no han convivido y muy bien con Trump estos cuatro años, y no se han llenado los bolsillos con sus políticas? Por el momento apuestan por recuperar la confianza de las masas en las viejas instituciones, pero no se puede asegurar que esta situación se mantenga eternamente.
Las lecciones de la historia son claras al respecto. Algunos piensan que en un país como EEUU una solución autoritaria es imposible, pero el golpe fascista del 6 de enero nos recuerda que no es así.
Demagogia populista para jalear a las capas medias desesperadas.
En las últimas horas los contertulios de los programas televisivos se preguntan contrariados cómo se ha podido llegar a esta situación. ¡Pero si Trump ha preparado todo esto a la vista de todos! ¿Que cómo han permitido los grandes poderes y su propio partido que llegara a este punto? Pues sencillamente, ¡porque les ha hecho muy ricos y ha representado sus intereses de forma leal!
Desde su reforma fiscal, que regaló 205.000 millones de dólares al 20% más rico de la población, hasta un primer paquete de rescate de la pandemia de dimensiones nunca vistas —2,3 billones de dólares— la oligarquía económica se ha hecho de oro con su administración. Según Noam Chomsky, “la riqueza se ha concentrado hasta unos niveles extraordinarios, mientras que la población en general se ha quedado estancada, degradada (…) actualmente un 0,1%, no un 1%, sino un 0,1% posee un 20% de la riqueza en EEUU, y aproximadamente la mitad de la población tiene un patrimonio neto negativo, es decir, más pasivos que activos, así que más o menos un 70% vive al día, de nómina a nómina. Si se produce cualquier imprevisto, pues mala suerte”1. Solo entre marzo y julio de 2020, las fortunas de los multimillonarios norteamericanos aumentaron en 700.000 millones de dólares.
Las elecciones del pasado 3 de noviembre pusieron cifras a la polarización extrema que golpea a la primera potencia mundial: 80.117.438 sufragios, un 51,12% del total, para Biden, lo que respecto a los resultados de 2016 (65.853.514) significan un incremento de más del 21,7% y de más de 14 millones de votos. Y para Trump 73.923.470 papeletas, el 47,17% del total, que en relación a 2016 (62.984.828) representa un incremento de 17,4 puntos y casi 11 millones
En estas elecciones, como explicamos en nuestra anterior declaración (¡Trump derrotado en unas elecciones históricas!), la clase trabajadora y la juventud lograban, a pesar de Biden y su partido, asestar una derrota al magnate neoyorkino en las urnas, continuación de la rebelión social y la gran movilización de masas que han sacudido sus cuatro años de presidencia. Pero los resultados también arrojaban una advertencia muy seria: Trump lograba un resultado récord, movilizando casi 74 millones de votos provenientes fundamentalmente de las capas medias golpeadas por la crisis, desesperadas y aterrorizadas ante el futuro incierto de un barco que se hunde y se lleva consigo todos sus privilegios y la visión de un mundo que quieren mantener al precio que sea.
Es a estos pequeños propietarios y sectores pequeño burgueses, y también de capas obreras muy atrasadas y desmoralizadas, a quienes Donald Trump ha jaleado sin descanso. A ellos ha dirigido su discurso demagógico y populista de extrema derecha: contra el establishment y por la vuelta de los tiempos dorados de un imperio hoy en decadencia que hace aguas por todas partes. No en vano, su campaña ha logrado que más de la mitad de los votantes de Trump afirmen que Biden ganó las elecciones de forma ilegítima.
Toda la verborrea que Trump ha dedicado en los últimos días, al calor de la aprobación del último rescate de 900.000 millones de dólares, para aparecer como abanderado de estas “familias americanas” es ilustrativa de su estrategia. Así, ante el acuerdo entusiasta de demócratas y republicanos para la aprobación del rescate, el magnate aparecía en escena calificando de vergüenza que contemplara cheques de tan sólo 600 dólares para las familias y exigía en twitter un mínimo de 2.000$. Inmediatamente los congresistas demócratas se apuraban a presentar una enmienda para aprobar la subida y los republicanos quedaban en ridículo ante la desaprobación de su propio líder.
