Ya han pasado varios meses desde que Kamala Harris tomara las riendas del Partido Demócrata de cara a las presidenciales del 5 de noviembre. Poco a poco se disipa el humo inicial de la fuerte campaña propagandística para promocionarla como la “gran esperanza” demócrata, y se dejan ver sus enormes limitaciones para conectar con gran parte de la juventud y la clase trabajadora norteamericana, quienes han sufrido sus políticas capitalistas e imperialistas estos últimos cuatro años.

La falta de una alternativa de izquierdas real y el rechazo al reaccionario de Trump empujará a muchos a votar azul. Pero, hay que ser claros, si Harris gana estas elecciones aplicando la receta de más genocidio, más recortes y más mano dura contra la inmigración la amenaza trumpista no desaparecerá.

Kamala y el Partido Demócrata completamente virados a la derecha

Junto al desastroso saldo del Gobierno demócrata y el incumplimiento de todas sus promesas estrella —extensión del Medicare, 15 dólares la hora, cancelación de la deuda estudiantil, mejora de los derechos sindicales, fin de las políticas racistas o defensa efectiva de los derechos de las mujeres y el colectivo LGTBI— Kamala se aferra ahora, ante lo ajustado de las encuestas, a pescar votos en el caladero de la derecha, buscando parte del voto republicano supuestamente descontento con su candidato.

Tanto es así que, en su primera entrevista como candidata, aseguró que incluiría a un republicano en su Gabinete si ganaba y presenta como un activo que varios dirigentes republicanos hayan dado apoyo público a su candidatura. Estos guiños cada vez más a la derecha continúan. En una entrevista con Oprah Winfrey en la que se abordó, entre otros, el tema de las licencias de armas, aseguró que “si alguien entra en mi casa, le dispararé”. Todo un titular para buscar la complicidad de los socios de la Asociación Nacional del Rifle. Pero alcanzó el colofón, hasta el momento, en su reciente visita al estado de Arizona, donde blandió su discurso más duro prometiendo dificultar las condiciones de asilo, tomar “más medidas” para impedir los cruces ilegales de la frontera  y establecer “cargos penales más severos” contra quienes incumplan las normas.

El problema es que tratar de ganarse el apoyo de los que asaltaron el Capitolio en 2021 parece una estrategia bastante errada cuando ya existe la figura de Trump, mientras que el efecto entre los potenciales votantes de izquierdas es justo el contrario.

Además, el apoyo incondicional al sionismo, la represión de las protestas en los campus de todo el país contra el genocidio en Gaza ha hecho que la juventud y una parte importante de la clase trabajadora hayan roto con los demócratas, y ahora la deriva de Netanyahu bombardeando e invadiendo el Líbano con la posibilidad de una guerra regional abierta colocan a Harris en una situación cada día más complicada y difícilmente aceptable para muchos de los que en 2021 les votaron para frenar a Trump.

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Una enorme polarización recorre a EEUU. Por un lado el giro a la derecha de un sector de las capas medias, etc., y por otro la radicalización a la izquierda, la movilización y la autoorganización desde abajo, de millones de trabajadores y jóvenes. 

La orfandad de la izquierda: la mejor baza del trumpismo para avanzar

La estrategia de Trump de recoger el saldo de descontento que los demócratas han alimentado con sus políticas a favor de Wall Street, Silicon Valley, Zelenski y Netanyahu parece tener unos resultados bastante más sólidos.

No tiene nada que ver con que sea un individuo especialmente carismático ni un outsider. Cuenta con el apoyo de un sector de la clase dominante, la judicatura y el aparato del Estado. El hecho de que haya salido ileso de todos los procesos judiciales, del intento de golpe de Estado y, además, haya impuesto sus políticas reaccionarias en un gran número de estados, como ha ocurrido respecto al derecho al aborto, refleja que tiene un firme apoyo.

El punto central para explicar por qué Trump puede volver al despacho oval radica en la decadencia del sistema y en la descomposición social. En la desesperanza y el pánico que se ha apoderado de grandes capas de la clase media arruinadas, de pequeños y medianos empresarios que han hecho negocio de la explotación de sus empleados y que ven en la movilización de la izquierda, de la juventud, de la comunidad negra, de las personas migrantes o de las mujeres al culpable de sus pesadillas, y también de sectores de la clase trabajadora que han visto en las promesas de los demócratas y de la nueva izquierda un gran fraude.

El odio al inmigrante, alimentado con el argumento de que “no hay para todos” y los americanos deben ser lo primero, o que EEUU debe recuperar los “tiempos dorados”  cuando su posición en el mercado mundial era hegemónica y no era asediada por el ascenso de China, son algunos de los mensajes que encandilan a ese polvo social que ha aglutinado el magnate y que ha demostrado determinación no solo de palabra, sino en los hechos.

Tenemos que señalar de quién es la responsabilidad de que se pueda repetir una presidencia trumpista. No es cierto que para que los trabajadores norteamericanos vivan dignamente haya que expulsar a once millones de indocumentados —como ha propuesto el expresidente—, ni que haya que bombardear y expoliar medio mundo para garantizar trabajo, derechos y salarios dignos para los trabajadores estadounidenses.

Levantar una izquierda revolucionaria

El problema es que los demócratas han aceptado esta lógica y la han aplicado sin fisuras. Y la “nueva izquierda” de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez ha dado el visto bueno a todo y proporcionado una cobertura de izquierdas a las políticas reaccionarias de Harris y Biden, tapando sus vergüenzas, bloqueando la movilización en la calle y dando carta blanca a todas sus políticas, incluido el genocidio en Gaza. Ese es el abono que necesita la extrema derecha para crecer.

La enorme polarización que recorre la primera potencia mundial tiene dos caras. Una es la que ya hemos comentado, pero la otra es la radicalización a la izquierda, la movilización y la autoorganización desde abajo, la de quienes impulsan las manifestaciones de masas contra el genocidio sionista, la de quienes llenaron las calles contra el racismo institucional y el asesinato de George Floyd y los que están levantando un movimiento sindical que hace torcer el brazo a gigantes como Bezzos o Google.

Así lo refleja también la huelga que acaba de comenzar de los casi 50.000 trabajadores portuarios de la costa este, algo inédito desde 1977. Un conflicto por unas condiciones laborales y salariales dignas que desenmascara las políticas de ajuste de los demócratas  y pone a la Administración Biden en la tesitura de decidir si utiliza en plena campaña electoral las leyes federales antisindicales, tal y como hizo en enero de 2023 para prohibir el derecho de huelga de los ferroviarios.

Existe un enorme potencial para levantar una organización que defienda un programa socialista, que se enraíce entre la juventud y la clase trabajadora, en sus barrios y puestos de trabajo, en sus escuelas, que no confíe en los tribunales ni en los parlamentos burgueses. Un partido de los oprimidos en Norteamérica que luche en la calle por defender el programa de la revolución es lo que necesitamos para vencer la amenaza trumpista. 

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