Hay conocidas caras republicanas, como el senador por Florida, Marco Rubio, que le siguen en este camino de la demagogia extrema, sacando tajada de todas las contradicciones del Partido Demócrata y su falta de alternativa para las masas. Su última aparición pública más relevante y que levantaba ampollas incluso en su propio partido era un tweet en el que criticaba sarcásticamente al equipo de Biden para el nuevo gobierno, describiéndoles como una panda de pijos elitistas sin decisión ni sangre para detener el declive de la primera potencia: “Los seleccionados de Biden para su gabinete estudiaron en las escuelas de la Ivy League (escuelas de élite), tienen currículums sólidos, asisten a todas las conferencias adecuadas y serán cuidadores educados y ordenados del declive de Estados Unidos”.
Estos hechos no son anécdotas, forman parte de una estrategia bien definida. Es una campaña política que explota la desesperación y los prejuicios de la pequeña burguesía para seguir logrando seguidores en un ejercicio de hipocresía sin parangón, pues el führer de Nueva York ha defendido en estos cuatro años los intereses de ese establishment a la perfección, multiplicando exponencialmente sus fortunas a costa de extender la pobreza y la precariedad al conjunto de la clase trabajadora y también empobreciendo a las capas medias. Muy lejos de ser la solución a sus problemas, este rico entre los ricos ha sido promotor indiscutible de los mismos.
¡Ninguna confianza en Biden y en Wall Street! ¡Organizar movilizaciones y huelgas de masas contra la amenaza fascista de Trump!
Lo ocurrido en las últimas horas es una seria advertencia de la incapacidad completa del Partido Demócrata y del nuevo gobierno Biden-Harris de frenar a Trump y sus huestes fascistas. Sus políticas a favor de la élite económica están fuera de duda, y pronto veremos las nefastas consecuencias de su gestión para la clase trabajadora y la juventud.
Millones de trabajadores, jóvenes, mujeres, de activistas afroamericanos y oprimidos que han luchado sin descanso en las calles no van a permanecer de brazos cruzados frente a esta ofensiva fascista. Las apelaciones vacías de los dirigentes demócratas a defender la democracia de los ricos son completamente inútiles en esta batalla. Hoy tratan de rebautizarse ante las masas abanderando una legalidad constitucional que es en realidad la dictadura del capital. ¡Nunca han servido y jamás servirán a los intereses de los oprimidos!
Lo que pueda ocurrir en los próximos días —y muy especialmente en las jornadas que quedan hasta la toma de posesión de Biden el próximo 20 de enero— dejarán aún más al desnudo la bancarrota del capitalismo estadounidense. Aunque Trump llamó a sus seguidores a retirarse del Capitolio, lo hizo insistiendo muy conscientemente en el fraude electoral. Uno de los portavoces fácticos en todo esto – el dirigente de los Proud Boys – advertía a los medios que lo ocurrido en Washington podría tener réplicas en los parlamentos estatales. Pero como hemos visto en muchas ocasiones en la historia, a veces la contrarrevolución actúa como el látigo de la revolución.
Lo ocurrido este 6 de enero es una gran escuela para las masas trabajadoras norteamericanas y de todo el mundo. La amenaza fascista de Trump es la hija legítima de la decadencia capitalista, los recortes, la austeridad y una desigualdad lacerante. Estos hechos enseñarán a los obreros y la juventud de EEUU, de Europa y de todos los continentes que no hay salida bajo el sistema capitalista, que es urgente, muy urgente reorganizar la sociedad sobre bases de justicia, de igualdad y de auténtica democracia. Pero lograrlo solo es posible luchando por el socialismo, construyendo organizaciones revolucionarias que defiendan una política de independencia de clase.
La izquierda combativa de EEUU debe levantar un programa y un plan de acción para derrotar a Trump y aplastar la amenaza fascista: expropiar a la oligarquía financiera, nacionalizar toda la riqueza del país bajo el control democrático de los trabajadores y sus organizaciones, comenzando por la sanidad privada para defender la salud y la vida de las familias trabajadoras; juicio y castigo ejemplar a Trump y a todos sus colaboradores implicados en la trama golpista; impulsar comités de acción en todas las empresas, centros de estudio y barrios para organizar ya movilizaciones de masas y huelgas en todas las ciudades. Comités de autodefensa para repeler a las bandas fascistas y la brutalidad policial.
Debemos poner sobre la mesa quién tiene el poder de hacer funcionar la sociedad y transformarla en beneficio de la mayoría. Esto es lo que deben defender en este momento tan crucial la izquierda y los sindicatos clasistas en EEUU. ¡Contra el fascismo, por los derechos democráticos, por el socialismo!
Notas.
1. Noam Chomski, “Trump es el presidente más criminal que jamás haya habitado el planeta Tierra”